Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana… Luke Skywalker (Mark Hamill), Han Solo (Harrison Ford) y la princesa Leia Organa (Carrie Fisher) encendieron los sueños de una generación que, asombrada, interpretó con pasión ecuménica esta historia fantástica como la representación de la lucha entre el bien y el mal. Cuarenta años después, Star Wars: los últimos Jedi (Rian Johnson, 2017) mantiene viva la flama y puede presumir de haber encontrado la fórmula para colmar salas cinematográficas con creyentes, escépticos e impíos de todas las edades: una dosis de nostalgia por dos porciones de primicias.

Imposible escuchar la majestuosa música de John Williams y leer otra vez esos créditos espaciales en perspectiva sin que la pupila se dilate y la piel se erice. Es el llamado a misa. La celebración ha comenzado. Star Wars: los últimos Jedi es la película intermedia de esta nueva trilogía. Por tanto, es lógico que inicie donde El despertar de la Fuerza (J.J. Abrams, 2015) concluyó.

Ángeles y demonios, justos y pecadores sufren aquí de una ambigüedad moral que los acompañará para enfrentar el verdadero desafío de la aventura, la carrera contra el tiempo. La santísima trinidad de la epopeya – Skywalker, Solo y Leia – se ha quebrado sin remedio. Rey (Daisy Ridley) ha sido enviada por Leia Organa al planeta Ahch-To, isla monasterio en la tradición de Ingmar Bergman. Ahí tendrá un encuentro espiritual con Luke Skywalker, más viejo, aunque no necesariamente más sabio.

Mientras tanto, la rebelión lucha por sobrevivir. E n este escenario, Poe (Oscar Isaac) es insurrecto, impulsivo y subversivo, pero sigue siendo lo mejorcito que tienen los alzados. Además, Finn (John Boyega) y Tico (Kelly Marie Tran) tendrán a su cargo la línea argumental a favor de la inclusión y el antirracismo. Y en los infiernos, el Líder Supremo Snoke (Andy Serkis, en vestuario y actitudes a lo Jack Palance en Batman de 1989) atormentará a Kylo Ren (Adam Driver), alma partida en dos como lo sugiere su profunda cicatriz, al conjurarlo a decidir entre el amor y el odio.

Todo parece a punto de sucumbir. La rebelión, la antigua religión Jedi y varios héroes entrañables.

Tres cauces en el relato de Star Wars: los últimos Jedi. Dos horas y media de proyección. Seis nuevos personajes antropomorfos. Cinco especies de criaturas jamás antes vistas. Y demasiadas referencias a evangelios anteriores. El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) y El regreso del Jedi (Richard Marquand, 1983), reaparecen casi sin pudor alguno. Entre las espectaculares batallas – destaca aquella en reminiscencia del helado planeta Hoth, ahora rasgado en rojo carmín como sangre samurái – y las justas mortales a sable láser, la balanza se inclina por la exploración interna de los protagonistas.

Luke se describe a sí mismo como “legend and failure” y Kylo Ren, en su tragedia shakesperiana, está perdido en su ser o no ser. Aunque dicha situación es el pretexto ideal para un duelo al estilo del lejano Oeste que envidiaría Sergio Leone. Por otra parte Rian Johnson, autor del guión, sacerdote oficiante, parece no confiar demasiado en su feligresía. Desde el sinfónico prólogo, una frase aparece durante todo el filme anticipando el curso de la historia. Cerca del desenlace es Po, el guerrero, el piloto, el pragmático, quien la descifra a plenitud: “We are the spark, that we light the fire that’ll burn the First Order down”.

No era necesario exhibir la idea de la chispa/spark desde el principio. Es como sacar el conejo de la chistera antes de tiempo. Estamos ante parroquianos mejor informados, avezados, críticos e inteligentes que no toleran los spoilers. Herejía.

El testamento fílmico de Carrie Fisher, a quién está dedicada esta película, es conmovedor y mueve a la piedad, enorme virtud teologal. La partitura de John Williams es sorprendente. Los duelos de sable, increíbles, en verdad emocionantes.

No hay epifanías. Sin embargo, es una experiencia religiosa que pondrá en trance a los fieles y tal vez convierta a algunos escépticos. Millenials aparte, Kylo Ren adquiere una dimensión más relevante y conspicua: pinche chamaco berrinchudo.

Podéis ir en paz. La misa ha terminado.

Posdata.- Mientras esta reseña era escrita, el autor se entera de la compra de Disney por Fox en más de 52 mil millones de dólares. ¿Qué significa el hecho de que un solo consorcio es dueño de casi todo lo que ahora vemos? ¿Es el verdadero Imperio que contraataca y prepara una estrella de la muerte? ¡Que la Fuerza nos acompañe!

Por Horacio Vidal

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Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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