Los Angeles, CA.- ¿Era martes o jueves? No lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que estaba viendo noticias sobre órdenes ejecutivas de inmigración y que don Chon –estábamos en su cuartel- se quejaba de la malicia xenofóbica del primer mundo. Entonces se me vino a la mente un estudio que leí en el Arizona Rancher’s Journal que decía que los mexicanos son amantes de “la buena música”. Pero no nada más de “la buena música”, sino que, según el artículo de marras, son idólatras fervientes del género ranchero por sobre otros estilos. De hecho, en algunas regiones de Michoacán y de la sierra alta de Sonora no hay otros estilos. Punto.

Históricamente, este género es considerado una expresión del alma misma del pueblo mexicano, de la dureza de la vida que le tocó a la raza de cobre; es, en resumen y de acuerdo al Journal, una exclamación de anhelos, injusticias y pesares. (En algún momento palenquero de nuestra vida estaremos todos puntualmente de acuerdo en ello, porque hay desamores que sólo desaparecen con una canción vernácula… como hay tequilas que sólo desaparecen después de escuchar a Cuco Sánchez).

Cada quién con su cada cuál, pues, porque dentro de tantas voces que han habitado el género ranchero hay una, la voz dulce del dolor, que es queridísima por todos los mexicanos y mexicanas (dentro y fuera del país denominativo): Isabel Vargas Lizano, mejor conocida como Chavela Vargas, cantante que en su precámbrica juventud vistiera ropas de hombre para esconder la nobleza de su biología, cantando en calles y esquinas en espera de buena fortuna y la simpatía de una audiencia fugaz, con pistola enfundada al igual que los secretos de su sexualidad; en fin, emblemáticamente mexicana, a más no poder, dirían unos… mientras otros dirían que sí, que sí podría ser más mexicana… si es que Chavela hubiese nacido en México y no en San Joaquín de Flores, Provincia de Heredia, en Costa Rica.

 

Hablemos de identidad… entre otras cosas, pues tanto el futbol, como la música y el vivir en países distintos, me han brindado oportunidades (tanto positivas como negativas) de ser expuesto a diferentes puntos de vista y opiniones. Si a eso le aunamos el advenimiento de la tecnología y la globalización, entonces aumentan exponencialmente los puntos de vista al que puede ser expuesto uno –ya el conocer y platicar con  don Chon es de eso que no se cuenta pero cuenta mucho, como dice un copetón.

Encima de todo también soy medio curioso, así que le pregunté a don Chon que si de verdad pensaba eso respecto a “que eran cosas del primer mundo”. Y dijo que sí el abarrotero (o “simón pue’”, palabra por palabra). Y añadió que el otro día le compartieron en el feis un video que le daba la razón. Enseguida abrió su lap, metió usuario y contraseña (Donchon, abcd1234: más original no se puede) y empezamos a navegar por el océano tormentoso de internet. Dimos con el mentado video después de un rato –porque también me quería mostrar unos del Julión y la Galatzia y qué sé yo–: era uno de esos documentos que te enseñan en cuestión de minutos todo lo que has querido aprender en 40 años de vida (ta’ weño), y exponía una comparativa entre Alemania y México, con una premisa ma’o meno’ de la siguiente manera: “Si los mexicanos también gustan copiosamente de la cerveza y el futbol, como los alemanes, entonces ¿por qué hay tantas diferencias económicas entre los dos países?”. (Nada que ver con el razonamiento: “Los mexicanos gustan del futbol y la cerveza; los alemanes gustan del futbol y la cerveza; ergo: los alemanes son mexicanos”. No, nada de eso).

El narrador virtual feisbuquero expande la premisa anterior y explica, a grandes rasgos, el fomento respecto al mercado, consumo y manufactura local; priorización al comercio nacional sobre el conglomerado capitalista internacional, etcétera, etcétera, hasta que concluye con algo parecido a: “la diferencia son las ganas: ¡Despierta, México! (S.A. de C.V.)”.

Le dije a don Chon que pinta a todo dar y que de seguro también México puede ser un país a toda máuser (curioso que debatamos eso los dos, viviendo en otros lares). “Pero —le anuncié a mi interlocutor— están dejando cosas de lado”. Y le mencioné ciertos puntos de discusión que me parecía estaban siendo omitidos, como por ejemplo: el hecho de que en un mismo siglo la nación europea fue la causante de dos guerras medio famositas (véase en Wikipedia: Guerras Mundiales I y II), y por ende no habla de la necesidad –que no lo han de haber hecho por gusto– de reconstruir una nación “de adentro hacia fuera”.

La mirada de don Chon cuando mencioné eso me hizo recordar esa faceta de identidad que le gusta al pueblo, esa idea de que todos y cada uno de los mexicanos tienen un potencial infinito y único, que los haría capaces de reemplazar a los intelectuales anticuados con un espíritu indigenista chic (Oh, Frida: ¿dónde estás que no estás?), que son vistos para abajo no por ser menos sino por el miedo xenofóbico de que podrían ser mejores que uno (o dos… o tres). Ese, me parece, es el tipo de comparativa de identidad y cultura –o mexicanidad, vaya– que prefiere discutir el hombre común. A menos que los lectores digan lo contrario, claro.

 

Pero hay otras peculiaridades de la identidad que no son mencionadas. Nótese que yo no digo que no sufra el mexicano, pero tampoco se puede esconder el hecho de que anualmente el gobierno de México deporta a unas 200,000 personas que se encuentran en el territorio nacional de manera ilegal –dicen que la mayoría son de Centro America, aunque me imagino que también hay del Caribe y América del Sur, y varios africanos varados en Tijuana y Mexicali.

Sí, le digo a don Chon, hay trabajadores labriegos provenientes de Tlaxcala o Nayarit que intentan cruzar el bordo y son detenidos por los güeros de rancho en Socorro, Tejas; Hachita, Nuevo México; o, Yuma, Arizona, a punta de pistola. Pero también pasa que por ahí por Chiapas, Oaxaca o la Veracruz selvática, hay personas que a machetazos quieren asegurarse que no pasen los migrantes por México (esos que se suben a La Bestia, el tristemente célebre tren de la mort).

“Puede”, dice el señor. Y luego me saca a Ryan Giggs –por eso me cae bien don Chon, porque a él también le gusta el fucho– y me cuenta cómo dijo la leyenda del Manchester United el otro día que, en su opinión (la del galés, no la de don Chon), los equipos de la Premier League no compiten a fondo en la Champions League debido a que abundan los directores técnicos extranjeros en la Premier (foreign managers, dijo él). Medio escondiendo una xenofobia light con una premisa referente a identidad de club y deporte, en un argumento que suena bastante incriminatorio si lo escucha con el suficiente descaro.

Pero no hay necesidad de cruzar ni el Atlántico ni el Pacífico (ambos océanos y cervezas) para escuchar ese tipo de argumentos. Digo, uno puede fácilmente sintonizar (o googlear) a Paco Gabriel de Anda y verlo en su mesa redonda con otros estudiosos del futbol hablando de Pedro Caixinha y Ricardo Antonio Lavolpe, y de todo el gusto que le da que el portugués ya no tenga pupilos con los cuales trabajar en México.

O, si le gustan las redes sociales, como a don Chon, puede buscar a un tal Marc Crosas. Hombre catalán (¿o será español?) por nacimiento, futbolista de profesión, y, desde el 2014, mexicano por las leyes establecidas en la república. En sus perfiles se pueden ver fragmentos de su vida: su llegada a México con Santos Laguna, la rehabilitación de una lesión fuerte, su repatriamiento, su estancia a préstamo con la Jaiba Brava, y, curiosamente, su gusto por su nueva ciudadanía: la mexicana.

Llega a tal punto de aparente amor patrio el señor Crosas, que le da al excatalán por citar textualmente a la extica Chavela Vargas: “¡Los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana!”, expresa el jugador en una fotografía que lo muestra arropado con la sagrada tricolor, estampada con la mítica ave devorando a la serpiente pecaminosa.

Lo curioso es la respuesta que tales imágenes suscitan en el público virtual: se le acusa de ser un hombre sin patria: “Vete a tu pinche país”; de buscar un llamado a selección nacional: “De seguro en España ni te voltean a ver”; de buscar lana fácil: “Nomás lo dice este wey porque le pagan”; de quitarle el trabajo a otros quienes más lo merecen por haber nacido y crecido en el país, mientras que la industria continúa prefiriendo al trabajador inmigrante (con o sin documentos) que viene de fuera de los Estados Unidos… ¡Ah, no, perdón! Estamos hablando de México.

Pero eso sí, no sea que canten muy bonito o que la selección nacional necesite un jugador “de clase”, porque ahí están todos ofreciéndole pasaporte mexicano a Ricky Martin, Gabriel Caballero o Rubens Sambueza.

 

A lo mejor y sí es cosa de gringos y mexicanos, o de ingleses y continentales, pero también podría ser cosa de humanos. Por lo menos eso le dije al buen don. La misma dualidad en la narrativa –proseguí– respecto a si el mexicano es único y chingón, o si es igual a todos los demás, puede aplicarse a cualquier nacionalidad. Y siempre a conveniencia.

Como si el hecho de agarrar uno sus maletas y decir “voy a buscar ese lugar que sea mi lugar, donde encuentre mi felicidad y no la de los demás” no fuese meritorio al individuo que lo expresa. O, peor tantito, encontrar dicho lugar, donde cree uno poder sentir que tiene por fin hogar, donde cree que ha encontrado nido el corazón, para un día despertar y darte cuenta que no te quieren, mientras otros son recibidos con brazos abiertos… Pues –finalicé mi soliloquio dirigido al abarrotero– ahí sí está como para cantarlo en ranchera. ¿No cree?

