25 de noviembre, 2015. 8:15 p. m.

 

Cuando llegué al museo sentí que me encontraba en una de las fiestas que Bruce Wayne hace para distraernos de que en realidad es Batman, y que en cualquier momento algo iba a explotar y el Guasón saldría a hacer chistes malos y a secuestrar invitados.

 

La gobernadora y el alcalde balbucían tonterías de que el arte debe ser para todos y que el amplio público debería perderle el miedo a las artes, y enfatizaban lo genial que sería que la gente común y corriente viniera a los museos. Curiosamente, los amantes del arte y de la cultura que se reunieron esa noche en el Museo de Arte de Sonora no eran cajeros del Oxxo o usuarios del transporte público: eran la crema y nata de la sociedad hermosillense, señoras con monóculo, inversionistas vaqueros, viejos ricos con mancuernillas del PRI y jóvenes con cara de supermodelos y todavía con el hedor del verano esquiando en Aspen.

 

Se trataba de la inauguración de la exhibición “Eres tú” del artista que se llama Yuri Zataráin. Yo no tenía puta idea (¿se puede decir “puta” en esta publicación?) de que él existía o de que la exhibición sería ese día, pero me habían dicho que tenía que escribir una crónica y me vine así, como pude, con el carro fallando en su corazón de herrumbre y una llanta severamente bamboleante, porque yo sí soy del semiproletariado, y créanme que sobre este punto de desbalance de clases voy a hablar mucho durante este desdichado texto.

 

Me hice espacio entre los trajes costosos y los abrigos de armiño, entre las perlas y los bolsos y las mesas con vino blanco a medio agotarse. Tomé bruscamente una copa y la vacié en mi cogote sediento para después colocar de nuevo el vidrio en otra mesa sin dejar de caminar. Sobre uno de los manteles blancos había una caja de Marlboros casi llena: la tomé, miré a ambos lados, como buscando al propietario y, al no recibir gritos indignados, me puse la cajetilla en el bolsillo interior del saco. Fui a otra mesa, vi otra cajetilla, la hice bailotear para percibir los dedos de Satanás en el interior, y me agencié de esta segunda carga de cigarros malhabidos. “Solo cosas buenas me han pasado por robar cigarros”, pensé, y seguí adelante, hacia la entrada, donde el alcalde socializaba con el artista y trataba de convencerse a sí mismo de que en verdad entendía lo que es el arte.

 

Me aseguré de caminar hacia ellos con el cigarro encendido y mucho humo en los contornos de mi torva faz. El alcalde me miró como si yo fuera una aparición de sus pesadillas corruptas y echó una mirada nerviosa a sus alrededores. Yo me saqué el cigarro de la boca y lo lancé con dos dedos hacia un montón de piedras. Entré en el museo seguido por el hedor del tabaco inmolado en las piras del cáncer.

 

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El Museo de Arte de Sonora se llama “Musas”, y es un museo que fue metido con calzador en el imaginario de la región, pues para su construcción se destruyó una hermosa zona de vegetación y esparcimiento familiar. Pero ya nadie se acuerda, y la indignación que causó se diluyó en el sabor de muchas otras indignaciones populares. Entré al recinto que construyó la tala y los egos de la clase política, cuyos esbirros perfumados se reunían esta noche a disfrutar de la estética ensimismada del artista burgués… ¡Pero qué buen arte burgués, negros!

 

Efectivamente, la obra de Yuri Zataráin es sorprendente para un sinaloense, especialmente porque Sinaloa es hoy en día más bien una especie de escenario para una película de zombis. Quién diría que un artista salido de allí podría alcanzar cimas de sofisticación que borraran el estigma de su natalicio narcotropical. Bien por él. Bien por el arte.

