Para los que ya no están, porque al nombrarlos se hacen presentes.

 

Era una tarde de esas de principios de febrero que por lo nublado no sabes si va a llover o por el aire frío quizá nos pesque una helada. Eran ya las siete de la tarde, muy oscuro y saliendo de trabajar en domingo, cuando no podía evitar las pruebas microbiológicas en el Centro de Investigación y obligadamente tenía que hacer el trabajo.

 

Salí a la calle, la cual estaba desierta y me dispuse a caminar los seiscientos metros que me separaban de la Carretera Internacional. Podía esperar el camión de La Victoria rumbo a Hermosillo, pero no era necesario, si sólo me tardaba quince minutos caminando y tomar a tiempo el último camión de la ruta San Pedro-Zamora que me dejaría sin contratiempos en El Saucito.

 

Caminando se aceleran los pensamientos y más con esta sensación densa de humedad; la ventisca helada levanta polvo y lo mantiene por instantes estático. Leves movimientos del aire hacen remolinos de polvo que se alejan en la oscuridad así como se arremolinan mis cavilaciones.

 

Ya podía ver a lo lejos las luces de los autos y autobuses pasando a toda prisa. Sentía una angustia, un desamparo. En soledad voy caminando por la orilla del camino; sólo uno que otro carro pasa a mi lado en este camino vecinal.

 

Se hicieron vívidos los recuerdos de mi infancia, estos recuerdos invocados para aliviar la angustia que estaba sintiendo…

 

Ya es de noche y mi papá no se desocupa de darles pastura a las vacas. Ya mi nana Lola le ha dado de cenar a mi tata Guillermo y él le da un sorbo a la taza con atole de maíz que todavía está caliente.

 

Hace frio y mi papá todavía no se desocupa. Quizá le está dando leche a los becerritos, es lo que hace después de repartir la pastura. Esto lo digo porque ya dejaron de bramar ¡pobrecitos!, ya les llegó su cena.

 

Puedo ver, entre la oscuridad, el movimiento de las vacas acomodándose en el comedero del corral. Mi hermanito corretea en el camino a un lado de los corrales y levanta una densa nube de polvo. Hay nubarrones que de repente dejan ver alguna estrella pequeñita. En momentos corre aire que hace un remolino con el polvo que mi hermanito levanta a propósito con sus pies. Mi nana Lola lo llama, nos da un “burro” de frijoles con tortilla de harina recién hecha. Ya lo esperaba, pues ella no nos deja ir sin darnos algo de comer “para el camino, mientras llegan” nos dice cariñosamente.

 

Dentro de la casa se siente calientito, pero afuera esta oscuro y frío. Mi hermanito se va de nuevo a corretear en el camino. Al ver la oscuridad, las sombras oscuras que se mueven en el corral, la nube de polvo que se mueve lentamente en remolinos, me entra un miedo de no saber qué hacer.

 

¡Ya viene mi papá! ¡Ya viene mi papá! Mi hermanito se viene columpiando de su mano. Mi nana Lola trae el galón con leche y mi papá lo amarra con un mecatito a los cuernos de la bicicleta. Mi hermanito se sienta en la barra y se sujeta fuertemente al manubrio. Me acomodo en la parrilla y sujeto una de las presillas del pantalón de mi papá; él toma impulso y empieza a pedalear por el camino, dirigiéndonos a la oscuridad, iniciando así el viaje de todos los días, el viaje de retorno a nuestra casa.

 

Me sujeto con las dos manos a la cintura de mi papá que se mueve al ritmo del pedaleo. Me recargo a su espalda y siento su calor que es un alivio para esa opresión en mi pecho y mi garganta. Mi hermanito le grita al Disel que corre moviendo la cola y de repente voltea para corroborar que vamos detrás de él.

 

El Disel llegó a la casa cuando era una bolita amarilla, con sus orejas y patas chiquitas; nos lo regaló mi tío Jesús. Nos dijo que había nacido en el taller mecánico donde trabaja y que le había puesto ese nombre porque es del color del combustible de las máquinas Caterpillar que él maneja y arregla…

 

He llegado a la carretera y con la caminata me ha dado un poco de calor, aunque mi nariz y mis orejas están tan frías que me duelen.

 

Continúa mi angustia. Siento una presión en mi pecho y una obstrucción en mi garganta. Volteo nervioso a todos lados, no hay nadie, sólo los autos que pasan a gran velocidad. Son solo unos minutos los que tendré que esperar para que pase el camión.

