Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, reflexionó sobre el círculo de la vida, sobre la sustancia de las leyes. En el espíritu de la Ilustración, el filósofo y jurista francés, se atrevió a dibujar formas de gobierno cuya aspiración fuera reproducir – en lo posible    la perfección divina que crea y conserva a la naturaleza en nuestro planeta. 

Así fue como Montesquieu identificó, en el siglo de las luces, tres formas de mandato: el republicano, el monárquico y el despótico. Y resulta que tales ideas sobreviven. Desde la sabana africana hasta las metrópolis que forman cada humano habitat. 

No resulta extraño, entonces, que la animación más aplaudida de los estudios Disney haya sido El Rey León (Ron Minkoff/Roger Allers, 1994). Una historia osada, por ser la primera en presentar a los animales como únicos protagonistas; un relato universal, al mordisquear la lucha por el poder inspirados en Hamlet, escenario de traición, exilio, venganza y muerte y, por supuesto, un drama ecológico en favor del respeto a la naturaleza. 

Aunque en el camino se perfilen alabanzas a la realeza y jubileos decimonónicos al sistema de castas. 

Ha pasado un cuarto de siglo desde el estreno del original animado. El mundo ha cambiado. Pero no así la nueva producción de El Rey León (Jon Favreau, 2019), una película digna de ser admirada, pero que no logra conectar con el corazón.

El hiperrealismo asombra, pero no conmueve. 

Favreau inicia tomando al calce la introducción de 1994, con la proverbial Circle of life/Nants’ Ingonyama. Este encargo cinematográfico es resultado de su excelente trabajo para El libro de la selva (Jon Favreau, 2016), donde aportó elementos de riesgo y bravura que sorprendieron a crítica y taquilla. Eso ya no lo vemos en El Rey León.

La monárquica armonia de Pride Rock, cuyo equilibrio es conservado por Mufasa, el soberano (James Earl Jones, con su voz), es alterada a causa del golpe de estado fraguado por Scar, el infame (Chiwetel Ejiofor); el agitador ha reclutado a las hienas – que ocupan en la película el sitio más despreciable en la cadena alimenticia – para asaltar el poder.

Simba, el jóven príncipe (JD McCrary/Donald Glover) es engañado y desterrado por su tío Scar, quien lo cree muerto. Así, el shakespiriano cachorro encontrará en Pumbaa, el jabalí (Seth Rogen) y Timón, la suricata (Billy Eicher), la terapia necesaria para sobrevivir: Hakuna Matata.

Sin embargo, Simba no podrá eludir su destino: enfrentar a Scar y su régimen de terror para recuperar el imperio y así devolver la mesura y la sensatez al reino perdido. Muera el despotismo, ¡Viva el Rey!

La música de Hans Zimmer y las canciones de Elton John y Tim Rice son recuperadas con nuevas orquestaciones, la fotografía preciosista de Caleb Deschanel es un gusto para la vista – ¿quién puede cuestionar espectaculares paisajes, noches estrelladas y atardeceres grandiosos? – y, sobre todo, hay que reconocer la majestuosa faena de animación creando héroes y villanos con maestría y bestial perfección. 

Y es ahí, precisamente, donde El Rey León falla irremisiblemente. 

Las posibilidades expresivas de la animación “tradicional” ofrece la ventaja de plasmar, en los protagonistas, gestos humanos, imposturas reconocibles y dignidad caricaturizada. Nada de eso esta en esta entrega de El Rey León. 

Un juego de tronos ante cuya realización técnica nos podemos extasiar, pero que jamás tocará las fibras sentimentales como lo hizo la animación de hace veinticinco años. 

A pesar que las voces seleccionadas para los personajes de El Rey León han sido confiadas a actores afroamericanos, domina la supremacía occidental ilustrada a través de manifiestos a lo Maquiavelo, Shakespeare y, claro, Montesquieu. 

Quizás la secuencia mejor alcanzada por El Rey León del siglo XXI, es el viaje de un mogote de hierba, a través de oasis, desierto, selva y sabana, hasta llegar a las manos brujas y mandriles de Rafiki (John Kani) para dar nacimiento a la esperanza.

Muera el despotismo. ¡Que viva el Rey!

Qué leer antes o después de la función

El sutil arte de que te importe un carajo, de Mark Manson. El popular bloggero ha producido una pieza de auto ayuda, disfrazada de anti auto ayuda. 

Con un ácido sentido del humor, Manson nos revela que es indispensable definir aquello que resulta en verdad importante en nuestra vida y, que todo lo demás, debe importarnos un carajo. 

Conceptos como responsabilidad, sufrimiento, fracaso, rechazo y muerte son abordados de frente, en busca de aquello que resulta conveniente para vivir sin tanto peso y en libertad.

Hakuna Matata. Nietzsche, Pumbaa y Timón, después de todo, ¿tienen razón?

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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4 comentarios

    1. ¡Exacto, maestro Ortega! Es, pues, juego de tronos ante el que es posible sentirse asombrado – por la perfección bestial de la animación CGI – pero que jamás tocará las fibras sentimentales como lo hizo la animación de hace veinticinco años.

    1. Gracias por tus comentarios, Rafael. Técnicamente brillante, estoy totalmente de acuerdo. ¿Humilde? ¡Ah, caray! Al estar frente al oro, incienso y mirra que en ofrenda se presentan en esta película – y en la versión animada del siglo pasado – a la monarquía, la realeza y el sistema de castas… no alcanzo a ver humildad. De cualquier manera, la cinta es entretenida y, aunque fría y distante, ofrece muy buenos momentos en su realización. SALUDOS.

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