La globalización es un hecho inevitable y en los albores del siglo XXI México se ve obligado, de muy mala gana, a incorporarse a ella para desarrollar nuevas formas de relación al interior de la república, entre los mexicanos y entre los mexicanos y su gobierno; y al exterior del país, entre los mexicanos y los extranjeros o los mexicanos y las corporaciones internacionales. Desde mi lente historiográfica creo ver que más allá de los pros y los contras de las realidades políticas y económicas que se desprenden del momento histórico que vivimos, muchos de mis connacionales enfrentan con dolor el futuro porque les representa algunos de los principales traumas emocionales que se han tejido a través de la historia de la república mexicana.

Creer esto último me hace pensar que al final nos vemos impedidos de estudiar la realidad y sus posibilidades, sean buenas o malas, y poder de esa manera potenciar las ganancias o reducir las pérdidas, porque lo que percibimos no es la globalidad en sí sino el sentimiento que ésta nos produce y que se encuentra encriptado en la memoria histórica de la sociedad. Aprovechando la libertad que incitan lugares como Crónica Sonora, y ante la facilidad de soltar ideas sin necesidad de comprobarlas, por lo menos en este espacio, señalaré dos o tres situaciones que desde perspectiva frenan la feliz, o por lo menos sana, integración de los mexicanos a la realidad mundial.

Los mexicanos  aún vemos con recelo al otro, al extranjero, al que no es igual a nosotros. Bajo esa óptica, un mundo que exige la interacción y cercanía con lo externo y con los forasteros que llegan a nuestra tierra nos invita a que salvemos un primer obstáculo: comprender que el mundo ya no se mide en términos físicos y  matemáticos como los de fuerza y volumen. Ya no es superior, como lo fueron los españoles en el proceso de conquista, el más fuerte concebido como tal por contar con armas y ejércitos tecnológicamente superiores; tampoco lo es el que domina más espacio o territorio, como los invasores norteamericanos y franceses que ocuparon el país en el siglo XIX.

Ahora, la historia nos deja ver que no es necesario revivir la historia de dolor que se gestó durante los siglos de dominación española y cuya costra levantamos al calor de la polémica traición de Santa Anna y a la par del desarrollo económico que durante el porfiriato se sustentó en el privilegio del empresariado extranjero. La realidad nos indica que no se trata de medir fuerzas sino de vernos en el espejo del otro.  Es momento de  observar las cualidades que nos identifican y generan empatía con los íconos del progreso del siglo XXI, independientemente de su nacionalidad.

La innovación y el emprendimiento se observan en el mundo, incluido México, a través del rostro de hombres como Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Bill Gates  y esos tantos otros que han revolucionado  el campo de las comunicaciones. Son nombres norteamericanos y no los odiamos como a Trump, tal vez porque su obra nos ha unido y no separado a las comunidades de los dos países como lo intenta este último. Pero tampoco los denostamos como lo hacemos con los grandes empresarios nacionales, a personalidades como Slim los hacemos símbolos de la desigualdad y desequilibrios internos del país para rechazarlos, quizá para (independientemente de los privilegios o capacidades que puedan tener sus empresas) negarnos una realidad que el empresario nos estalla en la cara pero que exige compromisos que hasta ahora no nos hemos trazado: me refiero a que un mexicano puede ser igual de genial que un extranjero y, con su genialidad, hacer un millones de pesos.

No nos atrevemos a reconocer que nuestras potencias y capacidades son semejantes a las de los líderes mundiales. La tradición de diferenciación social, de desigualdad económica, de discriminación racial y de intolerancia hacia el pluralismo ideológico, entre otras formas de violencia hacia la diversidad, han generado un sentimiento de inferioridad que ya no es necesario justificar escribiendo historias de opresión e injusticia social sino que es necesario soltar reconociéndolo como lo que puede ser: un recurso emocional que encubre el miedo que nos provoca ser diferentes. Para qué seguir  legitimando la guerra de independencia de México contra España como una lucha necesaria para acabar con la explotación económica del pueblo mexicano o, vista desde otro ángulo,  validándola como una medida indispensable para alcanzar una verdadera representación política en el sistema gobierno.

Me parece que ya no, ya no es hora de trabajar para mantener las mismas creencias sino para provocar un cambio de concepciones. Para, concretamente, fortalecer la convicción de que la diferencia únicamente nos habla de la existencia de distintas identidades, en este caso, nacionales, y resaltar los aspectos que nos hacen ver que la diversidad cultural de las naciones no sólo no impide sino que favorece la integración armónica de los países.  Para mostrar, por ejemplo, que históricamente la vocación productiva de México, el desarrollo de las actividades primarias, lo ha llevado a integrarse a la economía mundial como país agroexportador y a interactuar con Europa y Estados Unidos consumiendo productos industriales y tecnología. Vender una cosa y compra otra de otro tipo no nos hace inferiores.

No se trata de ser lo mismo y en los mismos términos para aplicar con exactitud los principios modernos de igualdad y libertad que surgieron a raíz de las revoluciones liberales, de esos hay que deshacernos también, ya nos limitan, nos impiden el crecimiento. Hay, más bien, que aferrarnos a conceptos algo no tan arcaicos como el de equidad que, en este caso, nos haría entender que cada nación debe integrarse a ambientes de comercio justo aprovechando sus áreas de oportunidad, esto es, las áreas económicas que históricamente se han desarrollado en el país.

En síntesis, en este texto que podrá tildarse de ingenuo, optimista e ignorante busco comentar que una visión obnubilada por el dolor emocional del pueblo mexicano no nos permite ver de manera serena y objetiva el escenario que nos plantea la globalidad. Hay que supurar las heridas invirtiendo el significado que le hemos otorgado a la experiencia histórica mexicana y erradicar los obstáculos, cambiar las ideas que aunque fueron importantes para el desarrollo de la sociedad en el pasado, en el siglo XXI ya nos sirven porque nos limitan, nos encapsulan y enmascaran el temor a ser un país diferente, tal vez ocultan el miedo que nos produce alcanzar una vida social prospera y feliz. Ah y al gobierno ni lo toco porque si de algo estoy segura es que su acción nunca ha sido un factor determinante en el cambio… el motor de la historia de México está, como lo hemos visto de manera reiterada, en la unión de la sociedad.

