Vidal fue a la primera Fiesta del Cine Mexicano (del 7 al 13 de septiembre en todo el país) y la vio en pantalla grande

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Luis Buñuel, el aragonés, mostró vivo interés en llevar a la pantalla la novela de José Donoso, El lugar sin límites. Había pensado en un actor español de vodevil para el personaje principal, la Manuela. Fue a España a buscarlo. Había muerto. El desencanto lo hizo abandonar el proyecto.

Así llegó a las manos de Arturo Ripstein.

A cuarenta años de su estreno en México, El lugar sin límites (Arturo Ripstein, 1978) sigue vital, transgresora, inquietante y maravillosa. Pocas veces el espectador tiene la oportunidad de admirar una película redonda, sólida y perfecta.

Es una exploración, a través de sus personajes, del miedo y la sumisión al poder. No hay esperanza. La decadencia es unánime. Y aunque pongamos, como propuso Carlos Monsiváis, lo marginal en el centro, somos perpetuos rehénes de la intolerancia, el prejuicio y la muerte.

La Estación El Olivo ya no es lo que fue. Es un pueblo fantasma. El anciano cacique, Don Alejo (Fernando Soler) se dispone a desocupar todo para vender. Sólo queda el burdel regenteado por La Manuela (Roberto Cobo) y su hija, La Japonesita (Ana Martin).

El lugar sin límites comienza por la mañana. La Manuela está asustada porque sabe que Pancho (Gonzalo Vega) ha regresado al pueblo y la busca para vengarse de un agravio del año anterior.

¿La Manuela, travesti y homosexual redomado tuvo una hija? En un flashback se explica. La Japonesa (Lucha Villa) transó una apuesta, a cambio de la casa, con Don Alejo. Ella podía hacer de La Manuela un hombre. Y así fue. Con el terrateniente como testigo.

El lugar sin límites avanza hacia la noche. Pancho y Octavio, su cuñado (Julián Pastor) llegan al prostíbulo a celebrar la liquidación de la deuda que Pancho tenía con Don Alejo. La suerte está echada.

Y en un desenlace de suspenso irresistible sucede un duelo singular. Digno del mejor western. Ante la brutalidad de Pancho que amenaza a La Japonesita, La Manuela decide salir de su aterrado escondite y enfrentar al macho. Vestida de sanguíneo flamenco, al ritmo de La leyenda del beso comienza el ritual de seducción más hipnótico en la historia del cine mexicano.

“Pónganme El Relicario, chiquillos”, reta La Manuela. “Ámonos, aquí se curó la enferma”, responde Pancho.

Sólo la poesía de Abigael Bohórquez se le compara.

El rojo es un elemento constante en El lugar sin límites. Carmesí el labial que usan La Japonesa y La Manuela. Rojo el vestido. Rojo, el camión de Pancho. Roja, la sangre derramada.

Los demonios que acechan son herederos del medioevo. Don Alejo ha cortado la luz, para obligar a La Manuela y a La Japonesita a vender. Pancho, un ser endeble que siente su masculinidad cuestionada, es el falo que todos desean. La oscuridad es manifiesta.

En los tiempos de La Japonesa, esa noche total, al celebrar el triunfo de Don Alejo en las elecciones, ella dice: “Y con él nos vamos a ir todos pa’rriba como la espuma”. Veinte años después, La Japonesita – la más joven de la cinta –  solo anhela que Don Alejo vuelva a conectar la electricidad.

¿Porqué seguimos creyendo en el poder patriarcal, venga de donde venga?

El viejo Don Alejo sigue teniendo muchos hilos en sus manos. Por eso controla, en lo posible, a Pancho: “Parece que andas hablando no se qué cosas de La Manuela, que se la tienes sentenciada y yo no se qué. ¡Que no sepa yo que te has ido a meter a casa de La Japonesita a moler a esa gente que es gente buena!”.

Fernando Soler. Presenciar uno de sus últimos papeles, recordar su carga mitológica  – los zopapos a Pedro Infante en La Oveja Negra (Ismael Rodríguez, 1949) – y verlo anciano, ”perdona vidas” aferrado al poder, es metáfora oportuna del aliento político que ahora cubre a México.

Los miedos. El miedo de La Manuela. El miedo de La Japonesita. Y el miedo de Pancho: joto, marica, puto, soplanucas, muerdealmohadas, lilo, mariposa, sodomita… es primigenio.

El miedo y la sumisión al poder desencadenan la tragedia en El lugar sin límites. Un ambiente villainclanesco. El esperpento.

Arturo Ripstein, comparte: “Las masas son atroces, hay que temerles. Son irracionales, perniciosas, se nutren como caníbales, voraces de nuestros prejuicios. Contra los homosexuales, los gordos, o contra los que piensan diferente, o los judíos, o todo lo que les asusta y que no entienden. Yo, sin ambagues, estoy en contra”.

¿Pueblo bueno? ¡Ni madres! ¿Quién les dijo?

Por Horacio Vidal

P.D.- Roberto Cobo no fue la primera opción de Ripstein para el papel de La Manuela. Presentó el guión a Adalberto Martínez, “Resortes”. El cómico leyó el argumento y le dijo a Arturo Ripstein: “Cuando yo necesite un director putito te voy a buscar, a ver si aceptas”.

¿Cómo se le ocurrió a Ripstein que “Resortes” iba a aceptar el papel?

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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2 comentarios

    1. Muy amable, maestro Durazo. Por cierto, considero a «Noticias del Imperio» la mejor novela mexicana del siglo XX, quizás solo «Los recuerdos del porvenir» se le empareja. Que curioso: Elena Garro, envuelta de tragedia por «la izquierda» y Del Paso, ninguneado por «la izquierda». Ambos no tienen el escaparate que merecen. Le confieso que se me ponen «los ojitos de Remy» cada vez que leo como termina «Noticias del Imperio». Si tuviera lana produciría una película sobre Maximiliano y Carlota. SALUDOS Y NOS VEMOS EN EL CINE.

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