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Ciudad de México.-

Antes que un suculento peligro para nuestra salud, ahora nos enteramos de que las carnitas al estilo Michoacán encarnan una amenaza para nuestra identidad. Después nos informan de una carta, al parecer tan intempestiva como arrojada, en la que el presidente de México exige perdón a España y al Vaticano por los atropellos cometidos durante la Conquista. El estruendo en la prensa y las redes sociales ha sido grande y la mayoría de las reacciones extremas. En mi opinión, todo podría quedar en dos chistes malos de no ser porque, entre malentendidos y desplantes, el asunto de fondo es serio, y es, o debería ser, el de la condición paupérrima en que subsiste hoy la mayoría de los indígenas en toda América Latina. A continuación comparto algunas ideas apresuradas para abonar un poco más el barullo.

No digo que los actos simbólicos no tengan relevancia alguna. La cosa, sin embargo, no es tan simple. No repetiré aquí los detalles que muchos esgrimen para justificar o reprobar la Conquista (en su mayoría me parecen innegables). Sólo la ignorancia o la ofuscación ideológica tientan a algunos a enfocar en blanco y negro una historia tan compleja. La cosa es saber si puede afirmarse que hubo actos equivalentes a lo que hoy llamaríamos “crímenes de lesa humanidad”. Y, ¿acaso se puede dudar de ello? De nuevo, no repetiré datos históricos bien conocidos. Sostengo, eso sí, que argüir que los indígenas no eran peritas en dulce, que la cosa sucedió hace mucho o que cualquier guerra conlleva inevitablemente este tipo de abusos no anula la gravedad moral de esos actos. Los pueblos indios fueron, y son, los grandes perdedores en todas las sociedades que han existido en estas tierras desde la conquista hasta nuestros días. Mi duda es si el perdón es la figura más adecuada para atender la cuestión. 

De lo que expresa el presidente me gustaron dos cosas: que señala que las disculpas tendrían que ser para los pueblos indígenas y que el Estado mexicano también reconocería su parte de culpa. Sin embargo, opino que, aun si suponemos que vale exigir perdón por esos crímenes, la famosa carta es un despropósito. Lo es en buena medida porque, como han insistido muchos, tanto el sujeto que pediría perdón como el que perdonaría se han transformado y hasta fundido de múltiples formas a los largo de cinco siglos. Es verdad que, en muchos sentidos, la España actual no es aquel Reino y que México no existía. Ni los indígenas, los verdaderos agraviados y que merecerían alguna forma de reparación simbólica (y más aún de otro tipo), son los mismos de entonces: también han pasado por procesos complejos de mestizaje cultural y étnico. Más importante que lo anterior, hoy los indígenas, al menos en México, parecen preocupados en defender otras causas: el respeto a sus tierras, a sus derechos colectivos, el reconocimiento de sus lenguas o la mejora de sus condiciones materiales de vida. No veo que en sus agendas destaque exigir perdón por las atrocidades sufridas durante el siglo XVI. Tampoco he visto que participen de la iniciativa del presidente, y los pocos que han opinado sobre ella la han desestimado o incluso condenado (como lo hizo la vocera del Consejo Nacional Indígena). 

En este mismo sentido, el video mismo en que el presidente y su esposa anunciaron la carta es desafortunado, entre otras cosas, por la escenografía elegida: otra vez, con un enfoque que ya podríamos haber superado, se realza el esplendor perdido, las ruinas que testimonian la grandeza de nuestros gloriosos antepasados, y se minimiza la presencia de las ricas culturas de los indígenas de hoy. Los indios del pasado nos siguen cautivando; los del presente, ni los volteamos a ver. ¿Conoceremos en este sexenio el diseño y puesta en marcha de una verdadera política que convenga y beneficie a los pueblos indios y se aleje del folclorismo y asistencialismo de las administraciones pasadas?

