Dicen que el equipo de beisbol de El Saucito, hace ya algún tiempo, tenía un patrocinador. No es por nada pero no diré el nombre, sólo les diré el apellido: Trujillo, era de la familia Trujillo el chavalo. Pues bien, dicen que no sólo apoyaba al equipo con uniformes, con los bats y las pelotas, sino que después del juego les daba una gratificación de acuerdo al desempeño de cada quien en el campo. La tarifa de pago para el jugador dicen que era así: el batazo sencillo tenía un pago, el doblete tenía un pago más alto que el sencillo y así sucesivamente; lo curioso es que el triple lo pagaba más alto que el jonrón, porque decía que aunque el jonrón era más productivo que el triple, el triple era una jugada más espectacular y que se veía con menos frecuencia que el jonrón. El toque y el elevado de sacrificio también los pagaba pero con algo simbólico.

 

Eso es en cuanto a la producción ofensiva; la producción defensiva también tenía sus incentivos monetarios. Por ejemplo, el lanzador ganador, el relevista cerrador, los ponches… ni se diga las jugadas de doble play, al receptor le pagaba por jugador que sacaba en el intento de robo de bases. Pero a la defensiva lo que mejor se le pagaba era el corredor puesto fuera en el plato, en ese caso el jardinero recibía el doble de lo que recibía el receptor; eso traía ciertos conflictos porque el receptor decía que no era justo, que en esa jugada él arriesgaba el físico, pero el jardinero decía que su brazo privilegiado tenía un costo mayor.

 

Un sobrino del patrocinador llevaba la contabilidad y le entregaba la lista de los jugadores a los que les habría de pagar y los llamaba al azar, a unos los felicitaba, a otros les reclamaba. –Si juegan bien se van a hacer ricos conmigo– les decía. El que me contó esto dice que el que lograba buena producción sacaba para el cine, o para el baile, dice que había a quienes les iba tan bien que no se reportaban a trabajar el lunes, eso sí, entrenaban duro toda la semana esperando con ansias el domingo para divertirse y ganar dinero. Los novatos querían jugar con el equipo grande y los de la banca querían ser titulares.

 

Así que cada jugador tenía su merecido al terminar por la tarde el segundo juego, porque en esos tiempos se jugaban dos juegos, aun en la época de calor, ah, y dicen que además cooperaba con la comida que se le brindaba al equipo visitante: una caja de sodas, varias latas de sardinas entomatadas, paquetes de galletas saladas, unas cabezas de cebolla y latas de chiles jalapeños.

 

El que me contó dice que un día, al patrocinador este se le puso que quería ver del juego dentro del campo, no como jugador, sino como espectador, que quería sentarse a ver el juego atrasito de la segunda base (por un lado para no estorbar si el tiro del receptor se pasaba) que porque quería ver de cerca las dobles matanzas, principalmente por eso, pero también porque quería ver pasar los rodados inatrapables cuando se iban al jardín, o para ver pasar las líneas a ras de suelo que los jugadores del cuadro se lanzaban de cabeza para detener. Pero lo que más le interesaba era escuchar la conversación en las reuniones del montículo cuando el lanzador estaba mal, o cuando había que armar una jugada defensiva.

 

La solicitud era de lo más descabellada, claro está, pero qué crees, era el que pagaba, era Don Dinero, cómo le iban a decir que no, luego en el equipo había tres de la familia Trujillo, entre ellos el manejador, el árbitro era Trujillo, y la porra estaba plagada de parientes del patrocinador. Pues le dieron luz verde, le dijeron que sí, que no había ningún problema –Eso sí, adentro del campo no vas a tomar, el campo es sagrado, y puedes meter un acompañante si quieres, pero no vas a tomar–le dijeron. Dicen que se instaló en el campo acompañado de un compadre suyo, llevaron una pequeña mesa, dos sillas, una sombrilla, una cafetera llena de café y un paquete de galletas pan crema.