 

Trato de calmarme pensando que alguno de los bólidos con luces intensas que se acercan puede ser el camión que espero ¿Vendrá ya? Es domingo a las siete y media de la tarde ¿Y si no pasa? No sé qué voy a hacer. Pedir “raite” ni pensarlo. Mis manos empiezan a sudar, aun a pesar del frio…

 

Caen dos gotas ¡sí! Sentí una en la frente y otra en la mejilla cuando veía las estrellas entre las nubes. Ya le dije a mi papá pero él está más ocupado pedaleando y sorteando los hoyos del camino. No me hizo caso. Después me dijo que no va a llover ahora, quizá mañana. Mi hermanito se ríe pues el Disel sale a toda velocidad detrás de una liebre desbalagada.

 

Ahora hacemos la primera parada del camino. Me bajo de la bicicleta y abro la puerta en el cerco de alambres de púas que divide los ranchos La Alemania y La Amapola.

 

¡Allí está la casa de mi tío Ramón! Ellos no tienen luz eléctrica y se alumbran con una lámpara de aceite. La puerta de la cocina está abierta y podemos ver a la familia reunida alrededor de la mesa, están cenando, mi tío en la cabecera de la mesa saluda levantando la mano, mi papá le corresponde con un ademán y un grito que yo siento es una demostración de afecto entre estos dos hombres de campo.  

 

Seguimos nuestro viaje por el camino que está a un lado del arroyo El Tajo. Ahora estoy contento pues cada vez nos acercamos más a nuestra casa…

 

Ahora si ¡Ya viene el camión! Esto de esperar todos los días a estas horas me hace agudizar los sentidos y puedo distinguirlo a un kilómetro de distancia. No importa que venga lleno, le hago la parada con anticipación, no vaya a ser que se pase.

 

Ya se detuvo y corro para subir, no me importan los apretujones. Se está disipando mi angustia con la idea que emprendemos el viaje de retorno a casa.

 

Esto es algo extraño, pues siento que todas estas personas apretujadas en el camión son parte de mi vida, son parte de mi alivio diario, aunque no conozco personalmente a la mayoría de ellos. Pongo atención a lo que platican:

 

Sí, me pagaron una incapacidad y una indemnización en el seguro, porque fue fuerte el accidente con la maquina cortadora de cuero de la fábrica de botas, sí, me corté la punta del dedo índice de la mano zurda… El vestido era precioso y la Kimberly se veía muy chula bailando con el Nando. Fíjate que el Tuiri no pudo ser el chambelán porque no consiguió corbata. “Los Norteños del Camino” tocaron muy bien, fue mucha gente de todas partes. Fíjate que me dijo la Lupe Gloria que andaban buscando a la quinceañera pues ya le tocaba bailar con su papá, y que fueron a la casa de su tía Pola, que está a un lado de la cancha. Al abrir la puerta de una de las recamaras, pues que se quedan en shock pues ven a la Kimberly con las patas para arriba, con sólo una zapatilla, la otra tirada en el piso, y al Tuiri entre los encajes y la crinolina del precioso vestido, con los pantalones abajo, haciendo ¡Ya sabes qué! ¡Válgame Dios! Tan mosquita muerta que se veía la tal Kimby ¡Pues eso les pasa a los papás por consentirla tanto! ¡Si se logra esa chamaca, quién sabe que ira a ser de ella!… ¡Mami, mami! ¿Ya llegamos a San Pedo? Cállate, mijita, se dice San Pedro, San Pedro… ¡Bajan, bajan! Nos vemos compa, mañana tempranito al jale. Sí, mi compa, nos vemos mañana, que ya me avisó el Chanehui que vamos a hacer mil mazos de cebolla y luego a cortar lechugas con el Mochomo…

 

¡Qué risa! Ya nos acercamos al lugar donde vamos a cruzar el arroyo. Mi papá pedalea más fuerte para agarrar impulso y subir la loma sin detenernos. A mi hermanito y a mí nos gusta cruzar por el arroyo a toda velocidad en la bicicleta. ¡Allí vamos! Jajaja, se siente un cosquilleo en el vientre, mi hermanito no para de reír, mientras mi papá pedalea más descansado al pasar la loma.

 

Ya nos estamos acercando, ya puedo sentir con gusto el aire frio en mi cara. En una curva del camino, en otra más, ya se podrán ver las luces de las calles del pueblo. Ahora el “Disel” corre orgulloso a nuestro lado, con la cola y las orejas levantadas, en alerta, como diciendo: yo los cuido mientras llegamos al pueblo.