Sospecho además que la bravata encaja bien en la tendencia reciente del gobierno federal de definir, con declaraciones rimbombantes, la agenda de la discusión pública, los peligros que amenazan la salud de la nación. En este sentido, no es otra cosa que “una pretensión más histriónica que histórica”, como la califica con acierto Horacio Vidal en este mismo sitio electrónico (me refiero a Crónica Sonora). Veo además una ocasión perdida, pues la manera tan atrabancada con que se obviaron los protocolos diplomáticos más elementales excluye por lo pronto la posibilidad de una conmemoración en 2021 organizada por los dos gobiernos y en la que se pueda debatir, recordar, lamentar, reconciliar y divulgar los sucesos de la conquista. Un encuentro en el que domine una visión matizada y crítica del pasado, ajena a respingos nacionalistas y victimistas y, sobre todo, con una agenda atenta al presente y respetuosa de la voz de los pueblos indígenas. Agrego una inquietud más, y espero no ser el único con estos recelos: un gobierno que concede absoluciones o emite condenas en cuestiones históricas debatidas y sin contrapesos (por usar el término tan denostado hoy entre nosotros) francamente me produce inquietud. Confío en que tampoco tengo que ofrecer ejemplos de estados que en su afán por construir sus propias narrativas que los justifiquen (algo inevitable, desde luego) han entregado e impuesto a sus sociedades imágenes distorsionadas y peligrosamente selectivas de sí mismas. La memoria histórica es algo demasiado importante como para ser monopolio de un gobierno, así sea benevolente y honesto. ¿Puede esperarse que la Cuarta Transformación erija un espejo en el que todos podamos vernos reflejados?

Por último, reconozco que el presidente tiene razón cuando menciona que las reacciones tan numerosas y virulentas a su propuesta indican que “ahí está el tema, subterráneo, en el subsuelo”. ¿Cómo, si no, entender tantos desatinos y groserías de partidarios y detractores de la propuesta? Hay algo, una suerte de pleito con España, que muchos mexicanos no terminan por arreglar. El dilema que origina ese malestar es falso, pero no por ello menos real. Apenas hace un par de noches, mientras cenaba, se me cayó el taco de la boca (y no era de carnitas) al escuchar en vivo a un historiador de la UNAM bien conocido, y más que competente, exclamar que se sentiría más cómodo con sus raíces hispanas si vinieran a pedirle perdón. Otra reputada académica espetó en la prensa que los mexicanos “nada tenemos que agradecer a la conquista”. ¿Así se resumen los productos del rigor de la investigación universitaria? ¿Tiene siquiera sentido la frase entrecomillada? Y en el bando de los ayunos de ideas habría que destacar el ínclito diputado por Tabasco según el cual los españoles son “la peor de las razas”. Esto me lleva, claro, a quienes, inflamados por semejante afrenta, procedieron de inmediato a probar sus hidalguías y a los no pocos que celebraron que España trajera consigo la “civilización” a América. Otros, menos confundidos pero igualmente errados, desechan la cuestión al sostener que todos los mexicanos “somos una mezcla de españoles con indígenas”. El racismo mexicano, esa pigmentocracia que aún domina tanto en nuestras relaciones sociales, es uno de los ingredientes que explican el desconcierto y la tirria. 

La política también ha contribuido a polarizar el litigio, y no resulta difícil percatarse cómo los comentaristas se atrincheran, salvo pocos casos, según sus preferencias políticas. Por un lado están los que creen compartir una agenda social con el presidente y celebran que se pida perdón por los agravios. Sus peores adalides favorecen un nacionalismo chato (y me cuesta trabajo entender que haya de otro tipo) que apela a la imagen del invasor extranjero, de la amenaza exógena cultural o física que ha obstaculizado y sigue obstaculizando nuestra grandeza intrínseca. Por el otro están los que, dispuestos a abuchear cualquier cosa que diga o haga el presidente, se burlan de la carta. Sus peores voceros patrocinan el clasismo y la discriminación más repugnante y temen por un trastrocamiento social y cultural que afecte sus intereses. Por cierto, con sus prejuicios, estos personajes se alinean con algunas de los miembros de Vox y del Partido Popular que en el otro lado del Atlántico respondieron también con insultos racistas a la dichosa carta. En España, la conquista sigue demasiado envuelta en las hazañas guerreras del Imperio, mientras acá se cultiva de preferencia, y no sin rencor, la visión de los vencidos. Algo anda mal en las aulas y en las ceremonias cívicas de ambos países.

