“Me da gusto cuando vienen a visitarme, pero más gusto me da cuando se van”.

Dicho popular en El Saucito

 

-¡Amá! ¿Cómo está? Juanito, saluda a tu Nana, pregúntale cómo está.

 

Licha llega a visitar a su mamá Chavelita, a su tía Carmela y a su hermano Enrique en el pueblo de San Pedro Apóstol. Llega resoplando, pues además del calorón, además del polvo de las calles, trae jalando de la mano a Juanito que todo pregunta, que todo quiere.

 

-¿Cómo está Nana?

 

-Bien mi‘jito, ¿de dónde vienen?

 

Chavelita es una señora típica del pueblo, chiquita y delgadita, con voz de pito y edad indeterminada. Está sentada sobre un cartón en el suelo bajo un pino, “sesteando”, pues es medio día. Licha no aguanta las ganas de contar a su madre las peripecias del día:

 

-Fuimos a la Clínica de Salud como a las diez; nos trajo el Pedro. Le dije que nos desocupábamos como a las doce para que pasara por nosotros, pero luego salió con que tenía mucho qué hacer y yo le dije que se fuera a la chingada, que nos iríamos en la “combi”. Creo que me tomó la palabra porque ya va a ser la una y no aparece.

 

Licha es una mujer joven, alta y robusta. Habla fuerte como si tuviera un micrófono en la boca. Además de que se comporta como una sargenta en lo que a los cuidados de su hijo pequeño se refiere:

 

-¡Juanito! Ya deja el agua del lavadero, no la tires. No te mojes los pies porque luego te enfermas, tan fuerte que andan las enfermedades. Deja allí o si no te voy a dar una bola de fregadazos, ya verás…

 

-No mamita, no…

 

Como si las amenazas de su madre le importaran un poco, Juanito deja el agua del lavadero y empieza a corretear por todos lados a la perra de su Nana, la Pinta, que es una juguetona. Licha se dirige a su hermano Enrique que está sentado en un bote junto a Chavelita:

 

-¿Ya te pagaron las incapacidades del Seguro?

 

-La de los últimos meses no; he dado muchas vueltas y con las muletas batallo mucho.

 

Enrique es grande y robusto, un poco pasado de peso. Viste sólo pantalón de mezclilla cortado a la mitad del muslo, y como se la lleva a la intemperie sin camiseta, pues tiene la espalda bronceada; usa una muleta para caminar. Licha arremete en el tema:

 

-Yo te dije que los licenciados te iban a fregar con el dinero del Seguro y de pilón el dinero de mi amá y mi tía Carmela. ¿Eso quiere decir que no le has dado ni siquiera un abono?

 

Enrique habla despacito como no queriendo decir nada.

 

-El otro día le di doscientos pesos…

 

-Si ya sabía que tendrías problemas con el accidente que tuvistes (sic), porque en primer lugar andabas borracho, y en segundo lugar no estabas en el almacén donde velabas. Eso que te pagaron la otra vez no corresponde a las incapacidades, era como una liquidación y así el patrón se lava las manos. Los abogaditos esos te vieron la cara, no seas pendejo.

 

-Si pero, el Seguro… — contesta Enrique con la cara colorada y sudorosa al ver que su hermana se empieza a encender del coraje.

 

-El Seguro no te va a querer seguir pagando, y di que te lo dijo una loca. A ver cómo le haces para que le pagues a mi amá y a mi tía; con esos doscientos pesos a mí no me convences, acuérdate que son dos mil los que les debes. No se levantan «dioquis» todos los días, bien temprano, peligrando en la carretera, juntando botes para que tú te gastes su dinero muy agusto.

 

Juanito irrumpe abruptamente la discusión de los hermanos:

 

-Mami dame dinero para comprar unas galletas.

 

-Toma estos diez pesos y ya quítate de aquí buqui latoso, no sé por qué te traje, valía más que te fueras ido con tu papá, seguramente que se fue con sus amigotes borrachales y a nosotros nos dijo que tenía mucho qué hacer.

 

La tía Carmela es una señora que no habla, pero todo lo observa. Se mantiene en movimiento y se pasea de un lado a otro, como león enjaulado: atiza la hornilla, se lleva una cuchara a la casa de cartón que está a un lado, regresa masajeándose los senos con una mano por debajo de la blusa sucia y con la otra mano se rasca la cabeza despeinándose los pelos hirsutos, pero en todo momento al pendiente de la plática. Al fondo están unos cuartos de adobe sin techo, cayéndose, completando el cuadro de la casa materna. Licha continúa con la discusión:

 

-Yo no sé cómo le vas a hacer pero quiero ver que le regreses el dinero a mi amá y a mi tía Carmela. Así de chueco como andas te quiero ver trabajando, no que te la pases aquí sin hacer nada… ¿Te acuerdas de la Lupita de la Andrea?, las que vivían en Batuc. Cuando estaba chiquita que se va subiendo en las sillas voladoras de los juegos y cuando estaban dando vueltas más fuerte se rompió la cadena de su silla y salió volando la pobre; fueron a encontrarla como a veinte metros de allí toda enredada en la cadena, en las ramas y las chollas; se quebró una pierna y desde entonces, la pobre, anda chueca y así sacó adelante a su familia trabajando. Se casó y ahorita tiene cinco hijos; ya están grandes los buquis y ella sigue trabajando, ¡porqué tú no!, a ver.

