Vuelve la pluma y la óptica de Alejandro Valenzuela a esta su casa editorial

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Lo digo porque desde que supe del reportaje que presentaría Carmen Aristegui estuve haciendo arreglos para que nada me distrajera de lo que yo me imaginé sería una bomba informativa de dos horas. Después de los veinte minutos del reportaje, el asunto terminó dejándome, por lo menos a mí, una sensación de fraude.

 

Como no estoy en edad ni en ánimo para andar aplaudiendo a nadie, diré lo que siento de manera muy directa. Creo que ese plagio (algo que hizo el joven Enrique y que mucho debe avergonzar al Presidente Peña Nieto) es producto de esa paulatina decadencia que ha venido sufriendo la educación en México (haga usted la lista de los culpables. Yo propongo a los siguientes: el gobierno, el SNTE, la CNTE, los padres de familia).

 

Como dicen los viejitos, en mis tiempos los estudiantes leíamos con avidez y lo que no tenía qué ver con la carrera que uno cursaba siempre era la mayor parte de las lecturas. Quizá leíamos libros, revistas y periódicos porque no existían las computadoras, las tablets ni los celulares. Si usted lo quiere poner en la línea del tiempo, eso acabó con los años setenta. De allí para adelante, primero empezaron a plagiar textos. He revisado mis trabajos de aquellos años y encuentro muy mal citados a los autores. Debe decirse que entonces no existía, o no se conocía aquí o yo no lo conocía, el sistema APA. Leíamos a alguien, lo parafraseábamos profusamente y luego al final una cita de pie de página citando el libro. Lo mismo que dice Aristegui en su reportaje.

 

Después de esos plagios (el relajamiento del rigor analítico), los estudiantes dejaron de leer en papel; luego dejaron de escribir bien… Hoy los estudiantes de la universidad no saben leer ni saben escribir, y no lo digo en forma figurada. Escriben palabras que ellos se imaginan que dicen lo que están pensando, pero hay que hacer un esfuerzo para interpretar sus palabras. Si dicen “ay” no se están quejando, sino que están hablando de la existencia de algo… Lo que veo es que los asesores y sinodales del irresponsable estudiante que fue Peña Nieto no tuvieron las ganas o el tiempo de decirle que debía poner entre comillas lo que tomó de otros. Quizá ni ellos lo sabían. Peña Nieto es, pues, el producto más representativo de esa decadencia educativa.

 

Tiene razón Aristegui al decir lo que dice en ese promocional que dura al menos un 25% de lo que dura su reportaje, que Peña Nieto no tiene derecho, con ese historial, a imponer a los profesores una evaluación punitiva.

 

La que no tenía derecho a generar las expectativas que creó y salirnos con lo que nos salió, fue Carmen Aristegui. Cuando me senté frente a su portal de noticias me preparé para oír algo que cimbraría al gobierno federal. En lugar de una bomba me encontré con una espanta suegras. ¿Qué generó esas expectativas? Prometió que conoceríamos una faceta no conocida del presidente. La verdad, la verdad si en Guadalajara durante su campaña por la presidencia no pudo recordar apropiadamente tres libros, entonces ya conocíamos esa faceta del presidente. Si el señor Peña Nieto no da señales de gozar de muchas luces intelectuales, ¿Por qué las habría de tener el joven Enrique? Lo sorprendente es que haya llegado a la presidencia, pero allí tuvimos culpa todos los mexicanos, hasta los que no votamos por él. Seguramente fue un estudiante mediocre más, con dinero y en una universidad privada, la Ibero, que no ha mostrado un carácter estricto con la academia.