 

Se pusieron a esperar el juego mientras bromeaban con los jugadores que estaban calentando con tiros a la primera base. Nunca se les había visto tan felices. Una vez reunidos los manejadores con el árbitro en el plato para comenzar el juego, surgió un problema, el manejador del equipo visitante (eran los Tirabichis de Hermosillo, que no por tirabichis eran chirusos, no hay que confundir) pidió que sacaran a esos payasos del campo, si no, se iban a retirar. Le mandaron el mensaje al patrocinador y el mensajero regresó con una pregunta del patrocinador: -¿Cuánto quiere?-

 

El dinero es canijo, la cultura del moche no es nueva y el manejador visitante no estaba peleado con el dinero. Y pues negociaron. No me dijeron con cuánto, pero se arreglaron…Bueno, bueno ya he dicho mucho que me dijeron y que me contaron y que sabe cuánto y yo podría decir que me lo dijo un pajarito pero qué pajarito ni qué nada, esto me lo contó el Milo Caro, si, Emigdio Caro Leyva de estación Zamora, que llegó a El Saucito procedente de la granja El Tijerito de los Arellano; si quieren más detalles pregúntenle a él.

 

Pues dice el Milo que arrancó el juego y el patrocinador comenzó a gritar, animaba a los jugadores del Saucito pero con los contrarios no se metía, ese fue un acuerdo de la negociación. Después de dos entradas hizo una seña y dos chamacos corrieron hacia el campo a donde estaba él con una especie de mampara, era para que el patrocinador hiciera sus necesidades fisiológicas, pues estaba expuesto a la vista de todos. Ya avanzado el juego les dio hambre a los prepotentes fanáticos y con una nueva señal que hizo les llevaron unas tortas de bolonia con pan virginia, una Fanta de uva y una de manzana.

 

Hubo una jugada en la que la pelota cayó en la sombrilla del señor Trujillo, un jardinero le tiró por debajo de la lona con el guante, la pelota estaba en juego, otro jardinero la atrapó y fue marcada como out.

 

Otra jugada espectacular dice el Milo que fue cuando un elevado estaba a punto de picar como imparable en las patas de la mesa para producir dos carreras para los Tirabichis, pero el viejo Corella, que era una chucha cuerera para jugar, se tiró de cabeza y atrapó la bola, se deslizó por debajo de la mesa como por inercia y salió al otro lado levantando el guante con la bola adentro para que lo marcaran out, al instante el patrocinador sacó un billete y le compró la pelota.

 

Pero viene la parte triste de la historia: en una jugada, un pelotero de los ­Tirabichis al que le decían el Galón, buscando un elevado cayó encima del patrocinador y le rompió una pierna. Hasta allí llegó el patrocinador, ya no quiso patrocinar más al Saucito.

 

Por Abraham Mendoza

En la fotografía -rescatada por Abraham Mendoza para enriquecer este artículo- tenemos a Mario Mendoza aka El Valemadre, en palabras del rescatista: «una leyenda del beisbol ejidal en el municipio de Hermosillo».

Noviembre de 1977, Campo de beisbol del ejido La Victoria

MARIO MENDOZA

Sobre el autor

Abraham Mendoza vio la primera luz en San Pedro El Saucito el 2 de abril de 1960. Es geólogo de profesión y narrador nato que escribe como Dios le da a entender. Tiene por hobby caminar por todas partes excepto en andadores y le gusta que le lleven serenata aunque no sea su cumpleaños.

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4 comentarios

  1. Excelente relato, que invita a seguir leyendo, por lo sabroso y lleno de «puntadas» de la gente de los ejidos de Hermosillo. Recuerdo que en esa época en El Saucito, era un niño, el Cachas Trujillo ponía la corneta en la punta de un palo para dedicar canciones que ponía en el tocadiscos y anunciar los juegos de besibol los domingos. Gracias Tío por compartir estos recuerdos. Muy buena foto, claro que reconozco al «Valemadre» y creo saber el nombre del «Patrocinador» pero no lo diré para seguir con el misterio.

    1. Estimado Enrique, chiruso es propio del beisbol llanero para equipos o jugadores de bajo nivel competitivo. Tirabichi se les dice a los trabajadores que recolectan la basura, porque dicen que antes tiraban perros muertos que estaban bichis, por ahí va. Un saludo.

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