Los estudios sobre lo urbano están tomando una extraña dirección. Atrás queda la Carta de Atenas que organizó el espacio de la ciudad moderna según las funciones a cumplir, la habitacional, la comercial, la industrial y la de servicios. Ahora recurren a una serie de conceptos que, por principio, nos parecen ajenos a la modernidad. La magia y lo sagrado intervienen el espacio urbano por sobre sus vecinos, amén de un extraño manejo de lo “histórico” para separar espacios de una misma ciudad. La recurrencia a los llamados “imaginarios”, recapitulan el espacio urbano sobreponiéndose a una cotidianidad que poco tiene de mágica y de sagrada. El imaginario, en este sentido, es una forma premoderna de acercarse a la realidad, de aprehenderla. Contra las propuestas de la razón, el imaginario tiene más que ver con los mitos como una primitiva explicación del origen de la humanidad y de las formas, en este caso urbanas, que generan.   

Lo extraño es que la sociedad ni participa ni se entera de los espacios sagrados, mágicos e “históricos”. No es la sociedad la que genera esta supuesta calidad de algunos lugares de la ciudad. Más bien, es un juego académico, al margen de la realidad, tratando de acoplar el espacio local a conceptos que nos vienen del exterior. Conceptos que carecen de una explicación social, que no resultan de un proceso local de generación de espacios urbanos. Lo sagrado, la interrupción del tiempo y del espacio, para entrar en instantes sin tiempo ni espacio, marcó todo un supuesto eje con sendos templos en sus extremos. La magia, esa acción a distancia para aprehender y manipular una realidad, resultó en un catálogo de pueblos supuestamente mágicos. Lo sagrado y la magia, son la antítesis de la modernidad.  

Leyendo Movilidad y espacio público. Peatonalización en el centro urbano y comercial de Hermosillo, Sonora, original de Daniel Franco Garza (El Colegio de Sonora, 2020), encontramos de nuevo el ejercicio de desconocimiento de la realidad y, se desprende, de identidad social con el espacio en cuestión. La tesis cae en el mismo formato, un rosario de conceptos sobre el tema, sin aterrizarlos en una realidad concreta. Sin un trabajo serio de investigación, que dibuje la trayectoria del espacio, su comportamiento a través del tiempo. Afirma de entrada que el centro comercial carece de identidad y que es la intervención de proyectos urbanos que darán a este espacio urbano, una identidad. El centro tiene y ha tenido identidad, sin ésta, simplemente no se reconocería como espacio. Plantea también la pretensión de promover la socialización. Hace referencia también a crear espacios que motiven la socialización. También hay socialización. La negación de la identidad y de la socialización, no viene de un estudio sociológico, sino de un juicio de valores.

Conceptos sin sustancia. Utilizar conceptos acuñados en otras latitudes sólo nos lleva a desvirtuar un proceso urbano, como el de Hermosillo. No se trata de demostrar que lo vivido en otras latitudes es válido en nuestro medio. Más bien, de encontrar los conceptos dentro de nuestro muy particular proceso urbano, influenciados por el exterior, que es diferente. La primera forma, es un ejercicio que ya se ha realizado por los mismos vecinos, al traer formas ajenas a nuestra realidad urbana, como parecernos a Tucson o habilitar como rambla algún espacio perdido en la trama urbana. Una aspiración con profundidad histórica en nuestro medio. El parecer ha sustituido al ser.  

Pero resulta interesante analizar estas propuestas. Sin un objeto de estudio claro, se convierten en objeto de estudio. Formados con ejemplos urbanos y arquitectónicos ajenos a nuestra realidad, pretenden acomodar dicho espacio a lo que consideran las formas debidas. Como objetos de estudio, las propuestas como la antes mencionada, reflejan la mentalidad de un sector de la sociedad, que no necesariamente son usuarios del centro comercial, para intervenir un espacio urbano y que cumpla con los cánones de este sector, más que el de los usuarios de carne y hueso. Cae en un análisis bastante primario al dividir a los usuarios en automovilistas y peatones, como si fueran dos universos ajenos el uno del otro. El automovilista y el peatón son la misma persona. De existir un conflicto en este sector de la ciudad, no es de uno de los actores, es de ambos, es del mismo en sus dos roles. Recuerdo que cuando derribaron el Cine Nacional y quedó un gran baldío que ahora es un edificio de locales comerciales, jugaban con la idea de construir un gran estacionamiento para peatonalizar ciertas calles, prestando el servicio de vehículos eléctricos para trasladar a los usuarios.

Noviembre de 1986. Tianguis en la calle Morelia. Uno de los primeros intentos por “peatonalizar” una Calle del centro.

