Dice el editor que casi le gustó mas la reseña que la película

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Ronda por las salas nacionales la nueva película de Michel Franco, Nuevo Orden (México-Francia, 2020) como una propuesta lanzada en el Festival Internacional de Cine de Venecia edición 2020, donde resultó laureada con el León de Plata otorgado como el Gran Premio del Jurado. Su recorrido incluye el Festival Internacional de Toronto y el Festival Internacional de San Sebastián, España.

Una película se convierte en un acontecimiento cuando es capaz de llamar la atención, ya sea por su temática, su guión, cierto efectivo hechizo que causa en las audiencias una irresistible tentación de mirarla, un personaje fuera de lo común, una canción inspiradora o arrebatadora, una extraordinaria actuación o caracterización, la aparición de alguna luminaria con un peso específico mayor que el del proyecto total, por un desenlace que se sale de lo convencional o, en fin, por una buena suma de sus partes.

Nuevo Orden es una película provocadora desde la temática que aborda relativo a la violencia generalizada en un México presente, actual, o si se gusta de un cercano futuro, donde se ubica la trama de esta historia, donde no se sabe bien a bien si la efervescencia de la inseguridad pública proviene de la síntesis cultural de la sociedad que somos, o de la corrupción de las autoridades políticas, de las fuerzas de seguridad y del sector de procuración de justicia como elemento sistémico de nuestro régimen de gobierno, es decir de la caracterización de nuestro Estado como uno fallido a partir de la corrupción, incapacidad y decadencia de las instituciones.

Como el planteamiento es válido, legítimo, la película interesa porque la sociedad busca verdades y respuestas acerca de algo que se nos ha explicado por décadas como un constante “atole con el dedo” con términos como “coordinación de las fuerzas de seguridad”, intercambiable a vuelta de sexenio por algo denominado como “mando único”, con medidas que cambian de siglas de AFI a SSP, a PF, a Guardia Nacional, de PGR a FGR, de PGJE a PESP, según quién gobierne y cuándo gobierne.

La película de Nuevo Orden es pertinente como una película a tiempo y en su tiempo, cuando los microbuses que llevan a la clase obrera del Estado de México a trabajar a la capital del país a las cinco de la mañana son asaltados por vagos empoderados y armados que pegan cachazos en la cabeza a las mujeres pasajeras, a los padres de familia, a jóvenes universitarios, a choferes, robándose celulares, carteras, computadoras, todo lo que carga la gente, golpeando, asesinando, aterrorizando a su libre albedrío, impunemente.

En un México en el que todo a lo largo del territorio nacional los violadores han comprendido que después de cometer su ultraje, el homicidio imposibilita la denuncia por violación por parte de la afectada y la desaparición de la víctima entierra ambos delitos, para que la impunidad sea más fácil y para que el ejercicio de la justicia se convierta en una auténtica falacia o utopía; seguidilla de este fenómeno, lastre, flagelo nacional resumido en el término de feminicidio, tumor cancerígeno más profundo y al parecer más difícil de poder extraer desde la complejidad y enfermedad del tejido social constituido.

En el punto más alto del descontrol de la inseguridad en el que todos los centros urbanos del país son azotados por la extorsión a los comercios y sectores que sustentan la economía real de las regiones; la guerra de plazas por grupos del crimen organizado, la inundación de drogas sintéticas que tienen como destinatarios a los niños, adolescentes y jóvenes de todas las colonias populares de nuestras comunidades y todos los poblados rurales de nuestras provincias; por supuesto que la película Nuevo Orden, desde una de las bellas artes que es el cine, es una obra que llama la atención porque es un trabajo dirigido al público, que pone el dedo en la llaga sobre una cuestión nacional.

Si el guión que presenta el joven cineasta Michel Franco abre con el relato de una boda burguesa muy al estilo de la capital del país, banquete al aire libre en una casa palaciega, con guardias de seguridad en el estacionamiento, en que los invitados llegan con un sobre de dinero por delante, en que la servidumbre presenta un acento un color de piel y los dueños y los invitados otro; imagen que se acentúa en tomas prolongadas para remarcar ese ambiente materialista y pop que priva en esos círculos de fortunas dudosas; el giro sorpresivo no tarda mucho en suscitarse e inmediatamente trae a cuenta el título de la película: Nuevo Orden.

Si bien la cinta ofrece postales iniciales acerca de qué va el argumento, las cosas no toman realmente su curso sino hasta su primer giro: El asalto de la ciudad por parte de una turba, una ola, una marejada de insurrectos armados que un lector avezado pensará, primero, en el Ejercito Popular Revolucionario, el Partido de los Pobres, y luego en un segundo pensamiento reflexionará si lo que se presencia es un saqueo generalizado de la capital del país a causa de una súper devaluación del peso, un desempleo del 50% que no se resuelve ni con el autoempleo ni con el subempleo, la fayuca, la piratería o lo que es común el día de hoy a medio sexenio de la 4T o Cuarta Transformación, es decir, el robo, los asaltos, la extorsión, los secuestros, institucionalizados como parte del paisaje y del proceso social del inicio de la tercera década de nuestro país.