Y justo fue cuando recordé aquella voz, aquel ritmo y aquella letra: “Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí…”, y de repente supe que esta narrativa debió haber empezado en miércoles.

Por Alí Zamora

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Sobre el autor

A. Zamora – Departamento de Vías y Transportes. Estudiante de música, lenguas y el prójimo (hasta el ajeno de vez en cuando). En su momento compositor de ritmos y, cuando se requiere, de enunciados llenos de palabras. Muestra un interés por las artes, la música, las leyes incongruentes, las tortugas y que dejen jugar a los chiquitos. Hace algunas décadas inició un viaje que no termina, pero comienza nuevamente cada día…

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6 comentarios

  1. Buenas tardes Alí, disfruté de tu prosa desenfadada y dispersa, supongo que en algunos puntos me tocaste la fibra sensible: soy catalán residiendo en Hermosillo (Sonora, México) desde hace 8 años largos. Me vine para acá porqué me casé con hermosillense, es decir, por amor, que es la mejor (o la más dulce) de las razones para migrar.

    El tema de la migración levanta pasiones, tanto o más como el de las nacionalidades y los patriotismos. Cuando uno se aleja de su tierra natal la idealiza mucho más. Y algunos -entre los que me incluyo- tratamos sin embargo de hacerlo compatible con un esfuerzo de mimetizarse en la nueva tierra… algunos le llaman «integrarse en la nueva cultura». Se procura, se trata, se intenta… pero el chingado acento nunca se nos quita! Jejejeje, … De hecho, peor aún, para los de allá dicen que ya hablo como de acá, y para éstos hablo como aquellos. En fin, como dijo el poeta: ya no soy de aquí ni soy de allá.

    Dicho esto, me gusta pensar que ahora tengo una visión más completa del asunto de la diversidad cultural, de los patriotismos y de las fronteras. Para no hacerla muy larga (la historia), sigo pensando como antaño que las fronteras son solamente eso: líneas que a nivel administrativo nos sirven para poner algo de orden en un mundo que ya es de por sí bastante caótico. Otro asunto muy diferente son las culturas y las identidades nacionales. En este sentido la cosa es muy confusa y más de uno se va a molestar con lo que diré ahora: no se puede comparar una «nación» ESTADO como España, que es un conglomerado de identidades culturales o naciones históricas (grupos de gente con algo en común a parte de su credencial de elector), con cualquiera de estas identidades culturales. Lo mismo digo de los Estados Unidos Mexicanos… experimento socio-económico-cultural extraño donde los haya, en donde las etnias, las culturas, los idiomas (sí, IDIOMAS… nada de lenguas o dialectos como algunos ignorantes pretenden seguir minimizando a IDIOMAS minoritarios), las historias, etc… son innegablemente diversas y a veces pienso que artificialmente enganchadas en un pegote tri-color que solo mira por los intereses de cuatro familias y las corporaciones que los becan.

    A lo que iba (sí, porque ya me estaba yendo por los Cerros de Úbeda), creo que muchos estarán de acuerdo conmigo en que ciertos «patriotismos» se han usado «muchas veces» para manipular voluntades populares, sin más argumentos que unos colores y con suerte un idioma (soslayando la mayoría de las veces a un sinfín de minorías a las que nunca se escucha, esperando que no molesten mucho). Esta manipulación ha puesto en contra a mucho intelectual moderno, para oponerse al concepto mismo de nación y/o patria, y a defender otro malusado pero popular concepto: el de «ciudadano del mundo», que normalmente lo emplean vividores que buscan el mejor sitio donde vivir sin implicarse mucho con nadie más que ellos. Más que ciudadanos del mundo debería llamárseles ciudadanos de ningún sitio.

    Mi abuela me enseñó que UNO ES DE DONDE SE GANA EL PAN. Punto, así de fácil. El que diga que «no es de ningún sitio concreto» (léase «ciudadano del MUNDO») es que es un fantasma porqué no come pan. Si vas a a estar residiendo y trabajando en una tierra, POR FAVOR es muy feo que reniegues de la cultura y la gente que te acoge, o que no trates de conocer su gastronomía, sus bailes, sus canciones, su idioma, sus bromas y sus chistes, su complicidad, su humanidad… dejando -para empezar- de repetir que «tu» país es lo mejor sobre esta tierra, cuando ya no quieres vivir ahí! No inventes cosas como que viniste a salvarlos o hacer el trabajo que ellos no quieren hacer. Si fuera así te hubiesen llamado.

    Lástima que con unos cuantos párrafos no pueda (o no sepa) exponer estas ideas con más decencia… pero si algo me ha enseñado la vida es que la semilla germina solo en la tierra preparada para recibirla. O como dicen en México II (léase España), «a buen entendedor, pocas palabras bastan».

