Para hablar de Rocky en su 40 aniversario convocamos a Jesús Ibarra,

nuestro mejor hombre a la hora de contextualizar el deporte de los guamazos

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“A esta altura todo el mundo sabe quién gana, pero las escenas antes de la pelea nos preparan por completo, tan emocionalmente, que cuando se acaba ya estamos drenados”.

Roger Ebert, Premio Pulitzer 1975.

 

Rocky cumple 40 años este 21 de noviembre como uno de los personajes más encantadores en la historia del cine; pero su ascenso no estuvo marcado siempre por la gloria, sino la adversidad adherente a cada pelea. Piense en este hecho, en realidad la historia (que abarca ya siete películas a lo largo de cinco décadas) no es sólo sobre el boxeo, sino además sobre el arduo camino que hay que recorrer en la vida para sobreponerse a los demonios personales que arden en el interior y después dar el paso para derrotar los obstáculos externos y de terceros.

 

Es hasta ahí donde cobra relevancia como una poderosa referencia cultural que perdura, que es clásica, que se convierte en una perfecta metáfora para usar al boxeo en este universo de victorias, contratiempos, dolor y soledad.

 

A pesar de que Sylvester Stallone estuvo a un paso de destruir en varias ocasiones el legado original de la historia que él mismo escribió para escapar de la pobreza, Rocky (1976, John G. Avildsen) ha pasado de ser el ficticio Semental Italiano a constituirse en el símbolo vigente del underdog (desfavorecido), aquel que, incluso si pierde la batalla en el momento más grande de su vida, conquista el corazón de las masas, apela al sentimiento, a lo emocional por medio de su instinto atavístico.

 

La existencia de esa dimensión animal es la que conecta a la perfección en una de las dimensiones más humanas del hombre: esta dualidad de fortaleza y debilidad propia de cualquier persona es la que hace perdurable al personaje.

 

 

Precisamente, lo atavístico siempre ha estado ligado a Rocky, sólo recuerden la canción de Foreigner “Eye of the Tiger”, los ya legendarios regímenes de entrenamiento físico, los jugos de blanquillos crudos, sus sesiones de golpeo de canales de res en gélidas bodegas y la capacidad de regresar empapado en sangre para resolver cada pleito.

 

El camino para este personaje nunca fue fácil, se trata de un fracasado club fighter sin mayores aspiraciones en la vida y que de día se convierte en rompehuesos para un usurero en las calles de Filadelfia.

 

Rocky inicia venciendo a Spider Rico en una pelea semiprofesional con guantes rotos en el sótano de una oscura cantina bajo los ojos de una pintura de Cristo; una clara alegoría a los primeros combates de boxeo del Reino Unido en los siglos XVIII y XIX donde se peleaba en pequeñas arenas y a mano limpia, como parte de la era donde al pugilismo se le conocía como sweet science (ciencia dulce).

 

Rocky no es un científico dulce, ni tiene éxito. Él vive aislado en su mundo, en la oscuridad, en el frío y la soledad de los barrios de Filadelfia hasta que conoce a los personajes clave en su vida: el entrenador Micky, su pareja Adrian y su futuro cuñado Paulie, quienes son los que le ayudan a volar alto y salir de su mundo mediocre, justo como dice la canción de Bill Conti “Gonna Fly Now”:

 

Sintiéndose fuerte ahora, no pasará mucho tiempo.
Poniéndote fuerte ahora, puños como trueno te pondrán debajo
Bombeando hierro Dios ya sabe que está tratando.
Cada nervio es un alambre sudando sangre, como el fuego.
Voy a volar ahora, volando alto ahora.

 

Una nueva esperanza
El nombre de Rocky tiene su raíz en el excampeón de peso completo (1952-1956) Rocky Marciano, italoamericano zurdo, católico e ídolo de la clase trabajadora de Nueva York, llamado La Gran Esperanza Blanca del boxeo estadounidense, en una era dominada por históricos monarcas negros como Joe Louis y “Sugar” Ray Robinson.

 

Stallone se inspiró en crear a este personaje después de ver al desconocido Chuck “Sangrador de Bayone” Wepner derribar a Muhammad Ali en el décimo round de su pleito por el título mundial en 1974. Alí se levantó para noquear a Wepner en el round 15, pero eso le pasó en un afán por demostrar que era el campeón del pueblo al darle la oportunidad a Wepner, un mediocre golpeador de raza blanca originario de Nueva Jersey, sin mayor mérito más que una enorme capacidad para soportar castigo y un enorme corazón.

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Como conexión entre estos personajes, Rocky, el italoamericano católico de Filadelfia, derriba con un cruzado de izquierda en el primer round a su némesis: Apollo “El Maestro del Desastre” Creed, quien se levanta y de forma agonizante termina en pie la batalla después de 15 rounds ante lo que las masas ya convirtieron en la nueva esperanza blanca.

 

Creed, un ficticio monarca invicto e indiscutible campeón afroamericano de peso completo, es la versión de Ali en el universo de Rocky, donde habla, fanfarronea y pelea como el ya fallecido Ali.

 

La antesala
Previamente, Creed llegó a la pelea desesperado por hacer méritos con el alcalde de Filadelfia y, harto por no encontrar un rival después de haber limpiado la máxima división, se encuentra con Rocky después de recorrer un polvoriento catálogo de peleadores activos hasta dar con el apodo del Semental Italiano.
Creed queda obsesionado por la probable resonancia del nombre en los medios y ante la apariencia de perdedor consuetudinario de Rocky, fácil de derrotar.

 

Así, intenta justificar su ambición de negocios con la siguiente argumentación: la pelea se realizará el 1 de enero de 1976, en el bicentenario de la Independencia de Estados Unidos, en la cuna de este movimiento, Filadelfia, y ante un italoamericano evocador del italiano que descubrió a la Unión Americana: Giovanni  Caboto. Ahí, Jergens, su promotor le dice:

 

-¡Apollo, me gusta la idea. Es muy estadounidense!

Y Apollo contesta lacónico:

-No Jergens, es muy inteligente.

 

Las secuelas
Ninguna secuela logró repetir el éxito emocional de la primera película (ni tampoco en los Oscar), sin embargo el universo de Rocky ha probado ser amplio dentro de sus propios defectos dramáticos y límites culturales.

Para muestra, el ritual de los Rocky Steps en el Museo de Historia de Filadelfia. O el popular eslogan cervecero “Te hace falta ver más box”, que representa una actualización del estándar aspiracional vinculado a Stallone a través de Rocky, cuyo personaje es ante las masas una referencia directa con la naturaleza atavística inherente al boxeo, pero al menos para los mexicanos seguidores de este deporte representa también el corazón de un gladiador azteca desfavorecido ante el campeón.

 

Por último, en el spinoff de Rocky, Creed (Aaron Covington, 2015), el anciano y enfermo Semental Italiano completa el círculo preparando al hijo inexperto no reconocido de Apollo Creed, Adonis Johnson, para disputar el título de peso completo ante el duro británico Ricky Conlan. Rocky recorre un sendero no explorado antes en esta historia para abrir un bucle en su universo y pasar la estafeta a Creed Jr. para las nuevas generaciones, que ya esperan Creed II (o Rocky 8, como le quiera llamar) en noviembre de 2017.

 

A esta altura no importa ya si eso ocurre, lo que se ha probado con el paso del tiempo es que Rocky sigue siendo el campeón del corazón, cuyo legado está intacto y fuerte.

 

Por Jesús Ibarra

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Sobre el autor

Hermosillo, 1977. Periodista y docente universitario. Investigador del Border Hub y becario del International Center for Journalists.

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