El futuro gobierno está dando golpes de efecto nada despreciables. Sin embargo, hay que poner la lupa en los detalles, pues ahí se esconde el diablo… Saludamos el estreno de Juan Cañez en esta casa editorial

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Tiempos inéditos estos. Históricos. La izquierda gobernará en México y prácticamente en todo Sonora desde el poder legislativo y en los principales municipios. La bandera de cero corrupción fue la elegida y a nivel nacional se han dictado ya las primeras líneas generales.

Nadie duda que la agenda anticorrupción será asunto de prioridad del nuevo gobierno federal, pero en función del nuevo escenario político de nuestro estado, ojalá que la izquierda local incluya en su discusión previa a gobernar, primero las formas de ejercer el poder y segundo, lo que podría llamarse «la escala menor de la corrupción».

Las formas de ejercer el poder y el ’97

A mí, como simple mortal ilusionado con una nueva forma de gobierno, me preocupan los detalles, pues, dicen, el diablo está en ellos.

Leo el gran porcentaje de sonorenses a los que gobernará la izquierda y es inevitable pensar en 1997. Sé que los morenistas se están preparando, se están capacitando. Seguramente están preocupados por el gran reto que tienen. Y no sé si lo vayan a hacer, pero creo que deben revisitar y hacer un ejercicio crítico sobre lo que pasó en 1997.

Es un ejercicio que -extrañamente- no ha hecho la izquierda de manera formal. A saber, en ese año la izquierda (PRD) ganó la gran mayoría de presidencias y diputaciones del sur de Sonora. Para las siguientes elecciones prácticamente desapareció.

Hubo algunos casos de corrupción, pero estoy seguro que esos no fueron las razones únicas y/o principales del fracaso de ese ejercicio de gobierno. Me atrevo a aseverar que el canibalismo político asociado al futurismo desbocado fue un factor de peso, mismo que la izquierda de hoy no puede repetir: cabildos contra presidentes, congreso contra ayuntamientos, síndico contra presidente, comités municipales de partido contra ayuntamiento y un terrible etcétera. Espero que al menos haya quedado clara la lección de que el futurismo (entendido este como la disputa de las posiciones de la siguiente administración, por absurdo que parezca) no tiene futuro si se destruye la base del propio gobierno.

Fue un escenario terrible, pero también hubo honrosas excepciones de las que vale la pena reescribir al menos un solo acto, simbólico y representativo:

¡Ahí vienen las cerveceras!

El representante de la cervecera ganadora del concurso para venta exclusiva en eventos del ayuntamiento se presenta ante el nuevo presidente municipal. Le entrega un sobre manila con una cantidad considerable de efectivo, aclarándole que “no quedamos en esto pero son los usos y costumbres”. Ante eso, el presidente toma el sobre, se hace acompañar por el de la cervecera, van a tesorería y en ventanilla le dice a la cajera: “Aquí viene la cervecera a depositar un donativo”.

Fue un gesto de honradez obligada, pero a partir de ahí la izquierda gobernó por tres trienios consecutivos ese municipio. El problema es que no sucedió así en todos los casos. Lo que me hace sugerir también que lo de las cerveceras debe ponerse sobre la mesa, es de las primeras situaciones a las que se van a enfrentar los nuevos presidentes municipales.

La banda de los cuates

Además del canibalismo y el futurismo, creo que otra de las razones del fracaso del ejercicio de gobierno y de partido de aquel entonces, fue que las funciones y responsabilidades se distribuyeron “entre cuates” y sólo para miembros de “su” corriente; el predominio pues, de la incondicionalidad a la capacidad. Lo que me lleva al punto número dos:

La escala menor de la corrupción

Un bastardo de la corrupción es la ineficiencia e ineptitud de funcionarios que son elegidos por ser cuates, de la misma corriente o por su manifiesta incondicionalidad. En el ejército burocrático pululan recomendados que hacen trabajos a medias, mal o definitivamente no hacen nada y que sus méritos para ostentar el puesto consistieron en ser el hijo, la hija, la amiga o el amigo de la hija.

Esto no sólo tiene un gran costo presupuestal, conlleva también costos en imagen, pues es imposible sostener un discurso de cambio si en los hechos no se acaba con este gran problema sobre el que, estoy seguro, una gran parte de los votantes se pronunció.

Abocarse a este problema no sólo significa integrar a los equipos de gobierno a los más capaces, sino también respetar el trabajo, santificarlo, reconocerlo. En ese ejército burocrático, además de los recomendados y aviadores mencionados, existe un gran sector de mujeres y hombres que han tenido que apechugar la inserción de aquellos con cargas adicionales de trabajo no reconocido y mal pagado. Hacer justicia con estos casos es una obligación. Hay que recordar que el aparato de la administración pública recorre transversalmente todos los segmentos de la sociedad. Antes que el impacto de cualquier obra o medida, la gente ya tendrá indicadores del nuevo gobierno por la forma en la que se trabaje en lo cotidiano.

Papelitos y colores

Un caso más de escala menor (porque podríamos seguir indefinidamente) es el cambio de papelería y los colores. Cada tres años, los gobiernos municipales tiran a la basura cajas de papelería sin usar porque traen los colores de la anterior administración, un diseño específico o simplemente porque la nueva administración quiere imprimir en los nuevos documentos los signos gráficos distintivos del nuevo gobierno. Este tremendo gesto ególatra, además de ser un atentado ecológico directo y un despilfarro presupuestal, incluye gastos por diseño, pinta de fachadas y edificios con los nuevos logos y colores y chatarra metálica comprada como escultura.

Muchas veces el círculo vicioso tiene que repetirse porque no hay de otra que tirar todo lo que diga trienio «año tal a cual», pero sí puede cortarse si los datos del trienio se inscribieran en el cuerpo del texto y se usa papelería sobria sin colores distintivos, por poner un ejemplo. Una cosa sencilla, pues, pero verá usted cómo se complica la gente con esto.

Finalmente, espero que todo lo expuesto ya esté siendo considerado y mis preocupaciones sean sólo las naturales a un cambio de la magnitud que la gente espera.

Por Juan Cañez

Fotografía de Luis Gutiérrez / Norte Photo

En portada, el siguiente presidente de México, Andrés López, el próximo diputado federal por Cajeme, Javier Lamarque, y la futura alcaldesa de Hermosillo, Célida López, en el cierre de campaña de la coalición Juntos Haremos Historia, celebrado en la capital sonorense el 18 de junio de 2018.

Sobre el autor

Asiduo comentarista en artículos ajenos. Esta vez se fue de largo y pidió permiso para presentarlo como escrito aparte. Para la siguiente, promete ser más breve en sus comentarios.

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