    Salud!
    Sergi

    PD: lo siento, releyendo mi extenso comentario antes de enviarlo a publicar me doy cuenta de que me calenté. Pero ya avisé al inicio que este tema de las nacionalidades levanta pasiones, y para colmo creo que está lleno de confusiones, malentendidos y -cosa rara- pocas ganas de entendimiento por parte de muchos. Se lo dice un catalán, que con un poco de suerte su Cataluña natal conseguirá su independencia este 2017, si todo va bien, algo que todos ustedes mexicanos no devolverían a España nunca jamás (su independencia).

  2. Por cierto, tal vez algun@ que haya leído mi comentario anterior pueda creer que los «nacionalistas catalanes» somos incompatibles con un ferviente impulso por formar parte de estructuras supra-nacionales como la Unión Europea. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: los catalanes somos altamente necesitados y deseosos de unir esfuerzos con otros pueblos, mucho más con el resto de nuestros vecinos europeos! Pero cada uno desde su casa, respetando la idiosincrasia de cada uno y por tanto respetando ciertas cuotas de auto-gobierno.

    Por la misma razón, no reniego de una unidad de los pueblos americanos, es decir, una apertura CONTROLADA y con COMPROMISOS ESCRITOS de fronteras. Como ha sucedido en Europa, en donde uno puede moverse por una treintena de países (y decenas de culturas!) sin cambiar de moneda, sin aduanas, sin pasaportes… con una única «credencial». Pero con una sanidad y educación que trata de ser homogénea. Ojalá en América se trabajase eso!!!

    En fin, todo este tema es más amplio y complejo. Solo quise aclarar eso, porqué es el estigma que más fácilmente nos ponen a los «nacionalistas». Del mismo modo, Alí, no me gustó que -involuntariamente- metieras en el mismo saco el nacionalismo con la xenofobia… perdón!? Que yo ame mi tierra y mis costumbres no implica que menosprecie la de otros y menos aún que desprecie o maltrate al extranjero!! (https://es.wikipedia.org/wiki/Xenofobia) Más bien al contrario, suele ser el extranjero el que suele menospreciar a la tierra de acogida. Se lo digo por experiencia sufrida como español «invadido» por latinoamericanos en las últimas décadas, o como barcelonés invadido por españoles «no-catalanes» desde casi siempre. El respeto por la cultura de los demás es algo que abunda poco créanme, pero si a alguien se le debiera suponer y exigir es a quien se va a vivir a tierra de otros… no porqué aquellos habitasen primero ese suelo, sino por la comunidad que ahí tienen creada.

    Definitivamente, este es un tema espinoso donde los haya ¿Alguien más le entra a intercambiar ideas? 😉

    1. Buen día Sergi,
      Antes de entrar en cualquier otra situación, quiero agradecerle sinceramente el que haya leído el texto en cuestión. Espero tal agradecimiento no aparente aires pedantes, simplemente agradezco haya tomado el tiempo hacerlo (lo mismo va para cualquier otro ser que háyase leído esto); y encima de eso, el haber escrito comentarios respecto a la misma, ya que yo no me considero un experto en tema alguno –puesto que aun ando metido en eso del estudio y las clases– y tengo la maña de tratar de aprender de las opiniones de otros. Ya sean de compañeros de clase, compañeros del Real Zamora, Don Chon, mis jefes (abogados de inmigración) o leídos/escuchados.
      Antes de entrar en lo que mencionó, me parece que lo siguiente aplica:

      -Yo no vivo en México actualmente. Aunque sí residí en Hermosillo por casi dos décadas hace tiempo ya (tengo vagas memorias del Blvd. Solidaridad siendo llamado “El Periférico”).
      -Un documento con una filigrana (o marca de agua o watermark a voz de mis coterráneos) me dice que no soy Mexicano, no obstante mi previa vida y estudios en el país.
      -Viviendo en California, he observado recientemente un espíritu de “nacionalismo” que corre por los Estados Unidos (como corre el rumor de la discordia); mismo que he podido experimentar a voz de quienes lo abogan y quienes lo desprecian.

