PRIMERAS LETRAS

 

Abigael se encuentra, a principios de 1954, deshojando margaritas: tiene una serie de poemas de 1953 que poco a poco va enmendando y publicando, además de escribir otros durante ese largo año, antes de acomodarlos en su primer libro de poesía. Sus primeras letras contiene poemas que abarcan los años de 1953 a 1954. Los presenta al abrigo de la Peña literaria, la Revista Azul, así como el espacio-columna Rincón de la Peña y en otras páginas interiores del periódico La Voz de San Luis. Estos serán tres baluartes de la cultura sanluisina, surgidos en la aridez del Gran Desierto de Altar, dirigidas por tres personas esenciales para el crecimiento de este autor: Gabriel Medina y Francisco Pinto. La Revista Azul aparece cuando el joven poeta Abigael Bojórquez  ha cumplido los dieciocho años, en abril de 1954; precediéndola así el diario de esa localidad, donde aparecen las primicias de lo que será su primer libro de poesía: Ensayos poéticos (1955).

 

Esta revista llega cuando el movimiento modernista se ha desbandado treinta años atrás. El modernismo es cosa del pasado ante las innumerables vanguardias que despiertan la imaginación de toda Hispanoamérica. No obstante, es una piedra de toque, referencia que admiran los nuevos poetas pero de la cual rehúyen por el amaneramiento que despertó en la generación posterior que trató de imitarlos. Rubén Darío, el poeta nicaragüense, sacro y profano a la vez, se vuelve en el máximo exponente en la poesía de aquellos años, un maestro al qué imitar con admiración y respeto. El joven Abigael es deslumbrado por esa poética preciosista en lenguaje y costumbres y el exotismo de sus tópicos. No es de extrañar que «Femina», uno de tantos poemas de mayo de 1954, sea una variación de «Venus», de Rubén Darío (que a su vez es una variación de «El loco y la Venus»).

 

No será el único poema que esté al imite al límite del plagio, imitando al autor de «Yo persigo una forma», «Cantos de vida y esperanza». Ni de otros autores. Alma sensible, receptor de emociones, Abigael también recibe la influencia decisiva de Amado Nervo y sus inolvidables, un tanto profanos, cuartetos alejandrinos de «Delicta carnis», dispuesto en su libro Místicas:

 

Y no encuentro esperanza, ni refugio ni asilo,

y en mis noches pobladas de febriles quimeras,

me persigue la imagen de la Venus de Milo,

con sus lácteos muñones, con su rostro tranquilo

y las combas triunfales de sus amplias caderas.

 

 

 

«A Olga», uno de sus primeros sonetos de arte mayor, publicado por el jovencisimo Bojórquez, retoma sus palabras en un cuarteto: «Tus brazos me recuerdan los mórbidos muñones/ de Venus Afrodita del Milo lejendario…», pero también un verso completo en el penúltimo terceto:

 

 

Y tu cuerpo, qué cuerpo! mis recuerdos se prenden

como sueños dormidos, como dulces quimeras

en la comba triunfal de sus amplias caderas.

 

 

Pecadillo de juventud, sin duda, de los cuales se distancia en los meses venideros, en los que son otras las influencias y se las apropia de distinta manera: la dedicación abierta, o la loa discreta, sin conejitos intelectuales, apelando a la intersextualidad literarias. No obstante, debe afirmarse que la homosexualidad sea un tópico en sus primeras y segundas letras. Ninguna prueba existe mas que las burlas y su referencia explícita de niño y como adulto mayor de recibir calificativos, apodos, y apelativos de cuatro letras: «Puto». Él conoce esta grosería. La ha usado y se ha servido de otras, y ha inventado otras más, para definir las faltas morales de otras personas. También ha recurrido a guarrismos, jerigonzas y germanías. Va de los mas culteranos, algunos provenientes del español antiguo, a los más cercanos a los sonorenses de rancho y de ciudad (con términos de baja  ralea). Adaptador de una riqueza cultural de todos los gustos y las latitudes, Bohórquez es un parodista como cualquier otro; pero también un poeta digno de parodiarse, es decir, muy auténtico; tanto en las primeras letras como en las últimas.

 

Es curiosa la abundancia de poemas amorosos y veladamente eróticos  dedicados y escritos a mujeres conocidas por el joven Bojórquez en 1954, así como que no hubiera sido mencionado por ningún crítico hasta ahora; cuantimás si, además de su madre, es a las mujeres lúbricas, juguetonas y deseantes, a quienes dedica su última obra poética, cuarenta años después.

 

Inserción publicitaria de la Revista Azul, aparecida entre las páginas de La Voz de San Luis. Fotografía: Colección particular de Omar de la Cadena.
Inserción publicitaria de la Revista Azul, aparecida entre las páginas de La Voz de San Luis. Fotografía: Colección particular de Omar de la Cadena.

 

El arribo de Abigael a la Peña literaria sucede la noche del sábado 20 de febrero de 1954, junto a José Refugio Sandoval, dibujante y escritor, quienes se volverían colaboradores asiduos a ese círculo cultural, «en el café más castizo: Café Madrid». A partir de entonces, las continuas, abundantes en realidad, colaboraciones de Abigael a la columna de la Peña literaria de La Voz de San Luis, y a su triunfo como poeta en el concurso regional de poesía a la madre, premiado el 17 de mayo de ese año, le hacen un efant terrible o un escuincle enfadoso. En unos cuantos meses, el joven caborquense, adquiere una notoriedad inusitada. Su poema «Bendito extravío», dedicado a la «madre universal», se vuelve uno de sus primeros ensayos en torno a la poesía dedicada a las madres y a su madre Sofía. Sólo unos meses antes ha nacido la Revista Azul, que rinde tributo en su primera portada, ya no al poeta que le diera tan colorido nombre, Rubén Darío, sino la versión mexicana, a la altura de aquel, Amado Nervo.

 

Aguafuerte de José Refugio Sandoval, poeta y dibujante sanluisino, que ilustró la primera portada de la Revista Azul, aparecida el 11 de abril de 1954 entre las páginas de La Voz de San Luis. Fotografía: Colección particular de Omar de la Cadena.
Aguafuerte de José Refugio Sandoval, poeta y dibujante sanluisino, que ilustró la primera portada de la Revista Azul, aparecida el 11 de abril de 1954 entre las páginas de La Voz de San Luis. Fotografía: Colección particular de Omar de la Cadena.

 

Aunque usualmente sobreviven uno o dos poemas de las primeras publicaciones de un autor, no es el caso de Abigael Bohórquez. Ensayos poéticos (1955) es un poemario que fue relegado por el autor y su escaso tiraje hace casi imposible conseguirlo. Las palabras de aliento que consigue, así como el apoyo para irse a la Ciudad de México a publicarlo, le permiten toparse con una pared, llamada Vanguardias, que ni siquiera sabía que existía. Se deberá al tacto de Marco A. Acosta, quien se convertirá en su amigo y compañero de clases en el INBA, en un prólogo muy justo señala:

 

«Ajeno al giro moderno que la poesía ha adquirido,

cruza los mares de la literatura provinciana,

infectados de piratería versificadora,

en busca de una secuencia distinta y recurre para eso a la imitación figurativa».

 

Acusado por su prologuista de «fatuo», Abigael despierta y baja de las nubes en que se encontraba; baja, feliz, no obstante, porque recibe el primer testimonio de una larga carrera donde se le quita el mote de «poeta», pero se le distingue porque su destreza poética es admirable, como señala el poeta tabasqueño:

 

«Abigael Bojórquez, muchacho de escasos 18 años, y ya calza la maravillosa sandalia de la musa poética».

 

Sí, tenía dieciocho años y en unos meses cumpliría diecinueve. Más tarde todo se vuelve más fácil, sobre todo el olvido de esta obra al surgimiento de una nueva producción poética. Desde ese año comienza a acumular nuevos poemas, uno tras otro; un brillante comienzo hacia 1955, cuando radica y estudia en la ciudad de México una carrera técnica de dirección teatral que lo acercará tanto a su otro amor: el teatro. Su primer hijo pasa en unos meses a segundo término, despreciándolo por su influencia modernista y apreciando los nuevos por su influencia vanguardista. Ensayos poéticos será una obra poética que Bohórquez desdeñará paulatinamente, antes de su cancelación definitiva. Se vuelve anecdótico, no obstante que representó un aprendizaje difícil, desde la vergüenza, debido que muestra un atraso de las letras locales ante el avance de las letras nacionales. Evidenció algo común en la Provincia Mexicana: un retroceso al avance literario nacional que él propio habría de renovar, porque muestra un rezago de orden literario y cultural para el joven poeta en ciernes, pero no de ese poeta que se va logrando con cada nuevo poema de esos años que se vuelve imprescindible para las letras nacionales.

 

Las prácticas poéticas del siglo XX, al interior de la República Mexicana, tuvieron un  desarrollo tardío a través de la imitación de una poesía que se consideraba actual pero era parte del pasado; era ajena al pulso de renovación, no tomó en cuenta a la vida literaria nacional que ya la había trascendido y se encontraba en constante renovación. No obstante, el Modernismo estaba de moda y Abigael había entrado a este oficio, a la práctica poética modernista, por envidia: los versos escolares de otros compañeros de su escuela secundaria se llevaban las palmas y él se interesó en superarlos en la exposición de los mismos y en los concursos interescolares. Para ello tuvo el apoyo de la prima hermana de su madre Sofía, Esther Soto Bojórquez, quien lo «alienta» por ese camino durante las clases de literatura, así como lo hizo posteriormente, cuando decide irse a la capital de México y a la de Sonora, en dos periodos distintos de s vida. Van y vienen poetas de otras épocas, Rubén Darío y Amado Nervo; y algunos más cercanos a esta: Gabriela Mistral, Juana de Ibarborou y Alfonsina Storni, sacerdotisas del Modernismo tardío. De esta última poeta, es notable su desafío roto, su esperanza perdida, para contravenir una costumbre que subyuga a las mujeres de entonces:

 

Dicen que silenciosas las mujeres han sido

de mi casa materna… Ah, bien pudieran ser

a veces, en mi madre apuntaron antojos

de liberarse, pero se le subió a los ojos

una honda amargura, y en la sombra lloró.

