Hace diez años todos eramos un poco más jóvenes. Y mientras el público encumbraba a tres héroes: Batman, el caballero de la noche (Christopher Nolan, 2008), Iron Man (John Favreau, 2008) y Barack Obama (Honolulu, 1961), también abrazó un musical importado de Broadway y las listas Billboard: Mamma mía! (Phillyda Lloyd, 2008).

La idea entonces fue muy sencilla. Tomar la playlist más recordada de Abba – el célebre grupo pop de Suecia – para montar una trama alimentada por sus canciones. Abba tiene, en apariencia, una melodía para cada situación de nuestra vida. Como Juan Gabriel.

He aquí la prueba irrefutable. Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (Stephan Elliot, 1994) y La boda de Muriel (P.J. Hogan, 1994) no podrían ser las mismas sin las pegajosas coplas escritas por Benny Anderson y Björn Ulvaeus hace ya más de cuatro décadas.

Es cierto. La primer Mamma mia! tuvo éxito porque se estrenó en un momento oportuno. Ante el optimismo causado por la administración Obama, en medio de la peor crisis económica mundial desde 1929, Hollywood pudo tararear al oído de los espectadores: “Money, money, money; it’s so funny, in a rich man’s world”.

Ahora, no parece necesaria, ni oportuna, la llegada de Mamma mía, ¡vamos otra vez! (Oliver Parker, 2018). Y, contra todo pronóstico, esta película se presenta como un ensamble inteligente. Combina presente y pasado, mientras sigue echando mano de más canciones de Abba.

Las que se quedaron en la rockola, que tampoco son muchas.

Además, nos encamina hacia una sorpresa espectacular. La presencia de Cher quien, a sus 72 años, sigue vital y atractiva. Y Mamma mía, ¡vamos otra vez! marca la reunión entre Meryl Streep y la Cher tres décadas después de Silkwood (Mike Nichols, 1983).

Las cosas han cambiado en la Isla Kalokairi, paraíso terrenal en la Grecia legendaria. Donna (Meryl Streep) ya no está, pero Sophie, su hija (Amanda Seyfried), está a punto de inaugurar el Hotel Belladona, tal y como lo hubiera deseado su madre.

Así, Mamma mía, ¡vamos otra vez! construye su propia precuela en la secuela al relatar el verano feliz de Donna cuando llegó a Kalokairi en 1979.

Una florecida Lily James sustituye a Meryl Streep. Veremos como conoció a sus tres pretendientes: Bill (Josh Dylan, en el personaje que adulto interpreta Stellan Skarsgärd), Harry (Hugh Skinner, versión juvenil de Colin Firth) y Sam (Jeremy Irvine, el muchacho que creció a lo Pierce Brosnan) y como fue que de ellos, los posibles padres de Sophie, Donna se enamoró.

El ambiente vacacional continúa. Tanya (Christine Baranski, más joven actuada por Jessica Keenan Wynn) y Rosie (Julie Walters y Alexa Davis, su mocita “antecesora”) siguen en sus papeles pícaros, sofisticados y menopáusicos. Los albures, en boca de madres y abuelas, son más divertidos.

El tiempo se detiene. La eterna y maldita primavera, en dos horas de proyección, recupera el espíritu “feel good movie” para complacer al auditorio. ¿No reconocen las canciones? Ni falta que hace: “Waterloo” y la inconmensurable “Dancing Queen” regresan. No hay dramas, ni complicaciones. Nada puede salir mal.

Sin duda es un acierto concentrarse en Lily James para dejarle a Meryl Streep un emotivo cameo. Por supuesto que la James supera en solfeo y tesitura a Meryl, pero el peso de la actriz justifica su etérea resurección y da al desenlace el giro conmovedor que reclamaba la película.

Hay que admitir que las rolitas seleccionadas para Mamma mía, ¡vamos otra vez! entran con mayor eficiencia. Es un guión mejor trabajado, aunque en su segundo acto pueda parecer un poco cansado.

Una accesible historia entre mujeres. Celebra la amistad femenina. Pero tambien habla de madre, hija y abuela. Los varones son meros elementos accesorios.

Si bien las melodías de Abba han sido compuestas a partir de ritmos alegres, sus letras tienen un dejo de melancolía. Por eso funcionan. Son como el carnaval para un rey triste. Cualquier posible conflicto familiar puede redimirse.

Mamma mía, ¡vamos otra vez! es un monumento camp. Emociones artificiales empalmadas en contagiosas canciones, pantalones campana y almas que estallan en kareoke. Y en peda. Con vino barato.

Al final las piezas encajan. Toda la cinta es la justificación para los siete minutos que le pertenecen a Ruby (Cher) y a Fernando Cienfuegos (Andy García): “Can you hear the drums, Fernando?”.

Es lo que, según Milan Kundera, es el kitsch.

Por Horacio Vidal

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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