      Dicho esto, debo aclarar que todo lo escrito por mi es una opinión (salvo que sea una narrativa estilo cuento) entretejida con eventos que le pasan a uno. Admito mi falta de experiencia en muchos temas y, como dije anteriormente, confirmo ser experto en nada (o quizás ser experto en ser un hombre común) –bien me recuerda Don Chon: “¿eso lo aprendiste en la escuela de música o qué?”.
      Esto lo digo por tu mención de “no inventes cosas como que viniste a salvarlos” (que no sé si lo mencionas dirigido a mi en específico o al “tu” literario/etéreo); yo estoy consciente que no arreglaré nada en MEX y lo más probable es que ni en California arregle algo a nivel sociedad. Sin embargo, eso no me prohíbe la creación de una opinión en base a lo experimentado personalmente.
      Así como me parece (ya que no estoy seguro al no conocerle en persona ni haber vivido su vida) que usted debe tener ricas experiencias con su bagaje cultural; yo he tenido las mías (que para no hacérsela larga incluye el ser llamado “bien gabacho” por personas del sur de México o en su defecto escuchar en repetidas ocasiones “¿Por qué eres así?” por multitud de sonorenses, mientras que soy llamado “bien extranjero” por personas americanas).
      Ahora, yo sí estoy de acuerdo respecto al hecho de que uno debe interesarse por lo que sucede en su entorno sociopolítico cuando se toma la decisión, a conciencia, de por x o por y (o por amor en su caso) vivir en un lugar y echar raíces ahí. Por esa misma razón, desde 2010 a la fecha, he participado en todas las elecciones locales, estatales y federales que han tomado parte. Sin embargo, en mis experiencias, no es solamente eso lo que cuenta (ese interés). Está el ejemplo de “Don Chon” (que por cuestión de legalidad e ilegalidad ni su nombre verdadero ni su imagen son usados), quien vive y trabaja en cierto lugar geográfico, pero lo hace calladito por que digamos que “no tiene permiso” para andar haciendo lo que anda haciendo. (Recordando lo que mencionó usted de su abuela, siendo que yo nunca trabajé en México ¿nunca fui mexicano? Es decir no me gané el pan).
      Alguien, me parece, dijo una vez que “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. Así que si hemos de creer esas palabras, a final de cuentas, andamos deambulando. Quizás pasemos por experiencias similares vividas en lugares variados (“las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos” –Borges, Jorge Luis); pero deambulando estamos.

      Eso me lleva a lo del gusto. Mi intención no es insultar a nadie, hacer enojar a las personas (lo digo por que usted dijo “me calenté” y no sé si lo está diciendo en referencia a enojarse/exaltarse o si es algún coloquialismo catalán referente a “emocionarse”), ni decir que los patriotas son xenófobos y no hay vuelta de hoja. Que no nos guste mezclar ambos/dos términos, no hace que dejen de existir los dos grupos de personas a quienes hice referencia en el texto y en quienes parece turbiamente confundirse el uno con el otro. Sí existen los güeros de rancho que traen la bandera rojo-azul-blanca pintada en el vidrio de su troque y sí existen quienes levantan retenes violentos en las vías selváticas de un tren. Y de igual manera, existen también grupos nacientes en Europa que buscan detener un influjo de “migrantes” (¿o eran refugiados?) en Hungría y Croacia; también hay monjes budistas en Burma (hoy Myanmar) quienes rondan las selvas para tirar machetazos a “minorías” que intentan ingresar a su territorio.
      En todos ellos, ¿hay patriotismo sincero?
      Yo sé que existen, y puede que sean la gran mayoría, aquellos quienes respetan al extranjero y su cultura, pero el texto precedente no era exclusivamente para hablar de ellos. Hay realidades que suceden y que en ciertas ocasiones se encuentran ligadas, aunque no nos gusten y, nuevamente, lo nuestro es pasar(las) –por ejemplo: no me gusta mucho el beis, aun así existen los naranjeros.

      En fin, para no hacérsela más larga de lo que ya fue, mejor dejarles la oportunidad a otras personas a que también opinen (si gustan, si no, no me arrugo). Aprecio mucho sus comentarios ya que a final de cuentas, así aprendo (ahora sé a ciencia cierta, que hay un catalán viviendo en Hermosillo).
      Espero, si el universo nos lo permite, leer nuevamente sus comentarios a futuro.
      Gracias.

      1. Alí, antes que nada me tranquilizó mucho tu comentario, pues en cierto sentido creo que fui demasiado tajante (sino incluso excesivo), y tú (usted?) has sido no solo respetuoso con mis reflexiones sino que incluso amable (si me lo preguntas, demasiado, jejeje). Como sea, yo también he quedado con ganas de poder hablar de este tema relajadamente cara a cara, pues así da gusto, encontrar a gente que puede contemplar de forma compleja una realidad compleja (¿alguna vez no lo es?). Te agradezco tu actitud y me siento acogido para entablar sin rodeos y a la vez sin orgullos un tema espinoso donde los haya.

        Dicho lo anterior, bueno… hay muchos puntos que tocar y muchas preguntas que nos hemos lanzado mutuamente y que creo que no han sido respondidas. Aunque, yo no sé tú, pero a mí me da mucha pereza alargar estos debates tan complejos en un foro como este, con un estilo casi «epistolar». Reitero mi invitación a pasar por mi casa y platicar del tema si algún día apareces por Hermosillo. Benja te pondrá en contacto conmigo 😉

        De todo lo que has comentado, creo que lo que me ha suscitado más interés son estos puntos:

        – El asunto de la legalidad, especialmente la que afecta a los migrantes (de cualquier tipo), enturbia y dificulta mucho un debate asbtracto sobre el fenómeno de la migración. Lo digo por lo que comentas de Don Chon, y que entiendo perfectamente. Lo que quiero decir es que desde que descubrí la filosofía moral del filósofo alemán Immanuel Kant, trato de decidir sobre la «moralidad» (conveniencia?) de las acciones humanas en términos más «colectivos» que «individuales». Por ejemplo: ¿qué pasa si Sergi se va a vivir al Congo porqué se enamora por internet de una «congonesa»? probablemente no pase nada más que eso. Pero, ¿qué sucede si 40,000 mexicanos al año tratan de ir a vivir a USA porqué quieren ganar más dinero por hora que en su país (a riesgo, todos sabemos, de la odisea PERSONAL que eso significa y los riesgos a asumir)? Ahí es donde el asunto se complica, pero a la vez aparece más nítida (pienso yo) la respuesta. Porqué otras preguntas salen inmediatamente: ¿qué pasa cuando hay tantos miles más de Colombianos, peruanos, africanos, sirios, europeos, etc… que quieren hacer lo mismo? Éste es el enfoque que realmente me parece (a mí, Sergi) más interesante para tratar de comprender las consecuencias de la migración. Centrarse en casos concretos (léase Don Chon, o tú mismo que estás ahí legalmente -según entendí-), no lleva muy lejos. No por eso tiene poco valor ese análisis personalista, claro que no! tiene valor para poder tomar decisiones HUMANAS Y JUSTAS para todos, una vez que se responde a la pregunta sobre la migración pero desde el enfoque más ABSTRACTO. Algunos dicen en este punto «que hay que evitar que los árboles no te dejen ver el bosque». Y entiéndeme, por tanto, no estoy desetimando el interés de tu crónica en torno a Don Chon, solamente me parece que no ha de servir para debatir el tema de fondo y de raíz de la migración. Es necesario asbtraernos de los casos particulares para obtener un dibujo de la situación.

        – A pesar de mi poca atracción por USA -así en general-, puedo entender que es uno de los casos únicos en el mundo moderno en el que el sentimiento patriótico suele usarse en un sentido interesante, o cuanto menos original: el de aglutinar a la gente en el esfuerzo de construir un proyecto colectivo de convivencia pacífica, progreso y «grandeza» (quiero entender «grandeza» como sinónimo de «grado máximo y ejemplar de humanidad y civilización»). Es un «patriotismo» diferente al de origen «regionalista» (Cataluña, Irlanda, Dinamarca, etc…). De hecho tan diferentes que casi deberíamos usar otra palabra para cada uno de ellos. Ambos legítimos a su manera, pero son dos cosas diferentes. Una cosa es amar la tierra en la que has nacido, amar esa lengua (dígase catalán) que nadie más habla por ahí, amar la comida, los usos, costumbres, forma de relacionarse, etc… tan particular que hay en la tierra de uno… simplemente por familiaridad, por respeto a tus ancestros, por cariño y ganas de hacer pervivir lo que nos llevó a donde estamos, etc… Y otra cosa muy diferente es que uno quiera formar parte de un colectivo que trabaja por conseguir algo que ahora no existe: la tierra prometida, la convivencia idílica, el progreso hacia lo humano y no hacia la guerra, etc… Y cabe decir que puede haber casos en los que ambos conceptos COINCIDAN. De hecho, creo que los catalanes así somos (y traté de explicarlo en mi segundo comentario), tratamos de disrfutar y preservar lo que nos hace diferentes por historia (nuestro regionalismo) pero somos los PRIMEROS en participar de cualquier iniciativa española, europea o mundial que signifique estar más cerca de un futuro más humano. Solo un ejemplo: la primera wikipedia en idioma no inglés fue la catalana!!! no la española, ni la francesa ni alemana.

        Entonces, este último punto, me parece muy interesante… Lo malo -si me preguntas- es que los proyectos filantrópicos demasiado grandes sabemos que acaban cayendo en la corrupción un día u otro, cuanto menos en contradicciones flagrantes que al final acaban desligitimando el proyecto por entero. Y la verdad, USA como proyecto filantrópico hace aguas por todas partes, y ese patriotismo (ese amor a una comunidad unida para el progreso hacia un mundo más justo) es muy criticable en un país en el que millones de gentes están desatendidas en sus necesidades más básicos, sean o no ciudadanos legales (citizen). A este respecto te recomiendo el documental de Michael Moore (Where to invade)… solamente ve el trailer y querrás ver el documental entero! justamente habla de esta crítica que yo estoy haciendo al patriotismo «americano» (supongo que mis ideas han sido influenciadas por ver ese documental):

        https://www.youtube.com/watch?v=1KeAZho8TKo

        Por cierto, simplemente no pude creer hace pocas semanas (después de 8 años viviendo en Hermosillo) cuando me dijeron que en las escuelas de México SE HACE HONORES A LA BANDERA CADA LUNES, hello?????!!!! Como mexicano nacido fuera, flipé!!! simplemente, ¿cómo ese pretendido patriotismo es compatible con el «valemadrismo» de los mexicanos a la hora de respetar lo ajeno (al menos, por parte de una mayoría) y cumplir la ley? ¿de verdad ese «patriotismo» se educa saludando a una bandera? Entiéndeme, no digo que no se deba honrar a la bandera del país en donde se reside… claro que hay que hacerlo. Mi pregunta es: ¿hacerlo cada semana, hacerlo en una graduación del kinder, etc… hace ciudadanos más patriotas o más bien fomenta un patriotismo ingenuo y protocolario? En fin, es lo que quise decir antes más arriba con lo de REVISAR qué uso de hace de la palabra «patriotismo», que en el caso de los países más grandes… ha caído en un desgaste sin sentido y sin efecto práctico en el sentimiento y el estilo de vida de los patriotas. ¿Qué se puede esperar en un escenario así, del planteamiento en términos razonables del fenómeno de la migración?!

        Vaya… me he puesto trágico al final, pero es que la situación es un tanto surrealista, y creo que nos convendría revisar ciertas definiciones. Cuando no lo hacemos los ciudadanos es cuando lo hacen otros por nosotros 😉

        Salud!
        Sergi

  3. Verán: mi papá nació en Michoacán, en un pueblo que aún flota a orillas del lago de Chapala. Quedó huérfano de padre y madre a los 12 años, por lo que tuvo que trabajar en el campo para mantener a sus dos hermanas mayores: esa era la tradición en los años 40. Allá se ganó el pan el niño que fue mi padre, y así pudo sobrevivir esa poca familia.

    Cuando mis tías tomaron su camino en compañía de su pareja, mi padre se echó la juventud al hombro y se vino a como pudo hasta la frontera norte del país (no olvidar que Michoacán es uno de los estados que más mexicanos le ha entregado a la economía estadunidense), pasó a lomos de un coyote hacia el otro lado, y vivió durante años en Estados Unidos. Allá también se ganó el pan el joven que fue mi padre… hasta que lo pescó la migra y literalmente lo tiró de este lado.

    Tenaz como era mi papá, volvió al suelo gringo, y tercos como son los gringos, lo volvieron a tirar de este lado. No tenía papeles en ese entonces, pero sí la necesidad de trabajar. “Muchas veces fueron las que se repitió la escena: primero me agarraban, me metían a la cárcel allá, y luego me dejaban acá. Creo que así conocí todas las cárceles del otro lado pegadas a la frontera”, me dijo mi padre alguna vez, y yo lo imaginé como el personaje central de la canción “Los mandados”, gritada estupendamente por Vicente Fernández: “La migra a mí me agarró trescientas veces digamos…”

    A diferencia del personaje de la canción, a mi padre sí lo domaron los años, de tal forma que en los tempranos 50, lo pescaron en Las Vegas y lo echaron a Nogales. De ahí se vino a Hermosillo, donde tenía un conocido, y aquí se quedó el resto de su vida: unos 60 años en Sonora. Aquí también se ganó el pan. Y nunca dejó de hablar como michoacano mi padre, lo que le acarreó no pocas broncas con los broncos, porque los sonorenses somos muy celosos cuando vienen individuos de otras latitudes a radicar a nuestro terruño.

    No invento nada cuando digo que una parte de la población sonorense es xenófoba por cultura mal entendida o por política putrefacta o por intereses económicos: a inicios de 1900 la campaña contra los chinos fue cruel y despiadada, y de esa campaña, gracias al despojo disfrazado de nacionalismo, nacieron algunas fortunas que durante muchos años fueron gobierno, y lo siguen siendo. Antes se dieron las operaciones militares contra los seris y contra los yaquis. Y años después se vino la tristemente célebre campaña “Haz patria: mata a un chilango”, y salió a la luz el libro “El cazador de guachos”, de infelice memoria.

    Pero en general, los sonorenses no somos radicales. No puedo decir lo mismo de los medios impresos y electrónicos, y de varios columnistas portaleros: siempre dispuestos a entregarse al gobierno en turno. Y cuando al gobierno le conviene algo, ya sabemos lo que sucede: son los medios quienes prestan su voz para “ciudadanizar” campañas sucias.

    Si preguntamos a los sonorenses de a pie si estuvo bien haber masacrado a los seris y a los yaquis o expulsado y despojado a los chinos o matado chilangos o cazado guachos, simplemente levantarán los hombros y dirán en buen castizo sonorense: “¡Sabe!” Sin un doctorado en historia o en sociología, los ciudadanos comunes y corrientes de esta entidad no sabrán diferenciar entre nacionalismo y xenofobia, dirán que es lo mismo, porque quizá el sustrato semántico o tal vez el sentido común nos lleve a la defensa de algo esgrimiendo un inconsciente desprecio, manifiesto o no, por la otredad.

