¿Qué cosa es el Grito de Independencia? Abraham Gutiérrez nos ofrece una revisión del ritual desde su presente.

No le saque, póngase a leer

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Una mañana de lo más común, durante mi transitar por la primaria a mis escasos seis o siete años, no lo recuerdo acertadamente, me comentaba un compañero que ese día por la noche habría de acudir “al Grito”. Ante la curiosidad y capacidad de asombro de cualquier mocoso le pregunté que si qué era eso. Él, completamente atónito, me preguntó que si no sabía qué era “El Grito”. Ante mi cara de duda dio por sentado que no, a lo que me respondió (más o menos, según lo recuerdo) que se trataba de un evento en el que un señor gritaba y la gente, mucha gente, le secundaba en sus gritos, había cuetes y mucha, mucha comida. Seguía sin comprender de qué se trataba. Lo dejé pasar y transcurrió mí niñez, ese microcosmos de tiempos elásticos en el que fluctuaban Los caballeros del zodiaco, Los súper campeones,  las ‘maquinitas’ del barrio en la tienda de la esquina, la basura de programas infantiles de Tv Azteca y Canal Cinco, así como un sinfín de dulces y muchas, muchas sabritas, sin percatarme por el momento de un cambio de gobierno, una crisis financiera, la devaluación del peso y un Mundial de Fútbol.

 

Pasó de nuevo en mi prepubertad. Tuve oportunidad de ver por televisión el mismo acto que mi compañero me hubo de comentar, aunque en este caso los actos oficiales eran del Gobierno Federal. En el transcurso del evento, ante el fisgoneo y curiosidad de un interlocutor, mis familiares me explicaron con sus propias palabras y en lenguaje prepuber que se trataba de  actos oficiales que suelen ser festejos y conmemoraciones de “todos los mexicanos”. Complementariamente, tuve oportunidad en esos años de escarcear a fuerzas y berrinchudamente con mi libro de texto gratuito de historia, pues la forma de aprendizaje era basada en la memorización de inútiles y estúpidos datos ociosos del pasado, así como de ir cargando unas láminas o monografías que una vez recortadas servían de estampitas para la realización de mis trabajos escolares. Simultáneamente tuve oportunidad de ver tupido el periódico mural de la escuela de papel lustre y papel maché con tendencia al tricolor,  y más estampitas donde aparecían personajes con patillas largas. Dejemos pues los bigotes a un lado, que estos suelen ser característicos de la Revolución Mexicana.

 

Tenía así una imagen monosílaba de la historia. No sabía de distorsiones, mitos, embustes históricos, personajes o hechos relegados del pasado. Confieso que sigo sin saber muchas cosas, pues constantemente son más las preguntas. Era más viable pensar en cómo mis compañeros vestidos de los patilludos insurgentes vencían a otros patilludos con uniformes oficiales (ejército realista), una historia de buenos contra malos al estilo hollywoodense.  Sin duda, me gustaría, actualmente, en solidaridad con mi generación y otras,  que hubiese habido mayor delicadeza en cuanto a la explicación de la honra a tales acontecimientos y personajes, así como su legado en el presente; pero también de todos aquellos embelecos, discordias y significados que se mantuvieron separadamente como esas estrellas que dan la impresión de brindar poco brillo, o permanecen sin resplandecer en el firmamento, en tanto que otras aportan mayor luz. Me refiero a hechos y personajes  que se dejaron de lado. Solo por mencionar un ejemplo, tenemos la notable participación de Iturbide, quien logró obtener diplomáticamente un cese a los once años de guerra independentista.

 

Comprendí en ese entonces que los festejos eran símbolo de nuestro orgullo patriótico e identidad nacional. Paradójicamente sin comprender propiamente ello, también acerté en que había posturas diferentes estando a favor o en contra del Estado o administración en turno. ¡Ah claro! No faltaba para quien dichos festejos fuesen de gozo, pues el calendario cívico marca como asueto el día posterior al festejo. Me declaro fiel partidario de esta última postura.

 

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Durante la adolescencia me importó poco de qué se tratase, a expensas de que “ya sabía” qué significaba ese acto, así como la grandilocuencia que representaba para los mexicanos, aunado al tumulto de gente que acudía, la gran variedad y diversidad de antojitos mexicanos que solía haber por doquier, así como los mencionados cuetes y la música típica. En fin, sabía que era un festejo. Lo seguía sabiendo en mi adultez aunque añadía el referente patriótico. Ahora estaba consciente que eran eventos simbólicos que representaban actos recurrentes para recordar la libertad que teníamos, rememorar a quiénes lucharon por un mejor porvenir, así como todos aquellos procesos que entablaron nuestra adquisición de lo que hoy concebimos como ciudadanía. Sin duda, ya comprendía lo que ese mocoso no pudo comprender. Sabía lo que esos actos representaban y sabía lo que hacía muchos años había acontecido.