Por María Patricia Vega

Fotografía de Benjamín Alonso

Esculturas por rumbos del Exconvento de Santo Domingo, en Oaxaca, Oaxaca. Enero 2009.

Sobre el autor

María Patricia Vega Amaya vive en Hermosillo y es historiadora dedicada a la docencia. Licenciada en Historia por la Universidad de Sonora, maestra en Historia por el Instituto Mora y egresada del doctorado en Historia del Colegio de México. Twitter: @profe_patty

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12 comentarios

  1. Un texto muy generoso, por su propósito y su estructura. Invita, entre otras cosas, nada menos que a redimensionar la historia como fuente de explicación de algunos procesos humanos. En cuanto a las «ideas que no requieren comprobación» opino que es una postura innecesaria como justificación. Las ideas han tenido – felizmente- tal carácter de intemporalidad que no ameritan sino ser expresadas, justo como lo hace aquí la autora.

  2. Patricia, me ha gustado tu valentía para pensar en voz alta. Aunque concuerdo con Juan Izaguirre -que comentó antes que yo- que no deberías haberte justificado. Realmente escribir en público es casi como desnudarse y estar dispuesto a que te apedreen… tristemente siempre hay quien tiende a opinar hiriendo.

    Dicho esto, quería preguntarte algo, puesto que me ha parecido que es una argumentación que andas aún dándole vueltas. Vamos, que está por «cerrar». ¿No crees que sin quererlo te anclas demasiado -para mi gusto- a esos mismos conceptos históricos que muy bien dices que es necesario revisar y modernizar, cuando hablas reiteradas veces de esa «nación mexicana» en diferenciación a otras «naciones», como nuestra vecina USA?

    Me explico. Tienemos que admitir que las «naciones estado» actuales, especialmente estas enormes con más de 20 millones de habitantes no son tanto naciones «históricas» creadas sobre un fondo común de cultura, idioma, etc… son más bien todo lo contrario: una amalgama -más o menos con sentido u orden- de culturas varias, normalmente nacidas en la época expansionista europea. Y aquí incluyo macro-países como España, Francia, Alemania, etc… que en los últimos 3 siglos «nacieron» ANEXIONANDO pueblos independientes. España por ejemplo, anexionando Cataluña, País Vasco, Galicia, etc… que tienen incluso su propio idioma.

    En el caso de USA es obvio: un territorio (por llamarlo de manera aséptica) multicolor donde los haya, racialmente hablando, también idiomáticamente… y de ahí en adelante una variedad tan extrema que es fácil entender porqué siempre tienen grandes conflictos sociales internos.

    En el caso de México, yo llegué aquí desde Cataluña hace 10 años, y lo único que veo en común entre todos los mexicanos es con suerte su amor por una bandera «casi colonial» (esto daría para una tertulia otro día) y su himno. Pero la variedad étnica de este territorio no tiene nada que envidiar a la del país vecino del norte, igual sus culturas e idiomas.

    Digo esto porqué -además como catalán- me produce cierto chirrío ver cómo rápidamente el intelectual (cabe decir «filohispano») en México da por sentado la «nacionalidad indiscutible de México», como si algún nexo de unión fuerte hubiera en el territorio. Y la verdad (ahora soy yo el que me desnudo delante del público y ya pueden tirar piedras), no veo tal nexo fuerte… lo único que veo es que fue un Virreinato de la Corona española en América que se independizó hace 2 siglos. Incluso, como todos ustedes saben, se perdió una gran parte del territorio del norte que pasó a manos de USA en 1848 (ahora California, Arizona, Nevada, Colorado, Utah y parte de Wyoming).

    Quería comentar esto hoy y aquí porqué gustándome tu espíritu revisionista, he notado en tu crónica esa tendencia a seguir viendo y sintiendo esa «idiosincrasia del mexicano» frente a otras idiosincrasias nacionales, como si realmente fuera un hecho constatable… el cuál, me tomo la libertad de ponerlo muy en duda. Y más aún, como tú has hecho, hago el llamado a revisarlo.

    Si yo tuviera que hacerlo, rascaría un poco más allá de lo enmarcado por las fronteras del mapa. Buscaría un poco más atrás qué unía a cada una de las comunidades étnicas y culturales que integran el país. Aquí dejaría un poco aparte a los inmigrantes, como yo, que en todo caso vinimos a condimentar un poco más una ensalada que de por sí ya es bastante colorida. Aunque si así lo hacemos nos quedaríamos con la mitad de la población… habida cuenta que una mayoría de los mexicanos tienen apellidos europeos, no indígenas justamente. Entonces el asunto está aún más complicado: gran variedad étnica original sumado a una gran variedad étnica inmigrante. No solo españoles, también chinos, catalanes, gallegos, franceses, holandeses, alemanes, etc…

    Creo que en el mundo de la globalización económica, las personas deben buscar sus identidades en su entorno más local: en qué pueblo o ciudad naciste. Allá ¿cómo celebran la democracia, cómo el amor, cómo las fiestas, la solidaridad, el enfrentamiento, el rencor, etc…? Pondré un ejemplo (aunque lo tomo de Woody Allen): creo que poco tiene que ver el típico neoyorquino con el californiano, en USA. Igual un oaxaqueño con un sonorense de Nogales.

    Tampoco soy de los de amar y quedarse en los regionalismos, no! Pero si algo tienes que conocer (y del conocimiento viene el amor) son tus raíces LOCALES. Y no nos engañemos… México no es el «local de nadie». Perdón, es mi opinión.

    Yo voto por esa internacionalización de nuestra cosmovisión que tú has sugerido, pero a la vez rescatando y dando su lugar a las raíces de cada cuál. Los ecologistas suelen traducirlo así: piensa globalmente, actúa localmente. No es un tanto un precepto como un hecho, ¿no crees?

    En todo caso, los «nacionalismos integradores» del tipo USA, México, España, van a ir a menos, porqué no tienen ni el valor de lo global ni de lo local. Estoy convencido de que el futuro será el de la mancomunidad de pueblos y culturas.

