El único modo de hacer que las gentes estén juntas, es mandarles la peste
Albert Camus

En tiempos de crisis emerge lo peor del ser humano, pero también lo mejor. Insolidaridad, egoísmo, estupidez, inmadurez pero también lo opuesto, empatía, solidaridad, compasión.
Estos días de encierro forzoso en que enfrentamos una de las peores pandemias de los últimos 50 años, conviene releer La peste, de Albert Camus y conviene releerla porque nos enseña, entre otras cosas, que las peores epidemias no son biológicas sino éticas.
La peste transcurre en Orán, ciudad portuaria argelina durante la época d la Segunda Guerra Mundial y narra los estragos de una epidemia que causa cientos de muertes a diario. Las autoridades se ven obligadas a declarar un aislamiento forzado para evitar la propagación
Todo inicia en abril de 1947 cuando en la ciudad comienzan a aparecer cientos de ratas muertas y algunas personas se infectan de un mal hasta entonces desconocido. Orán goza por ese entonces de una vida ajetreada y frenética, como lo es la de todos los puertos. Sus habitantes no tienen sentido de comunidad. Viven ajenos a lo que sucede con sus coterráneos y sólo piensan en sí mismos y en su prosperidad. Es en este contexto que sus vidas se ven sacudidas por un mal que afecta a todos por igual, ricos y pobres, jóvenes y ancianos y niños.
Camus describe en La peste su época y su pueblo natal, pero bien pudo haberla escrito en Wuhan el 2020, pues la novela trasciende su época y su lugar. Es una metáfora universal de la fragilidad humana y de la capacidad de las personas para crear vínculos y solidarizarse con los otros cuando el mal nos toca a todos por igual.
No haré aquí una descripción detallada de la trama ni de sus personajes, algunos de los cuales nos resultan entrañables, como el doctor Rieux, sino que me concentraré en un aspecto que es, a mi juicio, fundamental para entender no sólo la novela, sino lo que está sucediendo en este momento en el mundo entero, la pandemia de Covid 19 que nos tiene confinados en nuestras casas.
Estamos acostumbrados a “matar” el tiempo, nos llenamos de cosas qué hacer y evitamos a toda costa la soledad, la reclusión o el aislamiento voluntario. Creemos que somos indispensables y que todo lo que hacemos es importante e incluso necesario. Pero en realidad, detrás de todo ese ajetreo cotidiano, se esconde un profundo miedo a la soledad, pues estar solos es enfrentarse a uno mismo, vernos al espejo y darnos cuenta de quiénes somos y eso nos aterra. Nos aterra porque asociamos la soledad con la vejez, con la proximidad de la muerte.
Por otro lado, nos auto imponemos la soledad porque queremos ser dueños de nuestros actos, no depender de nadie y que nadie dependa de nosotros, pues eso copta nuestra “libertad”. En época del selfie, de la autonomía, de la libertad individual, de la importancia excesiva a nuestro yo, de un ego exacerbado, el sacrificio del doctor Rieux, protagonista de La peste, nos muestra que la grandeza del ser humano reside en su capacidad de amar, en su capacidad de sentir compasión y de sacrificarse por los demás y no en la acumulación de riqueza o en la ambición personal.
Albert Camus nos hace reflexionar en La peste acerca del tiempo y de cómo la irrupción de una epidemia letal en nuestras vidas nos obliga a replantearnos la forma en la que lo concebimos. Casi nunca concedemos importancia al tiempo salvo cuando lo estamos ocupando para hacer algo. No percibimos el transcurrir de los minutos y la riqueza de posibilidades que cada uno contiene. La única manera de sentir el transcurso del tiempo plenamente y de ser conscientes de todo su potencial es, dice Camus, “cuando lo sentimos en toda su lentitud”.
Y para sentirlo en toda su lentitud y no caer en la parálisis o en la desesperación o el miedo, debemos aprender a estar quietos. A experimentar lo precioso e irrecuperable en cada minuto que pasemos con nuestra familia. El tiempo perdido no se recupera, por eso debemos impedir que pase en balde. El tiempo es precioso y debemos aprovecharlo para plantearnos las grandes preguntas de la vida, esas que hemos estado postergando por miedo. La expectativa del contagio y el temor a la muerte, nos deben orillar a revisar no sólo nuestra fe (si somos creyentes), sino nuestras relaciones con los demás, los próximos y los lejanos.
Y esa es una lección fundamental que debemos extraer de la pandemia. La de que la vida sólo es posible en comunión con otros. El Covid 19 nos ha obligado a guardar distancia forzosa respecto de aquellos de quienes antes queríamos mantenernos alejados voluntariamente. Nos ha obligado a evitar tocar, besar y abrazar a aquellos de quienes no queríamos saber nada. Si hasta hace poco evitábamos el contacto físico con quienes nos causaban repulsión, ahora ese distanciamiento viene impuesto desde fuera. Si hasta hace poco nos concebíamos como libres, independientes y autosuficientes, ahora nos damos cuenta que nos necesitamos unos a otros, de que el virus nos ha hecho prisioneros y de que la vida sólo es válida si tenemos con quien compartirla.
También es una lección de humildad puesto que nos dice que todos nuestros méritos, nuestros triunfos, nuestras virtudes, pierden significado ante la amenaza de la muerte. Nos enseña que todos nuestros logros son provisionales, que la miseria humana sale a relucir ante una pandemia que no hace distinción de clases.
Y a pesar de que el doctor Rieux es agnóstico y piensa que el universo está gobernado por el azar, no se acostumbra a ver morir a sus pacientes, especialmente a los niños. La muerte de un niño le parece el acontecimiento más cruel y desafortunado de todos y dice que “la existencia es sólo una derrota interminable”, pero que, sin embargo, lo único que da sentido a nuestras vidas son las buenas acciones y la solidaridad con los demás. Camus, a través de su personaje, el doctor Rieux, nos muestra que el hombre no es malo por naturaleza, sino ignorante. Nos dice que conocemos muy poco respecto del mundo y que esa es la razón de nuestro desprecio por él.
Por eso debemos aprovechar este encierro forzoso para conocernos más a fondo y conocer el mundo en que vivimos y el cual compartimos con millones de otras criaturas que, al igual que nosotros, están expuestas a cientos de amenazas y peligros y son también vulnerables y frágiles. Nos debe hacer reflexionar acerca del daño que hemos causado al planeta y a las especies animales y vegetales y de cómo ahora somos nosotros las víctimas indefensas de un mal desconocido.
Escribe Camus, “la humanidad se desliza hacia un nivel de conciencia similar al de una res en el matadero, que intuye su final sin reaccionar, pues nada hay que pueda hacer para evitarlo”. Y también escribe “los hombres no pueden vivir sin otros hombres…el único medio de hacer que la gentes estén unas con las otras es mandarles la peste”.
Curiosamente, nuestra fragilidad y nuestra dependencia de los demás sólo se hace visible cuando enfrentamos un mal común. Es ahí cuando desearíamos con toda el alma haber hecho las paces con quienes tenemos conflictos. Es entonces cuando lamentamos no haber hecho aquella visita al amigo enfermo, aquella llamada al familiar anciano. Es sólo en momentos como este, que nos tomaron desprevenidos y nos descubrieron vulnerables, que todos somos como Sísifo (por recordar otra novela de Camus), cargando una enorme piedra y subiendo una empinada cuesta que sólo conduce al despeñadero y lo único que puede salvarnos es el amor, la ternura y el afecto entre nosotros, pobres y desvalidas criaturas que han aprendido, a fuerza, que todos los hombres somos hermanos en la desgracia.

