Hermosillo, Sonora.-

Recibo un mensaje invitándome como camarógrafo de una aventura que suena increíble y peligrosa, montar un highline (cuerda floja) sobre la frontera entre Mexico y Estados Unidos. Antes de contestar, pienso que es una aventura muy peligrosa por la situación migratoria y recuerdo que mi visa está vencida, pero acepto y una semana después estoy rumbo a Chihuahua para encontrarme con los otros integrantes del equipo mexicano. 

Practico el deporte del highline desde hace tres años, el cual consiste en equilibrarse y caminar sobre una cintas de nylon de una pulgada de ancho, a una altura mayor a 25 metros generalmente, sobre las montañas. Aunque a primera vista parece una actividad muy peligrosa, en la realidad es un deporte muy seguro, usando el equipo adecuado e instalado correctamente. Dentro de la pequeña comunidad de personas que practicamos highline, he logrado conseguir verdaderos amigos y me ha llevado a conocer lugares increíbles y hermosos, pero nunca imaginé llegar a ser parte de una aventura de esta dimensión.

El objetivo de la aventura fue grabar un documental sobre este highline simbólico que conecta dos países.

El plan era formar dos equipo, uno mexicano y uno estadounidense, encontrarnos en punto sobre el Río Bravo y navegar juntos  hasta llegar al majestuoso cañón de Santa Elena con sus paredes de 150 metros de altura. Cada equipo tenía la tarea de instalar el anclaje en su respectivo país para lograr conectar México y EstadosUnidos con una cinta de highline.

Para llegar al punto de encuentro rentamos una camioneta y dos balsas inflables. Empacamos el equipo de highline, las cámaras de grabación y  lo necesario para acampar por cuatro días. Manejamos por terraceria durante tres horas hasta llegar a la frontera y encontrar al equipo estadounidense, conformado por cinco personas.

En el momento en que estábamos inflando nuestras balsas y preparándonos para partir, aparece la policía de migración estadounidense, nuestro mayor miedo. Entabla una conversación con el equipo americano, mientras nosotros seguimos con los preparativos, como si nada pasara, pero al parecer navegar por el Río Bravo es legal, tanto para los estadounidenses como para los mexicanos, y es algo común hacer ese paseo remando por el cañón de Santa Elena. El oficial de migración nos desea buena suerte y empezamos a remar durante seis hora hasta llegar al cañón, donde planeábamos montar el highline. 

La idea del proyecto nace  hace algunos años cuando mi amigo estadounidense, Corbin Kunst, ve una foto del cañón de Santa Elena y dice que es el lugar perfecto para montar un highline que conectara a México y Estados Unidos; una increíble idea, ya que es evidente la relevancia social, política y espiritual (al menos para nosotros) de este proyecto.

Durante  las noches en el campamento, a finales de enero pasado, cuando nos encontrábamos cenando todos juntos con la fogata en medio entre risas y pláticas, nuestros amigos estadounidenses nos contaron que en la política de su país era posible que aprobaran un proyecto de seguridad fronteriza dándole a Trump poderes dictatoriales y  dinero para construir el muro, lo cual está sucediendo actualmente, por eso la importancia de nuestro highline bautizado International Love. 

“Nuestro  mensaje es claro: cuando los gobiernos crean división y construyen muros, nosotros estamos aquí para permanecer unidos y crear conexiones”  – Jimbo, integrante del equipo mexicano.

Logramos el objetivo, montamos y caminamos un highline de cien metros de distancia, documentando lo necesario para la película, próxima a salir. Cabe aclarar que fuimos muy cuidadosos en respetar la ley, ya que nunca pisamos territorio estadounidense  al estar sobre la cuerda y al llegar al final de la línea, solo nos quedamos sentados sobre el vacío. 

Lo mejor de esta aventura fue la convivencia que se formó entre los dos equipos, lo simbólico que fue este ejercicio entre dos grupos de personas de diferentes países, trabajando juntos y organizadamente por un sueño, confiando completamente los unos en los otros y cada uno sabiendo exactamente cómo hacer nuestra parte del trabajo. No fue necesario un líder, todo fue muy orgánico.  La intención fue hacer algo simbólico, utilizando el highline como herramienta, pero la conexión que hicimos con nuestros hermanos estadounidenses es muy  real y creemos que eso es lo más importante, más  allá de caminar un highline que conecta a dos naciones, nos hicimos hermanos en ese inhóspito, peligroso y hermoso lugar.

Por Osmar Reyes

Fotografía de Kylor Melton[hr gap=»20″]

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Sobre el autor

Osmar Reyes vive en Hemosillo, Sonora, hace 20 años. Dedicado a la producción audiovisual. Apasionado del Highline y fundador de Slacklinehmo.

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