Con reseñas como estas sí dan ganas de comprar

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Ciudad de México.-

Bavispe, en ópata, significa “donde el río da vuelta”, pueblo enclavado en la zona alta de la sierra madre occidental, geográficamente más próximo a Chihuahua que al estado al de Sonora, al que oficialmente pertenece. Allí encuentra su genealogía el autor nacido en Agua Prieta en 1977, Carlos René Padilla, que asimismo titula su más reciente libro de relatos, ganador del Concurso del Libro Sonorense 2020 y espléndidamente publicado por su casi editorial de cabecera, Nitro/Press, donde publicó también Los crímenes de Juan Justino y Rodrigo Cobra y, más recientemente, la magnífica colección de crónicas sobre su devenir como periodista, Hércules en el desierto.

Y si bien estoy enterada de que Carlos René es un narrador notablemente pulcro, capaz de armar frases cargadas de poesía entreveradas de palabrotas y regionalismos que no solo se incorporan con inusitada naturalidad a su discurso, sino producen, además, un eco universal (virtud me aventuro a sugerir, asimilada de otro virtuoso norteño, Eduardo Antonio Parra), alcanza su cúspide en Bavispe, tanto en lo referente al hilado del lenguaje como a un insólito cruce de géneros que lo mismo nos remite a Juan Rulfo (la más clara presencia de este universo), que a Cormac McCarthy, Thomas Savage, Annie Proulx y Élmer Mendoza. Si bien lo que predomina en los nueve relatos, algunos extensos como marca la tradición estadounidense, es el terror, que se sirve de vehículos diversos para manifestarse, ya sea sobrenatural o como una reproducción de nuestra violenta realidad, dialoga, como bien señala Imanol Caneyada, con el noir, el gótico y el western. Yo agregaría el realismo mágico, si bien, destacaría el último mencionado por Caneyada, infrecuente, tal vez nulo en la literatura mexicana contemporánea. Al menos dos de los relatos, “Un hombre bueno” y “Boda de pueblo” son westerns en toda la extensión del término. La ambientación con pinceladas góticas; su cantina, sus carretas; detalles climáticos, aromáticos, temperamentales, oníricos incluso, son sencillamente formidables.

El histórico Bavispe tiene los elementos aterradores propios de un pueblo magnetizado de leyendas y con un desastre natural en su historia que, increíblemente, no se ha repetido: un terremoto de 8.1 grados, acaecido el 3 de mayo de 1887, y del que mucho se habla hasta la fecha. El relato “Bavispe” no se limita a recrear el hecho histórico, le agrega elementos sobrenaturales. Si nos atenemos a lo expuesto por el propio autor en la hoja de agradecimientos y a las características del personaje que reproduce una confesión de su abuela – joven lector de Verne, Salgari, Stevenson, Arreola, Rulfo, entre otros- nos encontramos ante un texto biográfico. El crudo drama se desarrolla con asombrosa vivencialidad. En Wikipedia se habla de 51 muertos, pero el relato refiere muchos más, niños en su mayoría, si nos atenemos a la terrible escena que transcurre sobre las ruinas de la escuela del pueblo (solo la cantina permanece incólume entre los escombros de la que fueran una iglesia, casas, tanichis), cuando, al pasar lista, a la mayoría de los nombres se los lleva el viento. En el centro se ha abierto una zanja que, con el tiempo, cierra herméticamente pero cobra la forma de una cicatriz palpitante. Se cree que los niños desaparecidos, entre ellos la mejor amiga de la abuela cuando era niña, han sido tragados por la tierra, lo que no necesariamente signifique que estén muertos, “(…) los cuerpos que enterramos en el camposanto no fueron problema, las ánimas que se quedaron sin reposo y sin un lugar donde llorarles fueron la contrariedad (…) A veces soñaba que realmente sí estábamos muertos y nadie nos había avisado, padecido a la novela que me leíste ayer (Pedro Páramo)” 

