La banda de moda en el portal de moda

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Hace un año que regresé a Hermosillo. Desde ese tiempo a la fecha he descubierto una ciudad con permanencias y transformaciones que sobresalen a la vista. Observando desde una perspectiva positiva, he presenciado un proceso de articulación de una diversidad de propuestas artísticas y culturales que tienen sentido por la resistencia y persistencia de los actores que las producen y las exponen ante el público, al tiempo que revitalizan y generan espacios culturales. En el aspecto musical ha sido evidente con el surgimiento de bandas con propuestas que conforman un abanico de posibilidades, de estilos y con una originalidad particular y vibrante. 

Tal es el caso de Mushasho, una banda que la primera vez que escuché me hizo sentir el desierto, la frontera, el norte de maneras casi indescriptibles. Quienes pueden develar la esencia de este grupo de rock sonorense son precisamente sus miembros. Cuando les pregunté a qué les remitía la banda, el mushasho que llevan dentro sentenció que es como escuchar una especie de soundtrack de un vaquero haciendo un viaje espiritual por el desierto. Mushasho es un vaquero desértico en un western recargado.

Desde el momento que comencé a escuchar en conciertos a Mushasho, me llamaban la atención estos cinco músicos sentados tocando, sólo tocando. Me intrigó esta forma tan particular de presentarse: con su música y nada más. No hay máscaras, no hay saltos, bailes, su música trasciende ese tipo de espectáculo, porque sus composiciones son un trance que remiten a una fracción matemática hecha melodía. No hay voz, sólo el flujo de la sincronía entre una fuerte guitarra con acentos folk, que te traslada al western como si un chamizo rodara por el escenario, cruzando con los mushashos mientras tocan; y la intensidad y profundidad del rock progresivo que remite al sonido de bandas como Emerson, Lake & Palmer, con sus intuitivos cortes, cambios de intensidad y coloratura tan particulares. Se vuelven un deleite extrasensorial no sólo para los oídos sino para la vista. En mi caso, verlos tocar representa parte del enigma y atracción desértica que produce su simple y a la vez complejo performance.

Me preguntaba cuál era la historia de Mushasho y la trayectoria de sus integrantes. ¿Cómo habían construido una agrupación que definitivamente está marcada por una personalidad y originalidad consistente y muy representativa? ¿Cuáles eran sus influencias musicales? ¿Por qué Mushasho? ¿Qué motivan sus composiciones? Así, ante estos enigmas a resolver me di a la tarea de entrevistarlos. Gran parte de este texto tiene sentido y base gracias a ese generoso despliegue de recuerdos y puntos cardinales de sus trayectorias de vida que me compartieron mientras tomábamos tizanas, cafés y chocolate caliente. En primer lugar, les dije que esta convocatoria fue porque creo firmemente que tenemos que ampliar y concretar proyectos de difusión que permitan el contacto con los músicos de nuestra ciudad, que les pongamos rostro, narrativa y movimiento a su música y su lucha cultural en una ciudad que poco a poco tiende también a desplegarse frente a las mil y una formas de hacer arte.

Lo atractivo de esta agrupación es que está conformada por músicos que crecieron bajo los influjos de la cultura, la música y los cambios tecnológicos de las décadas de los ochenta y noventa. Sus historias de vida ligadas a la música se bifurcan y se unen a partir de gustos, inspiraciones familiares y contactos con estilos tan variados que van desde la música disco con la que uno de ellos creció gracias al casete de ABBA que era escuchando religiosamente en el auto familiar, pasando por el death metal, el punk, electrónica hasta transitar por el folk y el blues descubierto en un viaje a Tennessee, al rock progresivo. Mushasho es la amalgama y la conjugación de pluralidades. 

