Criaturas inorgánicas que surcan los mares de nuestra realidad, anarquismo biológico atiborrado de elementos que alguna vez se pensaron lejanos en el tiempo. Una maraña de materiales industriales que inexplicablemente evocan vida ahora mismo nos posee. Geometrías biocomplejas que desencadenan la impresión de viajes hacia abismos remotos e inexplorados. Urbanismo y naturalismo inmersos en exploraciones teóricas y atemporales. Profundidades morfológicas desde nuestra superficie industrializada, desde nuestro y solo nuestro, nuestro anti-estético y destructivamente deleitante antropoceno urbano. 

JLS

La ciudad tiene humanos, calles, autos, camiones, bicicletas, basura, ratas, cucarachas, edificios, casas, palomas, departamentos, cables, niños, luces, polvo, plazas comerciales, restaurantes, arboles, hippies, macetas, paisajes, vagabundos, prostitutas, sacerdotes, cultura, narcos, energía, ruido, fluidos, concreto, mucho concreto, acero y escombros; pero…. ¿son estás entrañas? ¿La ciudad tiene entrañas? ¿La ciudad vomita? ¿Un basurero es el vómito o es excremento? ¿La ciudad come? ¿Cómo es su sistema circulatorio? ¿Son las calles y los autos? ¿Son los peatones? ¿Acaso somos los seres humanos células? ¿Los edificios son esqueletos? ¿La ciudad tiene una piel? O ¿tiene una membrana? ¿Las ciudades son creaturas? ¿O solo están vivas? ¿Se puede estar vivo sin ser una creatura? ¿Existe vida que emana de los procesos sociales y de la actividad urbana? ¿Dónde se aloja esta vida? ¿La ciudad piensa? Tal vez los dispositivos electrónicos son neuronas y nuestra interacción a través de ellos está generando un nuevo sistema nervioso. Si esto fuera así, nuestras vidas están sujetas a las demandas de grandes organismos, son las grandes ciudades que aún no entendemos como vivas. Como un pez en un cardumen, como un ave en una parvada, estamos inmersos en la colectividad y nos encontramos sujetos a sus reglas. Las ciudades ya no sólo son construidas por nosotros, nos definen, seguimos sus ritmos, sus límites espaciales…sus restricciones, sus tiempos, estamos sometidos a nuevas formas de vida en escalas supra-humanas. La vida ha dejado de ser orgánica. 

La vida no sólo es nacer, crecer, reaccionar y reproducirse…la vida es una pequeña ventana hacia un mundo infinito de posibilidades en constante cambio. Es pequeña porque emana dentro de un pequeño resquicio de probabilidad, tampoco se mantiene fácilmente. Sin embargo, contradice el desorden intrínseco asociado al tiempo inorgánico, es frágil pero perdurable aun cuando los suspiros que de ella emanan son escurridizos. La vitalidad de los entes urbanos es una forma particular de organización, es orden entre perturbadoras mareas de cambio económico, tecnológico, social y cultural. La reproducción y la perpetuación de las urbes implican novedosos y atroces estadios en donde resulta evidente que la muerte también es vida. Como parte fundamental de esta vitalidad se ha considerado a la reactividad, por la cual los organismos reaccionan ante estímulos y pueden responder con acciones dinámicas que les permite continuar operando en el tiempo, manteniendo su perseverancia y existencia. Intuitivamente no es tan difícil entender que un robot no está vivo. Bajo un algoritmo apropiado un robot puede reaccionar a un estímulo. Tampoco se reproduce tal como lo haría una anémona, o un conejo o un murciélago, o una planta del desierto, pero tiene una semilla que es un plano emanado de un protocolo de investigación que seguirá perpetuándose a través de información almacenada en dispositivos como computadoras, también a través de la mente humana, en la tecnosfera. Los típicos robots no crecen, se adicionan piezas y se ensamblan; ¿si los robots no están vivos nunca mueren? Lo anterior aplica para artefactos diversos, autos, máquinas, dispositivos electrónicos básicos, pero entonces; ¿tienen vitalidad o no? No, no evolucionan….no evolucionan por si solos, su empuje hacia la existencia no deriva de ellos mismos, ni por asomo tienen alma. Aunque en 1968 Phillip K. Dick se preguntaba: ¿los androides sueñan con ovejas eléctricas? Los sistemas cerrados tienden al desorden, si no se les inyecta una dosis continua de entropía negativa son entidades estáticas, famélicas hasta que no tienen una buena dosis de orden, organización e información…son yunkies, son adictos a la entropía negativa y no pueden mantenerse por sí solos, siguen al pie de la letra la segunda ley de la termodinámica: todo tiende al desorden y es así como se presentan los paisajes desoladores de nuestra gran caverna contemporánea, la ciudad…¿y si nos cambiamos de nivel de complejidad? ¿Y si subimos la posición de nuestra mirada hacia horizontes más altos? ¿Que pasa con las empresas y los sistemas económicos? ¿El crimen organizado está vivo? ¿Que pasa con la cultura? ¿Las ciudades tienen pulso, tienen vitalidad? 

La vida urbana adquiere la connotación de “vida” por algún motivo que se intuye fácilmente. Esta intuición nos susurra que la vida no está limitada ya a las entidades orgánicas. La vida no solicita de una reproducción sexual para ocurrir, he aquí en donde el romanticismo termina pero la belleza no colapsa. Los seres humanos como conjunto construimos la cultura, construimos espacios de placer, de interacción, construimos arquitecturas, el arte y la cultura son otros formatos de reproducción. Las instituciones intentan definir controles de natalidad-industrial para la hecatombe de artefactos, dispositivos, procesos y demás alimañas que emanan de la mente humana y que nos ahogan en magmas de plástico y contaminantes corrosivos, de ruido. Las ciudades son verdaderas creaturas y de ella sobrevienen otras desde sus entrañas. Simbiosis de parásitos urbanos con procesos digestivos cuyos desechos intentamos eludir a como dé lugar, sin éxito alguno. El naturalista urbano es implacable extrayendo evidencia sobre lo anterior, los arqueólogos de la antroposfera se congregan en tianguis de basura, entre pepenadores arrojan muestreos, curadurías y exposiciones que ya quisieran muchos académicos y doctos del tema. La gloria en el océano planctónico de los vertederos. Así, también los indigentes tienen funciones ecológicas análogas a los detritívoros en los fondos oceánicos. Las cadenas alimenticias se manifiestan por doquier, crueldad de desintegración y emergencia. Las ciudades no sólo son ecosistemas con nichos ecológicos auténticamente silvestres, también son bestias que se autoorganizan y nosotros somos otro flujo más dentro del marasmo de agonías y renacimientos incansables.

Bonus track: youtube.com/watch?v=mkLakpOs-qg&t=133s

Por Juan López Sauceda

Fotografía de Benjamín Alonso

Centro de Hermosillo, ocho de agosto de dos mil diecinueve

Sobre el autor

Investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana. Sinaloense

También te puede gustar:

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *