Kennia Gálvez se suicidó y posteriormente -no antes- escribió este cuento ensayo para Crónica Sonora. Hoy lo presentamos gustosos y más porque viene acompañada de Carlitos Rodríguez «Mohamed».

Buen provecho

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¿Cuál es la forma de suicidio más eficaz? Fue la primera pregunta que me hice la noche que planeé mi suicidio y funeral. Sí, quería acabar con mi vida, terminar con el dolor y la frustración de una vez por todas, una salida fácil hacia una falsa libertad. Irónicamente esa pregunta fue mi salvación. Sé que suena bastante dramático, pero así me sentía, para que me entiendan un poco mejor les platicaré las razones por las que decidí suicidarme.

Primero que nada quiero aclarar que soy consciente de que todos tenemos problemas, unos más que otros, eso no es novedad. Sé que tener problemas no me hace especial o diferente al resto, al contrario, creo que eso nos hace similares. Pero hay momentos en que la vida te pone en jaque y te presenta situaciones en las que definitivamente no sabes cómo reaccionar. Mi padre había perdido su trabajo, fuertes problemas económicos se presentaron en mi familia. Súmenle a eso unos planes de divorcio, problemas de salud, trabajos finales, me enamoré de la persona equivocada, etcétera. Una serie de eventos desafortunados y dramáticos se juntaron en ese momento de mi vida.

Al principio tomé las cosas con calma y en lugar de lamentarme por mis tragedias decidí hacer algo y comencé a trabajar para apoyar económicamente a mi familia. Pero nada de lo que hacía para solucionar las cosas era suficiente, las cosas empeoraban, sentía que llovía sobre mojado, que hacían leña del árbol caído. De repente la depresión se apoderó de mí, llegó silenciosa, sin previo aviso, antes de que pudiera hacer algo ya estaba ahí, instalada en lo más profundo de mi ser.

La depresión es como una migraña que decides ignorar, te dices que es temporal, que pasará, que es solo un mal día. Pero no lo es, te encuentras atascada en ese estado mental. Te acostumbras a usar una máscara y a vivir como si nada pasara. Porque eso es lo que tienes que hacer, es lo que la mayoría espera que hagas, nadie quiere escuchar problemas ajenos.

Aunque lo ocultes el problema no desaparece. Te esfuerzas por actuar todos los días y empieza a costarte más y más. Allí es cuando comienzas a caer más profundo y es entonces cuando empiezas a alejarte de amigos y familia. Todas las satisfacciones desaparecen. Las pequeñas cosas que solían hacerte feliz ahora son insignificantes, incluso las cosas simples se vuelven dolorosas. La motivación de vivir desaparece poco a poco.

¿Por qué continuar haciendo cosas si nada te hace feliz? Todo esto te hace sentir incluso peor y te ves atrapada en un círculo vicioso. De pronto te das cuenta de que vives inerte. Los días son iguales, solo ruido, vacío, una pesadez que llena tu mente se reparte por todo tu cuerpo y se instala en tu corazón. Sientes que nunca volverás a ser feliz. Continúas aislándote de los demás. Haces una radiografía de todos tus fracasos, tus errores, te culpas por lo que está pasando, te avergüenzas por todo lo que has hecho y lo que no.

Hay una parte de ti que quiere arreglar las cosas. Un impulso repentino que te hace querer hacer las cosas y salir de ese agujero en el que te has metido, pero ese impulso no dura mucho porque sabes que de todas formas no funcionará. Las cosas externas te parecen indiferentes. Otra decepción no es una opción, así que decides estar sola, donde te sientes segura, donde nadie te hace preguntas. La autocompasión y los problemas se vuelven insoportables.

Finalmente te das cuenta de que no puedes continuar así y sucede una de dos cosas: o buscas ayuda o decides suicidarte. La segunda opción es la más fácil y viable.

Inicia como un pensamiento fugaz, inmediatamente lo descartas, te parece una idea descabellada. Pero conforme pasan los días, ese pensamiento toma fuerza, se instala en tu mente, se convierte en una vocecita que te susurra que ese es el camino. Te dices que no es tan mala idea… lo consideras… hasta que tomas la decisión.

Todo ese choro dramático y mareador es lo que se siente tener depresión.

La depresión es el trastorno mental más frecuente: según la Organización Mundial de la Salud (OMS) afecta a más de 300 millones de personas. Es una enfermedad que no debemos subestimar y que es difícil detectar; a mí no me la detectó el psicólogo de la universidad, acudí a él en varias ocasiones para que me ayudara, pero no me dijo nada más de las conclusiones a las que yo misma había llegado antes de hablar con él.

Recuerdo estar en mi habitación, cansada de todo tomé la decisión, solo tenía que llevarlo a cabo. Lo que me llevó a la pregunta que mencioné al inicio del texto, ¿cuál es la forma de suicidio más eficaz? Pensé en los métodos de suicidio que conocía. Tomar pastillas no era una opción, ya que no sabía dónde las conseguiría, además de que había una alta probabilidad de sobrevivir, entonces la descarté rápidamente.