 

La siguiente anécdota es ineludible. Durante un tiempo fui profesor en uno de los campus de la Universidad Iberamericana. Un día, dos estudiantes (creo que eran pareja) me increparon porque les pregunté algo y me dijeron que ellos me pagaban para enseñarles. Los corrí de la clase y ese mismo día me llamó el director para decirme que los tenía que aceptar de regreso porque, argumentó, eran de familias “muy importantes”. Como me negué, me llamó el rector del plantel, que era un sacerdote católico. Me pidió que los aceptara de regreso en la clase y, antes de que le contestara, me dijo que lo pensara y que nos viéramos el lunes. Ese fin de semana andaba yo por un barrio de la ciudad alejado del centro y me tuve que detener en la calle para dejar a un amigo. Cuando estaba a punto de arrancar de nuevo, que veo que del edificio de un lado, un hotel de paso, salía el padrecito muy bien acompañado. Hice lo necesario para que me viera y cuando lo hizo arranqué para alejarme. El lunes, cuando lo vi, me dijo: “maestro, en su clase usted es la autoridad, así que proceda como considere necesario”.

 

En el mentado promocional de Aristegui se mete, además, en un berenjenal: cita a Carlos Fuentes acerca de que el actual presidente tiene derecho a no leer, pero que a lo que no tiene derecho es a ser presidente “desde la ignorancia”. La verdad es que esta sola frase debería de haberme preparado para lo que realmente presentó. Si hubiera sido perspicaz, hubiera entendido que aun la gente inteligente es capaz de decir cosas sin la más mínima reflexión. Porque, ¿qué le parecería que en la Constitución Política se inscribiera un precepto que dijera que para ser presidente se requiere algún grado académico y haber leído un determinado número de libros? Eso excluiría a la inmensa mayoría del pueblo de ese derecho. El capitalismo, y más el depredador, es excluyente, pero por lo que vemos de eso no se salvan ni las buenas conciencias…

 

Ah, por cierto, no me vayan a salir con que estoy defendiendo a Peña Nieto. Lamento que una persona sin luces esté al frente de mi país (como lamento que a mis clases lleguen estudiantes sin el más mínimo talento para aprender). Creo que en la Constitución se debería instituir que para ser presidente hay que pasar dos exámenes: uno de inteligencia y buen juicio y otro de ética y de decencia. Eso lo puedo decir yo, que no represento a nadie, pero no lo pueden insinuar (porque ni siquiera son conscientes de las implicaciones de lo que dicen) ni el difunto Carlos Fuentes ni la periodista Carmen Aristegui.

 

Por Alejandro Valenzuela

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Fe de erratas: el licenciado Peña se licenció en la Universidad Panamericana, no en la Iberoamericana.

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Sobre el autor

Soy Alejandro Valenzuela, director del Vícam Switch, un medio de comunicación que tiene como propósito contribuir al rescate y la difusión de la cultura y las costumbres de los habitantes de comunidades yaquis (yaquis y yoris).
Como datos biográficos, asistí a las escuelas primarias Benito Juárez, de Bácum, y Florencio Zaragoza, de Singapur; a la Secundaria Federal Lázaro Cárdenas y al CBTA 26, ambas de Vícam. En la Ciudad de México fui a la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM y cursé Economía en la UAM-Xochimilco. En Tijuana cursé la Maestría en El Colegio de la Frontera Norte. Tuve una estancia doctoral en la Universidad de Connecticut, en los Estados Unidos, con financiamiento de la Beca Fulbright, y obtuve el doctorado en El Colegio de Sonora.
En la actualidad soy profesor-investigador en el Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Sonora.