Veo en tantos exabruptos identitarios un mismo origen: la manía de concebir nuestra identidad exclusivamente en términos verticales, es decir, en términos de raíces, a veces manifiestas, a veces recónditas, y en no querer simplemente voltear a ver lo que somos. Buscamos un pasado que nos indique lo que debemos ser. Pero una mirada, incluso distraída, no hacia abajo sino hacia los lados, revela que ese montón de personas que por designios inescrutables le tocó vivir en estas tierras no se deja atrapar en categorías sencillas. Compartimos y no compartimos muchas cosas, creemos cosas distintas, venimos en muchos colores y a veces deseamos de manera legítima vivir de maneras no siempre compatibles con los demás. No somos un solo pueblo ni somos una raza (ni siquiera mestiza, pues también hay muchas formas de mestizaje y ya conocemos, o deberíamos conocer, los perjuicios causados por la propagación del mito del México mestizo: uno de ellos ha sido, desde luego, la subestimación de los pueblos indios). México es, de hecho, muchos Méxicos (como el título del memorable libro de L.B. Simpson) y no hay uno solo que sea el único verdadero. Si se insiste en hablar de nuestras raíces, éstas no son dos, sino muchas, y no son sólo indígenas o europeas (que a su vez tampoco son ni fueron pueblos homogéneos). Somos, si se quiere, el producto a la vez viejo y nuevo de muchas culturas pero, para definirnos, importa más lo que somos que lo que fuimos. La identidad es algo más que un dato (genealógico o de otro tipo) a ser descubierto; implica también siempre un toma de postura con miras al futuro, con lo que como individuos y comunidades queremos ser.

Por Héctor Islas Azaïs

Fotografía de MirosyArte

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Sobre el autor

Filósofo, ensayista, editor y traductor cajemense. También le hace a la promoción cultural y ha sido profesor en diversas instituciones de educación superior en Hermosillo, Cajeme y la Ciudad de México. Lleva ya un rato trabajando en la UNAM. Se obsesiona con la ética y la filosofía de la religión, aunque en su siguiente vida quiere ser compositor o novelista —o, si las anteriores opciones fallan, cronista de béisbol—. Últimamente le ha dado por averiguar cómo hacerle para que la filosofía vuelva a ser una actividad relevante en los espacios públicos y educativos.

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3 comentarios

  1. Espectacular Isaías, Me ha encantado tu reflexión. Me gustó el análisis reposado y no hirviente -como suele ser costumbre- de cada una de las posturas mostradas por las diferentes reacciones de políticos, de aquí y de allá, académicos, etc. E incluso me ha gustado tu último párrafo positivo, conciliador y que regala algo de esperanza.

    Sin embargo, me voy a permitir discrepar de eso último que dijiste. Creo que te equivocas y sin quererlo caes en lo que creo que es el error también del resto de gente: creer que hay un «nosotros» y un «vosotros». O HABÍA un «ellos» y un «otros». Incluso de hecho en un momento dado hablas de los indígenas como «nuestros ancestros»… y sin embargo no he leído que te refieras a los «europeos» que llegaron aquí como «ancestros»… a pesar de serlo!!! Parece a día de hoy que es políticamente incorrecto. Más al contrario, es ingenuo negar lo malo que hicieron tus ancestros, o llamar solo ancestros a los que hicieron cosas no-malas, los otros ya dejaron de serlo 😉

    Es decir, tienes que admitir que siguen todos ustedes (y me refiero más a los mexicanos actuales que a los españoles actuales, salvo algún estúpido) en una visión hollywoodiense y maniqueísta del origen del mexicano actual, en el que muy pocos reconocen que son descendientes de índigenas a IGUAL PARTE que de los europeos. Obviamente, unos más que otros. Ahí sí creo que en un momento dado le atinas y descartas eso. Aunque a ratos se te olvida, como expresé en el párrafo anterior.

