Los de arriba, tanto los que se van como los que llegan, saben bien que la gente cansada, desilusionada y harta, por un lado se conforma con poquito, y por otro, que únicamente escucha y ve lo que le conviene, que se conforma con tan poquito, que se conforma con esperanzas y promesas.

Pero que además, los de arriba, tanto los que llegan como los que se van, saben que la gente aterrorizada, cansada, desilusionada y harta, se aferrará a la promesa como se aferra a un clavo ardiendo aquel que viene en caída libre. Saben también, porque saben muchas cosas, que la gente siente dolor cuando se les trata de desengañar, que no resisten una desilusión más y por lo tanto a gritos estruendosos tratarán de callar a quien trate de abrirle los ojos. Son capaces de matar a quien quiere matar su esperanza.

Por supuesto no toda la población está en este estado. Los de la cima, los que mandan a los de arriba (o apoco ustedes creen que cualquier de los de arriba, tanto de los que llegan o de los que se van, no le tomarían una llamada a Larrea, Baillères, Slim, Salinas Pliego, Azcárraga? Nadie, y cuando digo nadie es nadie, ni siquiera el corazoncito) están a todo dar con el estado de cosas, ellos son los que tiene el estado de cosas así, ellos son los que ganan con la violencia, con la explotación de la naturaleza e individuos, con la falta de oportunidades para los de abajo, con la desesperación de la gente.

Los de la otra sima, los que están hasta el fondo, los que no votaron ni por el cambio verdadero ni por nada, ellos están acostumbrados a sobrevivir, ellos no tienen esperanza porque siempre ha sido la misma para ellos. Y a ellos, dicen, ahora sí les va ir bien, aunque la gasolina sigue a 20 pesos, las tortillas también y los huevos a 60 y eso sin emplayar, las escuelas son de quinta y las sigue controlando el SNTE, el camión no llega, siguen ganando 900 pesos a la semana por 10 horas diarias y de pie. A ellos la violencia no les alcanza porque ellos son la violencia viva, los mata el crimen uniformado y los mata el crimen organizado, así que la única esperanza que tienen es hacerse pesadillos para vivir bien unos meses, dejarle una lana a la jefa, aunque después los maten. A este sector, los de arriba, los que llegan como los que se van, les tienen terror, son groseros, irreverentes, y como lo único que tienen que perder son sus desgracias, pues todo los vale madre, así que entre más invisibles mejor.

Para contener a los 60 millones que están en esta condición, a estas hordas de miserables, los de la cima aterrorizan a los de en medio, que de por sí la clase media ya es medrosa de naturaleza, pero nunca está de más aplicarles un poco más de terror, porque siempre viven en la incertidumbre, siempre dependen de que el jefe de la mafia académica los considere, de que el politicastro les dé el contrato o los acomode en «una jefatura», de que el representante de la transnacional los mire y no los cambie por otro, que el producto que fabrican se venda, de que la ventana de oportunidad sea aprovechada, de encontrar el nicho de mercado, de que la empresa a la que prestan «sus servicios», porque no trabajan, no quiebre o se vaya.

Esta clase media que ve que sus hijos por más que estudian no despegan, que tienen 30 años y lo único que poseen es una mascota, que tienen salarios de hambre, que la movilidad social se terminó, que los créditos los tienen ahorcados, que los malditos de abajo van a sus cerradas a robarles lo que con tanto esfuerzo consiguieron, son los que cada vez que ven a un líder, de los de arriba por supuesto ni modo que de los de ellos pues siempre andan tan agotados, lo elevan a la calidad de mesías (terminajo popularizado por la derecha) y le entregan toda su confianza y esperanzas, les creen sus promesas así sean de lo más descabelladas y únicamente escuchan y ven los que les conviene, no les importa que no tengan principios o que los haga rollito cada vez que lo requiera, no les importa que trance con el más corrupto de los corruptos, no les importa que viole a la pobre y tan mancillada constitución y las leyes, lo único que les interesa «es que se cumplan los objetivos de La Cuarta Transformación».

Si no me cree, vea quién defiende al corazoncito de Macuspana en las redes: ni son los que están en la cima ni los que se encuentran en la sima.

Por Gerry Valenzuela

En portada, «Una de arriba y dos de la cima», collage de David Alejandro López Portillo

Sobre el autor

Gerardo "el Gerry" Valenzuela (Vícam, 1959) tiene una maestría en ciencias sociales, con especialidad en Política Públicas, por El Colegio de Sonora. Hijo de pobres entre los pobres (jornaleros agrícolas), milita en la izquierda desde que se le atravesó en 1973 y ha pasado por todo el espectro de la misma, desde la izquierda extrema y radical hasta la "progre". Tal vez por eso no me llevo bien con ninguna, opinó alguna vez.

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