 

Yuri Zataráin no pone acento en su apellido. Los organizadores mongolos de su exhibición tampoco ponen acentos en los textos que imprimieron en tamaños enormes para poner en dos de las paredes del museo. De verdad me detuve más tiempo del que era necesario para contemplar con furia cada error de ortografía en los textos introductorios. Aquí está una muestra de la redacción de primaria a distancia que tienen los elegantes y cultos museógrafos y coordinadores artísticos (o el mismo Zataráin, quien, como dije, escribe sin acento su propio maldito nombre):

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Pero debo aceptar que aunque la ortografía me dejó amargo e iracundo, el arte me sorprendió agradablemente. Yuri Zataráin es en verdad un dotado, un espíritu libre flotando en las aguas de la normalidad (excepto en sus paisajes vegetales, en los que utiliza con demasiada libertad un brochazo automático que parece mal Photoshop). Las otras muestras de su obra pictórica y escultórica son delectables, íntegras, llenas de una fuerza y una presencia de una estética decidida y aventurera. No detecto miedo o dudas en su pincel, no parece haber el titubeo de quien prefiere la improvisación a la técnica ni la confianza infundada de quien sostiene la resaca del prodigio. Zataráin ejerce la libertad desde un sitio de precisión y habilidad pictórica… ¿qué demonios estoy diciendo? Este párrafo suena a cualquier párrafo de cualquier reseña de cualquier galería. Creo que es mejor que les cuente sobre los asesinos seriales.

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Mientras observaba una de las obras titánicas de Zataráin un par de semidioses jóvenes y perfectos se acercó a mí. Me preguntaron a quemarropa: “disculpe, ¿usted sabe de arte?”. Y comencé a gestualizar y a derramar mi sabiduría de profesor de arte de secundaria sobre sus verdes cabezuelas. Ambos me miraban con los ojos brillantes, pero yo adivinaba que no les sorprendía mi conocimiento sobre los intestinos abiertos y brillantes del arte, sino que les divertía mi pasión injustificada por la intrincada teoría y mi uso enloquecido de la jerga del crítico y del profesor. Se veía que estaban divertidos, que en sus vidas de lujo y ocio remunerado no encontraban muchas interacciones como la que nos ocupaba en ese momento. Ambos eran, seguramente, un par de yuppies asesinos en serie, aburridos in extremo por una vida que los colmaba de satisfacción. Era necesario para sus umbrales de diversión, encontrar a alguien que les pareciera interesante para después azuzarlo, retirarlo y últimamente, dejarlo enterrado en el lujoso patio trasero, abundante en huesas decoloradas y marchitas.

 

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Todo eso pensaba mientras les explicaba por qué el arte es único y por qué una pincelada en un cuadro pinta una historia multidimensional.

 

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Recomiendo al público general, a los vendedores de dulces en los cruceros, a los que esperan consulta en el IMSS, a los que evaden las llamadas de Coppel, que vengan a ver esta exhibición, ya que la gobernadora y el alcalde, según ellos, quieren que ustedes vengan a ver esta muestra de alto arte de nivel internacional. Pero qué bueno que no vinieron la noche de la inauguración; habría sido un poco incómodo que no hubieran bastado los canapés, el queso francés y el vino caro.

 

Zataráin, si lees eso, tu nombre va con acento, no seas así. Hazme caso: soy doctor.

 

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Por Carlos Mal

Fotografías por Susana Haro y Carlos Mal

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Sobre el autor

Carlos Mal nació en Hermosillo. Es doctor en Literatura, dibujante de cómics, profesor, periodista gonzo y escritor de literatura crónicamente inédita. Fundó en 1998 el Club Chufa, dirigió y editó el fanzine TheClubChufaZine de 1999 a 2004. Publicó la noveleta Un verano con Antonio Alatorre y el libro de cómics Juan Escutia, el cómic. Colaboró con la sección cultural del periódico sonorense El Imparcial de 2004 a 2008 con la columna quincenal “Pira Pagana”. Residió en París de 2010 a 2014, y allí comenzó la elaboración de la novela gráfica La República de Sonora. Su obra inédita incluye cómics, teatro, novela, poesía, ensayo, cuento y crónica. Contacto: thecarlosmal@gmail.com

