En el lejano siglo XX el cambio climático era una cosa de científicos y ambientalistas pesimistas con acceso a las publicaciones en las fronteras de ciencias como climatología, ciencias de la atmósfera y análisis micrométrico. El resto nos vestíamos de colores fosforescentes y nos maravillábamos de la posibilidad de llevar una hora de música en un aparato de baterías colgado a la cintura. 

En este angustioso siglo XXI el cambio climático pasó de las revistas eruditas a las primeras planas de los periódicos, incluso los alarmistas… Sus efectos están a la vista de todos a pesar de los desesperados esfuerzos de los últimos negacionistas.

Los incendios en Siberia o Australia, los deshielos masivos en la Antártida, los cambios en los patrones de lluvia y las tormentas polares son una realidad inescapable. Y sin embargo, la conversación y las acciones siguen centradas en la reducción de emisiones, lo que en la jerga climática se llaman “acciones de mitigación”.

Empezamos por las acciones que nos ahorraban dinero y reducían las emisiones, como los focos ahorradores, o el aumento de la eficiencia de los vehículos y la conversión de las viejas plantas de generación de electricidad de carbón, diésel y combustóleo por las “menos” contaminantes basadas en gas natural.

Hemos llegado al punto donde es más barato producir electricidad con celdas fotovoltaicas o solares que quemando carbón de piedra. Y eso es bueno, aunque algunos esfuerzos como el biodiesel y el etanol de maíz han resultado contraproducentes en términos netos.

México ha sido un participante activo en la arena internacional como parte de los países megadiversos (Indonesia, Brasil, India, China, Costa Rica, Colombia, etcétera) que junto con los países insulares han presionado para que los grandes emisores (Europa, Estados Unidos, Rusia, Japón y China) reduzcan sus emisiones a la atmósfera común y moderen su consumo energético.

La discusión ha pasado a la conciencia colectiva como un asunto de diplomáticos y estereotipos nacionales, entre países ricos emisores y países pobres afectados. Pero el tiempo para la reducción de las emisiones hasta un punto que permitiera conservar las condiciones climáticas del siglo XX ha pasado ya. 

En mis tiempos había una red internacional llamada 330, que buscaba reducir las emisiones de bióxido de carbono y gases de efecto invernadero para que no alcanzaran el punto de 330 partes por millón en la atmósfera global. Actualmente la atmósfera tiene más de 412 ppm y los efectos pueden verse en las noticias o desde nuestras ventanas. 

 En los primeros años de la lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero los activistas eludían hablar de la necesidad de adaptación a los efectos del cambio climático para no normalizar su inevitabilidad y desviar la atención de la acción preventiva.

Otra consecuencia más local para países de ingresos medios como México, es que aunque grandes, nuestras emisiones siguen siendo menores que las de los hogares ecologistas de Alemania o Canadá o los japoneses cazadores de ballenas, en parte por el clima que requiere menos calefacción y por la concentración de la riqueza que hace que no mucha gente tenga automóvil propio.

Así que además de ser un asunto de diplomáticos, científicos y ambientalistas profesionales, el cambio climático se percibe como una preocupación de países ricos y derrochadores de energía.

 

Próxima entrega: el clima que viene

 

Por René Córdova Rascón

Fotografía de Carlos Argüelles

Sobre el autor

José René Córdova Rascón es Antropólogo Social por la ENAH, maestro en Salud Pública con especialidad en Políticas Públicas por la Universidad de Arizona en Tucsón, director de Espacios Expositivos, S.C. y curador externo de la nueva exposición permanente del Museo Comcaac (antes Museo de los Seris) en Bahía de Kino, Sonora. Contacto: rrenecordova@gmail.com

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