Poncio Pilato, el responsable ejecutivo del suplicio y de la condena a muerte de Jesús de Nazaret, tiene una versión remix, mucho más moderna y auténtica a la vez. Se trata de Francisco Javier Morales Gómez, “Pilato”, mi amigo el indio yaqui líder de la comunidad del Coloso Bajo Mazo Mura Baampo, que quiere decir algo así como “agua que corre» o «como el venado que baja a tomar agua.”

-¿Qué haces en las calles, Pilato?

-Ahorita estamos con la Pasión de Cristo, cuando el rey Herodes mandó matar a los niños de esa generación porque allí estaba el rey, nuestro salvador. Y andamos en la calle pidiendo limosna y los fariseos van atrás de la pasión buscando la huella de esa persona.

Pilato recorre las calles de la ciudad con su sombrero desvencijado y su centinela, un yaqui con un penacho de plumas de pelícano y crin de caballo prieto azabache que baila y toca la guitarra sin dejar de brincar.

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-¿Qué es para ti la cuaresma?

-Es lo más sagrado, porque yo soy el que lo crucificó realmente.

«Para mí es algo muy grande, muy respetado ante la gente que no sabe las costumbres de nuestra tradición. Por ejemplo, no nos lavamos las manos en un mes, ni las piernas, ni nos bañamos. Mira cómo tengo las manos, salúdame verás».

Veo sus manos llenas de esfuerzo, de tierra, con callos que forman su penitencia y su amor por lo que hace, por sus tradiciones y por la memoria de su tribu.

-¿No crees que es mucho sacrificio?

-Para nada, yo siento como nuestro juramento yaqui: “Para ti no hay calor, no hay enfermedades, no hay dolor, no hay nada”. Por eso los capitanes están de acuerdo con este mandato divino, porque para ti se acabó todo.

-¿ Y esto lo han hecho siempre?

-Antes los Pilatos, los capitanes, nos enseñaban la cultura, la tradición yaqui. Nosotros vamos a las escuelas a dar explicación: a los niños del kínder, hasta en las escuelas de ricos, en las particulares, que están muy interesadas en nosotros. Tenemos un preescolar del dialecto yaqui donde les enseñamos a bailar venado, pascola y matachín, porque se va perdiendo todo.

“Anteriormente, por ejemplo, el fariseo no se podía subir a la banqueta. Pero ahora todo está cambiado, ahora hay callejones del Coloso Bajo pavimentados, antes no se podían ni tomar fotos”.

Pilato recuerda mi eterno gusto por preguntar cosas:

“Tú siempre quieres saber de los yaquis. Que si cómo vinieron a dar a Hermosillo, que si estamos aquí después de la Revolución y fundamos asentamientos en el Coloso Bajo… Y yo te digo, amigo yori, que le digas a la gente que vayan a vernos a nuestras fiestas tradicionales. Como vas tú siempre con tu cámara y libreta de apuntes. Que ellos también vayan a nuestros viernes de rezo a las seis de la tarde, a nuestra procesión y plegarias”.

Pilato siempre está serio pero muy abierto a dar explicaciones. Lo conocí hace algún tiempo cuando empezaba a rescatar las tradiciones de Semana Santa en Hermosillo. Y desde entonces hicimos buena amistad, aunque él siempre me clasificara como su amigo yori, o «el amigo de las preguntas». “Tú nunca paras de hacer preguntas”, me dice, «es como si fueras de otra época, te gusta mucho la Revolución y yo no sé qué le ves si se estaban matando a todos», me recalca. «Ahora por lo menos hay paz social».

“Como tú sabes, a muchos de nosotros nos mandaron exterminar y nos deportaron hasta Yucatán y Campeche. Y poco a poco nuestros ancestros se fueron viniendo a Hermosillo por allá de finales de los años veintes y principios de los treintas (del siglo XX), cuando se fundó el Coloso”.

Pero la comunidad yaqui es afortunadamente mucho más extensa. Abarca no sólo el Coloso Bajo, sino también las colonias El Mariachi, El Ranchito, La Revolución, La Café Combate, atrás de la Central Camionera, etcétera. Y como me decía mi amigo Pilato:

“El porfiriato en Sonora fue muy crudo, parecería que sólo quisieran que habitaran en Hermosillo la pura gente que vino por barco, con apellidos extranjeros y de tez blanca. Pero afortunadamente las aguas volvieron a su cauce y actualmente en la ciudad hay mucha gente mestiza y de sangre indígena del sur del país, que al no poder pasar a los Estados Unidos se quedan aquí y heredan sus tradiciones a los que habitamos actualmente”.

Cabe destacar que la Guerra del Yaqui es uno de los conflictos armados más grandes que hubo en México. Los yaquis se enfrentaron a muchas penurias en su lucha contra las fuerzas armadas de Sonora y de México. Después de la llamada batalla de Mazocoba, en 1900, en la que murieron muchos yaquis y fueron capturados otros tantos, hasta ser deportados a Yucatán para someterlos a trabajos forzados en haciendas henequeneras, estas crudas campañas duraron hasta 1908.

Afortunadamente eso ya no existe y tengo la posibilidad de contar con la amistad de mi gran amigo Francisco Javier, «el Pilato» para sus camaradas y la comunidad en general, de quien nos sentimos todos muy orgullosos.

Texto y fotografías por Cipriano Durazo

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Sobre el autor

Cipriano Durazo Robles es Licenciado en Periodismo por la Universidad Kino y Presidente de la Sociedad Amigos del Museo de Historia de la Universidad de Sonora. Articulista de radio y medios digitales. Se desempeña como dictaminador sanitario de la publicidad en COESPRISSON (Comisión Estatal de Protección Contra Riesgos Sanitarios del Estado de Sonora).

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2 comentarios

  1. Qué interesante artículo; gracias por compartir lo que son los fariseos, nos limitamos a brindarles unas monedas para que nos bailen y esconder a nuestros hijos detrás de uno por la impresión que les causa; para mi cuaresma, después del sentido religioso, es evocar a mi padre que nos llevaba a verlos al Colosio.

  2. Cipriano me gustó mucho tu entrevista que hiciste al yaqui de nombre Pilato. recordé a los fariseos de mi pueblo del valle de tacupeto. espero sigas comentando sobre las costumbres de estos personajes.

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