Las celdas rosas (Ed. ISC-Nitro/Press, 2018), de Sylvia Arvizu (Hermosillo, Sonora, 1973) ganó el Concurso del Libro Sonorense 2017 en el género de Crónica. Sylvia, escritora y comunicóloga de carrera, también es autora de Breve azul, crónicas carcelarias (Ediciones La Cábula, 2008), Mujeres que matan (Nitro/Press, 2014) y ha colaborado con relatos en publicaciones como Milenio, Vive, Replicante y Spleen Journal, así como la antología Lados B – Narrativa de alto riesgo, 2011, de Nitro/Press.

Los murmullos de las mujeres crecen, retumbando hasta alcanzarte a través de la pluma y las letras. Se nos muestra cómo una serie de decisiones, aunadas a ciertas circunstancias, pueden llevarte por un cause equivocado que desemboca en terribles consecuencias: cómo de ser una persona libre pasas a ser recluida en un penal femenil. 

“Me rehúso a pensar que quienes cumplimos una condena en prisión, estamos aquí por un solo hecho delictivo, por un error, por una mala decisión. Creo firmemente en una serie de sucesos y factores que influyen en la vida del ser humano y por consecuencia llegamos al cuadro. A encararnos frente a la barda beige, a toparnos con un portón que nos impide ver la calle y respirar el aire de afuera.” (pág. 65).

Y es que cada presa es una persona de carne y hueso, con historia, familia y sueños, una persona que no puede ser definida únicamente por las acciones que la llevaron a prisión, que va más allá de un expediente policiaco y una nota roja. 

Los matices se revelan en el lienzo; los negros, blancos y grises. Todos arrastramos nuestras sombras, todos nos equivocamos y nadie está exento, porque es precisamente la imperfección la que nos hace humanos. Y es en esa medida que el libro nos enfrenta a las realidades que evadimos, las verdades que se barren y esconden bajo la alfombra. Porque la mayoría prefiere pasar de largo o mirar de soslayo con indiferencia antes de aceptar que una cuestión es más profunda de lo que se aprecia en la superficie.

“Su piel morena colecciona todo tipo de cicatrices: heridas de navaja, quemaduras de cigarro, otras de varillazos que recibió en la cara y el cuerpo. Pasa de los cuarenta. Es más bien callada. Sin embargo, no tiene empacho en contar su historia, lo que hace a la menor provocación como una manifestación de la injusticia que le jugó la vida: sufrir una doble condena.” (pág. 69).

Las veintitrés crónicas reconstruyen frente a ti el complejo penitenciario ladrillo a ladrillo. Se tienden los pisos y pasillos. Las celdas se alzan, te abrazan y asfixian. Las páginas te llevan debajo del árbol de limoneros hasta la cancha deportiva. Te sientes en intimidad, observando la convivencia; las relaciones, amistades y enemigos que ahí se forjan. Como testigo entre los muros, entiendes que una condena no es una vida en pausa, porque la vida sigue, se desarrolla aún bajo el peso del exilio, a la espera de la libertad.

La risa y alegrías pueden venir en la sencillez, en cosas que damos por sentado, en el aislamiento lo significan todo; las mujeres alejadas de sus hijos, encuentran consuelo y jubilo en una visita de sus niños, en la promesa callada de algún día volver con ellos a casa. 

La resiliencia les hace levantarse, luchando, tratando de no dejarse arrasar por los pensamientos negativos y las culpas. 

“Caída la noche, a la orilla de la playa encuentran el cuerpo degollado de una chica. Por los tatuajes logran identificar que es la joven que horas antes se burlaba de Regina frente al juez. En la carretera el carro abandonado y el cuchillo ensangrentado.” (pág. 63).

Las celdas rosas, se posiciona entre mis favoritos de la literatura sonorense de los últimos años, no solo en lo referente a la literatura femenina, sino en general. Y es que uno de sus aciertos, es su contenido de impacto social. Bien llevado entre líneas y con sutileza, te hace consciente del juicio social que sufren las personas aun después de cumplir su condena. Los obstáculos que tienen que sortear para reinsertarse en la sociedad, desde la desconfianza de las personas, la búsqueda de empleo teniendo antecedentes penales y las pocas oportunidades, y como eso mismo en ocasiones propicia la reincidencia criminal y el regreso tras las rejas.

El libro es idóneo para quienes buscan una dosis de realidad. Su prosa sencilla y crónicas cortas la hacen una lectura fluida y digerible.

Por Tania Rocha

Bibliografía

Arvizu, Sylvia. Las celdas rosas. Editorial del Instituto Sonorense de Cultura–Nitro/Press, 2018.

 

 

Sobre el autor

Nacida en Heroica Caborca, Sonora, el 25 de octubre de 1992, tiene cuentos publicados en portales literarios (como este, dice el editor), es escritora aficionada y ha acudido a talleres de escritura creativa.

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2 comentarios

  1. No había leído esta reseña sobre Las Celdas Rosas. Este libro lo llevo a medias y estoy totalmente de acuerdo con las impresiones de Tania Yareli.
    Es un libro que, igual que Matar, de Carlos Sánchez, tienen bien ganado su lugar imperecedero en la historia de la literatura sonorense del siglo XXI,
    ya que desde el género de la crónica describen por primera vez y de manera única un rasgo crudo, directo, sincero de un lado oscuro de la sociedad
    y de la realidad que vivimos, ya sea por herencia del siglo XX o por circunstancias del hoy, del presente, de las circunstancias actuales.
    La buena noticia acerca de este libro es que Sylvia Arvizu ya ha ganado su libertad y que las celdas rosas que propuso su pequeña hija, ahora pueden ser
    la sala, la cocina y las recámaras rosas dentro de su propio hogar.
    Este libro ha recorrido el país y seguramente Sylvia Arvizu es una sonorense de trascendencia nacional, lo que es un doble mérito en este difícil oficio de escribir.

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