    Y ahora vuelvo con mi padre, que se ganó el pan en Michoacán, en Jalisco, en Sinaloa, en Estados Unidos y finalmente en Sonora, donde murió. Él fue de todas partes sin saberlo, y sin saberlo dejó parte de él donde vivió, porque bien dice un literato sonorense: “Donde uno duerme es donde vive”. Y sufrió en carne propia reclamos de nacionalismo y ataques de xenofobia en todos los lugares que habitó, hasta en Michoacán cada vez que regresaba a su matria a recoger los pedacitos de recuerdos de su padre y madre, dispersos a lo largo de las calles de tierra de aquel pueblito que mete los pies de su pasado en el lago de Chapala.

    Nunca lo escuché renegar por eso, quizá porque sabía que las verdades son relativas y que, finalmente, todos tenemos derecho a expresarlas, porque así como nos ganamos el pan (y con ello el ser) también adquirimos el derecho de tener nuestra propio pedacito de verdad para tenderlo bajo el sol universal de cuando en cuando, porque frecuentemente suele hermanarnos unos a otros, como ha pasado con esas historias particulares que nos han compartido, Alí y Sergi. Gracias por ello.

    1. Jesús, primero agradacerte el relato que has hecho de la historia itinerante de tu padre. Bravo, testimonios así son los que nos ayudan a descubrir más de «nosotros» y de los «otros». Además, lo digo con sinceridad y sin burla, me pareció excelente tus cortos pero precisos análisis que has mezclado con el relato.

      Dicho esto, no cabe duda de que cada historia es diferente y cada persona un mundo, pero te voy a decir que a medida que leía la historia de tu papá yo iba haciéndome preguntas y respondiéndolas antes de leerlas de tu propia mano. Por ejemplo, cuando empiezas explicando que trató de entrar repetidas veces en USA, siendo expulsado tantas otras veces, me vino la natural pregunta: ¿porqué estas personas (como tu padre) no ven más fácil y más conveniente migrar a otras ciudades/regiones del propio país (México) sabiendo las dificultades legales que hay para entrar en otros (en concreo USA)? y yo mismo me respondí antes de leertelo de ti: porqué el mexicano es muy «xenófobo» EN GENERAL (claro que no todos!!!!), más que incluso un yanqui. No los conozco muy bien a los del otro lado de la frontera, pero he escuchado que están más interesados en el valor laboral que uno puede aportar que en el lugar de origen de uno. Es decir, son obviamente más pragmáticos. ¿Qué puede esperarse de una «nación» que ha sido construida por gente que vino a conseguir más de lo que conseguían en su tierra de origen?

      Tú relatas como finalmente tu padre consigue asentarse en Sonora, no por ello «bien recibido», muy probablemente por culpa de un «regionalismo mal entendido» por parte de algunos. Y ahí me confirmó la intuición que he desarrollado respecto «al mexicano» después de convivir con ustedes casi una década. ¿Cuanto tiempo más hace falta para aceptar que el mexicano migra a USA porqué en su propia tierra ni le ofrecen lo que necesita ni le dejan fácilmente cambiar de «terruño», como tú lo llamas?

      Yo, personalmente, no he sufrido ese rechazo que has relatado que sufrió tu papá… creo que por el ya conocido «malinchismo» mexicano, jejeje… ya sabes, esa especie de sentimiento de amor/odio hacia el europeo, en particular el español. Pero en todo caso, tan solo he tenido que aguantar algunas carrillas cariñosas. Sin embargo, me he dado cuenta (es insoslayable) el «menosprecio» por gente del sur del país.

      A este respecto, creo que el tema de los «malos entendimientos» entre regiones es algo que trae cola también. Es bastante universal y no solo mexicano. Normalmente es rivalidad y es hasta cierto punto entendible, y a veces es «incompatibilidad» de carácteres y formas, que pueden llegar a incomodar. Por ejemplo: en mi colonia (unas 170 familias) soy el «español»… y tengo gente que me trata con cariño y otros que no me pueden ni ver (!!!!) simplemente porqué los epañoles somos más toscos y directos y de frente para hablar y para exponer los puntos de debate en las discusiones. Es decir, aquí mismo entre los sonorenses hay quien valora más ese «ser directo» y hay quien directamente lo DETESTA. Entonces, puedo comprender y comprendo en primera persona, las dificultades del que «viene de fuera».

      Para terminar, siempre digo que al final lo que marca la diferencia es dividir a la gente entre los que DISFRUTAN las diferencias y los que les INCOMODAN. Y fíjate que no pongo el acento en las que RESPETAN… no! lo de respetar las diferencias SE PRESUPONE siempre en el 100% de los casos (aunque no sucede así)!!! El límite lo marca la INCOMODIDAD ante las diferencias, en un sentido EMOCIONAL: los que se sienten incómodos vs. los que no. Lo demás cae por su propio peso.

      En fin, un debate apasionante, y reconozco que aún lo tengo en evolución dentro de mí. Tengo mis momentos más pesimistas, y otros más lúcidos, pero ahí estamos… anhelando ayuda en esta búsqueda de la harmonía. Saludos!

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