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12 comentarios

  1. HOLA DR. CARLOS.
    EXCELENTE TU CRONICA. ME RECUERDAS UN LIBRO QUE LEÍ EN LOS SESENTAS ACERCA DEL BAILE DE LAS DEBUTANTES EN QUE LOS PAPÁS EXHIBEN A SUS HIJAS COMO YEGUAS AL MEJOR POSTOR. EL BAILE SIGUE SUCEDIENDO DESPUÉS DE MAS DE 50 AÑOS. ES UN JUGUETE DE LA BURGUESÍA.
    ME PREOCUPA TU CARRO. ¿YA HABÍAS DEJADO DE FUMAR? SI NO PUES DEJA.
    ¿APARECIÓ EL GUASÓN?
    UN ABRAZO

    1. Sr. Vázquez

      Me alegra saber que me ha leído. Le encargo encarecidamente que si encuentra la manera de conseguirme una invitación a un baile de debutantes, lo haga. Imagínese esa crónica que leyó hace décadas actualizada y revivida por mis infames metáforas. Se me hace agua la boca.

      1. Hola Carlos, te abiertas de mi? Soy el moyo y solo quiero decirte que es un honor Janet adosó amigo de infancia de alguien tan especial y diferente como tú, no recuerdo como se puedo nuestra amistad con el tiempo pero si recuerdo estar completamente enterrado en mi música y mis círculos sociales, así que estoy por seguro que fué mi culpa. La verdad que he seguido (moderadamente) tus tamaños u risas páginas (el mundo todavía necesita las pendejadas del imparcial, jejeje) y solo quería decirte que te respeto un chingo como artista y más quite nada como autor.
        Muchísimos saludos a ti y tu familia, quite tengo muchos recuerdos lindos de ellos también.
        Quite toda la paz y Buenas vibras quite te mereces te lleguen de nuestra parte, mi madre también te manda muchoa saludos.

        1. Moyo, recuerdo con mucho aprecio nuestra amistad y más que nada recuerdo que fue en gran parte tu culpa que me apasionara por hacer cómics, que es lo que quiero hacer hasta que muera. Gracias por las muestras de aprecio, y, por supuesto, saludos a tu gente, muchos abrazos, Moyo, y en lugar de buscar quién tuvo la culpa de qué, valoremos habernos encontrado y habernos influenciado para siempre.

  2. Hola Carlos, muy buena tu crónica, me gusta tu estilo, te felicito. En relación a la ortografía en nombres y apellidos pues como que no hay respeto no? por ejemplo yo soy Cordova, pero los hay con b y con acento, y así hay casos.

    Un saludo

    1. Los nombres y apellidos pueden escribirse como uno quiera, pero la libertad de nombre no cancela las reglas de ortografía. Esto significa que si tú te dices apellidar «Cordova» está muy bien escrito, pero al momento de pronunciarlo, al no ver el acento, lo voy a tener que pronunciar cor-DO-va [kordóva], y no CÓR-do-va. Todos los esdrújulos necesitan llevar acento, y esto no depende del capricho de los padres o de los agentes del registro civil. Un gran saludo. 🙂

  3. Buen día Carlos Mal, te felicito por tu detallada e incisiva crónica, me pareció de lo mas entretenida. En donde encuentro un mail o numero de contacto para comunicarme contigo?

    Saludos.

  4. Carlos Mal aunque el texto resulta interesante, me atrevo a hacerte dos señalamientos: el primero el apellido Zataráin o Zataraín, se acentúa según como lo hayan escrito en tu certificado de nacimiento y los usos de la familia (como en mi caso se acentúa en la «í»). Por otro lado utilizaste la palabra MONGOLOS para referirse a la torpeza de los organizadores que escribieron los textos introductorios en la exhibición, quiero pensar que crees que nacieron en Mongolia y no en México, o quizás te haga falta una buena revisión de RAE, por lo tanto te dejo el link para futuras participaciones: http://dle.rae.es/?id=Pe3PhY0

  5. Que diablos es esta porqueria, podra ser famoso y adinerado pero se ira al infierno sin haber sabido lo que es el talento. Ojala en su proxima vida limpie alcantarillas para que sepa lo que es ganarse el pan haciendo algo digno.

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