La segunda opción fue cortarme las venas, la cual también eliminé pronto debido a que no tengo la valentía de autolastimarme físicamente. Quizás en el trance me hubiera podido cortar, pero en cuanto viera la sangre y cayera en cuenta de lo que estaba haciendo seguro iría a curarme o pedir ayuda. Así que tampoco era opción. Si iba a suicidarme lo iba hacer bien, no iba a dejar la mínima posibilidad de sobrevivir.

Llegué a la conclusión de que ahorcarme era lo más eficaz, ya que una vez que te tiras no hay vuelta atrás, no da tiempo de arrepentimientos, simplemente es el final… Creo que varios han llegado a esa conclusión, ya que el ahorcamiento, estrangulación o sofocación es el principal método de suicidio en México, el 77.3% de los casos nacionales se dan por esta vía. (INEGI, 2015)

Soy una persona que piensa mucho cuando tiene una idea metida en su cabeza, soy de las que les da muchas vueltas al asunto y no para hasta que haya visto hasta el más mínimo detalle. Creo que eso me ayudó a seguir viva. La decisión ya estaba tomada, me iba a ahorcar, pero luego una avalancha de preguntas vinieron a mi mente. En esencia, ¿qué pasaría después de que me ahorcara?

Así que decidí planear también mi funeral, como les dije, si lo iba hacer lo iba hacer bien, las cosas completas y no a medias.

Visualicé como quería que fuera, si quería que me cremaran o sepultaran, si quería que me velaran o no. Decidí que me velaran y sepultaran, el solo imaginar el fuego abrazando mi cuerpo inmóvil, hasta quedar en cenizas, era una idea que no soporté, sentí en vida el calor de ese momento. Después decidí que no quería un funeral común y corriente, sería la última vez que mis familiares, amigos, conocidos y personas a las que alguna vez les interesé me verían. Bueno, no verían de manera literal ya que no iba a querer que abrieran el ataúd y que vieran la herida de la soga y mi rostro hinchado, quizás moreteado del sofoco.

El punto es que dejaría una lista de instrucciones de cómo quería mi funeral; iban a dar canapés, no solo café y galletas, tenía que ser todo un evento. Pensé que sería buena idea hacer una playlist de mis canciones favoritas o de las canciones que quería que sonaran el día de mi funeral, quería algo que me identificara.

También tuve una idea estupenda, bueno, al menos eso me parecía esa noche. Iba a grabar un vídeo de despedida para que lo pasaran en la funeraria, una vez que todos estuvieran reunidos lo iba a proyectar en la pared o algo así. Diría en el video algo como: «Hola a todos, bienvenidos a mi funeral, gracias a todos por venir, sé que han de estar algo tristes, pero»… y ya me aventaría otro chorote, pero sería como consolador, que no estuvieran mal por mi muerte. Sí, suena algo creepy, pero antes me parecía una idea padre.

Ya que me fueran a sepultar pediría que en lugar de hacerme una tumba trasplantaran un árbol de mangos, mi favorito. Lo tenían que trasplantar, no plantar, ya que tardaría mucho en crecer, y lo tendrían que cuidar. De modo que sería un árbol grande, así llevarían la grúa y todo el pedo.

Me encantaba y aún me encanta la idea de ser un árbol: quien quisiera visitarme me regaría, disfrutaría de mi sombra y de mis frutos. Recuerdo haber sonreído al verme convertida en árbol.

Listo, ya estaba todo planeado, pero luego una duda enorme me invadió, ¿qué haría con todas mis cosas? Así que hice una lista de a quién le daría cada una de mis pertenencias. Decidí que también le escribiría una carta a cada persona que había sido importante en mi vida; en ella les diría cosas que no les digo frecuentemente, donde les agradecería su presencia, me despediría y muchas otras cosas cursis.

Pensé que sería padre enviar las cartas por correo convencional, que días después de mi muerte les llegaría mi carta a su casa, pero sería mucho show conseguir la dirección de cada uno. Así que las cartas las pondría en mi velación para que cada uno la tomara, más fácil.

Sí, sé que suena bastante raro y loco, y quizá piensen que estoy enferma pero no, no lo estoy. Creo que fue una terapia interesante y reparadora.

Después de todo eso vino como un balde de agua fría la realidad, ¿cómo chingados iba a pagar el funeral? No tenía más que doscientos pesos en mi cartera, no más.

Suicidarse sale caro

Así que averigüé como en cuánto saldría el funeral de mis sueños. Tan solo la velación con sepultura en una funeraria “bien”, con el paquete más barato, saldría en $19,485.00. Sin contar el costo de todo lo demás que quería, los trámites del panteón, los canapés, el árbol de mangos, la grúa, el proyector, las bocinas, conseguir el permiso del panteón para que me dejaran ser árbol…

«¡Ahh!», grité, me frustré y me entristecí porque no iba a poder tener el funeral de mis sueños. Mi familia estaba pasando por muchos problemas económicos, apenas teníamos para comer, ¿cómo chingados iban a pagar eso? Más que ayudarlos me convertiría en otro problema. Fue entonces que decidí no suicidarme.

«¡Morirse sale muy caro!», me dije, y más cuando quieres un funeral extravagante como el mío. Me prometí a mí misma no volver a pensar en eso, a menos que tenga la solvencia económica de poder pagarme mi funeral.

***

Ya fuera de cura y dejando de lado el funeral de mis sueños, la depresión es un problema grave que en el peor de los casos puede llevar al suicidio. En México 800 mil personas mueren por suicidio al año, el 40.8% de los suicidios ocurren entre jóvenes de 15 a 29 años, según datos del INEGI, 2015. Sonora ocupa el sexto lugar a nivel nacional de casos de suicidio, en 2015 se presentaron 150 suicidios. Eso es alarmante y tan solo pensar que pude haber sido una cifra más me da escalofríos.

No subestimen esos pensamientos negativos, busquen ayuda y si no sirvió la primera, busquen una segunda opción de ayuda o sean preguntones como yo para que vuelvan a encontrar su motivo o razón para vivir.

La Universidad de Sonora creó el Centro de Atención Telefónica de Intervención de Crisis (CATIC), es un servicio que está disponible para todo el noroeste del país donde alumnos de la licenciatura en psicología atienden las llamadas y te asesoran en tus problemas.

Esta es una buena opción si te da pena buscar ayuda o si no tienes dinero para ir con un especialista, la línea gratuita 4548484 está disponible de 8:00 a 20:00 horas. Así que no lo pienses más y busca ayuda. Sé que es una frase muy trillada, pero todo tiene solución.

Por Kennia Gálvez

En portada, acrílico sobre papel de Carlos Rodríguez «Mohammed», 2016.

Sobre el autor

Estudiante de la Licenciatura en Periodismo en la Universidad Kino, en Hermosillo, Sonora.

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7 comentarios

    1. Aguas con las cifras, por favor:

      Kennya y José Félix… 800 mil muertes por suicidio al año en México es un monstruoso error.

      La cifra de homicidios de 2017 se calcula en 23 mil y es considerado el año más violento en los últimos veinte años.

      En 2016 la guerra de Siria, el conflicto bélico más activamente mortal de esta presente década, al cumplir cinco años (luego de iniciar en 2011) reportó la lamentable, horrorosa
      y humanamente indignante cifra de 600 mil muertos, sobre todo pensando que un alto porcentaje de ellos son civiles, muchos de ellos mujeres y niños totalmente indefensos.

      Pero decir que en México se suicidaron hace dos años 800 mil personas es simple y sencillamente un disparate.
      Se menciona que en Sonora se suicidaron 150 y que ocupa el sexto lugar. ¿De donde van a sacar los los otros 799 mil entre los 26 estados que van detras en cifras que Sonora?

      No he leído todo el artículo pero me parece excelente y loable que se escriba una simpática y humorosa narrativa del funeral de los sueños y después se remate con una reflexión de veras muy acertada y responsable, con un propósito directo y activo de ayuda, soporte y una llamada de alerta a la sociedad sonorense acerca de este grave tema…
      pero las estadísticas son los datos duros que sustentan la fiabilidad, veracidad, formalidad de un texto que busca ser leído y atendido.
      No se peguen un tiro en el pie. No bateen de foul y se golpeen con el bat en la espalda. No tropezar con los números que manejamos.
      Los de la Profecía de Malthus (y probablemente los matalotes de la Secretaría de Desarrollo Social… y no pocos nacos mal intencionados) dirían: Ojalá se mataran 800 mil cabrones cada año. Pero no es así. No es así. No somos salmones luchando río arriba en los mares del Norte para merecer una existencia. No tenemos esa dificultad.

      SALUDOS!!!

      PD. Es en Guaymas donde ocurren una buena parte de los suicidios sonorenses. Los bellos atardeceres y la mala suerte en el amor son mala combinación. Mala combinación. Los románticos siguen creyendo en ese ideal. Aguas, Guaymas

      1. Hola Arturo, tiene razón hubo un error mío en la redacción, puse México en lugar de a nivel mundial. La cifra de 800 mil personas que mueren al año por suicidio es a nivel mundial, en México durante 2015 se registraron 6 285 suicidios, representando una tasa de 5.2 muertes por lesiones autoinfligidas por cada 100 000 habitantes. ¡Muchas gracias por su observación! 😀

  1. Wow, también me hizo bastante ruido leer lo de las cifras, que bueno es leer los comentarios. Me dije «¿QUÉ? ¡¿Casi un Hermosillo al año?!» hahaha, pero en general es un buen recordatorio de lo que esos momentos clave pueden llegar a causar. Bonito mensaje.

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