    Un saludo!
    Sergi

    1. De acuerdísimo!!! A veces me parece que la identidad en México no es el resultado de la experiencia compartida, como idealmente debiera ser, sino el símbolo construido e interiorizado por los mexicanos como emblema que nos identifica (más no cohesiona) frente al mundo. Yo creo que eso es originado porque la historia es una ficción y no porque sea producto de la imaginación de los historiadores (los hechos objetivos ahí están), sino porque los que construyeron y siguen construyendo el pasado nacional, en su afán de homogeneizar la pluralidad de experiencias, crearon un discurso que en este momento es insostenible a la luz de la diversidad social y cultural que emerge en el
      país de manera estrepitosa. Pareciera que reconocer la variedad es sinónimo de dispersión del poder o de no poder controlarlo todo. Tal vez, darnos cuenta de que los ideales de modernidad no prosperaron nos produzca un terror garrafal.
      En consideración a que es todo un reto enseñar historia nacional en un mundo global he buscado muchas definiciones de identidad en la teoría social y en la ciencia política para darle sentido a mi labor. Al parecer todas las definiciones presentan el mismo problema, otorgan a la identidad un valor de alteridad. Eso es algo que no favorece la convivencia porque plantea que la diferencia es motivo de separación y conflicto y no de integración y comprensión de la diversidad. Mucho menos abonan a la escritura de una historia que reconozca las diferencias y haga del otro, del no mexicano, un factor integral y necesario para el desarrollo del país. En fin… hay muchas cosas como bien lo señala que hay que seguir pensando.
      En este momento sólo sé que en un mundo global hay que marcar más semejanzas, empatías, y complementaridades entre las historias nacionales. Tal vez haya que dejar de hablar de la particularidad histórica como principio de legitimidad de la historia nacional y regional para hablar de experiencias sociales comunes y simultáneas. Quizá redimensionar el sincretismo y abandonar un poco la idea de nuestros predecesores de que lo global destruye lo propio. Yo creo que la identidad o la capacidad de los seres humanos para reconocerse en los otros, en los suyos, en los que comparten sus orígenes, debiera ser factor de seguridad, de crecimiento social y ensanchamiento de la cultura a partir de la interacción con lo ajeno, con lo extranjero.
      Muchas gracias!

  3. Vaya, Patricia, me encanta cómo piensas. Y no pretendo un halago para tontos. Me cuesta mucho encontrar personas que quieren analizar con esa profundidad sus propias «creencias», su «cosmovisión», con la apertura con la que tú te lo planteas. Y digo «quieren» porqué todo el mundo «puede», pero muy pocos «quieren». Es muy incómodo revisar lo que aprendiste en los últimos 30 años y tener que aceptar que tal vez lo entendiste un poco del revés! Supongo que por eso a mucha gente no le gustan las películas con finales «sorpresivos» (como el «Sexto sentido», de Shyamalan), porqué hace falta mucha humildad para aceptar que has estado bien equivocado.

    Dicho esto. Voy a tratar de dar otro pasito en este interesante intercambio de ideas 😉

    Me ha provocado un gran reto responder a tu inquietud: ¿cómo explicar «historia nacional» en un contexto histórico contemporáneo tan globalizado? Y tratando de aportar algo que ayude, me ha venido a la mente mi experiencia en materia de religiosidad. Para no hacerlo muy largo: durante mis primeros años fui católico, ferviente creyente, catequista, mi escolaridad completa pre-universitaria en una escuela de jesuitas, etc… Sin embargo, hacia los 30 años empecé a ser agnóstico, léase «persona que duda de la existencia de Dios pero no quiere llegar a negarla, dada la improductividad de tal asunto en la vida diaria y la dificultad -o imposibilidad- filosófica de hacerlo».

    Quiero centrarme en cómo tuve que RE-APRENDER A VER EL MUNDO después de un cambio cualitativo semejante: de girar tu vida en torno a una deidad bondadosa -con lo que ello olbiga a compromiso social, etc- y girarlo hacia una percepción materialista de la historia y del hombre, en el mejor de los sentidos, que viene a ser una apuesta definitiva a que somos los únicos responsables de lo que suceda a los otros y a este planeta.

    En fin, ¿qué tiene esto que ver con tu pregunta sobre la historia nacional en un mundo global? jajaja. Ahí voy. La cosa está en que «cosmovisiones» antagónicas son perfectamente compatibles y explicables. Es más, posiblemente sin la primera no hubiese sucedido la segunda. Lo que somos -como ya sabes- se forjó en nuestro pasado. Y eso aplica a mi experiencia católica vs. un agnosticismo responsable, y de igual modo creo que aplica a una historia nacional como un intento de construcción simbólica que aunó en el pasado esfuerzos para construir -se supone- algo mejor de lo que había antes. Intento, que como sabemos, tuvo grandes defectos y grandes aciertos. Pero creo que es muy rescatable TODO, los aciertos como los defectos. Así pues, no es que esté proponiendo hablar de la «identidad nacional de México» como algo del «pasado», pero sí es cierto que es algo decimonónico que nos ha llevado a dónde estamos, y que como cualquier otra estructura histórica y social está OMPLETAMENTE viva y evolucionando, o muriendo, o metamorfoseando… como sea, uno puede hablar sin tapujos de su historia nacional sin negarse a analizarla en el contexto actual.

    Creo que en esto anterior coincidirás conmigo, pero ahí espero tus matices si no lo ves igual.

    Como sea, llego al segundo punto que quería comentar de tu último comentario: el de la definición de la identidad en base a la alteridad. Muy bien descrito! No es la primera vez que lo leo, pero supiste colocarlo con las palabras justas y oportunas. Sin embargo, no coincido contigo en tu rápida conclusión de que el reconocimiento de nuestra diferencia con la alteridad lleva inevitablemente al «conflicto» (en un gama amplia de casos, obviamente, y de grados). La verdad, si la gente quiere encontrar conflicto, como sabes, lo encuentra en base a CUALQUIER hecho de la vida, desde el color de la piel, el equipo de fútbol, etc… Hay gente que busca el conflicto hasta en un chat hablando de un cantante… (hay cada escena tan surrealista en algunos hilos de comentarios en videos de Youtube…!! 🙁

    Así que si me preguntas, no tiene caso que queramos otorgarle más conflictividad a la construcción de una «identidad por diferenciación con el otro» de la que ya tienen tantas otras esferas sociales.

    Dicho esto, y regresando a las identidades nacionales, ufff…. es un tema muy complejo. Y te lo digo como catalán que desearía una República Catalana independiente del actual Reino de España (con suerte será pronto, están en ello). O la de un europeo que desearía otra Europa más comprometida con lo social y los ideales humanistas que con salvar bancos de capital apátrida.

