Hermosillo, Sonora.-

Para quienes conocemos el trabajo del grupo Antares, hablar de la impecable técnica de sus intérpretes resulta ya una obviedad. Esa impecabilidad y  la poesía cinematográfica de las imágenes que genera Miguel Mancillas en cada una de sus obras es lo menos que se puede esperar al asistir a una presentación de esta reconocida compañía sonorense.

Esa fue mi expectativa, cumplida como siempre, al asistir  la noche del viernes a ver la coreografía Tu hombro, un remontaje de la obra estrenada en 2007.

Pero al margen de eso, también me sorprendieron nuevas sensaciones que no tuve  la primera vez que vi esta coreografía. Fue en el entonces Distrito Federal, el año de su estreno. Antares festejaba su vigésimo aniversario y se presentó en la ya desaparecida sede de Ballet Teatro del Espacio, un foro pequeño donde el contacto con el público era muy cercano. Por entonces, la obra no tenía el concepto escenográfico actual.

De esa presentación recuerdo que me conmovió la participación de Emanuel Bórquez, tanto por su voz como por su presencia distinta a la de los bailarines en escena. Me impresionó ver la calidad interpretativa de todo el equipo, me sorprendió que Miguel no bailara con ellos y me intrigaron los signos sugeridos desde el gesto que aparecían en la coreografía combinados con el movimiento de  gran exigencia técnica. La integración del video me pareció una novedad en el lenguaje del grupo, aunque sé que ya había sido un recurso utilizado en la coreografía Cielo en rojo…que nunca vi.

Ahora,  dentro del marco de Un desierto para la danza XXVI, más de diez años después naturalmente mi experiencia como espectadora tuvo sus variantes, lo que me recuerda las palabras de  Evoé Sotelo en el discurso inaugural del Desierto : “La danza ha cambiado y nosotros hemos cambiado con ella”.

Definitivamente es mi caso como espectadora de esta obra, y me pregunto cómo será para los bailarines originales de Tu hombro: Tania Alday, Isaac Chau y  David Salazar,   volver a interpretar algo que bailaron hace tantos años, cómo dialoga ese discurso con las personas que son ahora, con su experiencia dentro del grupo, con las relaciones establecidas entre ellos y su director a lo largo del tiempo y con la nueva presencia de Omar Romero en el lugar originalmente ocupado por Gervasio Cetto. Me pregunto también cómo será para Miguel Mancillas retomar un discurso surgido en otro momento de la vida, y verse, escucharse, sentirse de nuevo en ese lugar a través de la obra. Por el momento me quedo con esas preguntas en suspenso esperando una rica conversación al respecto con los protagonistas de estas historias en un futuro cercano.

Como decía,  la percepción que tuve ahora de este trabajo es en algunos aspectos, distinta a la primera vez. Con una década de diferencia han cambiado en mí los referentes, los gustos, los intereses: En primer lugar me sorprendió la escenografía,  un espacio reducido iluminado con una fría luz que me generaba una sensación como de cautiverio y de exhibición animal, tres hombres como la muestra de una especie en estudio,  obligados a permanecer para su observación en un hábitat ajeno, frío e inorgánico, donde las pasiones tan naturales a su instinto no tienen ningún espacio ni posibilidad de desarrollo o evolución. Criaturas poderosas, fascinantes, cuya vida  ha quedado reducida a la opresión y a la cruel alteración de su naturaleza.

La propuesta de movimiento hace más cruda la atmósfera, no hay impulsos que se expandan, todo se frena, se regresa, se aplasta, se impacta, se contiene, se reprime , los cuerpos caen y se impactan sin amortiguación en el piso,  sumándose con ruido a la música que ya de por sí, para mí,  resultaba estridente y sofocante.

Hay una mujer inerte, que parece un objeto delicado y frágil sin ninguna voluntad, a la que estos tres especímenes masculinos, mueven y manipulan, sacándola de la vista del público y volviéndola a integrar al espacio,  sin aparente dirección ni sentido.

Esa imagen femenina que hace 10 años me pareció sublime, ahora en estos (mis) tiempos de feminismos y con una conciencia muchas veces perturbadora acerca de la violencia ejercida sobre el cuerpo y las vidas de las mujeres, resonó en mi cuerpo como algo difícil de presenciar, aunque fuera con ese nivel de sutileza, de belleza, de delicadeza…o tal vez debido justo a eso.

Los signos sugeridos desde el gesto que me intrigaron en mi primera experiencia, ahora me resultaron definitivamente impenetrables, los observaba y mi cuerpo no los recibía, solo mi pensamiento trabajaba: ¿Por qué las sonrisas? ¿Qué me indican o que se indican entre ellos con el dedo índice? ¿Qué significa esa ropa que los ancla en el espacio, que significa tenerla puesta o despojarse de ella? Mi poca resonancia con esos signos abonó en mi sensación de opresión y extravío.

Se apagan las luces, no hay conclusiones, presencié algo que le angustia y le mortifica a la mujer que soy ahora…en esa mujer,  sumergida por una hora en  esa atmósfera opresiva, de impulsos contenidos, la improbable presencia de un hombro en el cual los personajes pudieran apoyarse, quedó desdibujada, como una especie de utopía.

Es claro que he cambiado y me resulta fascinante recibir esa información a través de la manera en que percibo ahora signos que recuerdo haber percibido de otra manera en el pasado, pero también cabe la posibilidad de que no sea sólo yo y que también la obra esté siendo resignificada de manera intencional por parte del coreógrafo y los intérpretes.

Esto me hace pensar en el sentido que pueden tener los remontajes de obras coreográficas como posibilidad  de re-narrarnos desde los distintos roles implicados en el hecho escénico,  en este caso, coreógrafo,  intérpretes y espectadora.

Otro tema suculento para esa conversación pendiente.

La noche cerró con el cariñoso reconocimiento que los bailarines de Antares hicieron a su maestro, entregando simbólicamente en Hermosillo,  el Premio Nacional de Danza José Limón que recientemente recibió  Miguel Mancillas en el marco del Festival Internacional de Danza José Limón en Mazatlán Sinaloa.

Muchas felicidades a Miguel y a todos los Antares por su ascendente y excepcional trayectoria.

Por Claudia Landavazo

Fotografía de Juan Casanova

Sobre el autor

Claudia Landavazo vive en la Ciudad de México y es egresada de la carrera de Letras de la UNISON. Bailarina y coreógrafa de danza contemporánea, actriz de vez en cuando y se dedica desde hace algunos años a dar clases y al trabajo en comunidades y grupos vulnerables a través de la danza. Forma parte de CARPA Colectivo, donde desarrolla la metodología en Artes de Participación.

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