En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz

no debieras tratar de volver

Joaquín Sabina

(Peces de ciudad)

 

Quiero escribir sobre los pájaros, Benjamín. Ya sé que puede sonar tonto, pero quiero escribir sobre ellos, la manera en como crean coreografías y música en el aire o cómo es que no se estrellan unos contra otros. Sabe, a lo mejor la naturaleza es sabia así como dicen, porque yo que no vuelo estoy segura que me estrellaría con cualquier objeto aun con miles de metros para prever el golpe, pero los pájaros pareciera que traen en su ADN el no atorarse en el tráfico y todo fluye, fluye tan bonito que hasta sientes que tienen horas ensayando composiciones para presentarse siempre al atardecer.

 

No sé a qué se deberá, Benjamín, tal vez es la nostalgia de verlos y transportarme a otra época, mi época escolar testaruda. No hace tanto de esa inconsciencia revolucionaria de la cual somos presa todos cuando somos estudiantes; en donde había que tirar chingazos pues, ya luego veíamos si teníamos razón o no. Había que desvelarnos en los pasillos de Letras mientras imprimíamos boletines estudiantiles, con la música electrónica a todo volumen, aquello tenía vida todo el tiempo y hasta perdía la percepción de que ese lugar no era mi casa aunque claramente era el hogar de muchos.

 

Había vida, eso era, eso y los pájaros de fondo, los pájaros que llegaban después de las cinco de la tarde a contarnos todo lo que habían visto en el día. Los pájaros que hacían frondosos a los árboles de la Universidad. Era genial tirarnos en el jardín de enfrente, descalzarnos en el pasto y comenzar a apagar los ruidos de la vida misma para escuchar a los pájaros junto a ese vaivén de sus alas que arrullaba nuestros ojos. Ver el cielo rosado y el viento andar. Porque algo ocurría al atardecer: el calor se iba, los olores eran verdes, el ruido era una melodía que embonaba con todo alrededor, y así en medio de una obra de arte mi espíritu abría los pulmones para coger aire y absorberlo todo, todo, todito. Era bien chingón Benjamín, podría decir que ver los pájaros cantar es uno de mis episodios estudiantiles favoritos, eso y el tomar clases en el Pluma Blanca, pero esa es otra historia que ahorita no quiero contarte.

 

Quiero escribir sobre los pájaros porque nadie les hace justicia, porque antes de este texto me fui a Letras a descalzarme en el pasto a ver cómo llegan todos a habitar los árboles de lo que fue mi universidad. Quiero escribir sobre ellos porque me privaron de ese viaje en el tiempo que hacemos todos cuando regresamos a los lugares donde fuimos felices, porque no encontré pasto, ni árboles, ni pájaros. Porque escuchaba el caos de la ciudad en medio de un jardín despoblado por el mundo, porque nadie dijo nada, porque me fui corriendo al ‘parque de las cachoras’ a ver si los encontraba en otros árboles… y no. Porque ya sé que están en los bulevares o en la Catedral pero la gente me saca urticaria, porque no puedo parar el tráfico para contemplarlos o acostarme en la calle sin que el trolebús me arrolle.

 

Quiero escribir sobre los pájaros, Benjamín, porque siento que se fueron conmigo el día que me gradué para seguirme a donde quiera que vaya, porque los sigo escuchando y viendo bailar frente a mí hasta que cambia el semáforo a verde y el sonido del claxon me recuerda que tengo que avanzar para darles la espalda y que se pierdan en el retrovisor.

 

Quiero escribir sobre los pájaros, Benjamín, esos que ahora descansan en otra parte sin dejar de cantar que siguen vivos y juntos porque mientras el atardecer no deje de ponerse en esta ciudad ellos seguirán bailando.

 

Texto y Fotografía por Lucía Torrero

Sobre el autor

Lucía Torrero nació en Hermosillo el año de 1984. Es egresada de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la Unison y escribe en Crónica Sonora, a veces sobre las mujeres para que la lean los machos.

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