Para las mujeres, hombres y animalitos que con su amor nos demostraron que aún en el crepúsculo de todas las horas hay motivos para alegrarnos y mantener nuestra esperanza en el porvenir.

Ciudad de México.- La noche después del temblor no podía dormir pensando que a solo unos cuantos kilómetros de mí se hallaban personas sufriendo y preguntándome de qué modo podría contribuir a menguar su pena. Después de conciliar el sueño y dormir durante algunas horas, me levanté a las seis de la mañana y empecé a prepararme para lo que imaginaba sería una jornada demandante. Ese día tomé el mismo camión de siempre a C.U. con la idea de unirme a la brigada de ayuda organizada por la UNAM.

El camión casi no llevaba pasajeros y los pocos que llevaba iban notoriamente tristes, pensativos. El chofer traía la radio encendida, el locutor daba mensajes motivacionales expresados casi como oraciones y seguidamente programaba una canción melancólica o súper alegre, y así tras cada canción.  Las calles que normalmente suelen estar repletas de coches estaban casi vacías esa mañana.

Cuando llegué a la universidad me enteré de que la brigada de voluntarios ya había partido desde las cinco de la mañana a alguna de las zonas afectadas para ayudar, así que anduve preguntándole a la gente que veía por ahí con herramientas y víveres hacia dónde se dirigían; así fue como me enteré de la brigada de ayuda que estaba siendo organizada por estudiantes de la universidad de forma independiente. La brigada se estaba reuniendo a las afueras de la estación Copilco del metro. Fue poco más de una hora de organización y logística que por momentos se hacía eterna; todos estábamos ansiosos por partir lo más pronto posible. Se crearon listas y se organizaron grupos de aproximadamente treinta personas que a la vez se subdividieron en cinco grupos de seis personas, cada uno organizado por un líder, en los que se procuró incluir a al menos un estudiante del área de la salud y a otro de ingeniería.

A mí me tocó estar en el equipo cinco del grupo dos que tenía como destino al pueblo de San Gregorio ubicado en la delegación Xochimilco. Los cuarenta y seis voluntarios en total que terminaron por conformar al grupo dos iniciamos nuestra travesía hacía el lugar indicado a través del metro; que por cierto tenía entrada libre, estando ahí, un diligente empleado del STC nos ayudó a que todos abordáramos a un solo tiempo el mismo convoy del metro utilizando su llave para detenerlo por unos segundos más de los habituales.

Acordamos de vernos en el mural de la estación Universidad una vez arribara el convoy para de ahí tomar un RTP que nos llevaría a la entrada de la delegación Xochimilco. El buen chofer del RTP no nos cobró ni un centavo. Estando a bordo continuamos organizándonos e integrándonos dentro de nuestros equipos haciendo recuento del material curativo y de las herramientas con las que contábamos. En medio del fervor general se entonó un animoso goya y seguimos adelante.

Llegando a la entrada de la delegación se pasó lista y cruzamos la calle para tomar un microbús hasta un punto del centro de la delegación en el que caminamos un poco más hasta llegar a otro punto en el que pudiéramos tomar otro microbús que nos dejaría exactamente en la entrada de San Gregorio. Los goyas volvieron a escucharse con fuerza en el camino. Dos choferes de los cuatro microbuses que utilizamos no nos cobraron y los otros dos sí, pero sucedió que uno de los pasajeros que ya iba previamente en uno de los microbuses se ofreció a pagar el pasaje de todos, además de ofrecerse también para llevarnos comida más tarde. Todos agradecimos y aplaudimos su proceder. Al igual como también el de las personas que nos ayudaron a conseguir que los microbuses se detuvieran y aceptaran llevarnos.

A pesar de que ya eran más de las diez de la mañana cuando llegamos, seguíamos siendo de los primeros en llegar hasta San Gregorio junto a un gran contingente de motociclistas que se dirigían también a contribuir como voluntarios. Por las calles de Xochimilco ya se observaba la presencia de algunos elementos de la policía y del ejército.

La entrada a las casas de San Gregorio está ubicada en un puente que salva un pequeño arroyo. Como nadie tenía permitido cruzar el puente si no era para realizar acciones de ayuda había muchas personas que se desesperaban porque querían regresar a sus viviendas por sus cosas o para volverlas a habitar, sin embargo, el riesgo de derrumbe era inminente en toda la zona. Ya en la entrada se dividió el grupo en dos, poco menos de la mitad se encargaría de entrar a la zona de las viviendas en riesgo y el resto se quedaría en la entrada para recibir y repartir vivieres.

