Este 18 de noviembre se cumplen cien años del nacimiento de Pedro Infante y en Crónica Sonora lo recordamos así

[hr gap=»30″]

Cuando era niño el actor y cantante Pedro Infante estaba tan presente en las reuniones familiares que sospeché que era algún pariente de mis abuelos que no migró al norte y por eso se había hecho famoso. Posteriormente supe que no era mi pariente, tampoco de mi abuelo. De todas formas había algo familiar entre ellos. Compartían el porte, la manera de fajarse la camisa y abrir los brazos frente a la cámara fotográfica. Mi abuelo y Pedro Infante también se hermanaban por el ordenamiento del bigote. Dos trazos negros tupidos que se leían como: amorcito corazón.

Hace unos meses visité el Hotel Bulevar Infante. Está ubicado en la avenida Itzáes (brujos del agua, en lengua maya) y calle 73 en Mérida, Yucatán. A pocos kilómetros del aeropuerto, Manuel Crescencio Rejón, desde donde el “Ídolo de Guamúchil” despegó piloteando un bombardero utilizado durante la Segunda Guerra Mundial para el transporte de tropas, el día de su muerte, un 15 de abril de 1957.

Este hotel anteriormente fue su casa. Siempre que Pedro Infante aterrizaba en la pista 10 del aeropuerto, se trasladaba a su hogar manejando su motocicleta Harley Davison 1955 o su auto de lujo, Mercedes Benz, 1956. Conducía durante 15 minutos en línea recta y detenía la marcha en la esquina marcada con el número 573 de la colonia Sambulá, a donde entraba por una cochera hermética.

Galería Amorcito Corazón fue inaugurada en el año 2007 con ayuda de Irma Infante, hija del ídolo

Mi presencia en este hotel fue por sugerencia de una poeta merideña que con seguridad me expresó una tarde lluviosa dentro de la cantina, El Porvenir: “Deberías conocer a la ex amante de Pedro Infante; ella se quedó con su casa y la convirtió en hotel y museo. Se llama Bekina”. Una semana después Bekina me recibió en el hotel vistiendo un pantalón entallado y una blusa kimono. Teníamos diez minutos conversando cuando me dijo: “Pedro Infante murió en 1957; yo nací 1955”. Una alarma anti-aérea comenzó a zumbar dentro de mi cabeza al recordar las palabras de la poeta: “Bekina fue su amante”. Permanecí en silencio dejando que el caudal de palabras de la anfitriona siguiera su cauce. Más adelante sabría que todo era una confusión.

Bekina Fernández posando con una fotografía del trío meridense, Los Tecolotes, acompañando musicalmente a Pedro Infante

Hotel Bulevar Infante

Décadas posteriores al trágico accidente, Bekina Fernández, creadora y administradora de la Galería Amorcito Corazón, se ha encargado de reunir, hasta donde le ha sido posible, las pertenencias del “Ídolo Inmortal Pedro Infante”: cinturones, sombreros, una televisión, las tijeras con que se cortaba el bigote, su caja fuerte, fotografías, afiches y artículos de la época.

Anteriormente Bekina fue edecán, bailarina y modelo de fotonovelas en la Ciudad de México. Posteriormente se trasladó a la capital yucateca a conducir un programa de radio dedicado a perpetuar en el gusto musical de los radioescuchas los temas y melodías del artista.

De lo que originalmente fue la mansión de Infante durante sus constantes visitas de descanso a Mérida, solamente se mantiene la piscina, la sala, un baño, una escalera y un sótano que antiguamente fue la cochera. Esas habitaciones forman hoy la Galería Amorcito Corazón, desde la que se programa una lista de canciones que durante el día ocupan el espacio acústico de la parte exterior de la posada.

“Fue un complot, nadie le da esa importancia a la muerte de Pedro Infante. Estaba en su plenitud, y sí hay cosas oscuras en su deceso: desapareció su motocicleta, su auto”, me explica Bekina, quien asegura que la fortuna de Pedro Infante ascendía a 10 millones de pesos, producto de su carrera como estrella de cine y como empresario. “Mantenía terrenos en la zona chiclera de Peto y en la Riviera Maya y era socio mayoritario de TAMSA (Transportes Aéreos de México S.A).

Antigua cochera de Pedro Infante. El día de su fatídico accidente en esta habitación fue velado el cuerpo antes de partir a la Ciudad de México

Pedro Infante siempre estuvo interesado en poseer un cuerpo atlético. Por eso realizaba ejercicio y levantaba pesas diariamente o hasta donde su agenda se lo permitiera. Según las palabras de Bekina, quien se ha encargado de escarbar en la vida del actor y cantante, Pedro Infante era fanático de la comida, por supuesto la comida yucateca no la perdonaba: panuchos, salbutes, cochinita pibil, eran sus favoritas. “En una ocasión Jorge Negrete y Pedro Infante se encontraron en Los Ángeles y en lugar de salir a cenar pidieron la comida a la suite. “Hasta la comida que Jorge Negrete dejó se comió.

Bekina, quien me dice: “Tengo algo de historiadora y algo de biógrafa”, me cuenta que a pesar de que Infante aparecía contantemente en algunas escenas “borracho”, él no bebía alcohol y solamente visitaba las cantinas para aprender a comportarse como tal.

Fotografía ampliada de Pedro Infante posando junto a su piscina

En la cochera donde estacionaba su auto y motocicleta, tenía instalado un improvisado gimnasio; algunas mancuernas y barras con discos. En esa misma cochera fue velado después de que el avión que piloteaba callera la mañana del 15 de abril de 1957 en un escuadra formada por las calles 54 X 87 en la Zona Centro sur de Mérida.

Baño original de la casa de Pedro Infante

Nostalgia de una época

El escritor  rumano, Emil Ciorán, escribió en Ese maldito yo, que la nostalgia nos ayuda a comunicarnos con lo más antiguo que subsiste dentro de nosotros; con aquello que perdura en nuestro pasado y del que hemos perdido todo recuerdo claro. De esta manera la nostalgia es ese puerto hacia el que no podremos volver jamás. Es esa playa en donde las olas ahogan lo que consideramos es lo mejor de nosotros. Y eso es lo que me hizo sentir esta visita.

Lobby del hotel que anteriormente fue parte de la sala de la mansión De Pedro Infante

Cada que escucho la canción «Senderito de Amor» en voz de Pedro Infante, la nostalgia me embarga. Despliego una secuencia de imágenes que incluyen a mi abuelo ebrio y con los brazos abiertos, a un hombre llorando amargamente sobre la mesa de una cantina y a Pedro Infante, sonriendo de manera demencial. Lo mejor de Hotel Bulevar Infante, es que me ayudó a comunicarme con lo más antiguo que subsiste dentro de mí, pero sobre todo, me permitió entablar un diálogo póstumo con mis abuelos.

Texto y fotografía por Jorge Damián Méndez Lozano

[hr gap=»30″]

Sobre el autor

Nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida en la madrugada dentro de alguna fonda oriental. Mientras mastica le gusta escuchar, sin entender nada, el mandarín o cantonés en que se comunican los propietarios con los cocineros. Ha colaborado en el semanario Siete Días, en el periódico El Mexicano y en las revistas Generación, Diez4.com y Vice.com

También te puede gustar:

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *