Seguimos celebrando al maestro Arreola en esta desentendida plataforma editorial

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Juan José Arreola era un devoto del ajedrez. El ajedrez contiene 8 casillas por 8, 64 casillas en total, y 32 piezas, 16 por jugador. El tablero es relativamente pequeño, un cuadro que delimita los movimientos. No obstante, las jugadas del ajedrez son infinitas. Así la obra de Juan José Arreola, que aunque breve en cantidad, es infinita en su poética, en la multiplicidad de lecturas que ofrece cada uno de sus cuentos.

Con su primer libro, Varia invención (1949), Arreola propone, defiende y asume una manera de escribir que, si bien no era nueva, sí se pronunció de forma valiente en la literatura de nuestro país; en ese tiempo, otros estaban enfocados en la narrativa rural o de la Revolución mexicana. Desde el título, Varia invención juega ya con el lenguaje, construye literatura de la literatura. En sus entramados discursivos hace alusión a otras lecturas, moderniza mitos e incógnitas que el lector avezado nunca deja de agradecer. En lo posterior, con La hora de todos (1952), Bestiario (1958) y La Feria (1963), Arreola arma y establece ese archipiélago ficcional que va del texto epistolar (por ejemplo Carta a un zapatero y El silencio de Dios), al aforismo (Cláusula III y Teoría de Dulcinea), al ensayo (In memoriam y El himen de México), a la poesía en prosa (para mí El Sapo será uno de mis poemas en prosa favoritos), a la fábula en una renovada tradición de Esopo (El prodigioso miligramo), las micro biografías (Alejandrina, Baltasar Gérard), y hasta los anuncios publicitarios (Baby H. P. y De l´osservatore).

A partir de la brevedad intertextualiza, hibrida, universaliza. Su literatura proteica erige laberintos como lo hacía Borges, como antes que ellos lo hizo el Maestro Zhuang, como también lo hace hasta la fecha el I Ching (el milenario libro de las mutaciones), con esa filosofía china, esa ciencia que ilumina a cada tirada de las monedas o ramitas de milenrama. Símbolos con la finitud material de una piedra que, paradójicamente, al caer en un lago, genera múltiples ondas. Felipe Vázquez, en su ensayo Juan José Arreola y el género “varia invención”, escribió: “Los textos arreolianos no son meros artificios de un prestidigitador erudito, son juguetes metafísicos. Arreola es un iniciado en los misterios órficos”.

La concisión -que no fugacidad- de sus textos se deben a la exigencia que el autor se imponía a la hora de escribir y corregir las páginas perfectas que nos legó. Por esto se le ha reconocido como ejemplo del arte por el arte. “He ejercido la artesanía del lenguaje”, decía Arreola en su modesta y ruborizada manera de expresarse cuando hablaba de él mismo, muy al contrario de cuando tocaba temas que lo apasionaban; entonces sí se solazaba en monólogos deliciosos e improvisaciones que se extendían de manera incansable.     

Como todo escritor, y más, como buen hijo de su tiempo, Arreola llevaba a cuestas un preciado fardo de influencias literarias, y no negaba reconocerse en sus predecesores; Borges, Marcel Schwob, Julio Torri, Kafka y principalmente Giovanni Papini, cuyos libros de éste último lo acompañaron por el resto de su vida. Con estos mapas de la literatura universal, con estas monstruosas cartas de navegación, Arreola no sólo encontró su voz, sino que ya forma parte en la estirpe de sus autores predilectos. Como escribiera Sara Poot Herrera en su libro Un giro en espiral: “En mis clases de cuento Arreola siempre es una brújula, un faro, un horizonte infinito de sugerencias. Es prodigioso cada miligramo de su escritura”.

Su vocación de escritor fantástico le valió a Arreola injustas recriminaciones de sus contemporáneos, que lo señalaron porque, según ellos, se desentendía de los problemas del país. Huelga decir que estas sobadas críticas recaen todo el tiempo en los escritores fantásticos. Pero si nos paramos a pensar un momento, teniendo de perdida dos dedos de frente y de preferencia variadas lecturas en nuestro haber que nos permitan enunciar opiniones propias, entenderíamos que la mayoría de las veces el escritor fantástico lo que hace es precisamente ponerse de frente ante los problemas de su entorno, ya sean metáfisicos, intelectuales o atávicos. Entenderíamos que El guardagujas, además de un texto impecable, es una preocupación real sobre nuestra condición humana. Entenderíamos que El prodigioso miligramo es un espejo de nuestras vanidades más insustanciales, entenderíamos que Parábola del trueque es una dura reflexión acerca de nuestro inconformismo sentimental. Tal vez Arreola no expuso problemáticas de su entorno, pero en cambio fue más allá, y para esto, dejo unas palabras de Borges: “Desdeñoso de las circunstancias históricas, geográficas y políticas, Juan José Arreola, en una época de recelosos y obstinados nacionalismos, fijó su mirada en el universo y en sus posibilidades fantásticas”.

Por Jesús Montalvo

La otra pasión deportiva de Arreola era el ping pong

Sobre el autor

(Tijuana). Ha publicado cuentos y una novela corta, casi noveleta, mejor dicho bolsilibro. Para verse interesante, suele poner sus semblanzas en tercera persona. Si le dan a elegir entre el allosaurus y el carnotaurus, él prefiere el segundo.

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1 comentario

  1. ¡Qué bien que sigue el festejo por el centenario e Arreola en Crónica Sonora! Un muy buen texto, «conciso, que no fugaz» de Jesús Montalvo. Felicidades, J.J. Arreola y felicidades a sus lectores.

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