Hace veinticinco años Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993) conquistó crítica y taquilla a partir de asombrosas composiciones digitales que provocaron un estremecimiento de admiración y fascinación al ver en pantalla a dinosaurios “vivos”.

Estos efectos especiales y la música de John Williams, maravillosa, catapultaron la franquicia más allá de cualquier pronóstico. Sin embargo, se impone la pregunta: ¿Cómo atraer a nuevas audiencias cuando el principal elemento de la serie – las creaciones analógicas – ya no prenden a nadie?

He aquí la respuesta. Jurassic World 2: Fallen Kingdom (Juan Antonio Bayona, 2018) recicla sin pudor ideas de la primera película, con eficiencia y dignidad; pero, al atreverse a incorporar componentes del cine gótico en su segundo acto, falla sin remedio.

Después del sangriento desastre ocurrido en la divertida Jurassic World (Colin Trevorrow, 2015) los colosales reptiles vuelven a deambular entre las grietas de la ética humana.

Hay un volcán en erupción en la legendaria Isla Nublar. Los dinosaurios enfrentan entonces su extinción. Surgen dos bandos: aquellos que reconocen la oportunidad de devolver el equilibrio natural en el mundo y los que buscarán, a toda costa, la preservación del milagro.

Claire (Bryce Dallas Howard), ex gerente del dinoparque, impulsa al grupo proteccionista; cuando se entera de la existencia de una tropa de millonarios dispuestos a financiar su labor, comienza la aventura.  El reclutamiento incluye a Zia (Daniella Pineda), experta paleontóloga, Franklin (Justice Smith), avezado programador y, por supuesto, a Owen (Chris Pratt), domesticador de velocirráptors – si esto es posible – al tiempo que sigue siendo su interés romántico.

Mientras tanto, en la mansión de Benjamin Lockwood (James Cromwell) empieza el sospechosismo. Una trama que exhibe la ambición humana se desenvuelve entre la inocencia de la pequeña Maise (Isabella Sermon), la avaricia de Eli Mills (Rafe Spall) y la discreta presencia de Iris (Geradline Chaplin), institutriz de Maise.

Las secuencias, trepidantes, en la Isla Nublar, son muy entretenidas. Esta misión bíblica, a lo Noé – reunir a cada pareja de bestias en una gran nave marina para llevarlas a un lugar seguro para todos– presenta escenas de acción con enormes cargas de adrenalina: lava, estampidas, explosiones, disparos y persecuciones colocan de nuevo a las jurásicas criaturas en el centro del escenario, como Dios manda.

Es la gran referencia a las actuales especies en extinción. Es por eso que se elabora una secuencia conmovedora a cargo del braquiosaurio. Los unicornios existen. Al menos, en el cine.

La ética y la moral nunca habían estado tan presentes en el parque jurásico. Para los nostálgicos, prólogo y epílogo son representados por Ian Malcolm (Jeff Goldblum), él vuelve a advertir sobre los peligros de cruzar la delgada línea entre jugar a ser Dios y perder el control de aquello que ha sido creado. Ícaro, Prometeo y el Dr. Víctor Frankenstein.

Pero hay que seguir la ruta del dinero.

Y así llegamos a la parte Bayona de Jurassic World, 2: Fallen Kingdom. La creatividad y la experiencia del director catalán, pulso y estilo. En la Isla Nublar se queda Spielberg. Ahora, en la alcoba de una aterrada niña, acecha la garra del monstruo. Ahí es donde cae la cinta. No hay espacio para la innovación. Los insaciables seres humanos –codicia, vanidad y soberbia– aparecerán sin remedio. El resto es predecible en grado sumo.

Vuelvo a la sensación provocada en 1993. Estaba claro el esfuerzo por alcanzar un hito en la historia de la cinematografía. La ilusión por experimentar emociones bigger than life tocó el ánimo de una generación que cayó rendida en las salas de cine. Eso ya no es posible. La tecnología y la habilidad de los magos de los efectos especiales siguen corriendo con tal precisión que hemos perdido nuestra capacidad de asombro.

¿Quién es el público que puede responder con mayor agrado a las películas del universo prehistórico? No son los niños. No son los adolescentes. Somos los adultos.

El discurso maniqueo en Jurassic World 2 le habla al mundo actual. Un guiño animalero que juega con la alucinación de poseer un dinosaurio como mascota y, por otra vía, la condena por pretender manipular el ADN de estos venerables seres para convertirlos en armas de guerra, no es otra cosa que “modernizar” el argumento original de la serie.

“These creatures were here before us. And if we’re not careful they’re going to be here after. Life cannot be contained. Life breaks free. Life… finds a way”, repite Malcolm ante el senado norteamericano.

La promesa de continuar con las películas de dinosaurios se sostiene. Aunque sea la clonación de argumentos ya vistos.

Cuando desperté, el dinosaurio seguía ahí.

Por Horacio Vidal

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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