    Pero es que además, ¿porqué todo el mundo olvida al resto de SERES HUMANOS Y CULTURAS que han pasado por América y se han quedado? Por poner un ejemplo sobradamente conocido: los chinos. Pero también muchos africanos, etc.

    Es decir, ¿porqué insisten en reconstruir su relato histórico FIJÁNDOSE en Cortés y los Aztecas? por favor… es que es un despropósito monumental!!!

    ¿Mi visión del asunto? Mucho más INDIVIDUALISTA: creo firmemente que «el hombre es un lobo para los otros hombres» como dijo el célebre filósofo, y que 50 años viviendo en este planeta (en dos continentes) me han confirmado. Aplicado a México:

    – Entre los millones de gentes que hemos llegado a América DE TODAS PARTES DEL MUNDO druante unos 500 años, hay gente oportunista para los negocios, para las aventuras, amantes de la exploración geográfica y cultural del planeta (padre Kino, de sobras conocido, por ejemplo), apóstoles de la espiritualidad y la salvación del alma (jesuitas, franciscanos, protestantes, etc…)… y entre ellos hay algunos que son estúpidos, otros arrogantes, otros generosos, otros soñadores, otros egoístas, etc… Pero cada uno hemos venido por que nos interesaba a nosotros (como individuo) de algún modo. A mí no me envió el Reino de España, ni a Colón tampoco… al contrario, tuvo suerte de que alguien le financiara la que iba a ser la segunda ruta de la seda para llegar a Oriente navegando en sentido contrario.

    – Pero, del mismo modo, entre los pobladores autóctonos (trato de minimizar el uso del término índigena) los había también estúpidos, arrogantes, generosos, soñadores, ambiciosos, egoístas, sanadores, sanguinarios, etc… Todos sabemos no solamente de los brutales sacrificios humanos, sino también de las relaciones de poder (y por las armas… sí, sí… por conquista!) de unas tribus sobre otras o de unos reinos sobre otros. A veces algunos en México usan la palabra Conquista sugiriendo que lo inventaron los europeos.

    En fin, y ya para terminar, por más que leo a Octavio Paz (o tal vez será por eso), me da la sensación de que es un poco absurdo pretender obsesionarse por eso que algunos llaman «el ser mexicano» o «definir qué somos los mexicanos» o la «idiosincrasia mexicana». Es asbsurdo en general para cualquier pueblo, más hoy en día que nos mezclamos más y más (es universal), pero especialmente en el caso de México que ya antes de que viniesen los europeos era una amalgama de culturas diferentes e «independientes» en un territorio que en extensión se homologa con Europa. Pero ya a día de hoy, que han llovido 500 años de INMIGRACIÓN planetaria sobre este continente… vaya, me parece ingenuo pretender sostener ningún tipo de «identidad grupal» más allá que aquellas de bajo nivel: identificarnos como individuos (todos! independientemente de nuestro origen) con la COMUNIDAD LOCAL que habitamos, con la tierra que pisamos y con el planeta entero (a nivel medio-ambiental), y si quieres el respeto por el estado de derecho y al convivencia pacífica y cívica.

    Buscar ningún tipo de «comunidad cultural» me parece peregrino, algo así como buscar el Santo Grial. La historia está ahí, y siempre será un gran filón para cuentos, novelas y películas. Que al fin y al cabo, a todos nos sobra creatividad cuando nos ponemos a ello.

    Salud!! De un mexicano nacido en Cataluña. 😉
    Sergi

  2. Woowww, acabo de leer esto que se explica aquí de Colón… ciertamente no es la historia a que auno le han contado. Y parece que está bien sustentado en informes «policiales» de la época. Aunque uno ya no sabe nunca qué pensar sobre los «informes» de cualquier tipo. Si a día de hoy la policía en España ha sido hallada culpable por falsear documentación sobre presuntos delitos (casualmente de opositores políticos del gobierno)… qué puede uno esperar de informes escritos hace 450 años !!!???

    [Cristobal Colón – Acusación de tiranía]
    https://es.wikipedia.org/wiki/Crist%C3%B3bal_Col%C3%B3n#Acusaci%C3%B3n_de_tiran%C3%ADa

    Como sea, me reafirma en lo que dije: hubo, hay y habrá gente horrible que haces cosas horribles. No se lo ordenan ni su bandera ni su país. El 99% de las veces es por puro egoísmo convenenciero. Y en algunos casos hasta parece que disfrutan infligiendo daño. Y de esa gente la hay de todos los bandos, partidos y banderas. Así de triste. ¿O alguien cree que no?

  3. Estimado Sergi, me da mucho gusto que me hayas leído con tanta atención y además dedicado tanto tiempo a escribir un comentario tan completo. La verdad me halaga mucho. Ahora bien, respecto a lo que me dices, me parece que estamos de acuerdo, y si no te lo pareció del todo cuando me leíste seguro se debe a que no me exprese con la debida claridad. Mea culpa. En relación con el reclamo de no considerar a los europeos entre «nuestros ancestros», en realidad sí que lo hago. Está de manera explícita (según yo) en el último párrafo, por ejemplo. Y si no lo parece, pues aprovecho estas líneas para aclararlo. Y como muy acertadamente dices (y según yo también lo digo) los antecedentes culturales y étnicos de los pobladores de este país no sólo son de indígenas y españoles: también los hay, como bien dices, de africanos (¡llegaron desde tiempos de la colonia!), asiáticos, judíos, libaneses, alemanes, yugoeslavos, argentinos, etc. etc. Mencionas a los chinos, a los que este país (sobre todo el norte) les debe bastante (y mira cómo los hemos tratado). No pretendí, pues, minimizar esas otras aportaciones y menos negar o subestimar las raíces hispanas de este país.
    Tienes razón, creo, cuando hablas de las cosas «malas» y «no malas» que cometieron unos y otros en la Conquista. Lo que sucede es que quise evitar esa discusión porque me parece que reducir todo el asunto a un concurso de villanía, de haber quién fue más malo, me parece de plano infantil, muy alejado de una posición más objetiva. Y muchos caen en ese juego. Me resulta obvio por los testimonios y crónicas con las que contamos que atrocidades las cometieron ambos bandos.
    Y no puedo sino compartir lo que mencionas de que eso de buscar la verdadera identidad del mexicano es como buscar el Santo Grial. Por eso, en el último párrafo con lo de evitar una mirada vertical de la identidad y tratar de verlo en un sentido horizontal pretendía, quizá no con la claridad debida, «diluir» el problema, mostrar que tratar de encontrar «una» identidad o la «verdadera» identidad es absurdo. Lo que llamamos «identidad» es algo variadísimo (y depende de los individuos, las regiones, etc.) y en constante cambio. No hay algo así como la «esencia» del «mexicano».
    Yo como tú tampoco nací en este país y la mitad de mi familia no vive aquí. Estoy seguro que eso ha contribuido un poco a tener una óptica menos prejuiciada (o al menos eso quiero creer, porque a veces uno cae en espejismos y trampas sin darse cuenta). La pluralidad es algo con lo que crecí y desde pequeño aprendí a pensar que eso de nacer en un país y no en otro no es determinante de las personas. Muchos, demasiados prejuicios comienzan con los estereotipos que comienzan con frases como «los mexicanos son…» o «los españoles son…» y a veces no vemos a los individuos, a lo que verdaderamente existe. Comparto contigo ese énfasis de que hablas tan bien que deberíamos de darle a los individuos antes que a las «identidades grupales».
    De nuevo Sergi, ¡muchas gracias!

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