Quiero subir al cerro, mirar al cielo y fumar…” ¿Cuándo los Cretinos Desleales escribieron esa lírica estaban pensando en el Cerro de la Campana? Quiero creer que sí, aunque lo más probable es que se refirieran a un cerro más desolado. En esta entrega de Ciudades Sin Memoria les traigo una pequeña historia y reflexión de un espacio muy importante que con verlo nos hace sentir bien hermosillenses: el Cerro de la Campana.

¿Por qué se llama así? 1) Tiene forma de campana (más o menos, pero esa no es la verdadera razón); 2) Cerca se encontraba la Cementera La Campana (eso es cierto, pero tampoco es la verdadera razón); 3) Varias piedras del cerro al ser golpeadas contra otras piedras emiten un sonido metálico parecido al de una campana (cierto y verdadera razón del nombre).

No es el único cerro con ese nombre y causa: el Cerro de las Campanas, en Querétaro, se llama así por lo mismo. ¿Entonces cuál es la diferencia entre ambos? Que el Cerro de las Campanas ha sido mejor conservado y adecuado para la convivencia de los queretanos. Y segundo, dicho cerro no ha perdido su memoria histórica, la cual se percibe con una explanada en la que se erige un monumento a Benito Juárez y con una capilla en lo alto del cerro, construida en honor Maximiliano de Habsburgo, Tomas Mejía y Miguel Miramón, ahí fusilados en 1867.

Cerro de las Campanas, Querétaro, Quéretaro.

¿Por qué nuestro Cerro de la Campana no cuenta con espacios de ese tipo? Afortunadamente, en los últimos años ha crecido el interés de adecuar el espacio para la convivencia de los hermosillenses, aunque aún le falta mucho, y más de uno dirán como lo dijo mi primo político: “Que a toda madre sería poder subir y encontrarse ahí un lugar donde echarse unas cheves bien gusto”. Se tiene que adecuar todo el cerro: rescatar a las colonias que están en sus faldas (históricas ya de por sí), chulear callejones y casas viejas, adornar el camino de subida, colocar jardines (así sean desérticos), una milla para correr… ¿Un teleférico es mucho pedir?

Si el Cerro de la Campana no tiene buenos espacios de convivencia, es porque no nos hemos puesto las pilas. Si no tiene espacios históricos ¿Es porque tiene poca historia? No. Es porque como he insistido –para desagrado de algunos-, vivimos en una ciudad sin memoria (es decir, que nuestras calles, edificios y etc., no reflejan su historia).

En el Cerro de la Campana no ocurrió algo tan trascendental como el fusilamiento de un emperador, cosa que sí ocurrió en el Cerro de las Campanas en Querétaro. Pero nuestro cerro, centro geográfico de Hermosillo, ha tenido muchas historias, visitantes y está lleno de anécdotas. Cabe señalar, primero que nada, que el Cerro de la Campana es mencionado en las narraciones de los primeros europeos que llegaron a la región y aparece en la primera imagen conocida de la ciudad de Hermosillo: una litografía realizada por John Russel Barttlet en 1851.

En sus entrañas, el cerro poseía una vena de mármol que fue tomada para construir el primer piso del Palacio de Gobierno, así que cuando entran al palacio están pisando lo que antes estuvo en el cerro ¡Apuesto a que no se la sabían! También, aquellos yacimientos fueron usados para la construcción de la penitenciaría, hoy museo y centro INAH-Sonora.

Por allá en el siglo XIX, un grupo de ciudadanos pretendieron comprar el cerro al municipio, pero las autoridades declararon el carácter público del lugar, así que se impidió la venta. Y de la que nos salvamos, pues de venderse quizás hoy sería una colonia privada.

En el siglo XIX no había camino para subir al mirador, sin embargo la gente lo subía, ahora sí que abriendo monte. Muchas son las anécdotas de exploradores, ciudadanos y demás curiosos que subían el cerro para ver la ciudad. Entre otros, se recuerda al destacado político liberal y periodista Ignacio Ramíez, a. k. a. “El Nigromante”, quien en su paso por la ciudad subió el cerro para admirar Hermosillo desde su mejor mirador.