    Si tengo que dar una opinión más o menos cerrada sobre el tema diría unas cuantas ideas que más o menos tengo claras, pero me veo incapaz de dar una definición académica, ya me entiendes. Se podría resumir en: Los nacionalismos bien llevados y «sin exagerar» unen a la gente en proyectos constructivos.

    – Los nacionalismos bien llevados no necesitan incitar a la competencia «supremacista» contra otras naciones. Pero si pueden suscitar un esfuerzo de superación personal y colectivo para tratar de destacar en el mundo, e incluso para compartir el «secreto de su éxito». Del mismo modo sucede en las historias de vida personales: uno puede dar mucho más a los demás cuando es una persona talentosa pero sobre todo esforzada en ser tan competente como los demás. Los individuos o «colectivos» que no son competentes no pueden servirse ni a si mismos ni a los demás. Al contrario, suelen ser los que buscan los conflictos para resolver su ineptitud.

    – Las naciones actuales, igual que las del pasado, estuvieron ahí y explican cómo hemos llegado a dónde estamos. No por eso nos hemos de vanagloriar de los episodios más denigrantes para la moral (conquistas, guerras, etc…) pero sí que asumir que existieron y saberlas explicar evitarán que volvamos a repetirlas o al menos nos darán mejor conciencia DE LO QUE NO QUEREMOS SER. En una composición musical son tan importantes las notas que se tocan como los silencios que las separan. Así pues en la definición de lo que somos y lo que queremos, también nos define lo que NO queremos ser. Y eso normalmente está cerca de nuestro pasado reciente.

    – Creo más en la viabilidad de proyectos nacionales de alcance territorial y poblacional limitado a un conjunto de población con CLAROS puntos de conexión en común. Pero quiero subrayar la importancia del tamaño especialmente: grupos enormes (más de 20 millones) me parecen muy «poco cohesionables» en la práctica. Al final, hay que reconocer que somos animales mamíferos demasiado sociales y apegados a la gente, a la tierra que pisamos, a nuestra ciudad, etc. Nuestra capacidad de empatía y solidaridad con gente lejos de nosotros disminuye cuadráticamente proporcional a la distancia que nos separa de ellos en el espacio y en el tiempo. La prueba está en que a una gran mayoría de la población le «vale madres» (con perdón) el aire irrespirable que sus nietos tenga que respirar, o si tendrán un planeta habitable… es más importante tener el último teléfono en el mercado y cambirse de carro cada pocos años a ser posible. Entonces, en un alarde de franqueza -aunque impopular- tengo que decir que no creo mucho en la capacidad empática de los humanos actuales, y tratar de involucrarlos en proyectos comunitarios de demasiada gente es directamente un engaño y un fracaso anunciado.

    Vaya, en fin, detesto que me guste tanto extenderme en más y más párrafos, pero sé que tengo una audiencia demasiado paciente y me aprovecho. De hecho, releyendo mi último párrafo vi que caí en mi derrotismo y pesimismo demasiado frecuente últimamente. Supongo que todavía estoy superando ese desengaño que sufrí cuando mi creencia en un Dios amoroso se esfumó. Ando tratando de re-orientar mi brújula existencial. Gracias por estar ahí! Un saludo!

    1. Suscribo de nuevo las ideas. Creo entender el sentido con el que las planteas y me parece fabuloso!!!. Yo creo que el problema de fondo, más allá del sentido positivo o negativo que se le otorgue a las ideas, es que no nos atrevemos a hacer una radiografía de nuestras concepciones. No nos atrevemos a pensar ni a hablar libremente de que Marx fue muy eficiencte al explicar las desigualdades de la sociedad con su concepto de clases pero demasiado optimista al tratar de resolverlas, como sabemos el socialismo no fue la via para el desarrollo de sociedades justas como lo pone en evidencia la URSS. En lugar de eso seguimos buscando explicaciones cada vez más complejas y rebuscadas para entender por qué la libertad de los individuos no produjo un mundo de iguales, para comprender por que la equidad legal no es lo mismo que el respeto a la pluralidad. Qué pasaría si reconocemos la inoperancia de nuestras actuales creencias para moldear realidades; Qué sucedería si acordamos que es la experiencia social la que nos explica la persistencia de las desigualdades en lugar de buscar nuevas ideas para justificar la no concreción de los ideales. A veces creo que el científico social del siglo XXI aún trabaja para cubrir las espaldas de los autores de la modernidad. Trabajo vano porque el mundo está que revienta la camisa de fuerza que le impusieron las ideas sociales, políticas y económicas que surgieron en el siglo XVIII, XIX y XX.
      Esa resistencia a indagar en nuestra epistemología mental (por llamarla de una manera jajaja) la encuentro muy humana. El dolor que nos produce la desigualdad opera, en el caso mexicano, de dos formas. Cuando evadimos la responsabilidad de nuestros males vemos el dolor proyectado en el exterior y nos volvemos un pueblo soberbio, altanero, y muchas veces también griton y berrinchudo frente a naciones que, como Estados Unidos, o cualquier otro, nos da pretexto para sacar la ira. Cuando lo sentimos en el fondo de nuestras entrañas, al interior del país, nos produce un miedo terrible, un sentimiento de indefensión y desamparo que nos conduce a buscar seguridades en cualquier parte y no en pocas ocasiones nos conduce a tomar decisiones irracionales, a hacer de la fe la bandera de una sociedad laica, a volver la cara a candidatos que nos ofrecen antiguas formas paternales.
      Es apasionante pensar en cómo funciona la razón y la emoción del mexicano. La historia vista en nuevos términos nos ofrece un mar de posibilidades para reivindicar la mentalidad y hacernos más receptivos a los cambios. Yo no puedo no tener esperanza, yo no debo permitirme dejarme vencer por la apatía, yo no quiero perder la ilusión en el futuro porque decidí que mi vida profesional se desarrollaría en las aulas y el compromiso moral que tracé con mis alumnos exige que les haga ver las posibilidades que nos ofrece la construcción de nuevas realidades. Es una labor algo solitaria porque los más, como bien dices, no quieren ver y oír de lo que los jóvenes necesitan, se conforman con el hecho de asentar que la historia es necesaria para conocer tus orígenes y no quieren saber que lo que urge a la sociedad.
      Un medio para el cambio de concepciones en el que he venido pensando y que me causa un inmenso placer como profesional es el arte. Fue escuchando cantautores de la nueva generación de trovadores españoles donde empecé a entender que el arte nos arroja nuevas cosmovisiones del mundo. Soy fan de Serrano pero la verdad es que ya lo rebasaron cantantes como Diego Ojeda, este último en letras como «mi mejor experimento», preludían las visiones de futuro que permean entre los jóvenes. Pero más allá de eso los conceptos del arte, por ejemplo, el de armonía en la música, puede llevarnos a trascender la polémica diferencia al hacernos comprenderla como un elemento necesario, como condición indispensable para la armonía social lo mismo que es la ejecución de diferentes instrumentos en la producción de una melodía. En fin, yo apostaría por una educación donde la música y las artes fueran igual de relevantes que las matemáticas.
      Bueno… escribí mucho. Pero me siento contenta de leerlo y poder comentar ideas que hacen de este tipo de medios puntos de encuentro. Saludos!!!