 

Ya puedo ver las primeras casas, los olores a papas guisadas con cebolla, a frijoles recién cocidos, a humo que sale de las hornillas que están en el patio de las casa que vamos pasando. Ladridos de perros y gritos de niños jugando en la calle y sus madres gritándoles para que se metan en sus casas…qué alegría, mi mamá y mi hermanita nos esperan en la casa con una rica cena, calabacitas con queso, frijoles caldudos que comeremos haciendo taquitos con trozos de tortillas grandes de harina. Mi mamá pondrá a hervir la leche y nos hará una rica maizena sabor vainilla, sí, esperaremos con impaciencia a que se enfríe…

 

Ya se bajaron muchos pasajeros, sólo quedan los que vamos a El Saucito y los que van a Zamora. Ahora sí me puedo sentar tranquilamente. Veo pasar los postes con los cables eléctricos y las sombras de los mezquites que se pierden en la oscuridad.

 

Qué alegría. El camión llega a las afueras del pueblo, me bajo, volteo y hago un ademán de despedida al chofer y los pasajeros que todavía siguen su camino. ¡Hasta mañana!, si, hasta mañana, en el diario viaje.

 

Me aproximo al pueblo, las calles están desiertas. Ahora todas las casas tienen televisión, los niños no juegan en la calle. Ya no hay hornillas en los patios de las casas y las señoras prefieren comprar las tortillas de harina de fábrica como ellas dicen.

 

Los tiempos cambian rápidamente… pero aun creo ver saliendo de entre la oscuridad a aquel hombre de campo con su sombrero de palma, en su bicicleta y a su dos hijitos: uno sentado en la “barra” agarrado fuertemente al manubrio, el otro en la parrilla agarrado con las dos manos a su cintura; un galón con leche amarrado con un mecatito en los cuernos de la bicicleta y el perro corriendo delante de ellos, doblando la esquina y dirigiéndose por la calle hacia mi casa…

Texto y fotografía por Guillermo Valenzuela Mendoza

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Sobre el autor

Nací en 1970 en Hermosillo. Crecí y corrí descalzo por las calles polvorientas del poblado El Saucito. Mientras mis hermanos y el resto de los niños de mi generación cazaban cachoras, yo juntaba chúcata y atrapaba chicharras en los mezquites. Cuando llevaba a pastar las vacas devoraba libros como “Lecturas Clásicas para Niños” y “Platero y Yo” que tenía en mi casa gracias a mi abuelo materno. Él me decía: la lectura y el estudio te ayudaran a cruzar el rio, una vez en la otra orilla serás una mejor persona. En el 2012 me gradué como Psicólogo de la Salud y actualmente cuento ya 14 años como bibliotecario y Mediador de Lectura. Me gusta leer más que escribir, pero cuando escribo expreso las añoranzas y las emociones internas en relación con la naturaleza.

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8 comentarios

  1. Excelente narrativa, al ir leyendo pude «ver» cada escena como si yo estuviera ahí, sintiendo el temor, la incertidumbre e incluso los olores tan familiares para mi… Gracias!!!

  2. Excelente !!! Eres una persona inigualable!!! Hermosa infancia, llena de experiencias vividas , sentídas y plasmadas en tu gran memoria! !!

    1. Agradecido por sus comentarios y a la vez satisfecho, pues pude transmitir algunas de las imágenes que rondan mi memoria, mi memoria emocional al recordar a algunos de los seres queridos que ya no están con nosotros pero que cobran vida al traerlos al presente. Observo que vivimos en un mundo de superficial «bienestar» donde hace falta un toque de emoción profunda para no ser indiferentes a lo que nos pasa a diario. Un agradecimiento y admiración para Benjamín Alonso por darnos la oportunidad de publicar estos textos. Y que nos siga acosando, literariamente hablando jejejejej, para que sigamos escribiendo.

  3. Muy conmovedor Guillermo, siento muchas resonancias con las emociones y añoranzas presentes en el texto, la imagen que más me mueve es la de la escucha en el camión y el sentimiento de cercanía con las personas , es una sensación recurrente para mí. Me sumo al acoso de Benjamín Alonso para leer más textos tuyos.
    Gracias.

  4. te apuntaste un diez Fidel gratos recuerdos del viejó yo también lo extraño mucho acuérdate que soy el «entenado» tambien me toco mirarlo en la bicicleta y tambien me acuerdo cuando se cayo en el tajo
    no queda otra mas que seguirlo recordando QDEP y un saludo hasta el cielo al NIKY

  5. Muchos saludos Chito, tu eras el hijo grandote de Don Niky, yo todos los días lo recuerdo, gracias por tenerlo presente y allá donde esta se estará riendo de tus ocurrencias

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