La historia parece propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.

Rodolfo Walsh

De entrada, mencionar que no vengo a defender a mi tocayo Pedro Salmerón, nada de eso, él se defenderá solo. Incluso tengo varias diferencias con Salmerón respecto a distintos puntos de vista en formas de concebir el quehacer histórico, por ejemplo la revolución mexicana. Varias de esas diferencias se las comenté al menos en dos momentos. La propia la personalidad de Salmerón resulta algo pesada, pero eso sería caer en un ad hominem, situación lamentable definitivamente; me atrevo a decir que más allá de la clase política o empresarial, existen personas dentro del gremio de historiadores a quienes les dio gusto el escándalo que acaba de protagonizar. 

Me parece que Salmerón, quizás embalado por el anuncio de la disculpa pública por parte del Estado, acerca de pedir una disculpa pública a Martha Alicia Camacho Loaiza, ex guerrillera de la Liga Comunista 23 de septiembre, sumando posiblemente a su forma vehemente de vivir la historia, quizás sintiéndose una persona intocable -¿por qué no pensarlo?- vivió un momento que podría caracterizarse como arrebato o imprudencia, dado que hasta hace unos días era un funcionario federal, situación que lo coloca en un contexto en el que el discurso académico estuvo por encima de Salmerón, el funcionario público. Lo que vino después fue un linchamiento mediático: Televisa, TV Azteca y varios periódicos de circulación nacional, sumados a comentarios de Manuel Clouthier, Lili Téllez y Josefina Vázquez Mota, encarnan esa postura recalcitrante.

Para quien escribe, esta situación representa un pretexto -si se puede o quiere verse así- para pensar dónde estamos respecto a los avances de incluir en la agenda política la guerra de exterminio durante los años de la Guerra Sucia en México o guerra de baja intensidad, pero no sólo eso, también sobre la censura. Gradualmente, las investigaciones documentadas sobre este periodo histórico han sacado a la luz la estrategia militarizada del Estado mexicano por extirpar cualquier foco de insurrección guerrillera. El halconazo de junio de 1971 orientó a la juventud mexicana a un punto de no retorno, fuera de canales institucionales: la clandestinidad. Ese es el telón de fondo de la disidencia guerrillera en la que perdió la vida el cuasi beato del empresariado regiomontano, grupo de poder que no gozaba de buenas relaciones con el presidencialismo mexicano, incluso, se sigue fortaleciendo la hipótesis de que García Sada fue asesinado por un infiltrado del gobierno y no por los guerrilleros. 

Paradójicamente, las luchas de los movimientos estudiantiles de 1968 y las luchas guerrilleras obligaron a una apertura en el sistema político mexicano, creando una antesala a las reformas políticas de la segunda mitad de los setentas del siglo XX. Poco más de una década después, un panista ganaría la gubernatura en Baja California. 

Los llamados valientes por Salmerón actuaron en las condiciones sociopolíticas de su momento, desplegando acciones aparentemente irracionales fuera de la esfera pública, caracterizadas a simple vista como radicales. La prensa utilizó cualquier cantidad de adjetivos calificativos denostadores de esas colectividades. Estas personas emplearon distintos repertorios de violencia política y también padecieron la violencia política, huelga decir los múltiples desaparecidos a quienes ya pocos familiares lloran después de casi medio siglo, pues el tiempo les alcanzó. Lo anterior no significa que esas heridas sanaran, para nada, siguen presentes y no permitirán una democracia plena o de calidad, terminología política de dudosa reputación. 

Con la renuncia voluntaria o forzada de Salmerón, perdemos todos en distintos niveles. Pierde el presidente, su rostro en la mañanera no sabía cómo entrarle al tema, subía la vista, la bajaba, volteó a su derecha, luego a su izquierda, tocó su frente, luego la nuca. Hasta cierto punto un tanto avergonzado, a mi consideración. Remató diciendo que Salmerón estaba mejor en la academia. No quiero pensar que el abrazo del Claudio X. Gonzalez, presidente del Consejo Coordinador Empresarial en Camino Real, simbólicamente era la entrega de una charola de plata para pedir la cabeza de cualquier individuo incómodo del gabinete morenista. Este tiempo de acciones nos recuerdan que el cesarismo político no está totalmente muerto, pervive en contextos de figuras políticas carismáticas. Asistimos a un contexto de polarización política con signos de balcanización, no podemos cerrar los ojos a esa situación latente. 

Pierde la sociedad al no saber si la cuarta transformación representa una postura histórica o un caballo sin jinete. Perdemos los historiadores como gremio pues las posibilidades de incidir en las narrativas históricas hasta el 1 de julio de 2018 no eran muchas, pues no incorporaban actores subalternos y otros escenarios proscritos hasta ese momento, y hoy parecieran tener que seguir bajo la sombra de esa cultura política mexicana con rasgos autoritarios, que está muy lejos de replantearse y sigue viva. 

Retomando el epígrafe de Rodolfo Walsh, periodista argentino desparecido durante los años de la junta militar, torturado y desaparecido, la historia es propiedad privada y sus dueños son los mismos dueños del gran capital mexicano. Seguiremos como Lenin comentaba, “un paso adelante, dos atrás”, acerca de construir una política crítica de la memoria colectiva. Finalmente, pareciera que a estos dueños del capital únicamente le interesan guerrilleros como el personaje El Chato, primo de David en la novela de Elmer Mendoza El amante de Janis Joplin, revolucionarios del campo de la ficción. #perroasco

Por Pedro Cázares Aboytes

Retrato de Pedro Salmerón en @HistoriaPedro

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Sobre el autor

Historiador. Profesor investigador en la Universidad Autónoma de Sinaloa.

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