 

Chavelita interviene en la plática defendiendo a su hijo consentido:

 

-Ya Licha, deja eso.

 

-No, si me hierve la sangre nomás de pensar en eso. Ya hasta me está entrando la gastritis del puro coraje y es que no desayunamos en la mañana ni hemos comido de a medio día. Si vine a la clínica es porque me entró otra vez el mal de la vejiga; me duele mucho, luego no siento y me vaceo, así como si fuera un galón lleno de agua sin el tapón, así me vaceo. No, si desde la “cesaria” de Juanito quede toda jodida para toda la vida.

 

Licha se va apurada para atrás de las paredes de adobe. Juanito regresa con las galletas y le convida a su Nana.

 

-Nana, no le des mis galletas a la Pinta, no Nana, ¡no!

 

El niño empieza a llorar y Chavelita le sigue dando las galletas a la perra. Los lloridos son cada vez más estridentes:

 

-Mamita, mamita, mis galletas, mis galletas…

 

El pobre niño busca a su madre por todos lados y al no verla, llora con más fuerzas; se tira al suelo y se revuelca gritando. Enrique desesperado ante la escena le grita:

 

-¡Ya cállate chamaco latoso!, si no te callas te voy a dar una bola de cintarazos para que llores con más ganas, ¡verás ahorita!

 

-Mamita, mamita… — el niño solloza con mucho sentimiento.

 

Licha regresa subiéndose los pantalones; en la parte de atrás, en las nalgas, trae mojado. Al escuchar a su hermano le grita sin saber lo que está pasando:

 

-¡Qué estás gritando hijo de la chingada!, ¿porque le gritas así a mi amá?, mientras yo viva y tenga fuerzas la voy a defender…

 

-No si yo…

 

Enrique se defiende bajando la cabeza esperando un golpe.

 

-¡Ni que no, ni que no!, si quieres golpes vente verás como te va, si de chiquita me pegabas ahora me voy a defender, verás…

 

Chavelita interviene desviando el ataque de Licha hacia su hermano, y lo consigue:

 

-Juanito, deja allí, ¡ah que chamaco tan latoso!, deja esas matas, te voy a pegar con una vara…

 

-Amá no le digas así, no le grites, dile que no agarre las matas porque las puede trozar, así se les habla a los niños porque luego se trauman, está muy chiquito el Juanito…

 

Licha usa un tono de madre abnegada y defensora de la educación de su hijo. Mientras tanto Juanito agarra un botecito con agua y empieza a mojar a la perra. Luego la corretea por todos lados. Licha se molesta y le grita:

 

-¡Juanito! Ya te mojaste otra vez los pies, si no dejas de tirar agua te voy a pegar y ya me conoces…

 

-No mamita, no, por favor mamita, con la vara mojada nooo…

 

Licha agarra una piedra como de un kilo de peso y se la tira. Ésta le pasa lejos, pero Juanito se revuelca llorando:

 

-Mamita, no, por favor…

 

-Ahorita verás fregado chamaco llorón, ya me hartaste… ¡Cómo me impacientas!…

 

Licha agarra una vara del pino, la moja en el agua del lavadero y corretea a Juanito por todos lados; no lo alcanza pero Juanito grita como si lo estuvieran matando. La Pinta los sigue como si estuvieran jugando y en un momento, Licha y Juanito corretean a la perra con una vara mojada; al golpearla, la perra se escabulle y llora. Enrique agarra una botella de plástico, la llena de agua y así “manco” como anda, corretea a la perra y le echa agua. Mojan a la pobre de Chavelita que se tiene que levantar con todo y cartón mojado del suelo.

 

La tía Carmela termina de lavar los trastes, de atizar la hornilla y se lleva dos platos limpios al interior de la casa; regresa y mira la escena familiar: todo es risa y correteo. La tía Carmela sólo mueve la cabeza y se rasca el pelo desgreñado y canoso. Después de unos segundos prosigue con su labor de atizar la hornilla y barrer el patio…

 

Texto y fotografía por Guillermo Valenzuela Mendoza

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Sobre el autor

Nací en 1970 en Hermosillo. Crecí y corrí descalzo por las calles polvorientas del poblado El Saucito. Mientras mis hermanos y el resto de los niños de mi generación cazaban cachoras, yo juntaba chúcata y atrapaba chicharras en los mezquites. Cuando llevaba a pastar las vacas devoraba libros como “Lecturas Clásicas para Niños” y “Platero y Yo” que tenía en mi casa gracias a mi abuelo materno. Él me decía: la lectura y el estudio te ayudaran a cruzar el rio, una vez en la otra orilla serás una mejor persona. En el 2012 me gradué como Psicólogo de la Salud y actualmente cuento ya 14 años como bibliotecario y Mediador de Lectura. Me gusta leer más que escribir, pero cuando escribo expreso las añoranzas y las emociones internas en relación con la naturaleza.

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3 comentarios

  1. Muchas gracias, agradecido. Esto es un aliciente para seguir escribiendo y reflexionando sobre las relaciones familiares. En este relato un toque de incongruencia y finalmente homeostasis familiar. Gracias Benjamín Alonso.

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