  4. Vaya Patricia, unas cuantas cosas me han gustado mucho de lo que has dicho. Por ejemplo:

    «comprender por que la equidad legal no es lo mismo que el respeto a la pluralidad»

    Simplemente, genial y acertadísimo.

    Esta otra afirmación también genial:

    «La historia vista en nuevos términos nos ofrece un mar de posibilidades para reivindicar la mentalidad y hacernos más receptivos a los cambios.»

    Al respecto de la cuál te recomiendo que -si no lo has hecho ya- indagues acerca de la «hermenéutica»… te va a FASCINAR. Lee nada más la introducción que hacen en la wikipedia:

    https://es.wikipedia.org/wiki/Hermen%C3%A9utica

    Otra perlita de tu comentario:

    «Yo no puedo no tener esperanza, yo no debo permitirme dejarme vencer por la apatía, yo no quiero perder la ilusión en el futuro porque decidí que mi vida profesional se desarrollaría en las aulas y el compromiso moral que tracé con mis alumnos exige que les haga ver las posibilidades que nos ofrece la construcción de nuevas realidades.»

    Jolines! yo hubiera querido una maestra de historia así!!! 🙂

    Es estimulante y me encanta que quieras revisar (y enseñar) la historia como lo que es: una re-interpretación continua, en donde el que la lee o la recita proyecta parte de sí mismo y de sus circunstancias, pero que al fin y al cabo permite a la misma historia ser explicada cada de vez más comprensivamente y por tanto con mayor repercusión en nuestro futuro. No le llamaría «filosofía de la historia» pero tal vez sí «filosofía a partir de lo histórico». Es más, no creo que se pueda hacer filosofía de ninguna otra forma que después de un conocimiento profundo de la historia. Excelente Patricia.

    Genial tu atracción intuitiva con el arte como algo que estimula de forma poderosa esta revisión del hoy y del ayer. Me recuerda a algo que leí: los artistas son individuos que tienen la habilidad de captar y entender el subconsciente colectivo (léase: la cultura e historia de su comunidad) y expresarla de una forma más o menos inteligible para el resto, ya sea en forma de literatura, escultura, teatro, danza, etc. Me fascinó esa definición, y creo que te habrá gustado, porqué expresa de forma concreta tu intuición: que el arte es capaz de recitarnos o mostrarnos aquello que queríamos decir pero no sabíamos decirlo. Obviamente, el asunto es más complejo y no tan simple, pero la idea de fondo es muy potente y creo que muy acertada. Lástima que no pueda darte una referencia concreta de esta idea… la verdad, fue hace 15 años que supe de la misma y en su momento no me llamó la atención, due años más tarde que la recordé y la confirmé con mi experiencia. Pero no recuerdo la fuente 🙁

    Igual que tú, mi educación ideal y universal pasaría por ser lo más integral posible, a lo helénico, vamos jajajaja. Pero sí, más artes, más desarrollo personal, más espiritualidad (que no religiosidad! para religión ya tenemos demasiado con el fútbol o operación triunfo!).

    Oye, Patricia, ha sido un placer platicar contigo todo esto y creo que daría para mucho más. Voy a pedirle tu contacto a Benja, para que un día podamos vernos y montar una buena tertulia, seguro que Benjamín se apunta!

