Hermosillo, Sonora.-

El pasado primero de diciembre más de 150 mil almas nos reunimos en el Zócalo capitalino para participar en la ceremonia de entrega del bastón de mando, por parte de los pueblos indígenas, a Andrés Manuel López Obrador. Fue un día redondo (en una plaza cuadrada) para el nuevo presidente de México y para todos los que durante años habíamos esperado la novena entrada después de los dos ponches recetados en este juego que parecía no tener fin. Muchos recordamos aún aquellos legendarios strikeouts; especialmente el primero de ellos, pues habiendo llegado a la cuenta máxima el ampáyer, por demás chapucero, ilegal e inmoral, lo declaró ponchado y todos los seguidores nos enojamos como nunca antes se había visto en el deporte rey. Qué no le dijimos: chanate vendido, burro, chivo y otros improperios lanzamos enardecidos desde las gradas. Muchos nos atrevimos y nos bajamos al terreno de juego para plantarnos y exigir, un recuento: bola por bola, entrada por entrada. Pero se aplicó el aléguenle al ampáyer y nos fuimos a tomar agua.

Debimos esperar aún más para que en su último turno al bat, lo viéramos totalmente distinto, seguro, más tranquilo. Desde que salió del dugout se le sintió decidido: o pego un home run o de plano me voy a la chingada. Debemos de conseguirlo dijo para que no le quede la duda a nadie. Y entonces, en plena liga de verano, fuimos testigos de un gran batazo, tan potente que dejó perplejos a propios y extraños dentro y fuera del país. Si bien le habíamos creído que podría botársela, nadie podría imaginar que Doña Blanca iba a llegar mucho, mucho más allá de los cuatrocientos pies ¡Y dígale que no a esa pelota! Entonces lo vimos correr, como niño, o a veces como loco, hacia la primera base donde se detuvo para analizar lo qué nos había dejado la Independencia al tiempo que nos recordaba sus frases más socorridas y que lo hicieron famoso pues son muchas, algunas polémicas, otras graciosas, las más exactas. El “Cállate chachalaca” y “Al diablo con las instituciones” lo desprestigiaron pero el correr del tiempo y de las bases terminaron por darle la razón. 

Y todos, todos lo vimos llegar a la intermedia para retomar los principales postulados de la Reforma y emprender entre críticas, dudas y muchos atropellos la carrera por los próximos noventas pies. Sus dichos “Soy Peje, pero no lagarto“, y “Este avión no lo tiene ni Obama” retumbaron con alegría en el zócalo, perdón en el estadio, mientras arribaba a la tan discutida y olvidada Revolución: “Es mucho pueblo para tan poco gobierno” nos recordó y también convenció.  

Y no paró ahí, ¡claro que no! Teníamos que darle la vuelta completa al cuadro porque “Esto es un complot” y “Andan entregando despensas, frijol con gorgojo, tarjetas, pollos, patos, chivos, borregos, puercos, cochinos, marranos, cerdos. Hay que decirles que sí. Pero a la hora de la hora, toma tu voto”. Y le tomamos la palabra y ya en el último recorrido hacia el pentágono muchos, millones iban encarrerados detrás de él. Y entonces lanzó las más sentidas de sus frases en estos momentos tan sufridos para el país: “Queremos abrazos no balazos” y “Becarios, no sicarios” y nos atrapó de línea. El Peje, el denostado tabasqueño, había quedado atrás, ahora era Amlo, o López Obrador, el Presidente electo quien arribaba riéndose, cansado pero satisfecho de haber alcanzado la cuarta almohadilla… la Cuarta Transformación.

Por Ana Lucía Castro Luque

Fotografía de Luis Gutiérrez / Norte Photo

Sobre el autor

Cajemense. Demógrafa. Profesora investigadora de El Colegio de Sonora. Contacto: lcastro@colson.edu.mx

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8 comentarios

  1. Aunque no sepamos nada del (mal llamado) «deporte rey», resulta divertido tratando de adivinar las metáforas. Sin duda, con este artículo Lucia Castro está jugando en las Grandes Ligas de la crónica política. Me canso ganso.

      1. Ay ustedes dos siempre tan contreras. No, no es cierto. Se agradece el intercambio de ideas y hasta puede que esté de acuerdo con ustedes; después de todo el soft bol podría ser el rey de los deportes.

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