Esa es la primer falencia del film: ¿Cómo se origina una revuelta popular de pobres contra ricos en una ciudad de ocho millones de habitantes o una zona conurbada de veinte millones de habitantes, sin que sea sofocada por las fuerzas de seguridad intermedias o locales, sin la necesidad de la intervención del ejército como medida extrema, como sucede en la película? Simplemente es una idea que no guarda dimensión con la verosimilitud de un complejo urbano como la Ciudad de México. La película da por sentada una articulación y una coordinación por parte de la población para, de golpe, tomar por asalto a una ciudad en la que no sólo existen múltiples fuerzas de la ley para sofocar eso, sino que, fuera máscaras, todos sabemos que las fortalezas de los millonarios de las Ciudad de México son más inviolables que las instituciones mismas. ¿Alguien recuerda el asalto a la Casa de Moneda?

Si el carácter distópico que todos los críticos y especialistas le otorgan a esta fábula mexicana del siglo XXI consiste en la aceptación de la premisa de que los pobres organizaron y llevaron a cabo una revuelta violenta para asaltar las mansiones de los ricos, saquear los supermercados, instituir un caos con aristas de llamarada de petate, sin posibilidades de triunfo, sin canalización política que constituya un horizonte de conquistas tendientes a satisfacer sus demandas, sino un arrebato enloquecido convertido en una especia de orgía asesina para hacerse de efectivo, de joyas, de aparatos modernos de comunicación, computadoras y electrodomésticos, perfumes y relojes, y para saciar sus instintos de venganza y de nacionalismo pintarrajeando de verde y de rojo las paredes de los millonarios; entonces la complicidad que se le pide al espectador es demasiado grande como para que la película sea tomada en serio como una obra que aborda la cuestión nacional.

En la revuelta de los pobres y de los mestizos del Valle de México que prospecta la película, no se distingue un solo líder, un vocero y tampoco ninguna consigna ni política ni de lucha social que no sea el asalto, el saqueo, el ultraje, el asesinato y una revancha que huele a la Colonia, la Independencia, la Revolución y al Movimiento Estudiantil del 68 (por los destinatarios y por el lugar de la acción) de modo que los participantes de la trama actúan como anarquistas o generadores de un caos sin posibilidades de triunfo y lo que desde una boda convertida en una carnicería se traslada a toda la Ciudad de México, haciéndonos creer en la posibilidad de que en cien kilómetros a la redonda un millón o cinco millones de pobres han tomado por asalto la ciudad un domingo cualquiera, y eso ha hecho que, al estilo de los  Estados Unidos en la película de Edward Zwick, The Siege (Estados Unidos, 1998), que anticipó mejor que nadie lo que ocurrió en las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, el Ejército Mexicano tenga que entrar al quite estableciendo una Ley Marcial, con toques de queda y controles de entrada y salida en todos los puntos de la ciudad, toda esa combinación de hechos constituye una estructura frágil e inverosímil para intentar ver esta historia con un sustento de objetividad. La ficción distópica se impone y es otra la mirada del lector.

Pero el elemento más importante del arte es, tal vez, precisamente la subjetividad. E imbuidos de un trabajo artístico, podemos comprar la idea de que en la Ciudad de México, como región neurálgica a nivel político, económico y cultural de nuestro país, puede asestarse sin la mediación definitiva a favor o en contra de las fuerzas policiales. Una vez obviado esos anchos queveres de la realidad, entonces la propuesta de esta trama sobrevive con ese carácter distópico que se le atribuye: La revuelta social de pobres contra ricos ha logrado nulificar a las fuerzas regulares del orden y su asalto mayor ha sido tan grave a lo largo y lo ancho de la gran ciudad que ha tenido que llevar a la extrema medida de llevar al Ejército a las calles para refrenar a la población, algo que no se hace contra los poderes de facto que representan las bandas de narcotraficantes que por décadas han azotado a entidades enteras y centros urbanos importantes para el desarrollo de la vida nacional, convirtiéndose en factor de retraso del progreso normal al que aspiran las sociedades y las generaciones.

En el juego de acontecimientos que se dilucidan en el filme, tal vez la apuesta del director Michel Franco es reflexionar acerca del papel del Ejército Mexicano en la dinámica de la vida social de nuestro país. Si en la película se utiliza al ejército para reprimir a una revuelta popular espontánea o articulada, ¿por qué no se le utiliza al ejército para reprimir a los grupos del crimen organizado que sistemáticamente atentan contra la estabilidad regional, local, estatal, nacional de una república federal como la que presume ser la nuestra? He ahí el valor simbólico de la cinta.