El grupo en el que estaba se adentró entre las casas afectadas; había realmente un panorama desalentador con bardas y paredes a punto de venirse abajo, gente rebuscando entre los escombros de sus casas y algunas personas luchando por sacar las pertenencias de sus hogares antes de que se derrumbaran. Entre las labores realizadas por los grupos de voluntarios se encontraban las de instar a los vecinos de las casas en riesgo de derrumbe a que evacuaran sus viviendas ayudándoles a sacar sus pertenencias sí fuera posible, las de repartir víveres entre la gente y brindar primeros auxilios, así como las de apuntalar bardas y paredes; además de reforzar un puente al borde del colapso ubicado sobre alguno de los diversos arroyos del lugar.

(En la imagen: esperando las cubetas para seguir retirando escombro) A la una de la tarde el grupo dos se volvió a unir y se reunió en la entrada del lugar para deliberar cuál sería la acción más conveniente para continuar ayudando a la gente, debido a que a San Gregorio ya estaban llegando cada vez más grupos mucho mejor preparados que nosotros para continuar con las labores de auxilio a la población. Se acordó entonces partir con rumbo a cierto sector de Tlalpan en el que comentaron que se había venido a bajo un edificio recientemente.

Al poco de ir caminando por la calle principal de Xochimilco nos encontramos con una persona que solicitaba ayuda porque se acababa de caer una barda sobre una casa y había heridos. Nuestro grupo se puso manos a la obra junto con los demás voluntarios para empezar a retirar los escombros y poder ayudar a los heridos, se formó una cadena humana, un lazo de amor, en ese momento pude darme cuenta de cómo la fuerza de la unión puede mover montañas enteras, piedra a piedra. Al paso de algunos minutos en los que no cesaban las manos de ir de un lado a otro, las palas, los picos y los mazos, las carretillas y cubetas se escuchó un grito que avisaba que había una fuga de gas por lo que todos tuvimos que evacuar la casa a través del largo pasillo que conduce hasta ella. Al instante fuimos relevados por otros voluntarios que entraron en cuanto se confirmó que ya era seguro hacerlo.

Para ese momento Xochimilco ya estaba saturado de voluntarios, muchísima gente salió a repartir alimentos y bebidas a todos lo que estaban ayudando. Coche y más coches pasaban cargados de gente y víveres. Los centros de acopio estaban rebozando de actividad. Una vez más quedamos de seguir rumbo a Tlalpan, pero ya era prácticamente imposible llegar a cualquier lado en vehículos por el mar de ayuda que inundaba las calles. Caminamos entonces durante varios kilómetros que ya no se medían por minutos y horas, sino por la cantidad de tortas que recibíamos. Hacían unas tres tortas de camino cuando nos dimos cuenta de que ya no podríamos llegar hasta Tlalpan sino era hasta ya muy tarde y para ese momento ya había gente muy desgastada por las labores de la mañana y de la tarde, sumado a los kilómetros de caminata, así que lo más prudente sería volver ya a nuestras casas. Durante todo el camino de regreso fuimos arropados con las muestras de agradecimiento de la gente manifestadas a través de las botellas de agua, de la comida y de las gracias que nos daban con la mirada.

La comunidad universitaria demostró que se halla comprometida con el pueblo como bien se ostenta en sus murales. Me siento completamente agradecido con cada uno de los que participaron en las labores de ayuda, desde la gente que ayudo con cajas vacías para transportar víveres hasta los que anduvieron jugándosela dentro de estructuras al filo del derrumbe.  ¡No estamos solos y hay mucho amor en todos nosotros!

Texto y fotografía por Emanuel Aguirre

Sobre el autor

Estoy en el séptimo semestre de la carrera en Letras Hispánicas de la Unison. Me vine de intercambio a la gran ciudad (Unam) por aventado, me gusta meterme en camisa de once varas jaja.

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4 comentarios

  1. Me sacó unas lágrimas, pero lágrimas cargadas de emoción por toda esta solidaridad echa bola. Tmb soy una sonorense en el exilio, escribo para Crónica Sonora de vez en cuando, sólo que el temblor me ha dejado muda, o bueno con tantos pensamientos que no me he atrevido a teclearlos en la computadora. Tu crónica ha sido un pequeño respiro a este nudo que todavía traigo atravesado en la garganta, en el corazón y en la cabeza. Gracias por tu escrito, por tu solidaridad.

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