Me parece crucial, desde mi perspectiva detectivesca, conocer parte de las trayectorias de los integrantes de un grupo para entender sus estilos y propuesta. La persona que crea arte a través de la música tiene una intrínseca relación con el instrumento que toca, es una coexistencia indispensable, una experiencia de simultaneidad entre el objeto y el músico que activa ese objeto por medio de ciertas habilidades aprendidas, las cuales pueden ser adquiridas de diferente manera, bajo distintos contextos y condiciones. Puede estar ligado a un legado familiar de músicos y el acercamiento a un instrumento como la batería a una temprana edad; el influjo de un hermano, de un primo y el cosquilleo que genera el deseo de formar una banda de morritos secundarianos; o inclusive producto de un primer regalo, un teclado Casio, que puedo haber despertado interés por la tecnología y la música. Esta variedad conectada de los orígenes de Mushasho pudiera ser evidente, pero hay que decirlo para que tenga sentido al momento de escribir sobre la banda.

Julio, Hey, Ernesto, Armando, Ramón y Fernando han logrado consolidar un proyecto que inició en 2012 como producto de “un juego”, de un “a ver que sale” con las composiciones de Armando, quien escribió una serie de canciones en el exilio mientras residía en España. Lo que fue un juego dio pie a una confluencia perfecta. Después de tocar en diferentes bandas, todos coinciden en que encontraron el espacio perfecto para desbordar experiencias y trayectorias musicales en Mushasho. 

Las composiciones de Mushasho son producto del trabajo creativo y colaborativo de todos. Tienen origen en la inventiva de Armando y después se complejizan con el aporte que cada uno hace a través de notas, ensambles y flujo de ideas. Las canciones son una oda a las imágenes cósmicas del desierto, a las disparatadas formas geométricas de repúblicas evocadas en la lumbre de una fogata; en la que danzan jinetes perdidos cabalgando entre choyas, armados con una punta de flecha y una piola. Son un llamado a un vaquero diciéndole que no tienes nada que hacer en el espacio cuando tienes frente a ti la experiencia sensorial de un desierto espacial que ni siquiera tiene como límite la frontera. ? Por eso el performance detrás de la música, un viaje psicodélico que se nos presenta a través de proyecciones que acompañan la presentación del grupo. Sin ellas, no hay Musasho, el concepto de la banda es integral: a través de la música viajas a miles de posibilidades mentales con el soporte de un experimento visual llamativo. En sus propias palabras, los músicos no son “los protagonistas, sino la música y la experiencia de la imagen.”

Para los muchachos el vínculo con el público que los escucha y los ve es crucial, para algunos de ellos observar la conexión que su propuesta musical y audiovisual genera ante el público es fundamental. ¿Qué observa el músico cuando toca? ¿Observa? ¿Se sumerge sólo en su música y deja que el resto fluya? ¿Logra observar panópticamente todo lo que converge en el tiempo relativo de una canción mientras toca? ¿Cómo se percibe la intensidad de la energía que fluye entre chamizos imaginarios que ruedan entre los acordes de una guitarra, bombos y notas provenientes de un teclado? Preguntas sin respuesta que surgen cada que me convierto en espectadora complacida con la música de Musasho.

Definitivamente esta banda desértica tiene mucho que ofrecer: más conciertos, un disco, mucho rock. Los muchachos reconocen el lugar que pisan, su sencillez por un lado y su calidad musical por el otro son un componente esencial para consolidar aún más el camino por donde los está llevando su proyecto. ¡Larga vida al Musasho del desierto, al vaquero espacial!

Por Magaly Vásquez

Fotografías de Omar Soto, Nathan Larrinaga y Leonardo Verdugo

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Sobre el autor

Margarita Vásquez Montaño, mejor conocida como Magaly o “la Maga”, es una sonorense que hizo del altiplano mexicano su segundo hogar. Feminista crítica, soñadora rebelde y amante de los días de sol, de una buena charla, de la sabrosa lectura de un poema y de la fortuna de disfrutar la espontaneidad del día a día. Egresada de la Universidad de Sonora, Maestra y Doctora en Historia por El Colegio de México. Se ha especializado en la historia de las mujeres del siglo XX. Escribe además crónica, narrativa y poesía de vez en vez. Actualmente radica en Toluca, Estado de México donde trabaja como profesora investigadora de El Colegio Mexiquense.

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