El camino para subir que hoy conocemos data de los años del porfiriato, fue inaugurado por el gobernador Luis E. Torres, quien nombró a la vía  “Mérida Monteverde” (el nombre de su esposa), aunque la población nunca se refirió así a aquel camino que envuelve al cerro. Después, durante los años de la Revolución Mexicana, se adaptó el camino para que los automóviles subieran, y fue el de Jesús M. Garza el primero en hacerlo. Dato curioso: Jesús M. Garza fue el militar que salvó a Álvaro Obregón cuando aquel intentó suicidarse en la Batalla de Celaya. Otro dato curioso: Garza llegó con su auto a la cima del cerro, admiró la ciudad y al momento de querer bajar el carro no volvió a prender, tuvo que ser remolcado con caballos.

En la década de 1960 el municipio aprobó una ley para declarar al cerro monumento en honor a Jesús García Corona, héroe de Nacozari nacido en Hermosillo, aunque los hermosillenses no dejaron de decirle Cerro de la Campana. Finalmente, con motivo de transmitir las olimpiadas de 1968, se instalaron las antenas que ahí se encuentran (soy de los que opina que hay que quitarlas para darle al espacio uso público).

En primer plano Palacio de Gobierno. En segundo Cerro de la Campana, antes de las antenas.

Cerro de la Campana con antenas

Éstas y muchas más historias envuelven al Cerro de la Campana, pero ni en su trayecto de subida ni en el mirador encontrarán algo que se las haga saber, lo cual es un ejemplo más de que vivimos en una ciudad sin memoria.

El Cerro de la Campana es un símbolo y merece mejores condiciones, pero también las colonias a su alrededor, donde viven algunos de los más antiguos residentes de la ciudad, en casas construidas a la vieja usanza y calles donde también podemos encontrar lugares históricos como el Hotel Kino.

Es icónico, el Cerro de la Campana y sus alrededores merecen una readaptación, sí, para que los hermosillenses pueden convivir y como dijo mi primo político “echarse unas cheves bien gusto”. Pero también, para que conozcan la historia de ese símbolo de nuestra ciudad.

Por Mirinda GD

Fotografía de Benjamín Alonso

Así lucían Hermosillo y su Cerro de la Campana en 1851

Así lucen hoy

Nota del fotógrafo: «Quería subir el cerro, adentrarme en sus recovecos. Mas las sentidas advertencias de dos colegas me hicieron recular: ‘Andan muy duros los malandros en el Cerro. No te arriesgues'».

Sobre el autor

Miguel Ángel Grijalva Dávila es un historiador sonorense que ha participado en espacios para la difusión de la historia radio, televisión y publicaciones impresas y digitales. También ha presentado sus investigaciones en congresos y foros en todo México. Búscalo en twitter, instagram o pinterest, como Mirinda_GD. En Facebook: Un Día Como Hoy en Sonora. Y en su página: http://www.undiacomohoyensonora.wordpress.com/

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5 comentarios

  1. ta padre el artículo, justo como dice, hay que saber del símbolo de Hermosillo. Sería bueno que dijera donde estan las mentadas piedras, organziar excursiones para ir a sonarlas cada día…otra: entrevistar a los vecinos, que platiquen historias…

    1. Su servidor vivio de niño en 1953 por la Avenida Dr. Noriega y calle Ramirez.
      En la esquina Donde hoy es una tienda de abarrotes. Desde ahí y alrrededores se veía un faro para navegación aerea, ciertas horas de la noche. Al parecer quedó en el olvido de los Cronistas de Hermosillo . Mi edad es de 72 y 3 meses. Y lo recuerdo perfectamente. Saludos.

  2. Muy buena publicación, sólo un detalle, el camino que conocemos actualmente con acceso para autos se hizo en la década de 1960 durante la gubernatura de Luis Encinas, anteriormente existía un camino que subía en zig zag.

  3. Excelente informacion.!

    Solo como comentario No se pueden quitar las antenas , ya que es a travez de ellas que se triangula la señal de muchas transmisiones. Ese es el fin tener un foco visible de todos los puntos de la ciudad y fuera de ella.

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