Iniciamos semana presumiendo la incorporación de Amparo Reyes al line-up de Crónica Sonora 😉

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La historia de Sonora durante el siglo XIX a veces parece una sangrienta película western, híper violenta. Especialmente en la época de las incursiones apaches, entre 1848 y 1886, donde la parte norte del actual territorio de Sonora era una frontera donde coexistían los apaches, los mexicanos, los ópatas, los yaquis, los pápagos, los vaqueros, los bandidos, los gringos y los sahuaros. Así, como en un buen western, encontramos una gama de actores sociales que viven en un contexto violento y se adaptan a él, utilizando para ello diversas estrategias, entre ellas la violencia.

 

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En el acervo histórico resguardado en la Dirección General de Boletín Oficial y Archivo Histórico del Estado de Sonora[1],  se pueden encontrar historias que parecen la base para un guión cinematográfico, o por lo menos para un corrido. Ahí existen los reportes que relatan el asalto de los apaches a la caravana donde viajaban los Vázques; el connato de guerra entre los pápagos y los seris por el supuesto robo de unas botijas de vino de pitahaya; el rapto de las 14 muchachas que estaban lavando en el río; el incendio de Tepache y muchas cosas más. Cada uno de estos documentos es un pequeño relato de un hecho violento, que conmocionó la vida cotidiana de la población. Por separado son retazos aislados, pero juntos contienen un drama fronterizo, donde se manifiestan angustias, pasiones y deseos de venganza a través de personajes de todos géneros y edades, que nos van relatando un verdadero machaca western, solo que este no fue una ficción, sino un sangriento y convulso episodio de la historia local que tuvo consecuencias sociales y económicas devastadoras para las poblaciones involucradas.

 

Este episodio es la guerra entre los apaches chiricahua y los vecinos de Sonora, que al ir escalando en intensidad, hizo más común la figura del cautivo. La toma de cautivos fue una de las estrategias de utilizadas en el marco de esta confrontación: se capturaban niños, niñas y mujeres del bando enemigo, con el objetivo de utilizarlos como trabajadores y aculturarlos. Las fuentes primarias y la historiografía muestran que fue una práctica utilizada por ambos bandos en sus enfrentamientos.

 

El destino de estos cautivos era variado, según la edad, el género y el bando al que perteneciera. De los niños y mujeres apaches cautivos, se sabe que se repartían entre las familias que participaron en la captura, y se utilizaban en el servicio doméstico. De los vecinos de Sonora, los cautivos podían ser niños y mujeres ópatas, yaquis, pápagos, blancos y mestizos. Del destino de las mujeres y las niñas poco se sabe, pues las fuentes solo registran una cautiva que logra regresar con su familia. La historiografía disponible solo apunta que se les obligaba a casarse y a trabajar, o se intercambiaban con otras tribus. También los niños se destinaban al trabajo. Algunos morían al poco tiempo y otros fueron entrenados como guerreros y participaron en las incursiones apaches a Sonora. Estos cautivos se convertían en lo que los historiadores han identificado con el nombre de mediadores culturales, cada uno de los cuales podría ser el protagonista de su propio machaca western. A continuación voy a presentar a tres:

 

El primero es Marcial Gallegos. Se sabe que fue raptado por los apaches desde muy pequeño y aunque tuvo interacción con los angloamericanos de Arizona y los vecinos de Sonora, no se reintegró a la vida “ciudadana”.  En febrero de 1859, colaboraba como scout del ejército norteamericano apostado en el territorio de Arizona cuando se vio involucrado en un ataque a una ranchería de pápagos en Santa Cruz, Sonora, por parte de una partida de tropa del ejército norteamericano. El asunto fue más o menos así: el ejército gringo seguía a unos supuestos bandidos que desde Arizona cruzaron la frontera hacia Sonora. Respetuosos de la ley, los gringos solicitaron autorización al jefe militar de Santa Cruz para cruzar la frontera, y con ese fin enviaron a dos individuos: un traductor angloamericano y a Marcial Gallegos. El jefe político, para hacer respetar la soberanía, negó el paso a los gringos, pero los traductores le dijeron al teniente a cargo de la tropa lo contrario. Fue así que teniente dio la orden de seguir. Cuando se internaron al territorio de México, los gringos se dirigieron al muro del fuerte de Santa Cruz y atacaron a los pápagos que se encontraban en esa área, se llevaron a tres individuos y algunos caballos. Al final, se concluyó que la culpa de todo ese incidente la tuvo Marcial Gallegos por hacer una mala traducción.

 

Otro es Ignacio Rivas, alias el Piojo. Este nació en Cumpas, pero en 1842 siendo todavía un niño, se lo llevaron los apaches. Al crecer se unió a los apaches en sus correrías por Sonora, destacado entre ellos “por lo muy malo que era”. Trece años duraron sus andanzas entre los apaches. Un día se presentó de forma voluntaria ante el juez civil de Cumpas, quien inmediatamente lo encerró en la prisión.

 

Por último está Jesús Cordero, mejor conocido como el Cautivo. Al parecer se lo llevaron los apaches cuando era muy joven, y cómo y cuándo regresó a vivir entre los sonorenses, todavía es un misterio. Lo que sí se sabe es que una vez de regreso, se dedicó a utilizar los conocimientos adquiridos durante su estancia con los apaches, para combatirlos. Participó de forma activa con la milicia de Altar que se encargaba de repeler las incursiones apaches, llegando a ser su capitán. Según sus contemporáneos era un experto rastreador, a tal grado que el ejército lo reconocía como perito de huellas.

 

Estos personajes son casos individuales, pero son habitantes de la frontera que saben utilizar los elementos de la cultura mestiza y de la cultura apache. Y que se desenvuelven en medio de la violencia entre estos grupos. Una película western o una novelita de vaqueros como las de antes, que tuviera a estos personajes como protagonistas, sería un hitazo.

 

[1] Si es que todavía se llama así. No sé si la nueva administración estatal ya le haya cambiado el nombre, otra vez.

 

Por Amparo Reyes

Ilustración de Frederic Remington (1896), cortesía de www.frederic-remington.org

portada amparo remington

Sobre el autor

Nacida en Los Mochis (1985) y crecida en Hermosillo, Angélica Amparo Reyes es historiadora por la Universidad de Sonora con doctorado en El Colegio de México. Fue presidenta de la Sociedad Sonorense de Historia.

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