    1. Hola Doctora Patricia… Sergi… Benji…

      He leído en un ejercicio algo extenso el flujo de ideas concatenadas a partir del texto Curando los dolores de la historia… me ha parecido un texto rescatable y encomiable en su propósito fundamental: romper con las taras de una cultura acomplejada y encerrada en un nacionalismo charro o excluyento o aislacionista, más o menos como lo entendí en los párrafos. Sin embargo, la lectura no es nada si no se hace una lectura entre líneas. No encuentro a grandes rasgos un hecho o un factor que me convenza que los mexicanos (estudiantes, empresarios, jóvenes, niños, ciudadanos en general, políticos, obreros) o nuestro país como conjunto colectivo «se ve obligado y de mala gana» a desarrollar nuevas formas de relación al interior y el exterior con personas o empresas extranjeras. De hecho, no hay una fecha oficial de entrada de México en la globalización. Desde luego, México siempre ha actuado en el concierto internacional desde hace por lo menos sesenta años (recordemos por ejemplo la Doctrina Estrada)… existe sí, se recuerda, una fecha oficial de ingreso al Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), el primero de diciembre de 1994. Y a pesar de que ese día inició la revolución zapatista en Chiapas, la verdad es que a 23 años de distancia de la entrada en vigor del también llamado TLC no recuerdo un paro laboral nacional, no recuerdo que la crisis financiera detonada en diciembre de 1995 se haya generado a partir de ese punto de cambio de status comercial del país… lo que quiero decir es que llevamos como país casi tres décadas familiarizados con el término globalización – integración – internacionalización… de hecho hubo un momento en que México era el país con más acuerdos suscritos a nivel internacional (con Centroamérica, con Sudamérica, con la Cuenca del Pacífico, con Asia, etc…) de forma que a la distancia de tres décadas, lo que a principios de los 90’s presentaba bastante resistencia social de la opinión pública, ahora se traduce en tenor y nerviosismo aquí a nivel local de que se rompa ese acuerdo de libre comercio.
      ¿En qué otras áreas ha cambiado México desde que se habla de globalización? En el futbol. Por decir una tontería. Antes de los noventas México no participaba ni en la Copa Libertadores de América, ni en la Copa América y nuestros jugadores no emigraban a Europa a jugar en clubes extranjeros. Miremos ahora cómo ha cambiado eso: Muchos jóvenes mexicanos de todos los deportes se desarrollan plenamente internacionalmente, México se ha vuelto más competitivo en el ámbito de los deportes profesionales, por lo menos en futbol y en beisbol. Pero digamos que eso no tien importancia. Pensemos en los intercambios académicos. ¿Cuántos acuerdos de posgrados y residencias universitarias ha suscrito México con los países con los cuales coopera económica y comercialmente? En cuanto al lado del consumo. Somos un mercado decididamente consumidor de bienes extranjeros, especialmente biene de consumo, nos tragamos todo lo que Hollywoood nos manda, lo que los chinos nos mandan, somos un gran mercado interno con un volumen de intercambio internacional que nos supone cada año un déficit comercial considerable. Y sin embargo, generalmente tenemos un superávit en este renglón respecto de los Estados Unidos. El único conflicto de relativa importancia que recuerdo de México respecto al extranjero, fue el que protagonizó Vicente Fox con Cuba… cuando Fidel Castro chamaqueó a nuestro canciller Jorge G. Castañeda, que todavía suspira con la presidencia. Turísticamente somos un pueblo privilegiado y antes del infierno del narco en Acapulco, los episodios de Cancún que tampoco han faltado en Mazatlán, Vallarta y otros puertos, antes siempre fuimos siempre un destino preferido de los extranjeros… y no es por nada pero tenemos fama de hospitalarios y de amables. Así que no me queda claro por qué se pueda decir en el terreno de los hechos que avanzamos con dolor y de mala gana hacia el desarrollo de relaciones en medio de la globalización… tenemos marcadas desventajas, pero debe cosntarnos que nuestros productores, los de la uva, los del espárrago, los del melón, las fresas, el aguacate, el tomate, la naranja, etc… autopartes, cerveza, vidrio, cemento, la industria maquiladora de exportación… no les ha entrado el miedo, al contrario, nos hemos insertado en los mercados internacionales de una buena manera… México es una economía grandísima, tal vez de las veinte más grandes a nivel mundial… y si no fuera por nuestras empresas exportadoras, eso que ahora llamamos como «traumas emocionales tejidos a través de la historia de la república mexicana», no se llamarían así, sino se llamarían la VENEZOLIZACION o la CENTROAMERICANIZACION de la República Mexicana. Ni siquiera pienso que el mexicano común, el de la calle o el de la escuela, repare en el factor de la historia de México para tratar de sacar sus días adelante. Perdón, no es que desprecie la cuestión, al contrario, me parece centralmente importante. Pero también con el perdón de ustedes, la historia de México es terriblemente deprimente. Casi hay que hacer un verdadero esfuerzo para sentirse bien acerca de la historia de México. Tal vez ahí está la riqueza y la importancia de su propuestas, Doctora Patricia Vega, una tranquila y sosegada reconciliación con la historia, otro resumen de la historia, otro enfoque y tal vez otra narrativa… el capítulo de la revolución mexicana, por ejemplo, si el maestro de secundaria no la tiene perfectamente asimilada, jamás la va a poder transmitir con claridad a un pobre adolescente que, nomás a la caída de Victoriano Huerta ya está listo para decir: Esto es una puñeta sin fin. (válgame la expresión, tal vez quise decir jalada, tal vez quise decir enredo)… Pero en resumen, creo que existía un mexicano de idiosincrasia colonial, otro de idiosincrasia decimonónica o feudal si ustedes quieren, otro mexicano de idiosincrasia de lógica revolucionaria (reparto de tierras, salario mínimo, alfabetización, jornada laboral, etc…) otro mexicano posrevolucionario, aquel migrante del campo a la ciudad, a la frontera, aquel que cambió la pala por la fábrica… y existió también un mexicano de idiosincrasia de la segunda mitad del siglo XX, el que luchó por derrocar la dictadura autoritaria, el del 68, el primer mexicano netamente urbano, el mexicano común que aspiró a una carrera profesional, al éxito personal, al progreso material e intelectual, el mexicano de fin de siglo… y ahora hasta creo que la idiosincrasia del mexicano ha cambiado y lo sigue haciendo… el mexicano global, el mexicano habitante del mundo de internet, el mexicano tan digitalizado como el japonés, el alemán, el español, el estadunidense, el danés y el finlandés… sí nos hemos hemos integrado y no necesariamente con dolor ni de mala gana a la globalización… y hay que ser francos y objetivos en esto… han sido millones de mexicanos los que han emigrado a los Estados Unidos y encontrado mejores oportunidades o salarios que acá, y en los últimos veinte años no ha disminuido la contribución de sus remesas en un promedio de 20 mil millones de dólares por año, que creo que significa la segunda fuente de ingresos o divisas internacionales para nuestro país… y la mejor noticia es que ese dinero ha entrado directamente para beneficio de los ciudadanos del país… de manera que México no solamente es un país sumamente globalizado sino que ha sido ganador de esa globalización… pensemos por ejemplo en la migración sudamericana o centroamericana hacia los Estados Unidos, más difícil, más sufrida, más dolorosa, más trágica, más complicada… pensemos por ejemplo en la migración reciente de africanos a Europa, rechazados en Grecia, rechazados en Austria, rechazados en la mayoría de los países, prácticamente Alemania, Italia y Francia han tenido que cargar con el peso de toda esa migración… pensemos en todo lo que hemos podido salir adelante de uno u otro modo si como mexicanos no lucháramos ante los retos que nos exige el mundo, que nos exige nuestra propia situación interna… de hecho el problema de los mexicanos no es, ni por mucho, nuestro sector externo: el gran problema de México son nuestros problemas intestinos, nuestra realidad presente, los derroteros de nuestro contrato social.
      Se ha mencionado en este intercambio de ideas que los mexicanos no tenemos un nexo con nuestro territorio. Error Mister Sergi, los mexicanos tenemos un gran nexo con nuestro territorio, los mexicanos amamos nuestra historia y amamos nuestra identidad, he conocido mexicanos de pecho verde, blanco y rojo en la mismísima Tijuana y en Sonora y en todo México, pero hablo de un nexo con nuestro territorio y nuestra identidad bien entendidos, amamos nuestra era precolombina, nuestro pasado azteca o maya o chichimeca, pima, seri, yaqui o de la naturaleza indígena que sea, y amamos la fusión con España, amamos este mestizaje que somos y veneramos nuestra cultura indígena, y amamos lo que somos como pueblo mestizo, amamos la tierra donde nacieron nuestros padres y abuelos porque hemos amado a nuestros padres y abuelos, y Sonora está lleno de sonorenses oriundos y allegados que aman la sierra, los pueblos del Río Sonora, aman la Costa de Guaymas y de Puerto Peñasco, aman el desierto y aman la tierra de frontera porque todo es Sonora y todo es México… Yo soy sonorense y amo al Distrito Federal porque es una las capitales más hermosas, culturales e históricas del mundo y porque es un buen lugar para disfrutar del arte, de la historia, de la gente, del clima, de la comida y de sentirse mexicano… ya no se diga para aquellos que veneran a la Virgen Guadalupana… de forma que no se diga que no hay una definida idiosincrasia del mexicano actual, o que el mexicano es menos global que el coreano, que el japonés o el chino, que el norteamericano, que el español o el alemán… los países del sureste asiático empezaron con su vocación exportadora en la década de los sesentas… nosotros empezamos 25 años después, el PRI de Echeverría y López Portillo nos tenían encerrados en una economía protegida, llena de subsidios, monopolios, controles internos, precios de garantía y clientelismos políticos y electorales… luego llegaron los neoliberales De la Madrid y Salinas de Gortarí y desde entonces nos abrimos al mundo, abrimos nuestro mercado y el mercado del mundo también se abrió a nosotros… ¿cuál ha sido el saldo? alguien diría: estamos vivos, mano. El saldo o balance de treinta años de globalización lo puede dar o hacer cualquiera, pero sin duda no todo ha sido malo…

