Qué bonito es lo bonito, señores

Vuelve el estilacho de Abraham Mendoza y llega el talento de Carlos Villalba, flamante colaborador visual de esta presumida casa editorial

«Espalda con espalda», cómo de que no

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Me gusta ir al estadio de béisbol en día domingo y cuando hace frío. Es más, cuando hace muchísimo frio. Llevar las prendas más gruesas de inviernos: bufanda, pasa montañas, guantes, sudadera y chamarra. Hasta me gustaría llevar una cobijita, pero, ¿qué va a decir la gente? Que estoy loco.

 

Sin embargo, el domingo pasado, estando aún lejos el invierno, fui al estadio. Al fabuloso Estadio Sonora. Ojalá siempre tenga ese categórico nombre y no vayan a salir con el nombre de una firma comercial. Lo de ir el día domingo es porque el juego se termina temprano. Pero, además, jugaban mis Mayos de Navojoa, el equipo que sigo desde hace diez años cuando los vi jugar contra Hermosillo en el Estadio Manuel «Ciclón» Echeverría; Elmer Dessens contra Óscar Rivera, cero a cero hasta la novena, un duelazo.

 

La localidad a la que entro cuando voy al Estadio Sonora es a los democráticos bleachers. Me gusta porque es una sola localidad y es un solo asiento, una sola categoría; me gusta porque asiste poca gente, porque está lejos del potente sonido local; porque los baños están muy decentes, porque tengo acceso a los dos bullpen; puedo ver desde arriba pero de muy cercas cuando están calentado los lanzadores, cuando están esperando entrar al relevo: algunos relevistas se ven como si los fueran a fusilar y los instructores se ven afanados por aplicar su experiencia con los novatos.

 

El problema es que en los bleachers, cuando el juego es temprano, no hay sombra. Y el domingo pasado el sol estaba candente, así que compré boleto para entrar a la sección lateral, lateral izquierdo por supuesto, por el lado del equipo visitante. El estadio lucía su alfombra orgánica que, con su color tirándole a mostaza, daba señas de la llegada del otoño. Lo estropeado del zacate era resultado del concierto de Plácido Domingo.

 

Los peloteros hacían ejercicios de estiramiento y calentamiento. Un jugador daba una entrevista, otros dos repartían autógrafos. Los trabajadores del estadio regaban las partes sin césped, se daba a conocer por el sonido y por la pantalla las alineaciones de los dos equipos, la expectación y la emoción iban en aumento aunque a veces atenuadas por olores de aguas residuales…

 

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Y antes de que salga el Beto Coyote con su gracia trayendo como acople a Baxter de los Diamantes de Arizona, antes de comenzar a capotear a los fumadores, antes de que el estadio se convierta en la cantina más grande de Hermosillo, mucho antes de que el gozo colectivo del triunfo o la frustración colectiva de la derrota se hicieran presentes, antes de que el estadio se encendiera con la canción de los Apson, el Upudú, antes del grato turno al bat del Chapo Amador que lo acompaña con una rolita de los Caifanes y que después la echa a perder el joven Gastélum con un narcocorrido, antes de escuchar por el sonido local la advertencia de que las sodas no las compren en más de veinte pesos, antes de que al ampáyer le griten chivo y al Beto Coyote también, antes de que los vendedores y quinieleros te impidan ver la mejor jugada, antes de intentar escuchar con poco éxito por los audífonos la fina e impecable crónica de Jaime Francisco Cortés al que sueño hacerle una entrevista, antes de que los duros con Salsa Sonora te enfaden porque las bolsas traen demasiados y tienen mucho aceite, antes de que sueñes tener  una carne asada privada en las carpas de las terrazas del jardín izquierdo y del derecho también, antes de que te preguntes quién irá a ser el sustituto del Camarón Íñiguez.

 

Antes de todo eso, mucho antes, los ampáyers y manejadores se reúnen en el campo, una voz respetuosa anuncia la ceremonia de izamiento de la bandera, invita a entonar el Himno Nacional mientras asciende por el asta el lábaro patrio. Todos los jugadores dirigen su mirada a la bandera, ponen sus cachuchas en el pecho. Yo permanezco sentado en el palco comiendo cacahuates, casi nadie lo nota, están muy entregados a la ceremonia. Yo volteo hacia las gradas de un mortecino color verde militar, aún hay muchos huecos pero es buena la asistencia, doy una escaneada por todos los rostros y veo a personas saludando a la bandera como nos enseñaron en la escuela. Algunas personas cantan el Himno Nacional, tienen la frente en alto y se miran sumamente reflexivos; yo sigo replanado bebiendo una sodita de manzana. Es impresionante la reverencia, el respeto, la unión que produce un símbolo y un himno fundamentalmente belicoso, pareciera que tienen la determinación de, al grito de «¡Viva México!», lanzarse a morir por la patria.

 

Unas parejas de jóvenes a mi izquierda permanecían sentados, me llamó la atención y me dije «son de los míos». Y me acerqué a ellos así:

 

-Buenas noches, disculpen la intromisión, ¿por qué no se ponen de pie? ¿Son de alguna religión?

 

-No, no, para nada. -Me contestó el muchacho. La chica sonreía muy discreta.

 

-¿Y por qué no se paran?

 

-Nomás, porque no me nace. ¿Y usted?

 

-Yo no me paro a cantar y a saludar a la bandera porque creo que no necesito hacer eso para ser un buen mexicano. ¿Cuántos de los que están allí parados no pagan impuestos? ¿Cuántos de ellos sobornan y extorsionan? ¿Cuántos explotan a sus trabajadores? ¿Cuántos tiran la basura donde sea? ¿Cuántos roban energía eléctrica? ¿Cuántos dan mochadas? ¿Cuántos les enseñan a mentir a sus hijos? Muchos, creo que muchos. Pero vienen aquí a darse golpes de pecho para hacer patria de esa manera. Hipocresía, doble moral, eso es.

 

Se lo dije al chavalo con coraje, apasionado. El muchacho me miraba atentamente y leí en sus ojos una pregunta: ¿Y yo qué culpa tengo?

 

Por Abraham Mendoza Córdoba

Fotografía de Carlos Villalba

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Sobre el autor

Abraham Mendoza vio la primera luz en San Pedro El Saucito el 2 de abril de 1960. Es geólogo de profesión y narrador nato que escribe como Dios le da a entender. Tiene por hobby caminar por todas partes excepto en andadores y le gusta que le lleven serenata aunque no sea su cumpleaños.

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4 comentarios

  1. Simplemente no creo que sea algo que ayude a la gente, hay valores y aunque muchos ciertamente no den o demos el mejor ejemplo debemos empezar a ponerlo, uno de esos momentos es al entonar el Himno Nacional

    1. Hola Octavio, gracias por tu comentario. Solo para aclarar que no estoy en contra de que se entone el Himno Nacional y mucho menos de que la bandera deje de ser un símbolo de identidad, eso lo tengo claro, pero creo que mas allá de las ceremonias, como tu lo dices, debemos empezar a poner en practica los valores que nos hacen ser realmente buenos ciudadanos. esa es la idea.

      Saludos

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