La Colorada, Sonora.-

Mi madre siempre me presumía las fotografías donde se miraban sus zapatos, creo que es natural de una mujer hacer eso, pero lo que realmente me presumía eran sus teguas, que en su tiempo de juventud estaban de moda y las usaban tanto hombres como mujeres. Recuerdo al viejo Nabor Duarte que hasta el día de su muerte las usó. En una ocasión mis padres y yo andábamos por el centro de la ciudad de Hermosillo y en una zapatería estaban, como en un pedestal, unas teguas para niño. Sin pensarla entramos impulsado más por los deseos de mi madre que los míos, a comprar ese par de teguas.

Recordando que mi madre siempre presumía sus teguas y hablaba de lo cómodo que era usarlas, decidí ir de casa en casa de mis vecinos a mostrar mi nueva adquisición, creí que mamá estaría más orgullosa de mí al hacerlo. Primero llegué a casa de tía Calito y las mostré, creo que sus elogios fueron más por ser mis tíos que por lo hermoso que podían lucir los nuevos zapatos; después fue el turno de visitar a casa de Ramona, me gustaba ir a esa casa pues ahí vivía la única infante de aquel lado del pueblo y además la cocina de esa casa tenía un olor exquisito que jamás supe de dónde provenía pero no era comida. 

Fue ahí, en esa casa, donde sucedió el acto que marcaría el fin de mi relación con aquel par de teguas, pues al salir de la cocina para ir a jugar en el patio, tropecé y caí al suelo, golpeándome la frente con una piedra. Inmediatamente la sangre me cubrió el rostro y eso para un niño es algo terrorífico, creí que de mi cabeza emanaba un chorro de sangre y que en pocos minutos quedaría muerto. Impulsado por ese temor decidí correr e ir a morir en casa. Al pasar de nuevo por la puerta de la cocina pude ver el temor en los ojos de Ramona y su hija que no dejaban de hablarme para lavar mi rostro, asustadas. No les hice caso y llegué a casa cubierto en sangre y llorando. Mi madre se asustó y rápido me curaron entre ella y la tía Calito; la herida no era tan grave, pero el susto fue uno de los más grandes de mi infancia.

Jamás en la vida volví a usar teguas y por mucho tiempo tuve malos recuerdos e incluso resentimiento hacia ese tipo de calzado, pues creía que ellas tenían la culpa de lo ocurrido. Sabiendo esto mi madre cesó en los intentos de persuadirme para que de nuevo usara unas teguas.

Texto y dibujo por Rigoberto Bujanda

Sobre el autor

Nacido en Hermosillo (1987) pero crecido en La Colorada, también Sonora. Aunque Ingeniero Civil por la Unison, se ha desempeñado como promotor cultural en su pueblo, formando a niños en las artes del dibujo y la pintura. Fundado del museo comunitario "La Colorada" y coordinador del club de lectura Leer para ser Libres.

Ingeniero, oriundo de La Colorada, Sonora. Jefe de Operaciones en Chutama's Film.

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7 comentarios

  1. Recordé una anécdota de niña. Siempre me caía de la bicicleta, y algunas veces lloraba, una vez mi papá me vio y me dijo: ya no llores, muchas caídas tendrás en la vida. Tenía razón, y las de bicicletas no eran tan dolorosas.

  2. Qué buen relato Rigoberto, recordé que en el poblado San Pedro El Saucito vivía un señor que le decían el Tegüero y hacia teguas con suela de llanta y surtía de ese calzado a muchas personas de los alrededores, recuerdo que el Molcas Mendoza de El Saucito todo el tiempo usaba teguas precisamente de este señor, gracias por evocar estos recuerdos, saludos Benjamín

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