Cuando de monstruos se trata, ¿hay que temerles? ¿o por obra y gracia del cinema es inevitable amarlos? Y ya en esta ronda, ¿qué es más importante? ¿La voz del director o el canon de la serie? Cada película tiene una respuesta. Sin embargo El Depredador (Shane Black, 2018) presenta alternativas particulares sobre cada cuestión.

Se agradece que no pierda tiempo. El Depredador inicia con un enfrentamiento entre el alienígena cazador y un grupo de soldados de élite con bastantes problemas de temperamento, carácter y estabilidad.

Quinn McKenna (Boyd Holbrook) es el miliciano que atestigua la caída de la nave extraterrestre. Recolecta evidencia y decide enviarla a su hogar. Mala idea. Ahora los servicios de inteligencia terrícolas y el rapaz viajero intergaláctico han convertido la casa de McKenna en objetivo.

El pequeño Rory (Jacob Tremblay), quien vive dentro de la aura de “niño especial” – ¿autismo? ¿Asperberg? – , al poseer una curiosidad extraordinaria, apretará el botón que detonará toda la acción.

Así, El Depredador desarrolla secuencias de combate sin el menor temor a equivocarse pues maneja las dosis de humor perfectas para complacer al auditorio: “Is an alien Whoopie Goldberg”, explica uno de los soldados para describir al enemigo. Misión cumplida.

El peligro aumenta cuando nos enteramos que otro Depredador ha aterrizado. Más grande y poderoso. El apocalipsis que se cierne sobre nuestro planeta adquiere una nueva dimensión y no queda más remedio que encaramarnos en el tren del mame y divertirnos.

El Depredador evolucionado viene por su compañero, pero sobre todo por las herramientas perdidas. No viene solo. Trae perrhijos: “los pet predators”.

Ahora, si los héroes son capaces de disponer de armas de alto poder, equipo todo terreno de primera línea y hasta un helicóptero – no podían faltar los “choppers”, para honra de Arnold Schwarzenegger – , es solo para que la trama avance.

Es imposible encontrar un argumento lógico a tanto desmadre.

La impronta de Shane Black surge como lo mejor y lo peor de El Depredador. Hace treinta años Black, como actor, interpretó a una de las primeras víctimas del engendro. Ahora, en la silla del director, aplica su experiencia: Arma mortal (Richard Donner, 1987), como escritor; Iron Man 3 (2013) y Dos buenos tipos (2016), como realizador.

El resultado: habilidad al manejar la química entre los personajes para alcanzar la empatía del espectador. Y, en el caso de El Depredador, cubrir con humor, los posibles orificios del filme. Que pueden ser muchos.

Es un estilo fraguado durante la década de los ochentas en el siglo pasado y del cual Shane Black, con su historia para Arma Mortal, es uno de los principales autores.

Con su carga de nostalgia, El Depredador es ahora un monstruo ajeno a sí mismo y a la trama que presenta. El guión cae en la trampa. Para justificar dos horas de exhibición, ha de convocar una amenaza mayor, una versión más fuerte del protagonista para tratar de garantizar la tensión en toda la película, como en Megalodón (John Turteltaub, 2018).

Se recuerda el crossover, ¿esperado? Alien vs. Depredador (Paul W. S. Anderson, 2004), así como su fracaso ante la crítica y el éxito ante la taquilla.

Mientras el camino recorrido por Alien (Ridley Scott, 1979) lo lleva a otros futuros y galaxias, El Depredador siempre ha puesto sus pies – ¿o patas? – sobre la tierra. Las dudas éticas y filosóficas le pertenecen al Xenomorfo. Los Yautjas siempre han tenido buen humor.

Violencia mecánica, explosiones y ráfagas de balas infinitas. Cuerpos humanos mutilados, sangre derramada en múltiples escenarios y un comedido uso del CGI, en favor al talante realista contenido en esta película, contribuyen a crear un entretenimiento dirigido a público adulto.

Se dice que para provocar el temor en el cine, el monstruo debe aparecer poco, quizás solo al final. Y tal fue la fórmula de éxito tanto para Alien como para El Depredador. Pero eso es cosa del ayer.

Comics, videojuegos y figuras de acción invaden nuestros estantes desde hace más de veinte años. Hemos perdido el miedo.

Ahora amamos a los monstruos. Y a los ochentas.

Por Horacio Vidal

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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