El cuento que abre el volumen, “La plañidera”, tiene por protagonista a una mujer que sufre lo que, podríamos calificar, fobia por los funerales, la cual desarrolla tras la repentina muerte de su abuela. Una circunstancia extraordinaria la empuja al que sería el extremo opuesto: convertirse en plañidera. Y no una cualquiera, una realmente poseída por un dolor desgarrador que suele evaporarse apenas concluir el acto mortuorio. La mujer comienza a ser asediada por los deudos del pueblo, se convierte en una especie de superstar y ella le encuentra un sentido a su vida miserable, al lado de un esposo que la viola cada vez que regresa borracho, que es casi siempre. Se siente renovada con cada entierro y sus sentidos se vuelven susceptibles a los aromas propios del señalado ritual: flores, pegamento, barniz, café recién colado y servido en tazas de peltre. ¿Qué pasa cuando de pronto deja de morir la gente de Bavispe y a ella empieza a írsele la vida con cada día que pasa sin condolerse a gritos? ¿Qué remedio encontrará en medio de su desesperada situación? El último relato, por su parte –“Comala”- aborda el muy concreto terror de un padre que advierte que su hijo de dieciséis años está metido en asuntos muy turbios e intuye que pronto lo perderá, mientras que la madre opta por creer los rebuscados argumentos con que el muchacho justifica su abundancia, “Los muebles ganaban espacio como una enfermedad en un cuerpo cansado”. La tragedia dejará a la madre abrazada al celular que registra setenta llamadas al número del hijo silenciado, y al padre forzado a buscarlo en un infierno de cientos de sábanas blancas.

Otro aspecto que vale la pena destacar, es la infinita ternura en esta narrativa, sin importar qué tan violento sea el acto que se desarrolla al momento, o en un acto paralelo. Humanos que se confunden con zorros. Zorros que, de tanto depredar tu gallinero, terminan volviéndose entrañables. Gallos que no cantan al amanecer, que no son capaces de reemplazar a un moderno despertador que, por otro lado, son aparatos escandalosos y molestos, pero, mudos y todo, son rescatados y hasta bautizados con nombre de escritor. Remansos a la violencia predominante en un pueblo polvoriento, recargado de chismes, espectros, ausencias, noviazgos longevos y sueños malogrados: “¿Recuerdas una vez que te conté de una Danza del Venado, donde el cazador hiere con sus jaras al animalito= Pues así quedé igual que el animal: a sus pies y malherido nomás de verla? Y yo me concentraba con todas mis fuerzas en ese momento para que no me pegara su miedo.” (“Aquella noche”)

Imanol Caneyada afirma, sin exagerar, que Bavispe ya tiene un bardo. 

Yo aventuro a sugerir que Sonora tiene ya su Llano en llamas.

Por Eve Gil

Fotografía de Teresa Cervantes

Así luce Bavispe en las librerías amarillas

Sobre el autor

Narradora, ensayista y crítica literaria sonorense (Hermosillo, 1968), autora de una veintena de libros entre los que destacan Réquiem por una muñeca rota, Virtus, Sho-shan y la dama oscura (llevada al cine por Carlos Preciado Cid) y Evaporadas, las chicas malas de la literatura. Premio Nacional de Periodismo Fernando Benítez 1994, Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta 2006, entre otros.

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2 comentarios

  1. Caravanas y fanfárreas para el que parece hasta ahora el mejor libro del chambeador y bien entregagado a su carrera Carlos René Padilla, ya de lleno en las vitrinas y en la escena de las letras nacionales.
    Respeto y honor a quien honor merece,
    Muchas felicidades al ex estudiante del Itson… de seguro que Bavispe dará para muchas ediciones y traducciones. Enhorabuena!
    Excelsa reseña de la igualmente talentosa escritora.
    Crónica Sonora recupera y supera niveles. Qué bueno

    1. En efecto, es el mejor libro de Carlos hasta el momento y de los mejores que he leído en lo que va del año. Vale mucho la pena leerlo y analizar su excelente prosa. Gracias por opinar.

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