Los arquitectos no contamos con las herramientas de las ciencias sociales para acercarnos a los procesos urbanos desde esta perspectiva. Lo hacemos desde el manejo de formas, desde un esteticismo “bonitero”, con la ferviente creencia de que lo bonito transformará a los usuarios en buenos. Aristotélicos hasta la médula de los huesos. Eso explica la falla del tejaban verde al costado poniente del mercado municipal. Un espacio que pretendió elevar el nivel de vida de los usuarios, terminó siendo la cubierta de los “defectos” que pretendía desterrar. Desde un ejército de boleros prestando sus servicios, hasta otro de religiosos de alguna secta salvando almas, con el público de una bola de mirones y desocupados sentados en los arriates y bancas. Resulta más complicado cruzar bajo el tejaban, por tanto obstáculo, que la calle Matamoros, Juárez o Serdán en las horas pico. Las personas que solo van a cruzar de un extremo al otro, lo hacen por la banqueta que quedó al poniente del tejaban. Después, los olvidados del sistema, alcohólicos, malandros, indigentes, prostitutas y demás fauna, acomodándose como pueden para pasar la noche. Los arquitectos no contamos pues, con las herramientas de las ciencias sociales. No tenemos ni idea de que la llamada realidad, solo es una construcción social. Así de simple. De ahí, nuestra pretensión de alterar la realidad con un simple juego de formas, algo más cercano a la magia que a los supuestos estudios sociales presentados en algunas tesis de posgrado.

Fachada poniente del Mercado Municipal, desaparecida con la construcción del tejaban verde.

En el aspecto formal, la citada construcción altera el espacio de forma negativa. Por un lado, interrumpe la perspectiva de una calle del llamado centro histórico, mutilando a la vez, la imagen del edificio “más emblemático” del centro, el mercado municipal. La plaza medieval era el mercado, el punto de reunión de compraventa de los productos del campo y otros. El renacimiento alteró el sentido de la plaza, desalojando los puestos del tianguis, para darle relevancia al edificio. Pasó a ser un espacio de placer visual. El tejaban verde, está en la tradición de las plazas medievales. Convirtió la calle en una extensión del mercado. Fue una mejor solución la dada al cerramiento de la misma calle entre la Plutarco Elías Calles y la Serdán. Un espacio libre, sin los molestos obstáculos en el tejaban verde, que lo convierten en un verdadero laberinto. Permite que la vista recorra desde los lados de los edificios, para, posteriormente, ir subiendo sobre la fachada. Extraña que Monumentos Históricos del INAH haya permitido la construcción de este gigantesco obstáculo que, prácticamente, elimina un edificio histórico.

  

Parroquianos del Mercado Municipal socializando en una de sus fachadas.

Regresando al asunto de las ciencias sociales, como se transformaría la enseñanza del diseño arquitectónico si, en ves recurrir a las constantes arengas del maestro en turno, sobre la inspiración y el “búscale… búscale”, recurriéramos a considerandos de las ciencias sociales. Recuerdo la respuesta de connotado catedrático del programa de arquitectura de la uni, cuando le preguntaron que si qué edificio de los antiguos rescataría y regresaría al servicio. Después de aventarse un chorizo teorético e ilegible, concluyó que “esas cosas se las deja a la gente”. La neta carnal, que me quedé parao en un estribo, preguntándome, ¿Pues en que o en quien piensan los arquitectos cuando proyectan?  

Pero, y a manera de conclusión, la misma ciudad de mediados del siglo pasado, jugó también con aspiraciones por parecer una ciudad moderna. Los vecinos de aquel entonces, también aspiraban a parecerse a las grandes urbes modernas. Esta tesis, está pues, en el mismo tenor de todos aquellos escritos y crónicas urbanas del Hermosillo de mediados del siglo pasado. Sobre una serie de ficciones urbanas para llegar a la modernidad, se sobreponen ahora, una serie de ficciones que tal vez caigan dentro de la llamada posmodernidad. O, simplemente, sólo sean ficciones.   

Hermosillo, Sonora. Junio de 2021

Texto y fotografías (de periódicos y libro) por Jesús Félix Uribe García

Sobre el autor

Arquitecto, editor y cronista de Hermosillo

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4 comentarios

  1. Me parece que el autor está un poco perdido. También me parece que es de los que piensa «Hermosillo siempre ha sido así, ¿para qué cambiar?», cuando claramente Hermosillo tiene que cambiar si quiere sobrevivir.
    Sobre el «tejabán verde», creo que solo lo evalúa de manera estética, y claro, muy desde su punto de vista, cayendo en lo mismo que critica. A mi parecer, este sitio es de los pocos lugares del centro donde se puede ver gente disfrutando del espacio público.
    Además, habría que revisar el documento antes de publicar, existen algunos errores de ortografía.
    Para finalizar me gustaría agregar que, si el objetivo del autor es crear polémica, y que la gente hable sobre el tema, lo consigue.

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