Recibimos un testimonio que dada su calidad narrativa y su probada autenticidad reproducimos a continuación…
Estábamos celebrando que todo había salido bien, cuando de pronto, tres, dos, uno, de regreso al Hospital por un dolor insoportable, pero para nada desconocido. La vesícula otra vez.
Hay algo perverso en confesar que mientras iba en el carro, doblada por el dolor, pensé en el momento en el que le diría a mi doctor: «¡Te dije que mi vesícula está mal, cabrón!»
Llegamos al Hospital y algo en el ambiente se sentía inusualmente tenso, tardaron un poco en recibir mi carné. Al tiempo, me llama una doctora y me pregunta por qué estoy ahí, a lo que contesto: “Es la vesícula, no es la primera vez”. Después de revisarme, la doctora me indica que espere a que me llamen.
Cuando paso a la sala de espera de pacientes comienza la acción. Entra una familia entera quitando de la puerta a la guardia de seguridad, lo primero que pensé fue: «Wow, primero libraron a los otros tres guardias de seguridad».
Tengo que confesar que la escena se volvió algo cómica. Después de insultos y amenazas por parte de las nietas y los hijos del paciente, todos se quedaron en suspenso y un par preguntaron: “Y ahora, ¿aquí con quien hablamos?” Y se vieron rodeados de pacientes adoloridos, en espera de ser atendidos.
Después, salieron enfurecidos a buscar a la trabajadora social, mientras una de las hijas entró al consultorio con su padre. Desde la silla de afuera, donde me encontraba en posición fetal, pude escuchar cómo los médicos residentes, en su momento estrella, explicaban lo complicado del procedimiento del paciente, llenando de tecnicismos a la mujer que no entendía por qué su padre había salido dos veces de la sala de emergencias sin ninguna mejoría.
Si así es el dolor de las contracciones, ¡mierda!, cómo las admiro, madres.
Pero no, no era esto lo que causaba el ambiente de tensión. El dolor estaba en aumento, yo caminaba de un lado a otro, eso a veces lo calmaba, y luego volvía a tirarme en la silla. Si así es el dolor de las contracciones, ¡mierda!, cómo las admiro, madres.
Bueno, mientras buscaba la manera de mitigar el dolor entra a la sala una mujer quejándose horrible, gritaba, a veces temblaba de dolor. Yo estaba impresionada, pocas veces he tenido un dolor tan fuerte que me haga quejarme de esa manera.
Veía sentada a una de las grey’s anatomy trainee (GAT), sentada, dando la espalda, leyendo y escribiendo con fervor sobre el paciente por el que se había armado la pequeña trifulca, cabe mencionar que no todos los residentes tenían esa actitud de serie maratónica.
Creo que me distingo por ser una persona pacífica, pero en ese momento quería parar, darle tremendo golpe en el estómago a ese ente y decirle: “Ojalá algo te libre de sentir lo que ella y yo estamos sintiendo en este momento” Y sacarla de su momento de éxtasis cuando hablaba de la ignorancia de la familiar del paciente y escribía sobre la cirugía de estómago de este.
Mientras pensaba en mi venganza triunfal, me llama un doctor con voz preciosa, otro de esos GAT. No, no era GAT, fue un buen doctor. Mi compa me da tres opciones: “Uno, te damos pase al Hospital de enfrente, ahí hacen los estudios de noche. Dos, te controlo el dolor y te hacemos estudios en la mañana, o tres, te hacemos los estudios y sigues los preoperatorios en Hermosillo. Opté por la tercera opción, el vuelo ya está cerca y la consulta con el médico de allá también.
Hablé de cuanta pendejada se me vino a la cabeza
Pero algo me llamó la atención, no hay estudios de noche. Llevo siete años viniendo a este Hospital, y los estudios estaban disponibles a todas horas. Salí de ahí con el dolor cada vez más fuerte y tomé la mano de Alejandra, la paciente que llegó quejándose y que seguía esperando el shot de morfina qué le habían prometido. Hablé de cuanta pendejada se me vino a la cabeza, no sé si quería distraerla a ella o a mí misma del dolor. Por fin, Ale entró.
Yo ya no aguantaba el dolor, y aun así estuve una media hora más en espera. Empecé a sudar frío y comenzaron las náuseas, algo iba a salir mal. La verdad es que seguía intrigada, el hervidero de GATs pasaban de un lado a otro, evitando el contacto visual. Sólo una se atrevió a preguntar, le dije que mi familiar ya había dado mis medicamentos a enfermería.
Mi madre estaba tensa, no entendía porque tardaban tanto si mi dolor era evidente. Por fin, me llama un enfermero. Me siento y veo extrañada todo, falta de camas, pacientes en sillas, cajas con suero en el suelo y sólo 3 enfermeros.
Llega mi enfermero y le pregunto su nombre. Me dice que se llama Tadeo, y le pregunto: “Tadeo, ¿Por qué son tan pocos?” Y él me responde qué desde hace unos años ya casi no hay personal, ni siquiera tuvo que mencionar hace cuantos años nos pusimos «austeros» con el personal. Después me canalizó, lo hizo de manera torpe, salió mucha sangre y a mí me dio risa, la verdad es que casi todo me da risa, Tadeo se sonrojó y me preguntó: “¿Te estás riendo de mí?” Mi respuesta fue afirmativa y ambos reímos, aunque la verdad seguía mirando atrás de él las cajas en el piso, era la primera vez que veía el Hospital así.
¿Cómo llegamos a esto?
Finalmente, Tadeo puso el medicamento y el dolor comenzó a pasar. Entonces vi todo más claro, el otro enfermero buscaba medicamentos básicos en las cajas qué estaban en el suelo, escucho como otra enfermera dice en un tono triste, pero algo irónico: “¿Cómo llegamos a esto? Ya ni lo necesario tenemos” (Ya sé que suena a comercial, pero no estoy mintiendo). ¿Qué pensé? “Estamos en pedos”.
Dos años atrás se veía venir el declive del gran Instituto Nacional de Cancerología, cuando por ejemplo dejaron un sólo psiquiatra para atender a todos los pacientes, o cuándo dieron la concesión de gratuidad a un laboratorio de Michoacán que casi mata a miles de pacientes —¡Uffa! Gran tema silenciado del que hablaremos en otra ocasión— o el día que quise llamar y era imposible porque no habían pagado el servicio, o hace unos días, pedí que me reimprimieran una papeleta y me dijeron que no era posible porque se estaban quedando sin papel.
Llegó la mañana, salí del Hospital, Alejandra no, aunque supe que se le quitó el dolor. Tampoco se fue Chavira, no les hablé de Chavira, también estuvimos juntas esperando a que nos inyectaran, en mi caso un noseque que me quitara el dolor, en su caso, morfina y un parche de fentanilo que clínicamente es carísimo —irónico—, pero es lo único que le podría quitar el dolor en esta etapa donde el cáncer ya había invadido su cuerpo. Cuando me fui Chavira dormía frente a mí, espero que siga dormida.
Me fui cansada, pero sobre todo con un sabor algo amargo. Aparte de ser un Hospital que trata una de las principales causas de muerte, la austeridad estaba presente, esa palabra que hemos escuchado a lo largo de estos años se vio reflejada en el lugar equivocado.
Sentí desesperanza por el Hospital más importante a nivel Latinoamérica. ¿Comenzará el declive de un gigante? ¿Es la mala administración? ¿La AUSTERIDAD?
No sé si también se verán así los sueldos de los grandes funcionarios a cargo de la Salud Pública. Tampoco creo que les vaya a poder preguntar, pues si alguno de ellos llegara a tener cáncer, no estoy segura de encontrarlo en el pasillo de un Hospital en el que no han podido pagar el servicio telefónico en más de seis meses.
Denuncia Anónima
Ilustración by 123rf
La imagen que originalmente ilustraba este testimonio fue tomada de un artículo ad hoc:
«Austeridad franciscana cobra factura a pacientes con enfermedades catastróficas»
https://udgtv.com/noticias/austeridad-franciscana-cobra-factura-a-pacientes/219591