 

Pero había pasado demasiado tiempo, eran acontecimientos de los cuales tenemos pequeños chispazos en nuestro presente, como esos destellos luminosos emanados de una estrella que explota y de la cual solo alcanzamos a percibir esa luminiscencia y no su transformación en nebulosas o residuos estelares. Es decir, cuando explota una estrella y alcanzamos a percibir la luz en el firmamento han pasado quizás mucho tiempo dado el factor distancia. Tiene sentido equiparar analógicamente la unidad de años luz con los hechos del pasado en función de un enfoque cualitativo, pues de la misma forma el ser humano sólo percibe con su visión un pequeño destello de algo que ya no es. Así pues nos llegan los hechos del pasado, a nuestro horizonte que es el presente, de forma distorsionada, interpretados, reinterpretada, revalorada y hasta transformada.

 

En ese cariz, repensando y percibiendo en la actualidad qué significa el destello de la Independencia me vienen a contraluz algunas reflexiones.

 

Con palabras más, palabras menos, la Independencia de México simboliza el triunfo de lo moderno frente a lo tradicional, la iluminación de las colonias españolas que habían permanecido “aisladas” de las luces del racionalismo ilustrado. Es decir, de las ideas liberales frente a las de un viejo mundo amparado en ideales religiosos, absolutistas y de antiguo régimen. Así como la renuncia a los sistemas monárquicos, el apego y arrimo a la libertad y la república, como norma social la primera  y como forma de gobierno la segunda.

 

 De la libertad que nos queda en este horizonte poco iluminado

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La libertad es una idea muy cuestionable, pero más allá de profundizar en razones éticas me parece importante remarcar algunos matices contradictorios de ella en nuestro presente. Por ejemplo, la llamada libertad de expresión. Sobre todo cuando ésta se transforma en una especie de dictaminador y régimen del pensamiento en contra de quien busca expresarse libre y abiertamente (lo que en mi caso no me viene guango), orillando a renunciar de un puesto público a quien abiertamente se declara no seguidor de lo que podría traducirse como “la cultura popular”. ¿Será que por poseer un puesto público estás impedido de expresarte libremente, pues el gran dictador de las redes sociales o la masificación de las voces poseen el control de la opinión pública? Esto me suena más a una incongruencia de la llamada inclusión social. Pareciese que las grandes masas y lo popular en las redes sociales se han convertido en el árbitro de los puestos públicos o lo idóneo en este entorno. Es algo eficaz que tu voz sea escuchada una vez que presionas una tecla, pero qué sucede cuando las instituciones apelan a la inclusión social, tolerancia y aceptación, y a su vez caen por la borda de la contradicción.

 

Por otra parte, se encuentra la contraparte de la libertad, me refiero a la esclavitud. Mí intención no es cuestionar la idea de esclavitud en la actualidad, mucho menos compararla por la que se luchó hace más de doscientos años. A expensas de que es importante puntualizar que este fenómeno social se manifiesta en la actualidad de muchas formas modernas, por lo cual sigue en muchos aspectos vigente. Aunque también es alentador observar en la panorámica del siglo XXI una marcada agenda hacia la inclusión de grupos sociales que en el pasado habían sido excluidos. Siento también indiscutible el choque sociocultural con otros grupos, caso de ello, por mencionar un ejemplo, son los grupos conservadores y su posición en contra de grupos LGBTI, donde incluso la libertad de los primeros se impone sobre la otra violando los mencionados derechos humanos y cayendo en la discriminación, por ejemplo hacia las distintas formas en la que se puede instituir una familia. En ese sentido, existen muchos aspectos en los que hay que trabajar. Reflexionando aún el propio carácter de la idea de libertad.

 

De la Independencia, la sombra que nos sigue

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¿Qué significaría ser independiente antes de ser un México independiente? Según el diccionario de la RAE de 1780, el término independencia significa “la potencia o aptitud de existir u obrar alguna cosa necesaria libremente, sin dependencia de otra”. Es decir, la libertad de existir sin dependencia de algo o alguien más. En sus inicios, el México independiente tuvo que sortear un sinfín de situaciones y procesos en los cuales coexistieron amplias fases y procesos de inestabilidad política, falta de paz, crisis económicas, descompromisos ideológicos (hablo del siglo XIX, no crean que el de hoy por mucho que se le parezca), así como varias invasiones extranjeras y pérdida del territorio.

 

El célebre historiador Edmundo O´Gorman escribió:

 

La gran novedad que desde nuestro punto de vista trajo consigo la independencia, fue exponer al hombre colonial a la intemperie, por así decirlo, de la modernidad

 

Una modernidad que quizás le sentó álgida, cual si fuera un baldazo de agua, del cual habría de aclimatarse de golpe provocándole así constantes resfriados.

 

Pareciese que el triunfo de la modernidad o el ser moderno fue un chaleco que le quedó grande a México -siguiendo la analogía de la prenda-, pues el propio país en la penumbra del “ser independiente” chaqueteó hacia modelos políticos europeizados o anglosajones, a fin de encausarse en la noción de desarrollo sin tomar en cuenta aspectos que no habrían de favorecer la causa. Por ejemplo la cuestión indígena y el gran apego por europeizar y arrancar las entrañas de ese México profundo, es decir, entablar un proceso de mestizar ideológicamente al indio con discursos de ciudadanía e ideologías liberales.

 

Los destellos que nos quedan del Grito

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Actualmente, ya de viejo, me parece curioso interpretar el llamado Grito de Independencia como una teatralización, como un acto simbólico del ejercicio del poder; me refiero al ritual que se celebra las noches del 15 de septiembre como festejo de la Independencia de México.

 

En principio pues, el Grito de Independencia es un ritual de carácter cívico, patriótico, por lo tanto del Estado. Suele ser una tradición celebrada y conmemorada desde 1812, convirtiéndose así en una tradición inventada. El insurgente Ignacio López Rayón la celebró con una descarga de artillería y después una misa solemne, posteriormente se hubo declarar como fecha de celebración nacional en la Constitución de Apatzingán de 1812, reproduciendo cada año el acto. Tiempo después esta adquirió tonalidades patrióticas y nacionalistas bajo el significado de consagrar la idea de libertad e independencia. Esto también servía como un medio para enaltecer cada administración pública, sintiéndose acreedora y heredera de tal tradición. Por ejemplo, era posible observar a un Porfirio Díaz que se sentía heredero de tales acontecimientos, pero también el continuador y baluarte de ello. Lo mismoObregón, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y hasta la fecha.

 

En el sentido anterior, es notorio percibir cómo los gobernantes reafirman su poder al situarse en un balcón y dar el “grito”. De esta forma se liga el pasado con el presente. Ahora el gobernante es el heredero, representante y quien direcciona la libertad del pueblo. Los tumultos le secundan, le aplauden y le vitorean de tal forma que el gobernante reafirma su poder con este acto. Pareciese una glorificación de la patria,  pero también de reconocimiento al gobernante. Como si fuese una eucaristía en la que detrás de aquel acto subyace un significado, ahí sucede un acto casi sagrado y secundado por el pueblo. No hay altar, pero hay un balcón, el cual  para el mismo Bernini significaba un símbolo arquitectónico de autoridad centralizada. Ahí sucede un acto sagrado, cual si fuese un contacto divino en el que el gobernante es el médium o puente para la glorificación. Todo ello ataviado de numerosos fuegos artificiales, el ondeamiento de la bandera, el repique de la campana y hasta la indumentaria presidencial, todo lo cual puede brindarnos la sensación de “ser muy mexicanos”.

 

Al día siguiente suele haber un desfile militar compuesto por pelotones de caballería, bandas de guerra, tropas de infantería y la composición de distintos batallones exhibiendo sus armas. En ese sentido ambos rituales legitiman el poderío de las instituciones, el Estado y el ejército. El primero siendo secundado en semánticas patrióticas con el tradicional “¡Viva México!,  ¡Vivan los héroes!” y se proceden a mencionar varios nombres de personajes ilustres. Toda esta parafernalia como si fuese una liturgia eucarística del Estado. El segundo evidenciado en la concurrencia del público al desfile tradicional para observar los las marchas, los sonidos de los tambores y trompetas que dan la impresión de “poderío y fuerza”.

 

En suma, es posible inferir detrás de estos actos de sociabilidad con lo patriótico, el espectáculo y la cultura política un interés por persuadir, por generar un comportamiento deseable, sentirte parte de una nación, una nación independiente, con un “propósito” sobre la marcha de la evolución. Aunque quizás muchos no sepamos de tal propósito porque quizás ni siquiera lo hay. Aunque como mencioné, aún tengo más preguntas que respuestas.  De ahí que ante la poca luz y el entorno sombrío que en la actualidad impera, me cuestioné si será posible que aún aplique la famosa frase de Octavio Paz, aquella vista en la aclamada obra El laberinto de la Soledad, sobre el posible significado del Grito:

 

Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche,

en todas las plazas de México celebramos la fiesta del Grito;

y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año.

 

Por Andrés Abraham Gutiérrez

Fotografía de Benjamín Alonso

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Sobre el autor

Andrés Abraham Gutiérrez es historiador con “h” minúscula y se desempeña como docente. Originario del desierto urbano, creció entre los terregales y herbazales, se considera amante de las bebidas derivadas de cereales fermentados y la amistad, pues considera que ambos elementos acrecientan el espíritu.

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