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En Norteamérica, durante las temporadas televisivas animadas de 1958 a 1961, niños y adultos conocieron a tres graciosos personajes surgidos de los estudios de William Hannah y Joseph Barbera: Pixie, Dixie y el Sr. Jinks. 

Su trama es muy parecida a la clásica Tom y Jerry. Jinks, gato abusivo, acosa a los ratones Pixie y Dixie; ellos, sagaces e inteligentes, resolverán la mejor manera de escapar y vencer al despótico minino. Eso sí, la diferencia entre ambas producciones fue el presupuesto. Al ser menor para Pixie, Dixie y el Sr. Jinks, el gracejo estaba basado más en los diálogos que en la acción. 

Entonces su doblaje era indispensable. 

Desde su estreno en México, las voces que acercaron estas aventuras al gran público, constituyen un monumental acierto humorístico solo comparable con las traducciones al castellano de Don Gato y su pandilla. 

Para nuestro país, Pixie era un “peladito” mexicano; Dixie, un pequeño ratón cubano y el Sr. Jinks presentaba ese palmario acento andalúz por Florencio Castelló, actor que llegó a México en 1939, huyendo de la guerra civil española. La simpatía de las situaciones representadas en la televisión,  con estos doblajes, ilustraron una memorable parodia sobre la colonización de América. 

Si el verdugo, el opresor, el gato, era oriundo de la Madre Patria, los súfridos múridos tenían que ser, por supuesto, de México y Cuba, territorios ocupados, conquistados, colonizados, heridos y liberados por la Corona Española del siglo XVI. 

En la memoria colectiva quedaron grabadas, junto a esas supuestas marcas de la conquista, las frases favoritas de Jinks, gato gitano y señorón: “¡Marditoh roedoreh!”, “¡Miserableh roedoreh!”, pronunciadas con un inconfundible y cómico tono en digna réplica y homenaje a Juan Legido, el de Los Churumbeles de España.

Así, familias y amigos entre México y España, hemos vivido en armonía y reconciliación desde hace siglos. España nos ha dado una parte de nuestra identidad y cultura. Es nuestra raíz europea, el resto es americano. De ahí nace el mestizaje. En la conquista no hay ganadores o perdedores. Es el nacimiento de lo que somos. De lo que fuimos y de lo que seguiremos siendo: vástagos de la raza cósmica vasconcelista. 

Sin embargo, prevalecen prejuicios, vergüenza de siglos de la humanidad. Aún se respira una arenga chovinista, parcial y primitiva que se victimiza y pretende culpar al otro, al extranjero, de muchas de las culpas, obligaciones y responsabilidades que nos toca resolver. El pasado lunes, López Obrador, presidente de México, envió una misiva al Rey de España, Felipe VI, exigiendo una disculpa de parte de la Corona, por todos los abusos y excesos cometidos contra la población indígena durante la Conquista, hace 500 años. 

Papelito habla.

López Obrador no dirigió su carta al presidente de España, tampoco la mandó a la Cámara Baja de las Cortes Generales. No. Lo hizo a quien detenta la monarquía. Nada más decimonónico, inútil y teatral. Nada mas simbólico: baladí, estéril pero divertido. Rituales de absolución, redención y reconciliación que resultan estrambóticos y que, de suceder, no borrarían cicatriz alguna, porque en realidad la mentada sutura ya no existe, salvo en los complejos de unos cuantos. 

Es verdad. Durante los últimos años ha habido esfuerzos de perdón implorados por otrora abusadores contra sus víctimas: “¡Marditoh roedoreh, le voy a hace ver su suerteh!”.

Es así como Francia ofreció disculpas a Argelia, por el galo flagelo cometido durante la guerra de independencia de esa nación africana; Japón pide perdón a Canadá por la manera en la que el Imperio del Sol Naciente trató a prisioneros de guerra;  Alemania – esa gran villana – hace lo mismo ante el pueblo judío por el Holocausto y el Papa Francisco, a nombre de la Iglesia Católica, solicita indulgencias por varios asuntos pendientes, entre ellos la inquisición, el bullying a Galileo y sí, por el vilipendio hacia ciertas comunidades indígenas que se negaron a aceptar la fe cristiana.

Como se ve, el perdón es solicitado por quien pretende, la mayoría de las veces, una reconciliación ante hechos recientes. Y ofrece algo a cambio. En el affaire del gobierno mexicano, su pretensión es más histriónica que histórica. 

Y, diríase en España, es una pena, penita, pena. Lola Flores dixit.

López Obrador parece ignorar, o minimizar, el hecho de que la exitosa estrategia de Hernán Cortés para lograr la conquista de lo que ahora conocemos como México, resultó de una alianza política y militar con los caciques tlaxcaltecas, quienes estaban hasta el penacho del Imperio Azteca. También se desconoce, por parte del presidente y su esposa, que se supone es historiadora, que los gobiernos siguientes a la Caída de la Gran Tenochtitlán, contaron con autoridades y funcionarios tlaxcaltecas. 

Y me atrevo a aclarar: lo que ellos y sus súbditos han dado en llamar “la invasión española” es solo una parte de todo un proceso – histórico y cultural – que ha trascendido en usted y en mí, los mestizos, los mexicanos. Somos, en un solo cuerpo, en una sola alma, conquistados y conquistadores. 

Aunque en la otra esquina habitan y chillan “los hijos de la chingada”. Octavio Paz explica, en El Laberinto de la Soledad, que la chingada es la madre violada. Es La Malinche, ultrajada, tomada por Cortés a la fuerza. Para algunos somos producto de una violación. El trauma es mayúsculo. No lo superan. Pobrecitos hijos de la chingada. 

Yo defiendo con orgullo mis raíces americanas y europeas. Que son mías y de todos. Y gozo al celebrar la situación actual como una caricatura. Elijo primero: como una de Pixie, Dixie y el Sr. Jinks. Los símbolos son signos de doble cara. En este episodio, un rostro muestra un anhelo de reinvindicación y justicia. Pero el otro exhibe un pensamiento chiquito, xenófobo, limitado y acomplejado.

“¡Marditoh roedoreh!”

Por Horacio Vidal*

*Texto producto del Taller de Ensayo que dirige Michel Giovanni Parra, en Hermosillo, auspiciado por el Instituto Sonorense de Cultura.

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Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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