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4 comentarios

  1. Con todo respeto para el autor y sus años, pero creo que a gran parte de su opinión le falta sustento. Primero: en efecto, en esos años que usted menciona, las universidades no enseñaban a citar y (aunque le duela) hay que aceptar que el modelo de educación universitaria en gran parte de México se enfocaba mucho en la reproducción de ideas y no en la generación de nuevo conocimiento, como se pretende ahora (aspiración que evidentemente no se consigue). Aún no se incorporaba con tanto ahínco un sistema estandarizado para manejar las referencias y citas, y se privilegiaba el uso de la paráfrasis como usted menciona. Pero da la casualidad que Peña presentó su tesis en los años 90 y ahí la historia era otra. Con todo, e simportante señalar que una cosa es no saber citar y otra muy diferente cometer un plagio como el del presidente. EPN es culpable de las dos cosas. Ni hoy, ni en los años 70, ni en los años 90 cuando EPN defendió su tesis, resulta aceptable hacer un capítulo de 37 párrafos con la historia de Álvaro Obregón copiando literalmente 36 párrafos de dos autores. Si al joven Peña se le hubiera ocurrido colocar unas comillas al inicio y al final del capítulo y colocar el llamado de cita de acuerdo a la versión vigente de APA o MLA o el sistema que fuera, aún en ese caso la situación habría resultado absurda, falta de toda ética y rigor académico. Ni el gobierno, ni el SNTE, ni la CENTE, ni la iglesia católica, ni el niño Fidencio tienen responsabilidad de que un estudiante de cuarta haya decidido «fusilarse» la tesis. En cambio, sí son co-responsables el director de tesis y los sinodales por haberlo aprobado. El plagio y la deshonestidad académica siempre han existido, aquí y en la Grecia clásica, en los años 50 y en los 30. Lo mismo se puede decir de la irresponsabilidad de los estudiantes y de los profesores. Que los individuos respondan por sus actos, nada de echarle la culpa a la «cultura», como quiso hacer Peña con la corrupción.
    Y en segundo lugar: la investigación de Aristegui es muy valiosa y llega en un momento crucial del ambiente político. Contribuye a evidenciar a un servidor público con un detestable historial de corrupción. Sí, es una raya más para el tigre, pero cada raya debería contar. Por supuesto que no es la nota espectacular que desmantelaría al poder; en este país de la carcajada nerviosa, ninguna noticia tiene ese efecto (ni la desaparición de 43 estudiantes a manos del Estado, ni los feminicidios, ni la Casa Blanca, ni una granada la noche del grito, ni mañana que lleguen los cascos azules o cuando alguien te mate a balazos en tu casa). Si los espectadores acostumbrados a los desfiguros periodísticos de López Dóriga y Carlos Loret pensaron que sería la revelación de que los aliens están entre nosotros, la culpa es de su propia credulidad. Aristegui nunca ha dado noticias de ese tipo, sólo investigaciones que ponen el dedo en la llaga y nos obligan a debatir, tal y como lo hacemos en este momento.

  2. Alejandro, ¿sólo porque «no representas a nadie» tú sí lo puedes decir, pero no C. Fuentes ni Aristegui? Por tu tono, palabras y opiniones sobre el reportaje de la periodista («¿Qué es peor, un plagio o un fraude?»), pareciera que la falta es de Carmen Aristegui y no de Peña Nieto. Quizás estoy haciendo una lectura equivocada de tu texto. En ese caso, tal vez sea necesario, al menos para mí y Josué (tu lúcido y oportuno comentarista), que emitieras una breve y esclarecedora conclusión acerca de la idea e intención de tu artículo. Así como está escrito, honestamente lo que más me gustó y entendí fue la amena anégdota libidinosa y transgresora del «padrecito» director de la Ibero.

  3. Precisando, sí entendí -y comparto tu opinión- lo referente al plagio generalizado de las tesis profesionales, problema aún vigente con todo y las tic’s. Peña Nieto no fue excepción. También lo que respecta a la responsabilidad grave de éste. Pero entonces, ¿porqué la censura a Aristegui? ¿Por el parto de montes que huele a fraude vengativo de Carmen? Pero, si es esto, es más tolerable este pecado a la infracción del plagio de marras el cual merece ser denunciado.

  4. Estimado Alejandro Valenzuela, en el portal electrónico de Proceso aparece una columna de análisis de la autoría de Jenaro Villamil, titulada «Televisa y Aristegui, la competencia por la agenda informativa». Si no la ha leído, se la recomiendo. La lectura de dicho texto ayuda a dimensionar la estrategia mediática de Aristegui sobre el reportaje en cuestión, independientemente del golpe político (aunque ésta se quiera ver y mostrar como algo mínimo) al Presidente y a la figura presidencialista.
    Le mando un saludo.

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