Por Teresa de Jesús Padrón Benavides

Ciudad de México, primavera de 2020

 

French writer and 1957 literature Nobel prize laureate Albert Camus, reading a newspaper in Paris in 1953. ©STF / AFP

 

Sobre el autor

Teresa Padrón Benavides (Matamoros, 1967) es Licenciada en Traducción por la UABC, casi Licenciada en Letras Inglesas por la UNAM y próximamente Licenciada en Literaturas Hispánicas por la UNISON.

También te puede gustar:

6 comentarios

  1. Me gustó mucho tu texto. No he leído La peste, pero me llama la atención el personaje Rieux y las claves que utilizas para describirlo, al parecer Camus conocía de esto que muchos llaman azar o casualidades. Creo que Rieux, mas bien por, y no a pesar de, ser agnóstico y creer que el universo está gobernado por el azar, creía que «lo único que da sentido a nuestras vidas son las buenas acciones y la solidaridad con los demás», algo similar a la filosofía de Nietzsche plasmada en el Eterno Retorno. Creo que ser agnóstico y creer en el azar no debería verse como un pesar o algo que está mal. Conocemos muy poco el mundo y esa es la razón de nuestro desprecio. Saludos, excelente texto!!!

  2. Muchas gracias por leerlo y comentarlo. Sí, como dices, el azar parece gobernar este mundo caótico y a la vez fascinante, pero eso no debe ser motivo para no actuar como debemos.
    Un abrazo.

  3. Muchas gracias por ayudarnos a orientar nuestra mirada a nuestra fragilidad y dependencia en estos días de reflexión, y por la sugerencia de leer La Peste.

Responder a Teresa Padrón Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *