Talento cubano que se incorpora al roster de CS

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Hermosillo, Sonora.-

“¿Cómo desentrañar la historia, la lucha de todo un pueblo sólo desde imágenes, música o danza?” “¿Cómo apropiarse de su espíritu y esencia para admirar, estudiar, respetar sus tradiciones?”. Eran preguntas que me hacía mientras el 16 de enero caminaba por los pasillos de El Centro Cultural Sociedad de Artesanos de Hidalgo, al inaugurarse la exposición La tribu urbana, los yaquis en Hermosillo, de Francisco Antonio Carrillo Huez, que abre sus puertas hasta el 8 de febrero próximo. “¿Para qué, por qué es necesario el folklore, el arte en los tiempos que corren?” Regresaban las interrogantes agolpadas en mi pensamiento, y aunque se me antojaban preguntas neófitas, quizás innecesarias, tengo la certeza de que cuestionar y cuestionarnos no es un asunto de pérdida de fe, sino, sin dudar, de búsqueda y reencuentro. 

Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es, escribió Borges y rezaba en mi cabeza una y otra vez mientras caminaba entre las fotos, instrumentos musicales y vestuarios como símbolos fehacientes de una tribu palpitante y viva. Así, un sinfín de sentimientos afloraban, yo aún tan novata, tan foránea ante la cultura sonorense, desconociendo muchos pormenores, no podía huir de la fuerza que generaba: ese instante en que sin poder ofrecer mayores explicaciones del porqué y el cómo, el arte nos mueve, conmueve y moviliza a un tiempo. 

Los yaquis, pueblo indígena milenario que se asentó en los territorios de Sonora y Sinaloa fundamentalmente, es reconocido por su espíritu indomable pero también por ser un pueblo humilde y grande que ha protegido sus tradiciones a lo largo de los siglos. Muchos son los escritos sobre ellos y también vasta su cultura, pero nunca es suficiente cuando se trata de salvaguardar el folklore, la cultura popular tradicional y la cultura originaria, o cuando se pone en juego por el olvido, la indiferencia, la identidad de los pueblos.

Instrumentos de música yaqui yacen por todo el espacio, mientras las fotografías, los aditamentos de las distintas ceremonias, inundan todo el local. Hablan todos ellos de rituales, tradición, de amor por la tierra, por lo que se es y también por lo que se será. Una forma única de plasmar el pasado, el presente y el futuro gracias a esa magia que tienen las imágenes, ese poderío del arte, insisto, que lo hace único. 

Y se hizo la música: tres intérpretes ejecutan el Baa-wehai (tambor de agua) y el hiriukam  (frotadores de varas de Brasil), instrumentos tradicionales, mientras dos niños yaquis bailaban la danza del venado acompañados por un pajkola (cazador) adulto. Entonces no podía dejar de pensar en la reconstrucción de las raíces desde otras instancias epocales, económicas, políticas: ¿Cómo pueden aprender valores los niños de hoy, cómo podrán convertirse en los hombres del mañana si los despojamos del conocimiento ancestral que entraña su ciudad, familia, su cultura? 

La danza del venado es una danza originaria de la cultura yaqui y encierra parte del saber, del conocimiento y la entereza de dicha etnia. El venado, animal sagrado para ellos, es representado por uno de los danzantes con una cabeza disecada, ataviada con un pañuelo en este caso, con el torso desnudo mientras caracteriza él al venado y otro a un pajkola. Lo que se aprecia es una representación mimética de la caza del venado, y las capacidades del animal para no sucumbir. Admiré sus caracterizaciones inocentes pero certeras, y la vehemencia de su representación evidenciada por sus movimientos y el recorrido por el espacio, en tanto la música lo impregnaba todo e invitaba a moverse, a interactuar desde el silencio y el respeto que provocaba. 

Gracias al esfuerzo de Carrillo Huez y sus colaboradores, su atinada selección y trabajo, acciones como estas demuestran la indomabilidad de las culturas originarias, de los yaquis, y la necesidad de traspasar el conocimiento genuino de todo un pueblo. Mis interrogantes quedan abiertas para seguir cuestionándome el futuro y provocar a otros, para regresar a preguntas que a veces olvidamos, para invitar a los hermosillenses a darse una vuelta por allí, dejar su huella y permitir que ese sentir regrese y recale en cada uno, pero explorar La tribu urbana, los yaquis en Hermosillo es una fiesta a los sentidos, al intelecto e incluso, a las barreras colonizadoras de nuestra mente. Y sin dudas, una reivindicación de la memoria, esa que nos traspasa, nos increpa y acecha al fin, para regresar a nuestras raíces y nuestra  identidad para entonces, sólo entonces, echar a andar.

Texto y fotografía por Marielvis Calzada Torres

Sobre el autor

La autora se llama oficialmente Marielvis Calzada Torres y extraoficialmente prefiere que le llamen Mari. Es cubana y llegó a Hermosillo hace sólo cinco meses tras los pasos de la Danza del Venado y una maestría en Bellas Artes en la Unison. Teatróloga de profesión, ha sido también docente en la Universidad de las Artes de Cuba y especialista de teatro y danza. Aunque extraña su mar y su isla, anda fascinada con el desierto, la cultura y la gente de Sonora. Y sí, está convencida de que aún le queda mucho camino por andar.

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