      Les voy a decir que es lo malo de la historia que estamos escribiendo en esta época de la globalización: Lo malo no es nuestra forma de ver la historia, no es nuestra mentalidad, no es nuestro lamento boliviano respecto de nuestra historia, no es nuestra percepción sobre nosotros mismos: Lo malo y el dolor que no podemos curar es el flagelo de la corrupción, el flagelo del narcotráfico, el flagelo de la inseguridad, el flagelo de la violencia, el flagelo de la desintegración familiar, el flagelo de un sistema educativo al garete y extraviado, el flagelo de no poderle dar vuelta a estos problemas actuales que ya llevan tantos años… El flagelo de la violencia de género, el flagelo de las adicciones, el flagelo de nuestro problemas de salud pública… el flagelo de que la oligarquía nos lleva para un lado cuando ciertos mexicanos que llevamos toda la vida estudiando esto, sabemos que es un rumbo equivocado. Tenemos las ideas, tenemos la teoría, tenemos incluso el personal humano, el factor humano, tenemos la fuerza… pero los que tienen el dinero, los que tienen el poder, los que tienen la ley de su lado, también tienen la fuerza pública, también tienen las armas, también tienen todo lo que necesitan para que esto siga así… podrido. para que siga así, como un río revuelto donde los peces andan todos alborotados y los únicos que ganan son los pescadores (la clase política, los gobiernos, los partidos políticos, los sindicatos, los empresarios asociados al gobierno, los legisladores que se permiten todas sus propias raterías, esta red de poder bastante parecida a la misma, eso sí, del siglo XIX. Tenemos ese gen español de privilegiados, de ratas, de huevones, de transas, de corruptos… perdón, sin ofender.

      No nos confundan, por favor… Sabemos mirar hacia atrás y superarlo… sabemos querernos y nosotros mismos… sabemos qué es lo que nos pasa…

      Piensen en Javier Valdez… ¿Quién quiere acabar así y para qué? Yo no.