 

El llanto de impotencia recorre las primeras y las segundas letras de Abigael. La figura central en el conocimiento y lectura de estas oficiantes de la poesía se encuentra en la profesora Esther Soto Bojórquez. Ella es quien lo adentra al conocimiento de la poesía y se vuelve en su protectora de su adolescencia, aún después de fungir como su maestra en la Primaria y Secundaria de Caborca. A ella se refiere tardíamente en su «Agenda curricular» y en entrevistas, además de testimonios de sus allegados.  Ya está formado, pues, cuando llega ante el grupo de escritores modernistas; no obstante, recibe el apoyo y camaradería de quienes serán testigos de su genio en la Región del Desierto de Altar, aún más allá de las reuniones bohemias en La Peña literaria. Esta hueste modernista será quien representará un soporte importantísimo para el dominio de Abigael de su validación como poeta, aunque sea con una poética en desuso en el centro y sur de la república durante la primera mitad de la década de los cincuentas.

 

A pesar de las características que adquiere Ensayos poéticos es un gran inicio en un medio cultura tan atrasado y adelantado como San Luis Río Colorado, previsible en su relación con la naturaleza, tan alejados al cosmopolitismo y el exotismo de algunos poetas que admira en esa época. Aún si San Luis era un municipio dependiente de Caborca, que se vuelve en una ciudad pujante y en desarrollo continuo, a donde se va a buscar su futuro la familia del poeta y se vuelve su hogar adoptivo.

 

Quizá lo más importante que se encuentra en sus primeras letras no es el poema en sí, sus formas, si no el espíritu que contiene, con los primeros testimonios de una vida y una dedicación literarias que despiertan a una conciencia social, más que poética. Ese primer libro representa una exploración al mundo de las letras decimonónicas, a mediados del siglo veinte; unas hojas sobre las cuales ensaya su propia vida a través de la poesía. Manuel José Othón, el poeta modernista de origen potosino, también escribe un poemario con el mismo nombre y a la misma edad en 1875, que sale publicado en 1947. Una gran coincidencia con este autor, poeta a veces místico, que también dejó en el olvido su primeros rudimentos poéticos. Esos ramilletes de versos artificiales se vuelve eso: un nombre adecuado, justo, para su acercamiento inicial a las letras nacionales en ambos autores. Sólo son eso: ensayos, cuyo mérito radica en su habilidad matemática de contar sílabas y una coherencia temática, que no deja de tener un valor testimonial.

 

El niño Abigail Bojórquez García. Circa 1945. Fotografía: Archivo del ISC.
El niño Abigail Bojórquez García. Circa 1945. Fotografía: Archivo del ISC.

 

También es muy importante advertir que Ensayos poéticos convierte al joven Bojórquez en un poeta de calendario, atento a las conmemoraciones cívicas, que poco a poco se convertirá en un poeta ritual. Tal es el caso de sus poemas posteriores, que salen del lugar común, que encajan en las celebraciones públicas desde una nueva perspectiva y ofrecen otra visión de los héroes y los villanos trágicos que recupera en sus mitos.

 

Fogueado en las páginas del periódico de su pueblo adoptivo, La Voz de San Luis, y en las sesiones y lecturas  en la Peña literaria, Abigael pulirá y publicará su primera plaquete de poesía (hoy en día perdida,  aunque se presume que aborda varios de los mismos poemas) antes de su primer libro de poesía. Así nace Abigael, con los primeros traspiés de un poeta romántico, con todos los rudimentos modernistas, que caló hondo entre los poetas de esa región rezagada ante los nuevos aires de la vida cultural de México e Hispanoamérica, que para esa época habían despreciado la vacuidad antes de romperle el cuello al cisne de una belleza accesoria e inútil, pero no de la fundamental.

 

Por Omar de la Cadena y Aragón

Fotografía de portada: Cabeza del periódico La Voz de San Luis, de San Luis Río Colorado, fundado en 1950, un año después de la llegada del joven Abigael Bojórquez  (todavía con «j») a esa ciudad fronteriza que tanto ayudaría a su consolidación como poeta. Colección particular de Omar de la Cadena.

Próxima entrega: “Segundas Letras (primera parte)”. Sexto de doce ensayos cuya versión electrónica sale a la luz pública en Crónica Sonora y de manera impresa en la serie Archivos de la editorial Vértigo Digital.
Nota del Autor:
Un poeta ante la crítica: Una biografía intelectual de Abigael Bohórquez es una crónica ensayística sobre la trayectoria intelectual de Abigael Bohórquez. Cualquier opinión, crítica o sugerencia sobre este escrito, serán bien recibidas y agradecidas para mejorarlo en su versión definitiva.

Sobre el autor

Omar de la Cadena es un escritor apartidista y doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Desarrollo Humano por la Universidad de Sonora.

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