Hermosillo es una ciudad de inmigrantes. Sin tener los datos duros a la mano, puedo afirmar que un porcentaje muy alto de hermosillenses tenemos un pie en el centro o en el sur del país. Mi padre era de un pueblo de Jalisco, de Tecolotlán, Jalisco. Mi madre era “vallera”, de Tacupeto, Sonora. Se encontraron en Estación Corral a fines de los cuarenta del siglo pasado. No es necesario contar toda la historia, la referencia es sólo para apuntar que es mucho más común de lo que creía en un principio. He platicado con muchos morros sobre el particular y cuentan la misma historia. Todos estos encuentros son los formadores del actual Hermosillo.

Hubo quienes tuvieron la fortuna de contar con recursos para rentar o comprar una casa, pero la gran mayoría llegó, como se dice luego, “con una mano adelante y la otra atrás”. Fueron los “invasores”, los “paracaidistas” y los “precaristas”, los que plantaron sus primeras moradas de petates, de cartón negro o de materiales de desecho en las goteras de la ciudad, hasta que la ciudad los fue integrando vía servicios público. 

Toda esta población convirtió el pasado porfirista de Hermosillo en las nostalgias de un grupo de notables, que con el paso de los años fue perdiendo fuerza. Ese pasado lleno de esplendor, de imágenes de gran ciudad que encontramos en el álbum de Federico García y Alva, 1905-1907, fue pasando al olvido hasta que la historia lo rescató. Un pasado ajeno a la formación, o reformación, de la ciudad. Tal vez por eso las viejas casonas de adobe construidas “en amenaza”, al filo de la banqueta, empezaron a enmudecer y a derruirse. 

Las “invasiones” marcan ahora el derrotero urbano. Familias enteras o personas aisladas, venidas de todos los puntos de la rosa de los vientos, se encontraron de pronto en un mismo sitio. Muchas voces distintas nombrando lo mismo, pero con otro apelativo. Sentidos del humor encontrándose con otros, que lo mismo podían resultarles simpáticos o altamente agresivos. Aquello debió haber sido un caldero de pasiones brotando ante el más mínimo suspiro. 

Posdata. Las invasiones fueron el drama urbano del Hermosillo contemporáneo. 

“Esta fue una ‘vivienda’ de la llamada Colonia de los Petates, convertida ahora en moderna, aunque modesta colonia que justamente lleva el nombre del Dr. Domingo Olivares”.
El Imparcial, 16 de Septiembre de 1955
Vivienda de precaristas en el lecho del RÍo Sonora. Posteriormente fueron trasladados a lo que actualmente es la colonia El Choyal.
El Imparcial, 17 de Agosto de 1963
“Poco a poco se van integrando servicios en El Choyal. Panorámica del lugar”.
El Imparcial, 17 de Septiembre de 1963
“Paulatinamente el Ayuntamiento viene solucionando, por medio de estudios socioeconómicos que indican el camino seguir, los problemas surgidos con las personas que se posesionaron en terrenos baldíos, situados al poniente de la ciudad. En la gráfica, una de las contadas viviendas que aún quedan en los predios en disputa”. 
El Imparcial, 16 de Febrero de 1971
Vecina de la Ley 57.
El Imparcial, 19 de Marzo de 1974
“Poco después de visitar el lugar donde quedará ubicado el Hospital del Niño, en la Colonia Ley 57, el doctor Alger León Moreno, director del IMAN, estuvo en algunos hogares de es populoso sector. Aquí conversa con el señor Manuel Gómez y su esposa Adelina García, informándose”.
El Imparcial, 17 de Mayo de 1974
“Cartón negro, tela, madera y cualquier otro material es utilizado en la construcción de pequeñas casas que justifican la posesión de un predio invadido. Al norte de la ciudad, es común ver colonias que surgieron de invasiones urbanas. En la gráfica, un grupo que realizo esta acción en una manzana entre las colonias Benito Juárez y Primero Hermosillo, construyen sus viviendas”.
El Imparcial, 1 de Octubre de 1984

Sobre el autor

Arquitecto, editor y cronista de Hermosillo

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