Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada

William Shakespeare

Después de un segundo debate presidencial en México, de cara a las elecciones de 2018, terminé el domingo un poco preocupado y buena parte del lunes, todavía ayer martes, tratando de descifrar mi intranquilidad.

Después de un paseo por la red revisando puntos clave y resúmenes sobre el debate en diferentes plataformas (FB, Twitter, Youtube), me encuentro con una situación un tanto bochornosa para mi causa. La sonrisa de Anaya me incomoda de maneras que exhiben mi bien reprimida/escondida capacidad de espantarme.

En este punto ya no sé si es algún miedo o trauma de cuando pequeño con respecto a los payasos, mi fascinación por observar personajes ficticios con remarcada personalidad psicópata, o mi fortuita cercanía y observancia de los ciclos políticos no solo de mis tiempos, sino de los que he conocido a través de textos, fotos y documentales.

Yo no sé ustedes, pero por mi parte tengo bien presente en mi cabeza los sustos que me pegaban los fariseos en Cuaresma con la sonrisita dibujada en la máscara y la impresionante sonrisa de Tim Curry, no solo como Pennywise en IT, sino también como el conserje facultoso del Hotel Plaza en la Mi Pobre Angelito 2 o como el Dr. Furter en The Rocky Horror Picture Show:

Ya más crecidito, quise tratar de entender por qué algunos personajes de la cultura popular -tanto ficticios, como reales-, dígase El Guasón (en cualquiera de sus versiones, inclusive las animadas), Bob Patiño, Hannibal Lecter, Charles Manson, Aileen Wuornos, entre otros, dibujan una sonrisa tan peculiar en su rostro en situaciones que quizás no sean las más idóneas para ello. Pero vamos, no es solo una sonrisa, es tenebrosa, descarada, acosadora.

Para darnos una idea, basta con comparar la sonrisa de Javier Duarte cuando arrestado, contra la de Hamza Bendelladj, el hacker Argelino que robó casi $300,000,000.00 dólares a 217 bancos y fue sentenciado a 15 años de prisión por ello. Y es que, no es lo mismo robar para sí que robar para otros (ya ven cómo nos gusta acomplejarnos con los Robin Hood).

Hamza Bandelladj escolatado por policías en Bangkok

Ya con cierto acervo cultural y conocimiento empírico para poder hacer análisis y conclusiones y así también dándome la libertad de identificar y hasta etiquetar a la gente, me encuentro con que en la vida diaria como en la política, uno se va encontrando con estos personajes de tendencias cínicas, de desdenes ensayados, aduladores profesionales, vendedores de tranquilidad, de confianza e inclusive hasta de afecto de los cuales lucran, siempre a favor de ellos mismos.

En ese tenor, el semblante de Anaya me proyecta problemas, quizás tratando de disimular vergüenza o coraje por las réplicas que recibió, quizás la configuración de su rostro no es la idónea para una sonrisa Colgate, quizás solo es mi apreciación y estoy anteponiendo otros puntos a considerar para tener a alguien en un buen concepto, pero en verdad que ni ante la inminente llegada del copete de Peña Nieto me sentía tan agobiado.

Mucho se habla de la locura de López Obrador, comprensible que se piense así dado sus actos desesperados ante lo que alegó como fraude, mucho se habla de lo ocurrente que es “El Bronco” y pocos saben que su hijo fue asesinado y que en efecto en el norte somos ocurrentes y sinceramente nadie juzga a Meade, que, aunque proyecte confianza, el hecho de tener que seguir un script y pertenecer al partido que va de salida no le ayuda en lo más mínimo.

Anaya y su sonrisa se cuecen aparte, llegando a una candidatura dividiendo, “chaqueteando”, bandeando a conveniencia con reformas, pactos y últimamente tomando todas las actitudes y propuestas populistas, confirmando que está dispuesto a lo que sea con tal de lograr su cometido, lo que significaría pasar por encima de quien sea y de lo que sea. Personalmente, creo que lo único que demuestra es falta de congruencia, al punto que el cinismo, esa misma sonrisa, es su única herramienta para seguir adelante.

Nótese que no escribe aquí un psicoanalista, mucho menos un experto en lenguaje no verbal y ni se diga un experto en política o fotografía, pero vuelvo al punto inicial, me preocupa cuán afectada esté mi percepción o cuanta noción me puede dar mi experiencia para que con tan solo ver una sonrisa me sienta con ganas de descartar a uno de los candidatos.

Resumiendo mis sentimientos, en un proceso democrático en el que las opciones dejan mucho que desear, lo menos que uno espera son sonrisas hipócritas.

Por David Erasmo Rascón

En portada, fotografía de Anaya tomada por Televisa y manoseada por CS

Sobre el autor

Ingeniero. Cajeme (1988), Villa Juárez y actualmente Guadalajara

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3 comentarios

  1. No creo en las mentiras de Anaya como no creo en una alianza de la izquierda y la derecha. Si está alianza se hubiera dado en Alemania, sus opositores se hubieran cagado de la risa, los votantes les darían la espalda, los miembros y adeptos del partido habrían huido en desbandada y los pocos miembros fieles que quedaran en el naufragio de ese barco partidista habrían condenado, expulsado y quizás exiliado, por no decir aniquilado a los gestores de esa alianza o coalición. Anaya demuestra que el fin justifica los medios y que en la política todo se vale, incluso burlarse del electorado, ignorar o pasarse por el arco del triunfo los principios de las organizaciones políticas, brincarse de una ideología a otra como saltan la cuerda las chamacas a la hora del recreo. Habría ganado Anaya un debate en una contienda interna de su partido contra Cordero, Josefina Vázquez Mota, Carlos Medina Plasencia, ya no se diga en otros tiempos contra Santiago Creel, Diego Fernández, Felipe Calderón, Carlos Abascal o aquel gran jefe partidista de nombre Carlos Castillo Peraza? Evidentemente que no, porque estos tenían un conocimiento de fondo de los problemas, verdadera experiencia y ninguno de ellos se apoderó de su partido para ambiciones personales. Simplemente, el PRD desperdició a Miguel Ángel Mancera como viable candidato a la presidencia de la república. Mancera vencerlos en diez debates al hilo a Ricardo Anaya. Pero el PRD temiendo convertirse en el próximo partido chico estilo PT se vendió al PAN para mantener su porcentaje de plurinominales. En fin Anaya es un pragmatico alegador, un estudioso de la teoría de la problemática de librito, que se sabe desde el debate todas las soluciones hipotéticas de cada tema por colocarse en el lado correcto de las respuestas y que critica todo lo que su partido ya hizo mal cuando estuvo en el poder y también desde una oposición vendepatrias, subidora de impuestos, aprobando leyes a favor de la regresión fiscal y social y navegando en las cómodas aguas del neoliberalismo fracasado que es fábrica de millonarios y de pobres y miserables por decenas de millones. En pocas palabras, Anaya quiere llegar a como dé lugar, no sabe por qué ni para qué pero quiere llegar. Y nosotros a chingarnos porque su sonrisita, su juventud y su perfil niño güero, es el equivalente del copete del ignorante ahijado de Carlos Salinas convertido en el presidente más inepto del mundo y de la historia de México. Anaya rata.

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