Hermosillo, Sonora.-

Si volviera a ser niño mi sueño sería el mismo: de grande quiero ser futbolista profesional. No había mayor adrenalina que jugar futbol: ya en la escuela, ya en la plaza o en el hogar. En Villa Juárez teníamos un baldío enorme y una ramada que brindaba cantidad de porterías. Incluso el pasillo de la casa de mis abuelos, hoy convertida en hermoso Oxxo, fue escenario de incontables cascaritas entre hermanos y primos. Son inolvidables los regaños de la abuela: «No tienen juicio», se quejaba con razón.

En esa infancia pueblerina mi gran pasión era el juego y el deporte, muchas veces indistinguibles. Jugábamos beisbol, basquetbol y futbol. Todos los días y a toda hora. Además de practicarlo lo consumía: me devoraba la página deportiva del Diario del Yaqui, al cual mi abuelo tenía suscripción, y a veces lo veía en la tele de la sala, una Sony de varias pulgadas que nos dio acceso a caricaturas, series y deportes.

Sin embargo, mi descubrimiento del fut como espectáculo televisivo sucedió en casa del tío Jesús, en Ciudad Obregón, una tarde sabatina que me dejaron solo con mi soledad. Fue un Pumas vs Tampico Madero. Partidazo. Tal vez por eso, y por el traje que mis padres me regalaron cuando yo tenía cinco años, le he ido a Pumas desde niño. Sólo así me explico que mi equipo no haya sido el Club Puebla, un trabuco de sujetos que lo tenían todo: técnica, enjundia y carisma, además de campeonatos.

Tres nombres destacaban en ese equipo: Carlos Poblete, Jorge «el Mortero» Aravena y Pablo Larios Iwasaki. El primero por su coraje, el segundo por su cañón y el tercero por su mezcla de locura y talento. «Todos temblábamos cuando Pablo salía», han dicho una y otra vez sus compañeros de época. Por cierto, Pablo era portero.

Tres décadas más tarde, ayer, preparábamos la comida Perla y yo cuando la noticia: «Esta mañana murió Pablo Larios Iwasaki, gran ídolo del futbol mexicano. Nuestras condolencias para su familia»…

-No manches, murió Pablo Larios

-Sí, me enteré hace rato

-Para mí hay tres grandes arqueros mexicanos: Campos, Heredia y Larios

Pero lo que yo quería decir no era precisamente eso, sino expresar de algún modo que un pedazo de mi niñez se acababa de esfumar. Sentí un luto instantáneo, una sacudida a mi pasado.

-Para mí es Miguel Marín

-Pero estamos hablando de porteros mexicanos

-Ah, es cierto que Marín era argentino, ¿pero qué no lo viste jugar?

Vas y chingas a tu madre, murmuró una voz interna, pero la hice callar.

-Yo pensé que tenías en mejor recuerdo a Larios

Perla siguió cocinando y yo perdiendo el apetito.

Me gustaría decirte, Pablo Larios, que en aquellas cáscaras de juventud había un camarada que ante un paradón del portero gritaba a todo pulmón: «¡Pablo Larios Kiwasaki!». (O eso entendía yo, con K). Era el Chelís, personaje. Nunca más supe de él y tampoco de ti hasta el día de ayer. Pero siempre han estado en mi memoria, la memoria de un adulto que de niño soñó con ser jugador de futbol profesional.

Por Benjamín Alonso

Pablo Larios Iwasaki (1960-2019). Fototeca Milenio.

Sobre el autor

Premio Nacional de Periodismo 2007. Director de Crónica Sonora. Escríbele a cronicasonora@gmail.com

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2 comentarios

  1. Hace cerca de un año me toco ver un reportaje sobre su situacion actual. Muy triste el final de su vida entre drogas, encarcelamientos, pobreza.

    1. Muy cierto, Edd, aunque al final se compuso, a juzgar por testimonios de ex jugadores del Puebla que se juntaban a cascarear cotidianamente con él, el hecho de haber jugado para alcalde de su natal Zacatepec el año pasado, y las palabras de su hijo Carlos en torno al sorpresivo malestar gastrointestinal que al final lo llevó a la tumba.

      Saludos

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