Ciudad de México.-

Últimamente han comenzado a fallar los aparatos electrónicos en casa. Mi laptop, mi “dinosauria” es una Toshiba Satellite obsequio de mi hermana Lily y tiene aproximadamente 10 años. Cada mañana debo prenderla con 10 minutos de anticipación para que comience a funcionar “debidamente”, es decir, mediocremente. Cuando al fin se escucha el clásico sonido de Windows, lo primero que aparece en pantalla es una aviso de Microsoft que me advierte que DEBO actualizar mi sistema operativo de inmediato de otro modo no podré navegar por algunos sitios de internet ni utilizar lo último de las herramientas de Word y otros programas.

Omito el aviso y continúo usando mi querida y fiel Toshiba como siempre. Ahí escribo artículos, preparo mis clases, reviso mis correos y utilizo algunas redes sociales como Facebook. Esto que escribo ahora es desde mi “dinosauria”. También tengo fotografías familiares e incluso programas de radio que grabé hace casi 8 años.

El teléfono que tengo es un I-Phone 4 obsequio de mi hijo quien, a su vez, lo obtuvo de mi hermano Lalo. No puedo descargar algunas aplicaciones como G-mail en él y no es compatible con muchos otros sistemas operativos. El navegador se llama Safari y es lento y limitado, pero funciona para lo que yo necesito. Es un buen teléfono y es rápido y aguantador, tiene una capacidad de almacenamiento grande. A mí me gusta. No quiero cambiarlo.

Hoy comenzó a darme problemas. El cable del cargador se rompió de un extremo y no podía cargarlo. Estaba muerto. Fui a un lugar donde reparan y dan servicio a celulares y la joven empleada muy amablemente se ofreció a cargarlo para descartar que fuera un problema de la batería. Volvió enseguida y me dijo “señora, sí está cargando. Debe ser su cable. El problema es que ya no fabrican accesorios para ese modelo. Está descontinuado porque ya es “obsoleto”. Me quedé pensando que si mi celular de 10 años era obsoleto, yo, que soy “modelo 67”, ¿cómo seré?

Volví a casa y me dispuse a tratar de arreglar el cable. Tomé cinta Micropore 3M, tijeras y me fijé muy bien en dónde estaba el problema. Lo solucioné en menos de 5 minutos y mi teléfono “obsoleto” comenzó a cargar de nuevo y ahora está otra vez funcionando a la perfección. Me sirve para estar en contacto y comunicarme con mi familia y amigos y para leer noticias en internet, ¿por qué debo cambiarlo?

Este fin de semana largo fue el “buen fin” (Black Friday). En la CDMX los centros comerciales estuvieron abarrotados de miles de personas que decidieron “aprovechar las grandes ofertas”. Era una locura. Nosotros aprovechamos para descansar, leer y ver películas en casa. Leímos en el periódico del domingo que las tiendas, sobre todo las de electrónica, quedaron vacías. Y eso que la situación económica del país es precaria, pensé.

Somos víctimas del consumismo. Las empresas crean para nosotros necesidades que realmente NO tenemos. Nos convencen a través de la publicidad que si no tenemos tal o cual cosa, estamos fuera de moda, no somos “cool” y, por lo tanto, nadie nos aceptará. Y nos convencen también de que, al contrario, si compramos tal o cual cosa, seremos no sólo aceptados, sino envidiados, queridos.

Vivimos en un mundo de consumo en el cual las personas somos víctimas de un sistema diseñado para eso, para comprar, consumir, endeudarse. Y si bien es cierto que el buen funcionamiento del mercado es indispensable para el desarrollo económico de cualquier país, también lo es que el consumismo se ha vuelto la única razón de existir de millones de personas que no tienen otras aficiones. No son cultas, no aprecian el arte, no practican deportes, no aprenden algo nuevo, no les interesa la política, no estudian, no se involucran activamente en causas sociales, en fin. Viven sólo para consumir.

El reflejo nefasto de una vida así es justo el estado de cosas que estamos viendo actualmente en México y en muchos países. Corrupción, crimen, inseguridad, impunidad. Porque cuando a una sociedad ya de por sí ignorante, se le enajena aún más con programas chuscos, con futbol, con consumismo, el resultado es terrible. Individuos que no tienen para comprar todo eso que anuncian y que les apetece y recurren al robo, al secuestro, a la extorsión, en fin, al crimen, para obtenerlo.

Cuando le concedemos más valor al dinero y a las cosas materiales que a todo lo demás, cuando importa más lo que tenemos que lo que somos y se nos juzga por eso, la sociedad se corrompe en su loco afán por obtener todo lo que le aseguran que le dará la “felicidad”.

En cuanto a mí, no quiero actualizarme. Al menos en cuanto a mis aparatos electrónicos se refiere. Prefiero actualizarme en conocimiento, en saber, en temas de interés, en noticias, en tendencias del arte y de la cultura, para estar informada y formarme juicios críticos respecto de lo que debiera importarnos a todos. 

No caeré víctima del consumismo ni de la enajenación. Mi I-Phone 4 y mi dinosauria, no se rajan. Yo tampoco.

Por Teresa Padrón Benavides

Fotografía de Benjamín Alonso

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Sobre el autor

Teresa Padrón Benavides (Matamoros, 1967) es Licenciada en Traducción por la UABC, casi Licenciada en Letras Inglesas por la UNAM y próximamente Licenciada en Literaturas Hispánicas por la UNISON.

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2 comentarios

  1. Creo que estoy peor, o mejor. Yo tuve que comprar un teléfono inteligente el año pasado para acceder a mi cuenta bancaria, pero yo no necesitaba más que mi cacahuatito. Las ideas son afines.

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