Vidal examina la más reciente obra de un viejo maestro y la complementa con la de otro clásico

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Hermosillo, Sonora.-

Es racista. Pero no de manera maliciosa, sino porque así fue criado. Apenas si maneja los mensajes de texto en los smartphones. Odia internet – con justa razón, las redes acabaron con su negocio – y critica a la actual generación por su dependencia a las pantallas. Y lo más importante: puso al trabajo por sobre todas las cosas.

La despedida histriónica de Clint Eastwood no podía ser de otra manera. A sus 88 años se adueña de un papel reflejo fiel de sí mismo mientras se atreve, algo raro en su carrera, a confeccionar varios reproches a la sociedad norteamericana.

Basada en hechos reales, La mula (Clint Eastwood, 2019) presenta la historia de Earl Stone (Clint Eastwood), ex veterano de la guerra de Corea y floricultor a quien el ciberespacio comercial le ha arruinado su vivero. Hay tres mujeres en su familia. Mary, su esposa (Dianne Weist) e Iris, su hija (Allison Eastwood), lo rechazan. Sólo Ginny (Taissa Farmiga) sonrie al verlo.

De esas tres flores que ha cultivado y descuidado en su vida, al menos la nieta no ha dejado de darle la bienvenida. 

Sin embargo, tras la pérdida de su comercio recibe una oferta “imposible de rechazar”: transportar unos paquetes y ganar dinero por ello. Así, casi sin saberlo, se convierte en “burrero” del cártel de Sinaloa. 

La mula se convierte entonces en una “road movie” que servirá a los virtuosos propósitos de su director y protagonista. El viejo Earl se enfrenta a lenguajes nuevos con voluntad de adaptarse; defiende a los inmigrantes del proverbial abuso de las autoridades gringas; se gana el cariño y respeto de Julio, su contacto (Ignacio Serricchio); despierta la simpatía de Laton, el capo (Andy García) y, cual Robin Hood, repartirá los beneficios de sus travesuras para ayudar al más necesitado. 

Como todo narco que se respete. 

Aunque, el largo brazo de la ley es Colin Bates (Bradley Cooper), agente de la DEA que seguirá la pista de ese notable ganapán a quien sus empleadores le han adjudicado el apodo “Tata”.

Eastwood prefiere los relatos de despedida y redención. Así lo ha hecho en Imperdonable (Clint Eastwood, 1992), Gran Torino (Clint Eastwood, 2008) y Golpes del destino (Clint Eastwood, 2004). La diferencia en La mula es el balance que pretende el filme entre el drama y la comedia. 

La trama principal, seguir de cerca a Earl Stone mientras cumple con el transporte y la entrega de droga, se mezcla con la historia humana: el anhelo por obtener el perdón familiar.

En su camino, La mula no puede esquivar clichés y estereotipos, verdaderos baches en la autopista: los viejos son sabios a quienes el mundo no escucha y tienen permiso para ser testarudos y decir cualquier suerte de barbaridades, los inmigrantes mexicanos son narcotraficantes, las motociclistas son lesbianas y el internet, las redes y los dispositivos nos convertirán en autómatas. 

Será entonces el tono de comedia el salvavidas para La mula. No es común ver a Clint Eastwood sonreir, cantar mientras conduce – su simpático “palomazo”  Ain´t got a kick in the head, de Dean Martin es de lo mejor logrado  -, no siempre reparte consejos que nadie ha pedido, bromea en español y disfruta un par de damas ofrecidas, como tributo, de parte del elegante capo para el que trabaja. 

La crítica entonces se suaviza y, casi sin darnos cuenta, Eastwood se vuelve a colocar en el bando reaccionario. Con palabras mas amables, pero republicanas al fin. 

Otro problema que tiene La mula es contar con un elenco de primera categoría sin oportunidad para desempeñarse. Con actuaciones planas, Bradley Cooper, Ignacio Serrrichio y Andy García ejecutan su talento orbitando alrededor del peso actoral de Clint Eastwood. Tal vez se salva Dianne Weist. En su papel como la esposa que no termina de dejar el recuerdo de su Earl está a la altura de las circunstancias, aunque eso no es suficiente para elevar a La mula. 

La resolución del veterano Clint al despedir su carrera actoral en el papel de Earl Stone (la traducción en español de ese apellido es “piedra” y eso no es casual) es directamente proporcional a su deseo de pedir perdón por los errores cometidos. Es que no puede dejar de ser republicano, ni puede dejar de votar por el GOP simplemente porque así fue criado. Testamento y «trumpiezo» final. 

Porque perro viejo no aprende truco nuevo. Aunque lo intente. 

Qué leer antes o después de la función

El viejo y el mar, de Ernest Hemingway. La más famosa novela del autor norteamericano cautiva a través de Santiago, pescador que sufre una mala racha y que aún así decide hacerse a la mar. Atrapa un pez vela y luchará contra viento y marea por llevar a tierra su preciado trofeo. 

Así, Ernest Hemingway revela un gran consejo, egoísta y humano, ético y pragmático: aferrate a la oportunidad, porque no sabes cuando te va a llegar. Y es verdad, para pelear por lo que nos toca, no hay edad.

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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