        1. Buenas noches Arturo
          Primero que nada, gracias!!! Me causa un placer tremendo el dialogo y agradezco el aprendizaje que recibo escuchando a las personas que, como ud, amablemente se toman el tiempo de leer. Le responderé en tres planos, en el de la construcción del discurso, el historiográfico y el histórico. Espero poder sintetizar con claridad en las ideas.
          En cuanto a lo primero, tomaré prestada una de sus apreciaciones para responder sus comentarios. La idea es proponerle una explicación al sentido de lo que digo en el texto. Lo que yo veo es que en México asumimos las cosas asì nomàs, por presuponer que son como nos han dicho que son o deben ser. No meditamos lo que realmente nos pueden estar diciendo los que construyen los discursos en el país y créame que la realidad es muy distinta. Ud me llama doctora porque en el texto aparece que egresè del Colegio de México, pero no lo soy. Egresé del programa de doctorado, pero no me he titulado. Puede ser que un egresado que se haya titulado no refute la realidad al decir que egresò, pero yo en este momento no poseo el título de doctora aunque salì de esa institución. Ve, asì son las cosas en Mèxico, falseables porque la realidad que se esconde tras en el discurso que interiorizamos es muy distinta a la que nos permitimos ver.
          Al darnos cuenta de ese tipo de trucos discursivos que, se lo juro yo no planeè, pero son algo comunes, podemos entender que todo lo que se dice es cuestionable. Cuando uno identifica este tipo de situaciones y las aprovecha como puerta de entrada a nuevos conocimientos se convierten en un pretexto para buscar explicaciones a por qué la realidad en la que vivimos no se apega a lo que nos dijeron que era.
          Bueno, mi hipótesis es que los mexicanos no acabamos de aceptar que no somos independientes económicamente y políticamente autónomos. No somos del todo libres a pesar de la independencia de 1810, o por lo menos no libres en esos términos históricos. Pero la cosa es que nunca lo hemos sido y tampoco algún paìs lo es desde que se iniciò la globalización en la época del renacimiento, es decir desde que el comercio empezó a integrar territorios. Como usted bien dice, la conexión siempre ha estado y a mi me deja ver que en la anterior redacción me faltò especificar que me referìa a la globalización que asociamos con Salinas. No aceptamos esa que es una situación inherente a la naturaleza de las sociedades porque a diferencia de países como Estados Unidos o Alemania, ni que decir de China o Japòn, aquí no ha sido visto como un factor al que sacarle partido, sino como la causa de nuestros males. Concretamente, esa no autosuficiencia es considerada como origen de la debilidad del país en el exterior o de los temores que nos impiden hacer reformas al interior del mismo.
          El punto, y ahí pongo el énfasis de mis esfuerzos docentes y ciudadanos, es que la visión negativa de ese rasgo sòlo es eso, una visión, no una realidad. Podemos situar su construcción como verdad histórica en dos momentos. El primero corresponde a la época cuando los intelectuales mexicanos intentaba unificar a la sociedad en la época posterior a la independencia para unir a una población culturalmente y socialmente plural ubicada en regiones de naturaleza heterogénea que, nos esta demás decir, amenazaba por fragmentarse porque el único vinculo que las había mantenido unidas era el haber estado bajo la misma de una autoridad, la de la corona española. En esa época hicieron del otro, en ese momento del español, un extranjero frente al cual unirse para borrar sus diferencias y hacer una sola fuerza. El segundo momento se encuentra en la época posterior a la revolución mexicana de 1910, cuando los gobiernos que siguieron al porfiriato intentaron justificar su triunfo y, curiosamente, su estatismo disfrazado de ímpetu renovador, hablando en las historias nacionales los males que había traído el régimen porfirista al país al otorgar privilegios económicos al extranjero.
          Esas visiones se enquistaron en la memoria colectiva del mexicano del siglo XX, aclaro que no de los jóvenes del siglo XXI, para generar la idea de que la presencia en el país de lo ajeno, de lo extraño, generaba dolor. Aún, alguno que otro historiador habla de que la globalidad destruye lo nacional.
          Bueno, ahora, vamos a lo suyo. Ud disculpe la larga perorata, pero la considerè necesaria. Como no queremos ver que nuestra situación tiene solución reconociendo nuestra debilidad (nuestra no autosuficiencia) como nación, como nos falta la humildad de aceptar y en lugar de eso optamos por la soberbia de negar, creamos y recreamos una mentalidad que regurgita dolor y nos hacemos pelotas aceptando cualquier argumento por más absurdo que parezca sòlo y únicamente para validar nuestra vocación hacia el dolor. Ese sentimiento opera y se justifica porque hace del confort de no reconocer y de la negativa hacia el hacer una virtud o un lindo martirio. Nos decimos, por ejemplo, “Hay pobrecitos los mexicanos siempre explotados y controlados por el extranjero”, entre otro tipo emblemas que, no està de màs decir, al final se convierte en emblemas de lucha que utilizan los políticos. Luego, después de aceptar esos dichitos, asumimos que ese es nuestro destino eterno.
          Mire, actualmente justificamos el eterno destino de opresión y víctimas de la situación gracias a que nos les ponemos de pechito a los políticos porque es más fácil echarle la culpa a ellos, bueno más bien dicho es màs fácil creernos nuestra incapacidad como pueblo frente a la omnipotencia que los intelectuales le han atribuido a la acción corruptora de los políticos. Miré, aquí ya vamos llegando al acontecimiento histórico que incitò sus comentarios, la globalización que no aclaré es la de Carlos Salinas.
          Cambiar la mentalidad significaría despojar a los políticos de súper poderes y quitarle atención a quienes quieren vendernos la idea de que sì los tienen. Quiero decir que hay que dejar de creer que, como dicen muchos, la globalidad es un fenómeno nacional, para poder entender que también se registró en España, en Alemania, en Estados Unidos y asì en todo el mundo. Eso, nos permitiría deslindar a los “malos” de la ultracapacidad de manejar el destino económico del país que, los mexicanos, en nuestra ceguera emocional le hemos otorgado. Es el mundo, no son ellos. Eso no les quita lo corrupto pero si lo poderosos. Hay que dejar de ver en esos procesos efectos políticos, como daños a la soberanía, para poder ver las cosas positivas, como las posibilidades de la integración económica y cultural. No se trata de desconocer lo negro, sino de descubrir también el otro lado, el blanco.
          Acto seguido podríamos entender que la reforma energética, la tendencia a la privatización de la educación y quizá hasta de los servicios de salud, entre muchas otras cosas que causan escorzes en la sociedad no son resultado de los gobiernos nacionales ni de la preeminencia de los intereses de un partido u otro, sino de los procesos globales. Los podríamos conducir mejor y quizá hacer algo aceptablemente justo de su aplicación si pusiéramos atención en la manera en còmo se instrumentalizan y no tanto en buscar en los políticos mexicanos el principio de autorìa. Hay que organizarnos pero para experimentar de la mejor manera el cambio, no para tratar de contenerlo por mal interpretarlo.
          Desconozco su edad estimado lector, pero creo que no ve el México al que ven los muchachos y muchachos que conozco. La globalización sangra en la desesperanza de los jóvenes que no ven màs oportunidades en su mundo, la ira de los que podríamos ser los padres de esos futuros ciudadanos es otra cosa. Y la desesperanza no se la quitaron los políticos, se la quitamos quienes nos ocupamos de empoderarlos a estos últimos en el imaginario colectivo al mismo tiempo en el que descuidábamos la labor de cultivar la fe y la confianza de los niños.
          El joven confunde política, gobierno y patria. Hay que situarle bien los ejes. Cree que el gobierno es el responsable de darle oportunidades, como supuesto promotor del bienestar social, pero hay que dejarles ver que en épocas de crisis surgen los grandes inventores, emprendedores y empresarios que producen nuevas realidades al margen de los poderes polìticos. Los supuestos (me parece chocante la etiqueta pero me entenderà) “milennials”, ya no quieren historia porque ya no quieren más dolor, ellos identifican a México con una sociedad decepcionada de la alternancia, con un pueblo herido por la violencia, como un suelo donde no hay seguro nada. Ese no es el país que yo veo y me empeño, hasta donde me es posible, en desempañarles la mirada. Yo veo un Mèxico saludable cada vez que los veo jugar o ejercitarse, me ilusiono con su felicidad futura cuando escucho sus gritos y risas, pero sobre todo siento la intensidad de sus sentimientos cuando los escucho renegar de la realidad que les estamos legando.
          Bueno, es probable que no haya dado satisfacción a todos sus planteamientos. Para mostrarle estas ideas con datos que evidencien el carácter científico de este conocimiento que parte, única y exclusivamente de mi experiencia, requeriría escribir un libro. Consiente de la imposibilidad de hacer eso en esta ocasión y sabiendo la urgencia que tiene compartir a mis alumnos estas ideas en el aula por el momento solo les otorgo la función de orientar mis acciones como docente.
          Sus comentarios me llevaron por senderos apasionantes. Muchas gracias!

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