Entonces la película se parte en dos.

A raíz de la represión del tumulto y del control total militar de la ciudad, al parecer el saldo han sido miles de muertos y prisioneros del lado de los manifestantes, policías y soldados, y de entre todo eso, un sinnúmero de hombres y mujeres de clase media y alta capturados y secuestrados supuestamente por los líderes de los manifestantes que lucrarán jugosa y arteramente con las vidas y libertades de los ciudadanos desaparecidos en la revuelta. Como Marian Novello, la novia de la boda ultrajada que, en pos de ayudar a una ex sirvienta y niñera de su infancia, moribunda, pretende salir de la fiesta, su propia fiesta, para salvar la vida de su querida nana pagándole un hospital privado para su operación de vida o muerte, porque sus padres no le quisieron prestar el dinero al esposo de la enferma. Este evento desafortunado hace que Marian y Cristian, chofer de la residencia e hijo de la sirvienta principal de la casa, queden atrapados en medio de la turba del ejército de pobres y caigan secuestrados y encerrados en una cárcel clandestina junto a cientos de otros adinerados susceptibles de extorsión.

La película se parte en dos porque rápidamente, del predominio de los levantados se pasa al predominio del ejército, y el eje conductor de la cinta, es decir la suerte de la joven y bella novia Marian, lleva la narrativa de la historia a una situación de tensión donde poco a poco se vislumbra la intención de la cinta: abrir los ojos hacia un Nuevo Orden donde el ejército juega un rol principal, que es como la distopía  se fragua y al mismo tiempo se convierte en una versión de la Argentina de Videla, los milicos que gobernaron de 1977 a 1983 ese país sudamericano.

La apuesta es válida y es valerosa. Al parecer hay elementos para pensar en esta como una cinta visionaria de lo que puede pasar si se salen de control los delgados equilibrios que sostienen esta democracia que saluda con sus manos por la pantalla de la televisión a sus ciudadanos y al mundo; pero cuyas muñecas, codos y hombros apenas se sostienen y ya casi no puede ocultar su dolor ni sostener su mano; esta democracia cuyo cuerpo formado por el tronco del gobierno federal y las instituciones democráticas, el INE, los partidos políticos, son un árbol blandengue cuyas ramas y hojas (que somos nosotros) se arrastran por el suelo, porque el clima lo controlan otros y los días soleados del progreso se vuelven borrascosos, tormentosos y grises por los actos violentos de los poderes de facto que se maquillan en discursos cosméticos que ya no son creíbles para nadie, una democracia que sonríe pero que ya no aguanta las ganas de llorar…

Y tal vez esta película lo mismo es un hartazgo por la clase política que una oscura advertencia para quienes juegan con la tentación de que el ejército tome el control de todo para contrarrestar lo que la corrupción y la incapacidad de las instituciones y las autoridades (sus representantes) han convertido en el México de hoy: un estado fallido dominado por el narcotráfico, la corrupción, la impunidad, la inseguridad, la injusticia, la desigualdad, el saqueo sistematizado y generalizado.

Nuevo Orden es una película para verse y para comentarse, para hacer una propia lectura de su trama, para creerse o para no creerse, para estar de acuerdo o para no estar de acuerdo, para anticipar una cosa o anticipar lo opuesto. Para opinar que se exageró o que se quedó corta. Pienso que el principal valor de esta película es dejar las cosas a medias en torno a las ideas y que, como sucede con el arte contemporáneo de la actualidad, el público participa de la obra de arte. No es en balde el gran logro de Michel Franco con su anterior cinta Después de Lucía, película ganadora del Premio “Una cierta mirada” del Festival de Cannes en el 2012, un drama actual sobre acoso escolar entre adolescentes que, al igual que Nuevo Orden, presenta sin tapujos un tema nacional que cobra vidas y afecta existencias sobre una base diaria, trabajo artístico cuyo valor agregado está en la problematización de un tema absolutamente público y tangible cuya conclusión queda en manos del espectador. El objetivo de ilustrar la realidad queda cabalmente cumplido para estupefacción de propios y de extraños.

De esta manera, no ya con un trabajo sino dos, Miche Franco es un activo valioso del arte mexicano por la pertinencia, la relevancia y la frontalidad con que aborda temas que nos afectan a todos, siempre desde la independencia y la libertad de crear una obra que es congruente consigo misma como trabajo artístico: fabulas o ficciones que trastocan una realidad imposible de ignorar.

Si tiene que haber un estilo de arte, que sea este. Si tiene que existir una actitud para ejercer el arte, que sea esta.

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2 comentarios

  1. No he visto la película pero la reseña está muy buena e incita a verla. Y como bien dices, cualquier distopía que intente plasmar el macabro escenario mexicano, nos saldrá debiendo.
    Un saludo.

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