El Javi Mejía lo hace de nuevo 😉

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En mi colaboración anterior hice alusión a lo importante que es tener la elección de decidir en la construcción del propio paradigma como uno considere conveniente. Recibí una retroalimentación que me impulsa a compartir una forma en la que vivo el paroxismo. ¿Qué experiencias son válidas? ¿Qué experiencias se justifican en el contexto de ésta realidad social?

En aquel momento, marcado con el cuatro veinte, me referí a una conducta controversial: fumar cannabis. Son múltiples las causas que generan esta colisión entre quiénes consideran ese acto como legítimo y quiénes no. Ese análisis es digno de desarrollarse. Ya será en otra ocasión. Hoy me quiero referir a una conducta que el mundo occidental y los pueblos tradicionales coinciden es empoderante. En este particular asunto no hay polémica: el regalo de bailar. Pero definitivamente no cualquier baile. El baile que se siente en el alma. El baile que aparece en la libertad absoluta.

Recientemente he tenido la oportunidad de asistir a dos fiestas realizadas con el ánimo de ofrecer el mejor ambiente para danzar. Una producción de calidad y una secuencia musical capaz de mantener el ritmo, componen el marco perfecto para el ritual del movimiento. El sonido es fiel, la potencia es suficiente, el bodegón encierra toda la magia. ¿La cereza en el pastel? Una gran cantidad de alcohol.

¿De qué forma el alcohol puede ser considerada una cereza en el pastel? Es un auxiliar para la desinhibición de muchos. Es triste decirlo, pero hay quienes no somos completamente inmunes a la fuerza de las instituciones. Nos oprimen, nos restringen, nos da pena. No cualquiera es capaz de bailar libremente en nuestra comunidad. El estigma, el prejuicio, la burla, la desaprobación que conlleva la libre expresión pesa, aunque no para todos. Existen esas almas libres que se permiten experimentar el ritmo sin ninguna restricción. Son grandes maestros que en la pista bailan como si nadie los estuviera viendo. Son guiados por el ritmo en la danza del espíritu. Bendecido el ser humano que es capaz de experimentarlo sin restricciones. Para los que apenas estamos transitando hacia ese estado de conciencia, la tecnología del paroxismo resulta sumamente útil.

Alterar nuestra conciencia para desinhibirla y así facilitar un proceso creativo tiene consecuencias sanadoras sobre el ser. Ejercitar la creatividad engrandece el alma. Cuando uno baila libremente, es precisamente lo que sucede; así es como uno logra realizar el valor de la libertad humana, experimentándola. Qué razón, qué sabios nuestros ancestros que hacían de la danza un espacio sacro. La danza del sol, la danza de los espíritus, la danza del venado nos recuerdan el vínculo con lo esencial, el movimiento. El ritmo que fluye perfecto.

Un conocimiento que no suele ser explícito. Por el contrario. Se crean ambientes que limitan y tienden a disminuir la libertad del ser humano para expresarse en completa espontaneidad. El sistema antrópico recorta las posibilidades. De esta forma va moldeando la voluntad de quien impone la regla. Hay reglas tan antiguas que no podemos atribuir a un ser en específico. Mas bien representan espacios de tiempo caracterizados por el ambiente de ese momento.

El proceso de transformación de la relación que el ser humano establece consigo mismo, con su entorno y con su semejante, es un proceso complejo que ocupa del experimento de la libertad para detonarse. Hace algunos años, escuché un indicio vehemente en mi corazón que sospechaba que la realidad social podía ser completamente diferente si todos nos diéramos la oportunidad de danzar con el corazón abierto. A partir de esa corazonada, se hizo fiesta, se creó un espacio que en su momento no todos comprendimos plenamente su alcance. Hoy estoy completamente cierto, el baile es una de las mejores formas de combatir nuestra escasez de espiritualidad.

Sueño el día en que, como Juana Molina, todo ser humano sea capaz de bailar sin importar lo que otros digan, sin importar si resultará. Sueño el día en que el ser humano sea inocente ante el prejuicio, ante el señalamiento de su semejante para expresar en toda libertad su creación, su obra en el baile, en la pintura, en la letra, en la composición musical, en la autodeterminación de su misma existencia. Sueño el día en que el estado de paroxismo sea también un lugar sagrado a dónde acudir para sanar, para modificar nuestras estructuras de pensamiento y con ello nuestro comportamiento.

El paroxismo es una tecnología que por años ha permanecido estigmatizada y reservada únicamente para aquellos valientes que han osado trascender las limitaciones que su cultura impone sobre ellos. Grandes vidas, grandes mentes, grandes seres humanos han perecido en este camino. Porque no hubo información a su alcance, porque no hubo el relato de una experiencia previa para reflejar la propia. Hay múltiples sustancias que facilitan un estado alterado de conciencia y algunas representan una seria amenaza para la vida. En tanto no tengamos la libertad de abordar cualquier tema sin vergüenzas, sin temor a ser asociados a una la letra escarlata, estamos perdiendo la oportunidad de trascender a mejores estadíos sociales.

Por Javier Mejía

En portada, imagen de una noche épica en el Bar Pluma Blanca, de Hermosillo.

Como es notorio, ese 24 de febrero de 2008 la fiesta y el baile alcanzaron tal punto (paroxismo) que un par de chicas tomaron la barra como pista.

Fotografía de Ana Celia Flores

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Sobre el autor

Javier Alberto, eterno aprendiz de permacultura; licenciado en derecho por la Universidad del Valle de México; maestro en ciencias por el Colegio de Sonora. Director Ejecutivo del Instituto de Investigaciones y Educación Continua, S.C.; asambleísta de Centro Permacultural Color Tierra, A.C.; socio cooperativista de La Casa del Coyote. Contacto: colortierra.mx@gmail.com

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